ELEGÍA
PARA UN BANDOLERO de Gabriel García Márquez
En
la madrugada del último sábado - quizá cuando ya la trompeta del arcángel había
dado el toque de queda - alguien golpeó a las puertas del Infierno. El portero
de turno - vestido con un pijama de fuego - se apresuró a atender al
trasnochado visitante y vio a un hombre joven, rubio, nervioso, con la
dentadura montada en oro legítimo y los huesos montados en plomo de grueso
calibre. Tal vez no dijo una palabra el recién llegado. Tal vez se quedó
silencioso, jadeante, parado en el umbral eterno, aguardando la voz que le
ordenase entrar. Sin embargo, debió pasar un siglo antes de que el portero,
todavía con las imágenes del último sueño pegadas a los párpados y todavía sin
reconocer al visitante, diera la orden de pasar adelante, de acuerdo con las
más elementales normas de la cortesía infernal.
Una
vez adentro, el huésped desocupó sus bolsillos y colocó el contenido de ellos
en la mesa de nogal que debe de haber en la sala de recibo del Infierno. Dos
revólveres, ochenta cartuchos, setecientos pesos en efectivo y dos escapularios
fue lo que alcanzó a distinguir el portero, medio asombrado, medio confundido y
con el libro de actas abierto y listo para llenar los requisitos del registro
civil.
¿El
nombre del recién llegado? Marco Tulio Triana, alias "Lamparilla".
¿Torero? No. Bandolero de profesión y criminal; por más señas. ¿Causas de la
muerte? Muerte natural. ¿Natural? (el portero hizo un gesto que era a la vez de
duda y de sospecha). ¿Por qué decía el visitante que había fallecido de muerte
natural cuando tenía el cuerpo cosido de proyectiles?
"Lamparilla",
eterno ya, transfigurado por el escabroso viaje metafísico, hizo la aclaración:
"Para un hombre como yo, ocho
proyectiles después de una reyerta es muerte natural, la más natural de todas
las muertes. Una pulmonía o un ataque de apendicitis habría sido un epílogo
artificial, completamente falso para un bandolero con dignidad".
Mientras tanto,
en Toro, tranquilo pueblecito del Valle del Cauca, el cuerpo ametrallado de
"Lamparilla" reposaba, quieto y glacial, en un salón de baile,
rodeado de mujeres patéticas y de hombres turbios, oscurecidos. Su entierro
sería una nutrida procesión de curiosos.
Adelante irían los tres ladrones más ilustres de la región, presidiendo el cortejo en mitad del cual, y en hombros de sus amigos, iría el cuerpo reventado del muerto que permaneció toda la noche en cámara ardiente en la inspección de policía.
Adelante irían los tres ladrones más ilustres de la región, presidiendo el cortejo en mitad del cual, y en hombros de sus amigos, iría el cuerpo reventado del muerto que permaneció toda la noche en cámara ardiente en la inspección de policía.
Dará
la impresión, cuando pase el cortejo, de que el ataúd se lleva todo el espanto,
todo el desasosiego nocturno, todas las pesadillas de la comarca. Se le verá
doblar la última esquina del pueblo al ataúd ladeado, alto, primitivo - en
medio de un silencio casi sólido, casi concreto, que podría preceder a un grito
de mujer.
Sin
embargo, en el Infierno hay una especie de revolución. En medio de los
revólveres, los cartuchos, los setecientos pesos robados y la historia
desapacible, has dos escapularios y una palabra de arrepentimiento a última
hora. Tal vez la historia no pasará de allí. Tal vez no se había llegado a una
conclusión definitiva en el juicio final, cuando el sepulturero echó la primera
palada de tierra y una mujer empezó a sollozar por detrás de un dolor barato,
inconsistente. Eso fue todo, antes de que el portero infernal, trasnochado y
confundido, dijera al visitante, ocho siglos después de haber tocado a la
puerta: "El caso sería sencillísimo,
si no fuera por los escapularios".
FIN
Gabriel García Márquez (Aracataca, Magdalena -1928-México,
2014).Escritor colombiano. Se inició muy joven en el periodismo .De su
precoz contacto con la vanguardia y de su experiencia de una sociedad
asolada por la violencia nació su primera
novela, La hojarasca (1955). En este mismo año comenzó sus
viajes por el extranjero como corresponsal de prensa y fue dando a conocer una
serie de narraciones breves que le valieron la aprobación de la
crítica: El coronel no tiene quien le escriba (1958), Los funerales de la Mama Grande (1962), La mala hora (1962). Alcanzó fama universal con la publicación de Cien años de
soledad (1967), obra cumbre del realismo mágico, en
la cual fantasía y realidad se funden para dar vida al imaginario
Macondo y a sus insólitos moradores. Premio Nobel de Literatura en 1982. De su obra posterior
cabe destacar los relatos recogidos en La increíble y
triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada (1972), y
las novelas El otoño del patriarca (1975),sobre
la trágica soledad de un anciano dictador, Crónica de
una muerte anunciada (1981), El amor en los tiempos del cólera(1985)
y El general en su laberinto (1989), reflexión sobre el poder
a partir de la figura de Bolívar.