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11 de abril de 2011

CUENTO: EL PLANETA NEGRO de Ángel Arango


CUENTO: EL PLANETA NEGRO de Ángel Arango -

El capitán Stefany se acercó al grupo de sabios que se hallaban sentados en torno a la mesa discutiendo las posibilidades del nuevo planeta.

—Estaremos en él dentro de dos horas.

Los cinco hombres se mostraron nerviosos con la noticia y comenzaron a moverse como ratones alrededor de la mesa cubierta de libros y papeles.

—¿Cree usted —preguntó tímidamente el biólogo Gámez— que podamos despaciar sin novedad?

—No cabe duda —dijo Stefany—. Este es un equipo perfecto. El más moderno que ha construido la Tierra.

Lukas, el químico-geólogo, se encogió de hombros y advirtió:

—Este planeta es diferente, ¿quién sabe lo que nos puede pasar? No hay atmósfera, no hay gravedad y no obedece a ningún sistema solar. Permanece ahí como un reto a todas

las leyes conocidas: sin rotación, sin traslación y sin señales visibles de vida. Mire, Gámez, no creo que tenga mucho trabajo. Voy a prepararle una selección de mis libros para que no pierda por completo su viaje.

El astrónomo, el físico-matemático y el capitán rieron. Gámez entonces se atrevió a señalar modestamente:

—Bueno, yo siempre espero encontrar vida en cualquier parte y en cualquier forma. La vida tiene más posibilidades de lo que ustedes piensan.

—Absolutamente —confirmó Mathias, el filósofo de la expedición.

Kirkwood se acercó al grupo para informar al capitán que la nave iba a comenzar la operación del despaciamiento.

—¿Tan pronto? —preguntó Lukas.

El capitán observó su reloj.

—Habrá habido un pequeño error. Por otra parte, esto lleva su tiempo. Sírvanse tomar las precauciones de costumbre.

Los cinco sabios se sentaron en las butacas de seguridad, en torno a la mesa, ajustándose las franjas protectoras. En silencio, frente a frente, cada uno observando los hechos desde el mundo de sus conocimientos, aguardaron a que la operación terminase. El descanso y la estabilización sobre el planeta se efectuaron normalmente. La nave quedó atrapada en su trípode plegable y los hombres se dirigieron hacia las ventanillas inmediatamente que la señal verde indicó que la operación se había completado. Stefany vino hacia el grupo.

—Debemos vestirnos ahora para reconocer el lugar.

La temperatura afuera era de 120 grados bajo cero y la presión no existía. Kirkwood les ajustó los uniformes, que eran abrigo e instrumentos de observación a un mismo tiempo. Comenzaron a introducirse en los grandes sacos herméticos, que les permitían investigar. Después entraron en la cámara de transición, de donde fueron saliendo uno a uno, en cadena, según la tradición de la astronáutica: el auxiliar delante, los sabios al centro y el capitán detrás. Se encontraron ante un paisaje desolado, sin vegetación ni relieve. Con una superficie suave, casi pulimentada, sin luz exterior, pero que de sí misma emanaba una claridad metálica. Stefany procedió a emitir las señales convencionales del código ínter galáctico. No hubo respuesta. Lentamente fueron avanzando sobre el helado planeta cuyo horizonte era una línea recta ininterrumpida.

—No veo nada —intercomunicó Gámez.

—No se impaciente, biólogo —dijo Lukas—. En cualquier parte podemos hallar una sorpresa. Esto me recuerda mi primer viaje a la Luna cuando niño.

—¡Tiempos románticos! Nos llevaban precisamente el último día de clase —dijo el físico-matemático.

—Justo —confirmó Stefany—, era la señal del fin de curso.

—Y uno caminaba y caminaba y todo se volvía cráteres y más cráteres —evocó Mathias.

Stefany aprovechó para preguntarle:

—¿Qué opina usted de esto?

—Es lo previsto. No hay vida visible, no hay relieve, no hay agua, no hay atmósfera, parece que caminamos sobre metal puro...

—Sí, eso es —dijo Lukas, el químico—. Es metal, un metal desconocido; es decir, una forma desconocida de metal.

Gámez entonces interrumpió la conversación:

—Yo creo que debiéramos traer el equipo móvil. Todo parece idéntico.

Los demás se mostraron conformes. Se inició el regreso a la nave. El equipo móvil acomodó perfectamente a los siete hombres. Partieron en él a velocidad regular, mirando a uno y otro lado, conducidos por Kirkwood. El panorama idéntico se repetía.

Stefany miró su reloj para tener noción de la distancia, pues la monotonía del paisaje le impedía hallar puntos de referencia. Mantuvo también su ojo sobre el localizador automático para no perder la dirección de la nave. Kirkwood guiaba prácticamente a la deriva; el capitán no le hacía ninguna indicación.

—¿Qué experimenta usted? —preguntó Gámez, que se había dado cuenta de la situación.

Stefany hizo señas de que guardase silencio.

—Me interesa ver cómo termina esto —advirtió en voz muy baja—. ¿Se ha puesto a pensar como biólogo en sentido de orientación? Esta es una prueba difícil.

Gámez asintió. Por más que Kirkwood hiciera un largo rodeo, los visitantes nada pudieron hallar en aquel planeta que fuera diferente a lo que ya habían visto. Ni una grieta en la superficie, ni un pequeño promontorio que llamase la atención. La energía solar no llegaba hasta allí y la falta de luz hacía que sólo pudiesen alumbrarse por la claridad metálica de la propia superficie.

—¿Qué nombre le pondrían ustedes? —preguntó Stefany.

—Yo le daría un número —dijo Ali Khad, el astrónomo.

Ling, el físico-matemático, estuvo conforme.

Lukas propuso denominarlo Monotonía. Después del recorrido se encontraron de nuevo frente a la nave. Kirkwood efectuó la inspección del vehículo móvil y reportó que había quedado exhausto de energía. Dentro de la nave, los cinco científicos comenzaron a preparar sus experimentos. La zona próxima fue aprovechada para dejar instalados los campos de estudio. Lukas preparó su "huerto experimental" con distintas siembras de ácidos diferentes que dejó sobre la superficie del planeta. Gámez situó un número determinado de organismos elementales resistentes al frío y a la falta de presión, para comprobar las condiciones de vida.

Entre Lukas y Ali Khad hicieron esfuerzos por extraer una muestra de la superficie, pero sin consecuencias, porque todos los instrumentos resultaban más débiles que aquella forma de metal. En torno a la mesa se reunieron los siete después de quitarse los uniformes. Kirkwood trajo los alimentos concentrados y los distribuyó. Stefany fue por una botella de vino y la colocó en el centro. Ali Khad se frotó las manos de satisfacción.

—Gran capitán —dijo, volviéndose a Stefany—. Es usted un hombre de nobles iniciativas.

—Esos lujos están reservados en la astronáutica para ocasiones importantes —señaló Stefany.

Los demás llenaron sus vasos.

—Pensé —explicó el capitán— que un vaso de vino nos ayudaría a reflexionar.

Gámez recordó entonces la conversación del equipo móvil.

—¿Y su experiencia sobre el sentido de orientación?

—¡Ah! —exclamó Stefany—. Kirkwood no se perdería en ninguna parte. Regresó aquí sin la ayuda de los instrumentos.

—No era mi propósito —dijo Kirkwood—. Solamente guié el equipo al azar en busca de algo de interés. En un momento dado me hallé frente a nuestra nave. Y, por cierto, sin más energía para continuar. Es extraño que el vehículo haya consumido tanto.

—¿En qué proporción? —preguntó Lukas.

—De acuerdo con el reloj, casi el triple.

—Yo creo —dijo Ling— que debiéramos proseguir este cambio de impresiones por un rato y luego descansar. No tenemos aún datos suficientes para una discusión profunda.

—Es cierto —repuso Lukas—, debemos esperar el resultado de los primeros experimentos. Este es un planeta difícil, fuera de todo el orden existente.

—La oveja negra del firmamento —dijo Mathias.

Poco después se acomodaron en las literas de la nave, y mientras Stefany llenaba su cuaderno de bitácora, los cinco sabios y Kirkwood durmieron.

La primera sorpresa llegó cuando el capitán Stefany, viendo que todos descansaban y que la situación era normal, decidió acostarse también. Antes, como buen aeronauta, encariñado con la nave que lo llevaba a través del espacio, fue a verificar la lectura de los relojes de control con la pizarra central y encontró que la energía de reserva era mucho menor de lo que estimaba.

Acudió al libro de bitácora para comprobar sus anotaciones y encontró que, efectivamente, la cifra anotada a la llegada al planeta y el remanente de energía que ahora tenía no concordaban. Había una diferencia desfavorable. Sin pensarlo un minuto despertó a Kirkwood, que creyó hallarse en vuelo.

—¿Llegamos, capitán?

—No, Kirkwood.

—¿Qué ocurre?

—¿Recuerdas la energía que quedaba cuando despaciamos?

—Sí, capitán. Teníamos diez unidades.

—Kirkwood, el reloj marca ocho.

—Recuerdo perfectamente la cifra, capitán.

—Está bien, Kirkwood. Hay alguna deficiencia en el reloj.

Entonces tomó al auxiliar por un brazo y le dijo:

—Ven, vamos a examinar el depósito. Lleva el radiomedidor.

Kirkwood y el capitán comprobaron que la cantidad de energía de reserva de la nave en aquel momento era de ocho unidades.

—Varios soles perdidos —contestó Stefany— y menos planetas.

Se volvieron y encontraron a Ali Khad, que estaba despierto.

—¿Qué ocurre, capitán?

—Ha habido un error de cálculo. Tenemos una diferencia en la energía solar del depósito.

—En contra, supongo.

Gámez y Lukas habían despertado con la conversación, y al cabo de unos minutos estuvieron enterados. Después se incorporaron también Mathias y Ling.

—Dígame, capitán —preguntó Gámez—, ¿eso afecta nuestro regreso?

—En absoluto. Necesitamos sólo cinco unidades para volver a la Tierra.

—¡Ahhh...! —suspiró Mathias.

—Además existen estaciones intermedias. Allí podríamos recargar.

Gámez consultó su reloj y explicó:

—Debo salir a ver el resultado de mis pruebas. Ya es tiempo.

Se dirigió adonde estaban colgados los uniformes-instrumentos y se metió en el saco hermético con cuidado. Luego entró en la cámara de transición.

Lukas y Mathias siguieron sus pasos.

Afuera los tres se inclinaron sobre los campos experimentales. Gámez se agachó junto a su caldo de cultivo y lo tomó en las manos enguantadas. Desplazándose pesadamente dentro del saco hermético, fue hacia la nave.

Lukas le llamó por el intercomunicador personal, pero Gámez no respondía. Adentro de la nave, Lukas explicó que los ácidos habían desaparecido sin dejar huella sobre la superficie metálica del planeta.

—Le llamé —explicó—, pero mi intercomunicador estaba descompuesto.

Gámez se inclinaba sobre su microscopio para verificar el resultado del experimento. Nervioso, con la angustia reflejada en las venas de la frente, hinchadas como ríos, dejaba que su curiosidad se vaciase sobre el campo visual del microscopio en una persecución incesante. Por último dijo:

—No queda materia viva... Ni rastro... Ha desaparecido por completo, como si se hubiese evaporado.

En eso llegó Kirkwood informando que había habido un nuevo descenso en el reloj de la energía de reserva. Ahora marcaba siete unidades.

Stefany, Ling y Lukas fueron a examinar nuevamente el depósito mientras Gámez preparaba un segundo cultivo de organismos monocelulares resistentes al frío y a la falta de presión.

—Está en orden —dijo Stefany—. No entiendo cómo podemos estar perdiéndola. La energía de reserva está sellada.

—Kirkwood —dijo de pronto—, vea el índice de la gravedad artificial.

Kirkwood acudió presuroso a la cabina de los mandos y regresó con la lectura anotada.

—Una pérdida grande que nos dejará sin presión ni gravedad artificial dentro de dos días.

Gámez entró entonces por segunda vez en la nave. Permaneció unos minutos dentro de su traje hermético como si fuese un robot puesto en posición de descanso.

—¿Dónde estaba usted? —preguntó Mathias.

Gámez comenzó a quitarse el uniforme lentamente. Al quedar su rostro al descubierto dijo con seriedad:

—Estuve unos minutos observándolos. Hasta que uno comenzó a reducirse y terminó por desaparecer de mi vista; luego le siguieron dos, tres, y finalmente todos. Se disolvieron.

Mathias observó con calma a los demás.

—En mi opinión —dijo—, estamos en un planeta que repele toda forma de energía solar, de vida. Aquí no llegan los rayos de ningún sol porque son devueltos a su origen antes de alcanzar el planeta. Este planeta es el antiplaneta.

Stefany volvió a la cabina, y cuando regresó informó que quedaban seis unidades de energía.

—Es preciso tomar una decisión —dijo—. Propongo retirarnos.

—¿Sin haber hecho nada? —preguntó Ling.

—Justamente —dijo el capitán—; si nos demoramos un poco va a ser imposible en absoluto abandonar esta trampa y aquí nos disolveremos. Quiero la opinión de cada uno.

Lukas dijo que debían comunicar y pedir instrucciones.

—Vaya, Kirkwood —dijo Stefany—, pero dudo que si los rayos solares no pueden alcanzar al planeta, puedan hacerlo los de transmisión. Su opinión, Gámez...

—Si permanecemos no habremos resuelto nada.

—Nadie es útil después de muerto —advirtió Ali Khad.

—Entonces —resumió Stefany—, nos vamos. Prepárense para el despegue. Tomen sus asientos de seguridad.

Kirkwood regresó informando que el reloj indicaba ahora que había sólo cuatro unidades. Stefany se despidió de los demás, lo que dio una idea de que aquél podía ser el último viaje.

Mientras los sabios esperaban con silencio humillante a que la nave dijera la palabra final, ésta se sacudió de un lado a otro sin que los motores hubiesen intervenido, osciló brevemente, y como despedida por la patada de un gigante, saltó dentro del espacio igual que un meteorito.

Los científicos se dieron cuenta de que habían dejado el planeta cuando Stefany apareció ante ellos.

—Nos arrojó como una piedra y ahora estamos navegando por nuestros medios...

Tardaron el doble del tiempo en llegar a B.M-25, la estación interplanetaria más próxima, y estuvieron por largo rato buscando la entrada del dique de naves espaciales. La estación parecía enormemente grande.

—Nunca había estado aquí —explicó Stefany—; es una de las mayores del cosmos. No sabía que hubiera tales estaciones con diques tan enormes. Será difícil entrar.

Y lo fue, porque la nave tuvo que afirmarse con grampas y cadenas de presión al costado de un dique inmenso, como un barquichuelo a un muelle. Utilizando la escala portátil comenzaron a salir uno por uno.

Stefany, que iba al frente, descubrió, en vez de los sirvientes mecánicos acostumbrados, a los hombres de la Tierra que operaban la base acercándose desde lejos al astrabuque, cosa que indicaba alguna curiosidad. Cuando se les fue aproximando más notó que eran de gigantesca estatura. Volvió la vista hacia los compañeros y vio la silueta de su nave proyectada contra otra nave terrícola gemela, pero mucho más grande, como no había soñado siquiera con ver una en el espacio.

Y comprendió que, irremediablemente, habían dejado la mitad de su vida y de su cuerpo en Monotonía.


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