SIMBOLOGÍA: Andrógino : Fórmula arcaica de la coexistencia
de todos los atributos, comprendidos
los atributos sexuales, en la unidad divina,
así como en el hombre perfecto, sea que
haya existido en los orígenes, sea que haya
de ser en el futuro. Mircea Eliade ve en esta
creencia y este símbolo la expresión de la
«coexistencia de los contrarios, de los principios
cosmológicos (macho y hembra) en el
seno de la divinidad». Cita numerosos ejemplos
extraídos de las religiones nórdicas,
griegas, egipcias, iranias, chinas, e indias.
allegada en China a la pareja complementaria
luz-obscuridad, que expresa los aspectos
sucesivos de una sola y misma realidad ...
ora manifiesta, ora no manifiesta. Tal concepción
de un dios andrógino ayuda a comprender
que él se baste a sí mismo, que
extraiga de sí mismo su propia existencia y
que toda existencia derive sólo de él corno
de una fuente única.
En efecto, la perfección humana sólo puede
ser a imagen de la divina; tanto si la
situamos en el pasado como en el porvenir,
se representa por el estado andrógino; Eva
no sería más que el resultado de una ruptura
interna, de una escisión; el futuro Adán
reintegrará en un todo ambas partes separadas.
El andrógino es el símbolo de la indiferenciación
original y de la ambivalencia.
Símbolo de los más antiguos según el cual el
hombre de los orígenes poseía los dos sexos.
Para los bambara, es «una ley fundamental
de la creación que cada ser humano sea a
la vez macho y hembra en su cuerpo y en
sus principios espirituales» (OlEB).
Los ritos de la circuncisión y de la excisión
se explican a menudo por la necesidad
de hacer pasar al niño de manera definitiva
a su sexo aparente; el clítoris es en la mujer
como una supervivencia del órgano viril y el
prepucio en el hombre corno una supervivencia
femenina. A.G.
2. De una manera muy general, el Ser primordial
se manifiesta corno andrógino anteriormente
a su polarización o, lo que viene a
ser lo mismo, corno huevo anteriormente
a su separación en dos mitades, macho y hembra,
Cielo y Tierra, yang y yin.
Uno produce dos, dice el Tao: el Adán primordial
se convierte en Adán y Eva; el
Platón recuerda el mito del andrógino
en El Banquete : « ... en aquel tiempo
el andrógino era un género distinto, como
forma y como nombre, partícipe de ambos
sexos, macho y hembra, mientras que ahora
no queda sino el nombre y aun sumido en el
oprobio. En segundo lugar, la forma de cada
individuo era en su totalidad redonda, su espalda
y sus pechos dispuestos en círculo;
con cuatro brazos y piernas en número igual
al de los brazos, dos rostros sobre un cuello
circular, semejantes en todo; y sobre estos
dos rostros, que estaban colocados en sentidos
opuestos, una sola cabeza; además cuatro
orejas, dos órganos sexuales y todo el
resto a tenor y por semejanza con lo dicho.
Caminaba recto, como ahora y en cualquiera
de las dos direcciones; pero si le daba
alguna vez por correr a toda prisa, podían
los hombres -cual ahora los acróbatas que
levantando las piernas en alto dan circulares
volteretas- apoyándose sobre los ocho
miembros que tenían, moverse velozmente
haciendo la rueda.»
Tanto si este mito se
evoca en ciertos midraschim concernientes
al estado andrógino de Adán, o en las doctrinas
de las gnosis cristianas, la androginia se
presenta como el estado inicial que debe ser
reconquistado. También en su forma primitiva,
según una tradición, el hombre y la
mujer poseían un solo cuerpo provisto de
dos caras; Dios las separó dando a cada uno
de ellos una espalda. A partir de este momento
es cuando comienzan una existencia
diferenciada. Decir -según el mito del Génesis-
que Eva es sacada de una costilla de
Adán significa que el todo humano estaba
indiferenciado en el origen.
Escoto Erígena propone una teoría sobre
la creación de Adán, según la cual la separación
de los sexos se integra en un proceso
cósmico. El origen de esta división en el
seno de la naturaleza humana se remonta a
Dios mismo. En la medida que el hombre
reúne en él lo ~ masculino y lo femenino,
esta unión alcanza todos los planos del ser.
El Cristo resucitado prefigura ese estado de
unidad, que se presenta en una perspectiva
escatológica.
Llegar a ser uno es la meta de la vida humana.
Orígenes y Gregorio Niseno distinguen un ser andrógino en el primer hombre
creado a imagen de Dios. La deificación a la
cual el hombre es convidado le permite hallar
de nuevo tal androginia, perdida por el
Adán diferenciado y restablecida gracias al
nuevo Adán glorificado. En el Nuevo Testamento
varios textos se refieren a esta unidad.
Cristo al hablar de los que están aún en el
mundo pide a su Padre que ellos sean uno
(Jn 17,11); se alude a la unión de los miembros
en el cuerpo (1 Cor 12,27); san Pablo
insiste sobre este tema en la carta a los Romanos
(12,4-5) a propósito de la pluralidad
de los miembros en la unidad del cuerpo.
Todas esas expresiones significan una plenitud
y una perfección que la androginia simboliza;
en este caso, si se puede decir, una
androginia colectiva.
Habiendo señalado la androginia como
una de las características de la perfección espiritual,
en san Pablo y en el Evangelio de
san Juan, Mircea Eliade escribe: «En efecto,
llegar a ser macho y hembra o no ser macho
ni hembra son expresiones plásticas por las
cuales el lenguaje se esfuerza en describir la
metanoia, la conversión, la reversión total
de los valores. Es tan paradójico ser macho
y hembra como convertirse de nuevo en
niño, nacer otra vez, o pasar por la puerta
estrecha» (EL/M, 132).
4. La androginia aparece como símbolo de
divinidad, de plenitud, de autarquía, de fecundidad,
de creación. La bisexualidad divina
se extiende a todos los grados de la
participación. En las antiguas teogonías griegas,
los seres divinos no tienen necesidad de
una pareja para engendrar; aunque presentados
como masculinos o femeninos, son andróginos.
Mircea Eliade ha mostrado cómo
sólo el andrógino ritual posee valor ejemplar,
no tiene por qué agrupar los órganos
macho y hembra, pues representa «la totalidad
de las potencias mágíco-religiosas solidarias
con los dos sexos» (ELlM, 134-135;
DELH,29).
La androginia aparece por tanto también
como un signo de totalidad; restaura no solamente
el estado del hombre original considerado
como perfecto, sino el caos primitivo
anterior a las separaciones creadoras; un
caos que esta vez se ha vuelto ordenado, sin
haber perdido nada de su riqueza, ni haber
roto nada de su unidad. Cuando el Dios
creador separa las aguas superiores de las inferiores,
introduce elementos diferenciados.
Así Enoch (53,9-10) alude a las aguas cósmicas
mostrando que las aguas superiores ocupan
el papel del macho y las aguas inferiores
el de la mujer. Lo ~ alto y lo bajo, el día y
la noche, lo invisible y lo visible, lo celestial
y lo terrenal pertenecen al mismo orden
de oposición que lo masculino y lo femenino.
La reintegración de los complementarios,
aboliendo todo antagonismo, es pues
un retorno al estado primordial, trátese del
caos primitivo, del primer Adán, o incluso de la unión de lo celestial y lo terrenal, pero un retorno que es un progreso en la
conciencia de la unidad
Sin embargo, esta unidad recibe
su valor del estado celestial, del cual es
ella ya una anticipación. El estado final se
junta con el estado original.
FUENTE: DICCIONARIO DE LOS SÍMBOLOS
Bajo la dirección de
lEAN CHEVALlER
Doctor en teología. Profesor de filosofía con la colaboración de
ALAIN GHEERBRANT
BARCELONA
EDITORIAL HERDER
1986