En la villa, la ropa lava mal de Horacio Sotelo
Pensaba la "Chanchi", en
cuclillas sobre el tacho de plástico, refregando.
Miró su remera preferida, la blanca, con la cara de la "Mona" Jiménez
estampada. El blanco nunca queda blanco. Será por el viento y la tierra o
porque el agua se corta a cada rato o porque vos no tenés ganas,
"Chanchi".
El gorgojeo ronco
del pico al cortarse el agua. Otra vez. El caño maestro pasaba por la otra
cuadra, lo habían "pinchado" en una sola conexión para todos, ellos
estaban últimos: si los primeros usaban el agua, no les llegaba. Había que
esperar.
En la villa
siempre hay que esperar. Que vuelva la luz o el agua. Esperar que pare de
llover porque ya está goteando adentro o que amaine el viento que hace cimbrar
las chapas y descuelga los ganchos. O que la suerte cambie. Esperar. El
entrenamiento pacífico, paciente y abnegado de los pobres.
Volvía el agua. Se
apuró a enjuagar antes de que se cortara otra vez. Miró la ropa lavada. ¡Fiú!
Había estado como tres horas lavando. Ahora venía su peor pesadilla: colgar la
ropa en la soga, su enemiga más odiada, que se cortaba a cada rato y que su
padrastro ya iba a arreglar, ya iba a arreglar.
Colgó cada
prenda suavemente, con una desconfianza rayana en el trauma y, cuando terminó,
la amenazó con un dedo:
- Esta vez no,
eh, hija de ... ¡Ni se te ocurra!
Del otro lado
del alambrado que los separaba de los vecinos, doña Eugenia miraba sin mirar,
con esa costumbre ladina que tenía de tomar mate mirando el piso pero sin
perder detalle. Vieja chusma.
Le dio la
espalda a su última obligación diaria y se encaminó hacia la puerta de calle, a
sentarse en el tronquito y mirar, a lo lejos, pasar los coches por la ruta 20, su
ventanita al mundo.
El chasquido,
como una puñalada por la espalda. Se incorporó de un salto.
- ¡Noo! ¡Otra
vez no, no!
Toda la ropa en
el suelo.
Su padrastro,
desde adentro de la casa:
- ¡Qué pasó,
Chanchi!
- ¡Qué pasó!
¡Que otra vez se cortó la maldita soga que ya vas a arreglar, ya vas a arreglar!
Apretó los
puños. Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero estaban entrenadas , siempre
se asomaban, pero rara vez caían.
Doña Eugenia
miraba, ahora abiertamente.
- ¡Qué mirás,
vieja de ...!
Su padrastro se
acercó.
- Es que la soga
está podrida, hay que hacerla de alambre, pero no tengo... Ahora cuando
cobre...
Las lágrimas
que, al fin, siempre huían hacia adentro. Tal vez ahí estaban mejor. Tomó aire.
- Bueno, cuando
cobrés y la arreglés, vuelvo a lavar.
Se sentó otra
vez en el tronco. Pero ahora la ventana estaba empañada. El mundo quedaba
lejísimo.
Vio a su vecina
entrar y salir de todas las casas de la cuadra.
Estaría contando
que se le rompió la soga y que eran tan pobres que no podían arreglarla. La
odiaba.
La sorprendió
caminando hacia ella con un rollo de alambre y una tenaza en las manos.
- Hola, Chanchi,
¿tu papá está?
No era su papá,
pero…
- Sí, está
adentro, pase.
- Permiso.
La hija de doña
Eugenia venía con un tacho grande y una manguera. Y otras dos vecinas también,
con tachos grandes. Se paró, extrañada.
Entró y vio a su
padrastro tendiendo el alambre.
- Vení, Chanchi,
entre todas te vamos a ayudar a lavar la ropa de vuelta.
- Con qué agua,
doña Eugenia, sale un culito, aquí estamos últimos y ...
Eugenia abrió la
canilla. Un chorro fuerte.
- Ya hablé con
todos los vecinos, no van a usar el agua hasta que terminemos
... Vení, las
viejas lavamos y vos y mi hija enjuagan.
Ella se agachó y
tomó el paquete de jabón en polvo del suelo. Quedaba un poquito así.
- Yo traje,
vamos a llenar los tachos. ¿Qué música te gusta?
- Cuarteto.
- ¿Quién?
- La Mona.
Doña Eugenia era
de la guardia vieja y entonces se puso a cantar:
"Cómo la
gasta, cómo la gasta,
la flaca Marta,
cómo la gasta"
Todos la
imitaron y, mientras llenaban los tachos, cantaban y bailaban con ese pasito
nuestro de los pies como rematando cucarachas y el movimiento inigualable de
las caderas con tonada.
La Chanchi las
miraba lavar. Le asombraba su rapidez y firmeza. Son manos guapas, Chanchi.
Manos villeras veteranas de pobrezas. Porque si no tenés lavarropa, secarropa,
procesadora, tus manos pueden hacerlo. Porque siempre lo hicieron.
Alguien trajo un
"musiquero" y ahora sí, la "Mona" a “ful”: "Porque
es la novia blanca..."
Golpeaban las
manos, cantaban, bailaban aferradas a los tachos. La Chanchi sonreía y estaba
comprobando que una sonrisa le hace bien al cutis. Rejuvenece. Había recuperado
su carita de niña contenta.
Al fin
terminaron y colgaron la ropa en la ahora, aparentemente, robusta soga. La
Chanchi la miraba con desconfianza, de reojo, como al peor de los traidores.
- Chau, Chanchi.
- Gracias,
gracias - ella.
Doña Eugenia le
puso una mano en el hombro.
- Vamos,
Chanchi, todo no es tan tremendo... Con fe, amor y ganas, siempre salís
adelante... vamos, vamos, hija, eh, vamos - y le levantó un pulgar.
- Gracias, doña
Eugenia.
Y ahora, sí, por
fin, una pequeña lagrimita, tan chiquita que casi no la sentía, saltó el cerco
y rodó por su mejilla. Su padrastro se acercó.
- No se va a
cortar, Chanchi, la puse bien fuerte.
- No estoy tan
segura... Siempre se rompe, porque eso es lo único que me pasa en la vida, que
la soga se corte, sólo eso.
Él se acercó
más:
- Bueno, si
querés que tu vida cambie, empezá a darle motivaciones diferentes y otras
intenciones.
- ¿Como cuáles?
- Como creer en
la gente ¿viste cómo te ayudaron?... y vos ni siquiera las saludabas... y, si
podés, tener un poco más de fe en lo que hago. Puse bien la soga, no se va a
cortar.
Lo miró. En
realidad, no era malo. Trabajaba, no tomaba y los trataba bien a ella y a sus
hermanitos, cinco, nunca les había pegado ni siquiera gritado. No, no era malo,
pero… Era su padrastro. Un intruso.
- Si querés, te
hago una apuesta.
- ¿Cuál? -
contestó ella.
- Colgate vos
también de la soga y vas a ver que aguanta.
- Y qué jugamos.
- Un beso aquí
-se tocó la mejilla- El beso que nunca me diste... dale, yo te alzo.
Sintió sus manos
en la cintura y fue un contacto mágico, como de duendes alzándola de la cuna. No
se atrevía a tocar la soga… Y pensó: “Ese beso que nunca me diste”.
- Está bien, no
se va a cortar, ganaste, te pago la apuesta. Y le dio un beso, sonoro y fuerte.
Breve
biografía del autor:
El autor del texto nació en
Quilmes, provincia de Buenos Aires, en 1945, en el seno de una familia de inmigrantes
gallegos, humildes y trabajadores que le brindó una férrea formación, la que
luego habría de salvarle la vida.Luego,
su vida dio un vuelco y le hizo recorrer senderos equivocados de los que pudo
alejarse con una encomiable fuerza de voluntad; la misma que le permitió
desenvolverse con dignidad en distintos oficios: horneó ladrillos, fue peón de
albañil, representó artistas, vendió cubanitos y helados en la puerta de un
colegio. Posteriormente, llegó a Córdoba, ciudad que lo vio nacer como escritor.
En el año 2001 publicó Corazón de
pájaro (dos libros de
poemas) y en el 2003 incursionó en la narrativa y editó Alias árbol, novela de fuerte contenido humano.Actualmente,
escribe para la revista "La Luciérnaga", recorre colegios e
institutos correccionales dando charlas y prepara su tercer libro.