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7 de noviembre de 2021

Análisis de La Casa de Asterión de Jorge Luis Borges

 


Análisis de La Casa de Asterión de Jorge Luis Borges

 

Fuente: Oscar Sambrano Urdaneta y Domingo  Miliani,  Literatura  hispanoamericana II, Monte Avila Editores, Caracas, 1991.

 

Tal vez sea éste uno de los cuentos que resuma la técnica y la concepción del cuento en Jorge Luis Borges. El argumento del cuento es de carácter mitológico. Se trata precisamente de la leyenda del Minotauro y de Teseo. Si hacemos memoria de este desarrollo en la mitología, entenderemos más cabalmente las hondas implicaciones del texto de Borges.

Asterión o Asterio, es un dios egeo. Su nombre significa originalmente «El estrellado». Fue rey de Creta. Tomó por mujer a Europa, quien había sido raptada y poseída por Zeus, quien para lograr sus propósitos se metamorfoseó en toro. De la unión del dios y la doncella habían nacido tres hijos: Minos, Radamantis y Sarpedón. Asterión los adoptó como a propios hijos. Recordemos además que Creta, en su más remota referencia mitológica significa Toros. Asterión dejó de heredero al trono a su hijo adoptivo Minos, quien casó con Pasifae. Su esposa, por castigo de Poseidón, se entregó apasionadamente a un toro, de cuyo nexo nació el Minotauro, un monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro. Aquel engendro era, además, antropófago. Fue encerrado en el laberinto, una edificación enrevesada con muchas falsas puertas interiores y con forma de espirales truncas. Todas las puertas falsas, menos la única de entrada, desembocan en su centro, un patio con su aljibe de agua de mar. Había sido construido por Dédalo, padre de Icaro.

A raíz de los asedios que los atenienses mantenían sobre el reino de Creta, Minos pidió ayuda a Zeus. Este envió plagas innumerables contra los atenienses, quienes para librarse del castigo, prometieron entregar a Minos, todos los años y durante nueve consecutivos, siete jóvenes y siete doncellas para que fueran inmoladas al Minotauro.

Al segundo año de los tributos humanos, Teseo, vencedor de monstruos, llega a Creta. Se presenta junto con las víctimas del tercer año, y como hijo del dios Poseidón. Para comprobarlo,  Minos lanzó un anillo al mar y dijo al héroe que se lo rescatara. Teseo se sumergió en el mar y regresó con el anillo y con una corona que le dio a Anfitrite. Ariadna, hija de Minos, se enamora de Teseo y le revela el secreto para entrar al laberinto, sin extraviarse en sus intrincadas vueltas. Le entrega un ovillo, cuya punta deberá mantener el héroe, mientras ella, desde la puerta, lo irá desovillando. Así, Teseo vence a Minotauro y se fuga con Ariadna. Hasta aquí, el mito.

 El argumento del cuento no es, pues, original. Pero lo primero que nos sorprende es cómo Borges narra la vida del Minotauro desde el punto de vista del monstruo mismo y en primera persona. Entrega al lector una clave simulada, inicial, en la cita de Apolodoro, que funde el nombre de Asterión, porque inicialmente se le confundía con Zeus, o al menos se le identificaba, y también con la presunta metamorfosis de un toro.

La casa de Asterión es Creta (Toros), pero también se alude al laberinto. El desarrollo del relato va construyendo el mito, o la leyenda, que nacen sobre las bases del temor. Borges nos va entregando los indicios, de manera progresiva y alternada. Minotauro narra su vida en el laberinto, pero al mismo tiempo, sutilmente, en el monólogo, habla de sus propios laberintos interiores y del mundo, entendido, borgianamente, como un laberinto. El juego reside en las falsas rectificaciones de la leyenda, desde el punto de vista del Minotauro, que sería un como antihéroe monstruoso, respecto a Teseo, pero que en el cuento, asume una doble figuración, a veces humana, por la capacidad de reflexión y otras animal, por su respiración poderosa y el dormir de pie, con los ojos cerrados.

La sensación de temor que inspiran los mitos, está dada con una imaginaria salida vespertina del Minotauro. Pero se sugiere a través de las caras de la plebe, que terminan de inspirar temor al Minotauro, por inversión de sentido en el lenguaje. El pánico generador del mito, alude subterráneamente a la llegada de Teseo: «La gente oraba, huía, se prosternaba; (...). alguno, creo, se ocultó bajo el mar». (Recordemos a Teseo en el rescate del anillo lanzado al mar por Minos). Este indicio ubica la narración dentro del tiempo mítico, en el momento de la llegada del tercer contingente de jóvenes y doncellas atenienses.

La comunicación engendrada por la leyenda de Minos, nos lleva ahora del tiempo histórico al espacio mitológico en cuya tradición vive el Minotauro y dentro de la cual se llegó a hablar de dos, en lugar de uno. Así se explica el párrafo: «El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda transmitir a otros hombres». Allí comienza la destrucción de la leyenda en sí, que se va hilvanando y desenredando en la trama lúdica del relato. Y es cuando comienza el Minotauro a cobrar su fisonomía de bestia, a través de un símil: «Semejante al camero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado». Luego ocurre el desdoblamiento: hombre-toro, pero también los juegos binomiales tan del gusto de Borges: el reflejo múltiple del propio animal-hombre reflejado en el aljibe. El Minotauro ingresa en una dimensión fantástica dentro de lo fantástico.

 El número catorce es una clave que ahora cobra diafanidad: los siete jóvenes y las siete doncellas que son sus víctimas anuales. Pero el laberinto adquiere un valor connotativo, metafísico, que se identifica con la concepción borgiana del mundo: «La casa es del tamaño del mundo: mejor dicho, es el mundo». Y la simbología de las inmolaciones se universaliza en el sentido de los sacrificios históricos de las víctimas humanas, ocasionadas por las guerras. La figuración cósmica, de los dos universos explica al sol, arriba, y él, abajo. Pero cuando dice que quizás él ha creado las estrellas y no se acuerda, es porque en las cosmogonías cretenses más antiguas, Asterión, el estrellado, se identifica como padre del firmamento. Sigue la idea de los hombres víctimas, asociada a la idea universal de los sacrificios. Porque sabemos, por la leyenda, que aquellos sacrificios sólo se cumplieron durante los dos primeros años, aunque la pena estaba tasada en nueve. Pero en la historia del relato, el lenguaje adquiere la connotación trascendente cuando afirma: «Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal». El número, para confundir, se altera. Pero el mito se magnifica.

Aquí comienza tal vez lo más sorprendente de la destrucción del mito en el cuento. Porque, al afirmar el narrador de primera persona, que es el Minotauro, volvemos a hallar una doble vertiente significativa: «la ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangrente las manos». En la denotación, pensamos que el Minotauro carece de manos, porque tiene cascos de toro. Mas si observamos el transfondo, es que la muerte se opera por el pánico de las víctimas, ante la creencia en el mito del monstruo, y no porque éste exista en la realidad, siquiera de la ficción borgiana. Más aún, en el cuento es donde menos existe, porque el diseño conduce a la negación del Minotauro, que de victimario, sabemos, ha de pasar a víctima del héroe. Allí insurge la tremenda ironía del cuentista. Cuando el Minotauro medita sobre cómo ha de ser su redentor, cobra la identidad completa. Pero la narración de primera persona se interrumpe. Y al final, habla el autor, omnisciente en apariencia, por boca de Teseo. Y lo hace para dejar al vencedor de monstruos, en entredicho: la espada de Teseo brilla con el sol. «Ya no quedaba ni un vestigio de sangre». No puede haberlo, sencillamente porque Minotauro no existe. Teseo ha vencido al miedo respecto del mito y no al Minotauro. Por ello puede afirmar: «El minotauro apenas se defendió».

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