Análisis:
ROGER VAN DER WEYDEN: RETRATO DE UNA JOVEN
ROGER VAN DER WEYDEN: PAISAJE
ROGER
VAN DER WEYDEN: PAISAJE, detalle del Tríptico Blandelin, hacia 1456. Museo de
Berlín.— Generalmente, los paisajes de Van Der Weyden se caracterizan por una
cierta atmósfera irreal, con árboles de ramas muy delgadas y una desolada y
árida vegetación. Un motivo bastante frecuente es el terreno escarpado
dispuesto en ondulaciones que parecen montar unas sobre otras. En el Tríptico
Blandelin, el paisaje del fondo de la derecha constituye una de las más
hermosas evocaciones de un lugar urbano debida a Roger: una calle ascendente en
una ciudad, seguramente Middelburg. Los colores claros, de tonalidades
apagadas, no presentan bruscos contrastes; en este caso, el paisaje es
«verdadero», constituido con inteligencia y reproducido con exactitud.
ROGER
VAN DER WEYDEN: RETRATO DE UNA JOVEN (38,1 X 26,6 cm.), hacia 1455. Washington,
National Gallery. — Este sugestivo retrato femenino, legado por Andrew W.
Mellon a la National Gallery de Washington, constituye un típico ejemplo del
estilo refinadísimo de Van der Weyden. Procede de la época de madurez del
pintor y el colorido, aparece dominado por tintas simples y sobrias, sin
concesiones para reflejos luminosos o resonancias armónicas, mientras que el
dibujo destaca con seguridad marcando netamente el contorno y el interior de
las formas.
Se
ha dicho que, en sus retratos, Roger tiende a describirnos el tipo social. En
ellos —puede añadirse—, el artista define también claramente lo que constituye su
ideal social: una aristocracia del comportamiento y de las formas, entendida
como índice de refinamiento espiritual. Van der Weyden acentúa la
individualización de los rasgos, se entretiene en el detallado estudio de la
fisonomía de sus modelos, pero esta diligente observación, que podríamos
calificar de «externa», gana su más alto valor al ayudar a sugerir la
misteriosa y fascinante mutabilidad del alma humana.
Observamos
cómo la distancia que separa a Van Eyck de Van der Weyden parece aquí
reducirse. En efecto, la visión habitualmente más apasionada de este último
queda atemperada a través de una equilibrada meditación que lo lleva a grabar
sus imágenes con la nitidez de un medallista.
De todas formas, Roger
van der Weyden merece algo más que una simple cita. Aunque los ideales místicos
que a menudo le animan hagan de él un hombre del Medievo y un rezagado respecto
a Van Eyck, también su atención por la realidad se evidencia palmariamente en
su obra, quizás más como reflejo de Van Eyck y de la orientación general de
toda la escuela que como rasgo personal. Este singular artista, uno de los mejores
dibujantes que hayan existido, presenta en sus creaciones elementos no siempre
homogéneos hasta el punto de que a veces resulta difícil garantizar la autenticidad
de sus obras. Privado de la serenidad de Van Eyck, Roger van der Weyden vio el
mundo a través de un prisma de dolor —otra tendencia que lo relaciona con
ciertos exponentes del gótico internacional— y se mostró interesado, más que
en el aspecto objetivo de los seres, en su profundo carácter, que trató de
reproducir, consiguiéndolo plenamente en admirables retratos.
Pero estos pintores ya
están proyectados hacia lo nuevo. La separación entre el cuello de una Virgen
y el brazo del Niño no corre ya a cargo sólo de la línea, sino de una sabia
gradación de sombras. Los rostros de las Vírgenes evocan, en cierto modo, el
aspecto de las Vírgenes borgoñonas: caras gordezuelas, pero delicadas, en las
que la pureza celestial se busca en los límites de una extrema juventud, casi
en una edad pueril.
La observación de los
detalles (amorosamente reproducidos, hasta constituir verdaderas «naturalezas
muertas») es encantadora. La magia parece haberse transferido verdaderamente al
misterio de los objetos y de la luz que los pone de manifiesto.
En cuanto a los
paisajes tanto si constituyen el fondo como el detalle del cuadro, siempre son
un afortunado descubrimiento y relatan una historia que es una aventura para
quien contempla el cuadro, de la misma manera que lo fue para el propio pintor.
Ya se inician los preliminares de un nuevo lenguaje artístico que preparan un
largo viaje de descubrimiento.
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