CUENTO POPULAR: El sastre, el zapatero y los ladrones
Fuente: Susana Chertudi, Cuentos Folklóricos de la Argentina (1a. serie). Instituto Nacional de Filología y Folklore, Bs. As., 1960.
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Al recibir la noticia, que corrió enseguida de boca en boca, la gente del lugar se sintió conmovida y se olvidó de los reales que tañían que cobrarle al pobre sastre. El único que se negó a perdonar fue el zapatero del pueblo, avaro y testarudo.
–A mí me debe un real y me lo va a pagar por más muerto que esté –dijo–. Me lo va a pagar como que hay un solo Dios verdadero.
De acuerdo a la costumbre de aquella época, los amigos del sastre llevaron a la noche su cadáver para ser velado en la iglesia, hasta que llegara la hora de ir a sepultarlo en el cementerio. El zapatero se fue a la iglesia, se arrimó al cajón donde estaba el sastre y le gritó:
–¡Dame mi real, dame mi real!
En eso estaba, cuando al sentir la llegada de unas cuantas personas, el zapatero se apresuró a esconderse en un confesionario. Los que llegaban eran unos ladrones que venían a repartirse allí el dinero que habían robado en sus andanzas. Lo hicieron en siete montones, uno de más, porque ellos sólo eran seis.
–¿Para quién es el montón de más? –preguntó uno.
–Para el que le dé al muerto una puñalada en la barriga –le respondió el jefe,
Al oírlo, el ladrón que había hecho ¡a pregunta dijo:
–Yo se la daré.
Se acercó así al muerto, y ya le iba a clavar su cuchillo, cuando el muerto se levantó de un gran salto, gritando:
–¡Ayudemén los difuntos!
–¡Allá vamos todos juntos! –contestó el zapatero desde su escondite del confesionario.
Entonces los bandidos, temblando de miedo, se olvidaron del reparto del dinero y salieron de la iglesia corriendo como avestruces perseguidos.
Mientras tanto el zapatero le decía al sastre:
–Ahora dame mi real, dame mi real.
El sastre, que se había apoderado de todo el dinero de los ladrones, no quería dárselo y el zapatero le repetía con rabia:
–¡Dame mi real, dame mi real!
Uno de los bandidos, el más valiente de todos ellos, se detuvo en su carrera y le dijo a los otros:
–Esperen, esperen aquí. Yo voy a ver qué es lo que pasa allá en la iglesia.
La casualidad quiso que llegara a ella en el mismo instante en que el zapatero le decía al sastre:
–¡Dame mi real, dame mi rea!!
Entonces el ladrón salió nuevamente a todo escape y llegó y le dijo a sus compañeros, tartamudeando todavía del tremendo susto que se había llevado:
–¡Sigamos, sigamos corriendo, que allá se están repartiendo el dinero todos los difuntos a razón de un real por barba!
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