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13 de marzo de 2020

Análisis de La pregunta de sus ojos de Eduardo Sacheri


La novela La pregunta de sus ojos, de Eduardo Sacheri, narra dos historias. En primer lugar, cuenta la escritura de un relato. Benja­mín Chaparro, que acaba de jubilarse, decide emplear su tiempo libre para escribir una novela sobre hechos ocurridos en el pasado, de los que fue testigo y, en parte, protagonista. Esa novela aparece dentro de la historia como relato enmarcado, por lo que podemos leer cada uno de sus capítulos en alternancia con los del relato marco. El narrador de este relato enmarcado es de primera perso­na porque Benjamín Chaparro decide incluirse a sí mismo como personaje y dar su voz para presentar los hechos.
En segundo lugar, presenta la historia marco que no constituye un relato policial; esta se cuenta desde un presente en democracia y posee un narrador en tercera persona omnisciente. Este narra­dor transmite las dudas y las decisiones de Chaparro sobre cómo contar el pasado, pero también se refiere al sufrimiento de este personaje a causa del amor secreto que siente por Irene.

Una novela, dos policiales
La novela que escribe Chaparro es un relato policial y puede dividirse en dos partes. La primera presenta la estructura de un policial clásico: se inicia con el hallazgo del cadáver de Liliana Colotto, una joven de veintitrés años que ha sido violada y asesinada en su propia casa. A partir de ese hecho, se inicia la historia de la investigación: quién la mató y cuáles fueron los pasos previos del criminal. El rol de detective lo cumple Chaparro, aunque por mo­mentos es ayudado por el oficial inspector Alfredo Báez, un poli­cía inteligente y honesto. Esta investigación culmina con el descu­brimiento y encarcelamiento del criminal, Isidoro Gómez.
La segunda parte comienza a adquirir características de una novela negra. El contexto histórico cambia radicalmente y empie­za a tener una importancia central en relación con los aconteci­mientos. En un principio, los hechos se sitúan durante el gobierno de Héctor Cámpora (1973) y se describe una situación de desorden social y violencia creciente, que Romano, con la intención de ven­garse de Chaparro, aprovecha para liberar a Isidoro Gómez al incluirlo en una amnistía para presos políticos.
 Luego se produce un salto temporal en la narración y se la retoma meses después de haberse producido el golpe de Estado de 1976. En ese nuevo con­texto, una de las víctimas es el propio Chaparro, que una madru­gada vuelve a su departamento y lo encuentra destruido. El detec­tive en esta parte es Alfredo Báez, quien contrasta con el carácter inepto, corrupto y sanguinario de los otros policías.
En el desarrollo de la novela enmarcada, la escrita por Chaparro, el contexto se vuelve cada vez más caótico: pasa de mostrar un  crimen individual, solitario y pasional (la violación y asesinato de Liliana Colotto) a exponer la violencia fuera de control de los sicarios del Estado sobre los ciudadanos. Por eso, cuando Chaparro encuentra  su departamento destruido, la hipótesis es que han sido las fuerzas  de seguridad. En esta parte, el narrador-investigador se transforma  en el blanco de los criminales y deberá huir para no convertirse en víctima. Los criminales, por su parte, no buscan ocultar su accionar, sino todo lo contrario:

[...] temí que fuera muy difícil averiguar algo de estos tipos que andan en los servicios de inteligencia, y toda esa mano. Capaz que en un país serio esas organizaciones son herméticas. [...] Pero acá tienen más agujeros que un colador de té, fíjese.

El temor comienza a extenderse entre los testigos, porque saben que lo que han visto puede transformarlos, a su vez, en vícti­mas de ese Estado-criminal. Así, tanto la víctima como el asesino se transforman en instancias colectivas.
A su vez, el conocimiento de la sociedad acerca del accionar ilegal de las fuerzas de seguridad hace que tanto los personajes como el lector, que conoce el marco histórico, adviertan desde un primer momento quién puede ser el culpable. De hecho, para per­mitir que Báez cuente su hipótesis acerca de lo sucedido en el de­partamento, siguiendo la estructura del policial clásico, el narra­dor muestra una ingenuidad que no parece propia del personaje y dice no tener idea de lo que puede haber sucedido:
No habían actuado al voleo, seguro. Eso, sumado a todo lo demás, me permitió identificarlos con cierta facilidad. [...] hoy en día no hay tantas alternativas para saber de qué palo son, ¿no le parece?

Un policial desestructurado

El carácter caótico del marco histórico determina la desestructura­ción de varios elementos del policial. En primer lugar, no se encuen­tran las víctimas debido a que están desaparecidas, como el primo de Sandoval. En esos casos, los crímenes solo se intuyen y la existencia de un detective que se inmiscuya queda descartada inmediatamente.
En segundo lugar, las escenas del crimen son múltiples (todas las calles están tomadas por ese Estado-criminal), pero también inhallables ya que, como sucedió en los centros clandestinos de detención, se produce un ocultamiento de los espacios donde ocu­rren esas escenas del crimen.
En el caso de la novela de Eduardo Sacheri,  La pregunta de sus ojos, el policial quizá sea una respuesta al interrogante sobre cómo contar el horror del terrorismo de estado desde una perspectiva literaria. La estructura del género lleva a deliberar a partir de un enigma y, en el caso de esta novela,  esas reflexiones acerca del pasado, ya que uno de los mayores enigmas de la historia argentina es el de los desaparecidos durante la última dictadura militar.

Fuente: Literatura V, Ed. Puerto de Palos, Buenos Aires, 2014.


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