Análisis de La Casa de Asterión de Jorge Luis Borges
Fuente: Oscar Sambrano
Urdaneta y Domingo Miliani, Literatura
hispanoamericana II, Monte Avila Editores, Caracas, 1991.
Tal
vez sea éste uno de los cuentos que resuma la técnica y la concepción del
cuento en Jorge Luis Borges. El argumento del cuento es de carácter mitológico.
Se trata precisamente de la leyenda del Minotauro y de Teseo. Si hacemos
memoria de este desarrollo en la mitología, entenderemos más cabalmente las
hondas implicaciones del texto de Borges.
Asterión
o Asterio, es un dios egeo. Su nombre significa originalmente «El estrellado».
Fue rey de Creta. Tomó por mujer a Europa, quien había sido raptada y poseída
por Zeus, quien para lograr sus propósitos se metamorfoseó en toro. De la unión
del dios y la doncella habían nacido tres hijos: Minos, Radamantis y Sarpedón.
Asterión los adoptó como a propios hijos. Recordemos además que Creta, en su
más remota referencia mitológica significa Toros. Asterión dejó de heredero al
trono a su hijo adoptivo Minos, quien casó con Pasifae. Su esposa, por castigo
de Poseidón, se entregó apasionadamente a un toro, de cuyo nexo nació el
Minotauro, un monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro. Aquel engendro
era, además, antropófago. Fue encerrado en el laberinto, una edificación
enrevesada con muchas falsas puertas interiores y con forma de espirales
truncas. Todas las puertas falsas, menos la única de entrada, desembocan en su
centro, un patio con su aljibe de agua de mar. Había sido construido por
Dédalo, padre de Icaro.
A raíz
de los asedios que los atenienses mantenían sobre el reino de Creta, Minos
pidió ayuda a Zeus. Este envió plagas innumerables contra los atenienses,
quienes para librarse del castigo, prometieron entregar a Minos, todos los años
y durante nueve consecutivos, siete jóvenes y siete doncellas para que fueran
inmoladas al Minotauro.
Al
segundo año de los tributos humanos, Teseo, vencedor de monstruos, llega a
Creta. Se presenta junto con las víctimas del tercer año, y como hijo del dios
Poseidón. Para comprobarlo, Minos lanzó
un anillo al mar y dijo al héroe que se lo rescatara. Teseo se sumergió en el
mar y regresó con el anillo y con una corona que le dio a Anfitrite. Ariadna,
hija de Minos, se enamora de Teseo y le revela el secreto para entrar al
laberinto, sin extraviarse en sus intrincadas vueltas. Le entrega un ovillo,
cuya punta deberá mantener el héroe, mientras ella, desde la puerta, lo irá
desovillando. Así, Teseo vence a Minotauro y se fuga con Ariadna. Hasta aquí,
el mito.
La
casa de Asterión es Creta (Toros), pero también se alude al laberinto. El desarrollo
del relato va construyendo el mito, o la leyenda, que nacen sobre las bases del
temor. Borges nos va entregando los indicios, de manera progresiva y alternada.
Minotauro narra su vida en el laberinto, pero al mismo tiempo, sutilmente, en
el monólogo, habla de sus propios laberintos interiores y del mundo, entendido,
borgianamente, como un laberinto. El juego reside en las falsas rectificaciones
de la leyenda, desde el punto de vista del Minotauro, que sería un como
antihéroe monstruoso, respecto a Teseo, pero que en el cuento, asume una doble
figuración, a veces humana, por la capacidad de reflexión y otras animal, por
su respiración poderosa y el dormir de pie, con los ojos cerrados.
La
sensación de temor que inspiran los mitos, está dada con una imaginaria salida
vespertina del Minotauro. Pero se sugiere a través de las caras de la plebe,
que terminan de inspirar temor al Minotauro, por inversión de sentido en el
lenguaje. El pánico generador del mito, alude subterráneamente a la llegada de
Teseo: «La gente oraba, huía, se prosternaba; (...). alguno, creo, se ocultó
bajo el mar». (Recordemos a Teseo en el rescate del anillo lanzado al mar por
Minos). Este indicio ubica la narración dentro del tiempo mítico, en el momento
de la llegada del tercer contingente de jóvenes y doncellas atenienses.
La
comunicación engendrada por la leyenda de Minos, nos lleva ahora del tiempo
histórico al espacio mitológico en cuya tradición vive el Minotauro y dentro de
la cual se llegó a hablar de dos, en lugar de uno. Así se explica el párrafo:
«El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda transmitir a
otros hombres». Allí comienza la destrucción de la leyenda en sí, que se va
hilvanando y desenredando en la trama lúdica del relato. Y es cuando comienza
el Minotauro a cobrar su fisonomía de bestia, a través de un símil: «Semejante
al camero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al
suelo, mareado». Luego ocurre el desdoblamiento: hombre-toro, pero también los
juegos binomiales tan del gusto de Borges: el reflejo múltiple del propio
animal-hombre reflejado en el aljibe. El Minotauro ingresa en una dimensión
fantástica dentro de lo fantástico.
Aquí
comienza tal vez lo más sorprendente de la destrucción del mito en el cuento.
Porque, al afirmar el narrador de primera persona, que es el Minotauro,
volvemos a hallar una doble vertiente significativa: «la ceremonia dura pocos
minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangrente las manos». En la
denotación, pensamos que el Minotauro carece de manos, porque tiene cascos de
toro. Mas si observamos el transfondo, es que la muerte se opera por el pánico
de las víctimas, ante la creencia en el mito del monstruo, y no porque éste
exista en la realidad, siquiera de la ficción borgiana. Más aún, en el cuento
es donde menos existe, porque el diseño conduce a la negación del Minotauro,
que de victimario, sabemos, ha de pasar a víctima del héroe. Allí insurge la
tremenda ironía del cuentista. Cuando el Minotauro medita sobre cómo ha de ser
su redentor, cobra la identidad completa. Pero la narración de primera persona
se interrumpe. Y al final, habla el autor, omnisciente en apariencia, por boca
de Teseo. Y lo hace para dejar al vencedor de monstruos, en entredicho: la
espada de Teseo brilla con el sol. «Ya no quedaba ni un vestigio de sangre». No
puede haberlo, sencillamente porque Minotauro no existe. Teseo ha vencido al
miedo respecto del mito y no al Minotauro. Por ello puede afirmar: «El
minotauro apenas se defendió».
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