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28 de enero de 2013

Análisis: ROGER VAN DER WEYDEN: RETRATO DE UNA JOVEN - ROGER VAN DER WEYDEN: PAISAJE


Análisis: ROGER VAN DER WEYDEN: RETRATO DE UNA JOVEN
             ROGER VAN DER WEYDEN: PAISAJE

ROGER VAN DER WEYDEN: PAISAJE, detalle del Tríptico Blandelin, hacia 1456. Museo de Berlín.— Generalmente, los paisajes de Van Der Weyden se caracterizan por una cierta atmósfera irreal, con árboles de ramas muy delgadas y una desolada y árida vegetación. Un motivo bastante frecuente es el terreno escarpado dispuesto en ondulaciones que parecen montar unas sobre otras. En el Tríptico Blandelin, el paisaje del fondo de la derecha cons­tituye una de las más hermosas evocaciones de un lugar urbano debida a Roger: una calle ascendente en una ciudad, seguramente Middelburg. Los colo­res claros, de tonalidades apagadas, no presentan bruscos contrastes; en es­te caso, el paisaje es «verdadero», constituido con inteligencia y reproducido con exactitud.




ROGER VAN DER WEYDEN: RETRATO DE UNA JOVEN (38,1 X 26,6 cm.), hacia 1455. Washington, National Gallery. — Este sugestivo retrato fe­menino, legado por Andrew W. Mellon a la National Gallery de Washington, constituye un típico ejemplo del estilo refinadísimo de Van der Weyden. Pro­cede de la época de madurez del pintor y el colorido, aparece dominado por tintas simples y sobrias, sin concesiones para reflejos luminosos o resonan­cias armónicas, mientras que el dibujo destaca con seguridad marcando ne­tamente el contorno y el interior de las formas.
Se ha dicho que, en sus retra­tos, Roger tiende a describirnos el tipo social. En ellos —puede añadirse—, el artista define también claramente lo que constituye su ideal social: una aristocracia del comportamiento y de las formas, entendida como índice de refinamiento espiritual. Van der Weyden acentúa la individualización de los rasgos, se entretiene en el detallado estudio de la fisonomía de sus modelos, pero esta diligente observación, que podríamos calificar de «externa», gana su más alto valor al ayudar a sugerir la misteriosa y fascinante mutabilidad del alma humana.
Observamos cómo la distancia que separa a Van Eyck de Van der Weyden parece aquí reducirse. En efecto, la visión habitualmente más apasionada de este último queda atemperada a través de una equilibrada me­ditación que lo lleva a grabar sus imágenes con la nitidez de un medallista.



De todas formas, Roger van der Weyden merece algo más que una simple cita. Aunque los ideales místicos que a menudo le animan hagan de él un hombre del Medievo y un rezagado respecto a Van Eyck, también su atención por la realidad se evidencia palmariamente en su obra, quizás más como reflejo de Van Eyck y de la orientación general de toda la escuela que como rasgo personal. Este singular artista, uno de los mejores dibujantes que hayan existido, presenta en sus creaciones elementos no siempre homogéneos has­ta el punto de que a veces resulta difícil garantizar la auten­ticidad de sus obras. Privado de la serenidad de Van Eyck, Roger van der Weyden vio el mundo a través de un prisma de dolor —otra tendencia que lo relaciona con ciertos expo­nentes del gótico internacional— y se mostró interesado, más que en el aspecto objetivo de los seres, en su profundo carácter, que trató de reproducir, consiguiéndolo plenamen­te en admirables retratos.
Pero estos pintores ya están proyectados hacia lo nue­vo. La separación entre el cuello de una Virgen y el brazo del Niño no corre ya a cargo sólo de la línea, sino de una sabia gradación de sombras. Los rostros de las Vírgenes evocan, en cierto modo, el aspecto de las Vírgenes borgoñonas: ca­ras gordezuelas, pero delicadas, en las que la pureza celes­tial se busca en los límites de una extrema juventud, casi en una edad pueril.
La observación de los detalles (amorosamente reprodu­cidos, hasta constituir verdaderas «naturalezas muertas») es encantadora. La magia parece haberse transferido verdaderamente al misterio de los objetos y de la luz que los pone de manifiesto.

En cuanto a los paisajes tanto si constituyen el fondo como el detalle del cuadro, siempre son un afortunado descubrimiento y relatan una historia que es una aventura para quien contempla el cuadro, de la misma manera que lo fue para el propio pintor. Ya se inician los preliminares de un nuevo lenguaje artístico que prepa­ran un largo viaje de descubrimiento.





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