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16 de diciembre de 2018

DIARIO DEL EMBALSAMADOR DE EVA PERÓN



DIARIO DEL EMBALSAMADOR DE EVA PERÓN

Dr. PEDRO ARA

Documento extraído de Tiempo de Historia, año 1, Nº II, 1974, Madrid, España.

El 17 de noviembre de 1974 llegaba al aeropuerto de Buenos Aires el cadáver embalsamado de Eva Perón, después de haberse hallado durante una amplia temporada en Madrid. Parece terminarse así la agitada trayectoria del cuerpo de quien fuera calificada como "protectora de los descamisados". Trayectoria que —íntimamente unida a los vaivenes de la política argentina— comenzase cuan­do el doctor español don Pedro Ara fue encargado por el general Perón de embalsamar el cadáver de su esposa. En el libro "El caso Eva Perón (Apuntes para la Historia)" -que ha publicado Ediciones CVS, a quien agradecemos la amabilidad de cedernos el texto siguiente—, el doctor Ara narra todo el largo proceso de su trabajo, incluyendo un apéndice con las notas de su diario personal. Notas que, salvo algunos párrafos de menor interés, ofrecemos a continuación.


Desde el 29 de julio al 13 de octubre de 1952

29 de julio: En vista de que no se me llamaba para cumplir con el deseo expresado al ministro doctor Mendé de visitar todos los días el cadáver, he llama­do al ministro, sin poder encontrarlo en su despacho. Al fin, a la hora del almuerzo conseguí hablar a su casa particular y quedar con él en ir a buscarle a las 3,30 de la tarde, lo que realicé puntual­mente. En esa visita me infor­mó de que el cadáver, ajuicio de ellos, se encontraba en perfecto estado de conserva­ción y me manifestó que el señor Presidente tenía el borrador de las condiciones propuestas por mí. Conversa­mos acerca de diversos aspectos de esta cuestión y le entregué, primero para su aprobación y luego para transmitírsela al señor Presi­dente, la carta en la que rue­go a S. E. que ordene la conti­nuación del trabajo con la mayor rapidez posible y que nombre un representante suyo para acordar conmigo los detalles de un convenio.
Al ministro Mendé le pareció muy bien el texto de la carta dirigida al Presidente y no tuvo ninguna adición, supre­sión ni reforma que proponer. Me manifestó la conveniencia de que el trabajo se realice en el edificio de la CGT, aducien­do que allí estaría más seguro que en ninguna parte. Que podría disponer de todo el espacio y aislamiento que deseara, y ante mis temores, derivados de ser una organi­zación de lucha y, por tanto, su sede lugar de reunión de masas, contestó que en nin­gún caso podría tener incon­venientes, puesto que la CGT suspendería todas las activi­dades en ese edificio mien­tras fuera depósito del cadá­ver de la señora. También trató de desvanecer mis temores de posibles conflictos o disturbios por razones de competencia gremial o actua­ción de enemigos políticos o personales de esa Organiza­ción, lo que sería sumamente inconveniente para un traba­jo que requiere seguridad y tranquilidad física y moral.
Quedó en transmitir todo esto a S. E. el Presidente, hacien­do siempre hincapié en que a S. E. le sería muy difícil dar marcha atrás suspendiendo la exhibición del cadáver de su esposa e impedir que la CGT fuera el lugar de trabajo. A continuación salimos juntos en mi automóvil, con escolta del coche oficial del ministro, y nos detuvimos en la Oficina Cultural, en donde el ministro Mendé contempló el busto del viejo mendigo, conservado por mí al aire desde hace veinticuatro años, y aceptó la idea de llevarlo al Presidente para que tenga una noción objetiva de uno de los méto­dos empleados por mí.
Con esto dimos por termi­nado nuestro encuentro, ofre­ciéndome el ministro arbitrar una solución práctica para que yo pueda visitar el cadá­ver en la capilla ardiente con la frecuencia que estime necesaria y sin llamar la atención del público. Durante todo el resto del día esperé una nueva comunicación telefónica, que no llegó.
30 de julio : A las dos de la tarde llamó a mi casa el doctor Héctor Cámpora, presidente de la Cámara de Diputados, para comunicarme que tenía orden del Presidente de la República de mantener una conversación privada conmi­go y que estaba a mis órdenes para el día u hora que yo dis­pusiera. Acordamos a las 5,30 de la tarde de hoy. Pun­tualmente llegó el doctor Cámpora, acompañado de su cuñado, doctor Héctor Colla­zo, y de su sobrino político, doctor Héctor Trillo. El doc­tor Cámpora —que insistió en presentarse no como presi­dente, sino como antiguo alumno mío del curso de 1930- manifestó en seguida que el señor Presidente le había entregado mi carta de ayer y le había nombrado su representante para convenir conmigo todo lo que fuera necesario al mejor éxito del trabajo emprendido, condu­cente a conservar el cuerpo de la señora de modo que pudiera permanecer en con­tacto del aire sin alteración de las formas. Dijo también que el señor Presidente esta­ba extraordinariamente impresionado y entusiasma­do con esa idea, alrededor de la cual giraban constante­mente sus pensamientos. Desde luego que, al igual que el ministro de Asuntos Técnicos, doctor Mendé, en la conversación de ayer, tuvo que expresar la idea de que todo el trabajo se realizara en la sede de la CGT. Ante esta nueva insinuación opuse el mismo reparo de ayer, expre­sado ante el doctor Mendé. Dije textualmente que, "queramos o no, el edificio de la CGT es un lugar de batalla política o social que en cual­quier momento puede redun­dar en una batalla propia­mente dicha".
Estas últimas palabras coincidieron, al parecer, tan exactamente con el pensamiento del doctor Cámpora, que éste, con una mirada dura y, en mi opinión, como combativa, contestó textualmente: "De eso no le quepa la menor duda, doc­tor", lo que, a mi juicio, quiere decir que él cree efec­tivamente en una posible y real batalla en la CGT o con­tra ella. Estuvimos muy de acuerdo en prever lo que podría ocurrir si trabajába­mos en la CGT, ante la impo­sibilidad de conservar ni el secreto ni el aislamiento. Consideramos unánimemente como seguro que el edificio estarla constantemente rodeado de multitudes expec­tantes, curiosas o afectadas, que constituirían un perma­nente problema con todos los inconvenientes que de éste se pueden suponer derivados.
En cambio, le pareció excelente la idea que le pro­puse de habilitar un pabellón en la residencia presidencial de Olivos, pues allí se podría obtener, según él, todo lo que se quisiera en cuanto a aislamiento y seguridad. Discuti­mos igualmente la posibilidad de organizar el centro de tra­bajo en un policlínico, en alguno de los nuevos edificios ya terminados o en curso de terminación. Esto tenía para ellos el inconveniente del gran número de personas que intervienen en cualquiera de esos centros y la afluencia permanente de gentes.
En el terreno de la confi­dencia, dijo también el doctor Cámpora que para él todas las ceremonias debían termi­nar el próximo sábado. Yo estuve tan de acuerdo con esa idea -aunque manifestándo­me siempre respetuoso con decisiones de orden político en las que no debo opinar— que la apoyé desde el punto de vista técnico, insistiendo sobre los argumentos conte­nidos en mi carta de ayer a S. E., según los cuales el éxito final del trabajo se hace peli­grar con una espera excesiva. El doctor Cámpora preguntó entonces si yo creía urgente la reanudación del trabajo de conservación. Contesté que sí y él manifestó ser de la mis­ma opinión y su intención de comunicarlo inmediatamente así al Presidente.
Acordamos igualmente que a las 10 de la noche vendría el doctor Trillo con un coche oficial para que, sin llamar la atención, pudiera yo exami­nar, a través del cristal, el estado del cadáver. Efectivamente, a las 11 de la noche había realizado yo la visita, encontrándolo en perfecto estado y muy adelantada la decoloración que, como uno de los tiempos del trabajo, nos hemos propuesto.
31 de julio: A las 10 de la mañana ha llamado el ministro de Asuntos Técnicos, doctor Mendé, para comunicarme que, debi­do a la acción del público visitante, se había corrido el cristal del ataúd y que la compañía funeraria trataba de cambiarle la tapa, lo que desearían que se hiciera en mi presencia, y que inmedia­tamente iban a enviar un coche para buscarme. Una hora después comunicó el doctor Mendé que no me molestara en ir, pues ya no se consideraba necesario. No obstante, he insistido en hacer una nueva visita a la capilla ardiente (...).
A las 5,30 vinieron a la Ofi­cina Cultural el doctor Cám­pora y su secretario, señor Trillo. El doctor Cámpora dijo que había transmitido al Pre­sidente lo fundamental de nuestra conversación de ayer. Que el Presidente creía que yo le había dicho que el cadáver podía permanecer seis meses. Le contesté que se había hablado de la conser­vación, que no solamente podía durar seis meses, sino muchísimo más mientras que el Presidente suponía que se trataba de la exhibición, quedando desvanecido el error. Manifestó igualmente el doctor Cámpora que el Pre­sidente imponía el edificio de la CGT como lugar de trabajo por respetar la decisión de su esposa. El Presidente tampo­co era partidario de ninguna clase de subterfugios para sustraer el cadáver de la atención popular, sino que diría claramente al pueblo que durante un año no se podía visitarlo por estar en curso de preparación, con todo lo cual quedé completa­mente conforme. Manifestó luego el doctor Cámpora que al día siguiente me acompa­ñarían a visitar los locales de la CGT para que eligiera el más adecuado al trabajo, que se adaptaría a las necesida­des o conveniencias que yo propusiera y que en él podría estar con toda libertad y autoridad, y que en los pocos días que había de durar toda­vía la exhibición del cadáver se pondría todo en condicio­nes para que en muy breve plazo se reanudara el trabajo. Que ese sería el momento adecuado de redactar la fir­ma de un convenio, como es mi deseo. Preguntó qué canti­dad creía yo necesario propo­ner como pago simultánea­mente con la firma del conve­nio, a lo que contesté que cal­culaba alrededor del equi­valente a unos cien mil dólares, advirtiendo que con mucho gusto me gastaría yo una fortuna en hacer ese tra­bajo, si la tuviera, lo que no es el caso actualmente, sino que, por el contrario, no podría sostener gastos tan considerables como los del personal y material a emplear en este caso. Ade­más, expuse mi deseo de actuar en todo con la mayor independencia, tanto en las adquisiciones como en la con­tratación del personal, e insistí en la necesidad de dejar firmado un convenio.
1  de agosto : A las 10 de la mañana fui­mos a buscar al ministro de Obras Públicas, ingeniero Alberto Dupeyron, con el que hicimos una visita a los locales de la CGT, dándonos cuenta de que la única parte utilizable para el trabajo era la segunda planta E. N. O., a pesar de la desagradable orientación, puesto que ha de dar el sol todo el día, circuns­tancia inconveniente para esta clase de trabajos. Sobre el terreno fueron señaladas la apertura de puertas de intercomunicación y algunas otras pequeñas obras de adapta­ción de cañerías e instalación de extractores de aire (...).
2  de agosto: Recibo de manos del señor ministro de Obras Públicas el plano de la segunda planta del edificio de la CGT. Sobre él, y en una copia que yo hice, preparo los tomacorrientes y situación de grifos y desa­gües (...).
3  de agosto: Durante la mañana termi­né de hacer la copia del pla­no, el estado de su adapta­ción y los croquis de algunos muebles. A las 14,30 vino a visitarme el ministro de Obras Públicas y fuimos jun­tos a la CGT, modificando sobre el terreno alguna de las órdenes dadas anteriormen­te, por constituir una gran complicación el extender las cañerías de agua caliente y fría y desagües a las dos habi­taciones principales.
4  de agosto (...): A las 12,30 llamó el doctor Trillo por teléfono para decirme que el señor Presidente le había comuni­cado al doctor Cámpora que encontraba el cadáver un poco demacrado y también que S. E. dispuso que, si yo lo consideraba conveniente, no me limitara a pasar de largo en la fila, sino que me que­dara el tiempo que quisiera en el velatorio y que si era preciso me diera a conocer e invocara su nombre.
A las 10 de la noche, el doctor Trillo volvió a esta Ofi­cina, con objeto de acompa­ñarme de nuevo al velatorio. Mientras estuvo aquí conver­samos acerca de la necesidad de que, lo antes posible, se redacte el convenio y se haga efectiva la cláusula económi­ca. Comprendió perfectamen­te y llevó el encargo de comu­nicar al doctor Cámpora, pre­sidente del Parlamento y representante del general Perón para este caso, que yo no puedo movilizar un perso­nal que tiene que abandonar otros trabajos sin la seguri­dad de que lo voy a poder sos­tener económicamente en la medida de la gran importan­cia de la empresa que acome­temos. A esto contestó el doc­tor Trillo que no tuviera nin­guna preocupación sobre ese asunto; que no olvidara que el principal interesado es el Presidente de la República; que todo marchaba bien y que, en su opinión, estaba ya autorizada la suma de 100.000 dólares.
A continuación pasamos en el auto oficial al velatorio, deteniéndonos unos minutos ante el cadáver, que no pre­sentaba alteración alguna digna de mención. Persiste, no obstante, mi temor de que al abrir el sarcófago para cambiar el cristal y ser susti­tuida la atmósfera de gases que en él había por la nueva entrada del aire, se tenga una probabilidad mas de acelerar la desecación de las partes delicadas, como son los dedos de las manos, labios, párpados, orejas y punta de la nariz. Por lo demás no se vislumbra el menor síntoma de que el cadáver pudiera descomponerse por parte al­guna.
5 de agosto :(...) Me visita Pepe para decirme que el doctor Melchor Costa propalaba entre sus compañeros los médicos de la Morgue la noticia falsa de que el cristal del ataúd se había roto por la presión de los gases de la putrefacción y que el señor Presidente de la República había tenido que limpiar con un algodón los lí­quidos que sallan de la boca del cadáver. En contradic­ción con esa especie, el doctor Juan P. Ramos me dijo que un sobrino suyo, oficial del Ejército, había estado de guardia frente al ataúd mien­tras fue abierto para que el Presidente colocara la insig­nia peronista al cadáver, y que solamente sintió olor a medicamentos y oyó decir a los presentes que el cadáver estaba en perfecto estado (...).
6 de agosto:A las 10 de la mañana vie­ne el doctor Trillo a buscarme para ir a la casa Lázaro Costa. Nos recibió el gerente, don Diego de los Santos, quien nos comunicó se ale­graba mucho de nuestra visi­ta porque él andaba buscán­dome para que le ayudara a resolver la situación que constantemente le presenta­ba la Presidencia de la Repú­blica. Dijo que todos los días le llaman para comunicarle que hay que abrir el ataúd porque se condensa en el cris­tal la humedad interior, y cuando él llega dispuesto a hacerlo el vidrio se ha desem­pañado espontáneamente, pero que en el día de hoy le llamaron por quinta vez para decirle que era urgente su presencia en el velatorio.
Durante nuestra visita me hizo ver los ataúdes iguales al que tiene la señora de Perón y me demostró que es comple­tamente imposible que el cris­tal se mueva ni se rompa, ni aun cuando hubiera una enorme presión de gases o de lo que fuera, ni aunque se coloquen grandes pesos enci­ma. Tampoco puede correrse el cristal de ningún modo, pues está encajado en una doble pestaña metálica, relle­na con masilla, y se puede hacer cualquier presión sin que ceda. Por primera vez supe entonces que el corri­miento de cristal de que me informó el ministro señor Mendé, como motivo para abrir el ataúd y volverlo a cerrar, fue un pretexto, pues tal movimiento de cristal no había existido nunca y el verdadero motivo de abrir el sar­cófago fue el deseo del Presi­dente de la República de colo­car a su esposa un prendedor de piedras preciosas, con el escudo peronista, y el deseo de correr un poco el cadáver hacia abajo para que la cabeza fuera más fácilmente visible.
El señor De los Santos se comprometió a tener para el viernes, día 8, un recipiente metálico reforzado para que pueda resistir bien las presio­nes internas de los líquidos, con una pestaña de siete cen­tímetros que permita apoyar una tapa y sus cierres para trabajos en el vacío o bajo presión.
Pasamos inmediatamente al velatorio y pudimos com­probar que el empañamiento del cristal era mínimo y com­pletamente en relación con el cambio de temperatura del ambiente. A continuación pasamos al salón dorado, en donde el general Perón, que estaba en el otro extremo del mismo con tres o cuatro per­sonas, se levantó inmediata­mente y vino hacia nosotros, saludándome con gran cor­dialidad. Nos invitó al señor De los Santos y a mí a pasar a un saloncito íntimo, cerrando la puerta una vez dentro. Durante treinta o cuarenta minutos estuvo conversando conmigo con gran sencillez y muestras repetidas de consi­deración y  respeto a mi persona y a mi trabajo. Me con­firmó personalmente lo que antes me había relatado el señor De los Santos, explicán­dome minuciosamente cómo él mismo, el general Perón, levantó la tapa del ataúd por su deseo de correr un poco el cadáver para hacer la cabeza más visible y colocarle el prendedor con el escudo peronista, joya que dijo era de gran estimación de la señora. Me relató cómo al levantar la tapa el único olor que sintió fue el del mismo ingrediente que me había visto colocar en el ataúd antes de cerrar éste el día del falle­cimiento de su esposa; olor -dijo- que no ha olvidado ni olvidará, como tampoco olvi­da que me preguntó qué clase de sustancia era y que yo le contesté que era un "dicloro-benzoetcétera", pues yo mis­mo no recuerdo la fórmula exacta. También me dijo el general que él mismo tocó el cadáver y lo encontró todo él duro como una piedra, extra­ñándose de que se pueda con­seguir tan rápidamente una conservación  tan perfecta. Aproveché esta circunstancia para contarle cómo algunos interesados propalaban la especie de que el cristal se rompió por la presión de los gases de la putrefacción y de que al levantar la tapa salió un olor espantoso y que el señor Presidente de la Repú­blica tuvo que limpiar con un algodón lo que salía por la boca del cadáver, relato que produjo al general Perón una expresión de indignación risueña, reiterando las se­guridades dadas anterior­mente acerca del estado del cadáver.
De acuerdo con el señor De los Santos y conmigo, decidió el general Perón no volver a autorizar a nadie para que se abriera el sarcófago, tanto si se empaña el cristal como si no se empaña, pues él mismo comprendió que no eran más que resultados momentáneos del contraste entre las tem­peraturas interna y externa del sarcófago y que la cir­cunstancia que hiciera abrirlo se podría repetir a los diez minutos de haberlo cerrado (...).
7 de agosto: A las tres viene Pepe a la Oficina Cultural, comunicán­dome que por la mañana oyó en la Morgue que el doctor Melchor Costa pedía urgente­mente que le enviaran la fór­mula con la que fue embalsa­mado el cadáver que hay en aquel depósito. Le dijeron que no lo sabían, pero que el doc­tor Piasentino debía conocer algo de eso, por lo que le pidió que fuera en seguida a su sanatorio de la calle Are­nales. Pepe estaba alarmado porque creía que eso quería decir que trataban de sus­traernos el asunto. Le di las gracias por el informe, pero le dije que no se preocupara, porque ninguna de esas cosas tenían importancia (...).
A las 9,30 de la noche, Ricardo Finochietto me ha comunicado que vio el cadá­ver y que le pareció enorme­mente bien, con mucha diferencia a favor del estado actual, porque él recuerda muy bien la expresión de la difunta en el día de la muer­te. También me dijo que es la misma la opinión de todas las personas que lo han visto y han hablado con él, en con­tradicción con los innumera­bles embustes que algunos interesados hacen circular.
A las 11 vino el doctor Trillo a buscarme y fuimos al velatorio, encontrando todo en perfectas condiciones y el cadáver sin alteración ningu­na. Me dice el doctor Trillo que el doctor Cámpora está molesto porque el ex ministro doctor Cereijo fue a pedirle 35.000 pesos al Presidente de la República para pagar unos muebles que yo había encar­gado. El Presidente recordó al doctor Cámpora que le había nombrado representan­te suyo para que él, el señor Presidente, no tenga que intervenir en nada. El doctor Cámpora supone que esos muebles no se los pedí yo por mi cuenta, sino que fueron ofrecidos, y me ruega, por conducto del doctor Trillo, que siempre que tenga que pedir alguna cosa, sobre todo si es dinero, que se lo diga directamente a él y no a nin­guna otra persona, porque con eso le hacen quedar mal con el Presidente. Le hice transmitir la explicación de que al proponer tales muebles yo no he hecho más que con­testar a la pregunta de qué es lo que quería que pusieran, ignorando por mi parte los trámites internos del asun­to (...).
8 de agosto:(...) El señor De los Santos ofrece enviar una tapa con el depósito de hierro, hecho especialmente para el cadá­ver. El embajador me llama para seguir informando del asunto, puesto que hace tres días que no me ve, y para trasladarme algunas suges­tiones conducentes a la mayor utilización para el ser­vicio de España de mi actual posible influencia. Además, a las 22,30 viene el doctor Trillo a presentarme cuatro de los policías de la custodia de la señora, que el Presidente de la República pone a mis órdenes. El jefe de todos ellos, sargento primero don Pedro A. Mattes, me entrega la lista de los compo­nentes de su grupo.
9 de agosto: A las 15 voy a ver el cadá­ver al Congreso y se encuen­tra en perfecto estado, a pesar de los traqueteos del traslado (...).
10 de agosto :(...) A las nueve de la noche llama el señor Lión y dice que la camioneta vendrá maña­ lunes, día 11, a las tres de la tarde, para trasladar el material. No puede ser antes porque a las 11 hay una Misa en la CGT a la que asiste el Presidente de la República y supone que hasta las ocho ha de estar la casa llena de gen­te. El señor Soler me comuni­ca que prácticamente no hay en plaza alcohol absoluto, pero que él me ha procurado un litro y tratará de pro­curarme más. Llega el doctor Fracassi, de Córdoba, y está extrañado de que no le haya avisado para el trabajo. Le informo de que el encargo fue hecho en el úl­timo momento, sin tiempo para avisar a nadie, sino para actuar inmediatamente con los medios que pude improvi­sar (...).
11 de agosto: No se puede comenzar el trabajo porque a las 11 van a decir una Misa en el salón de la CGT. A las tres de la tarde viene el señor Lión y el Intendente de la CGT con su camioneta para transportar los bultos de reactivos y otros utensilios de mi propiedad. A las siete hacen el traslado del cadáver al laboratorio.
Se abre el sarcófago ante los empleados de la fu­neraria, los policías de la custodia presidencial y el señor Lión, todos los cuales se muestran asombrados del perfecto estado del cadáver, puesto que aparece completa­mente duro y sin más olor que el de los ingredientes empleados.
Mis temores acerca del estado de la piel de las manos quedan desvanecidos, pues las arrugas producidas por la desecación lenta se encuen­tran duras como el cartón. Le envuelvo los dedos en un algodón con alcohol, glicerina y timol, para tenerlos durante toda la noche y esperar sin desnudar el cadáver a que el Presidente decida si ha de venir o no a visitarlo. Le des­prendo el rosario y el prende­dor del escudo peronista, que guardo para ponerlo a dispo­sición del Presidente.
Después de cubrirle ojos, nariz y boca con un algodón húmedo en glicerina, alcohol y timol, tapamos el ataúd y suspendemos el trabajo hasta mañana, dejando a la custo­dia presidencial orden termi­nante de que nadie puede entrar, ni ellos tampoco, sino en caso de incendio.
12 de agosto: A las 11 ha llegado al laboratorio el doctor Cámpora, acompañado de su  secretario, doctor Trillo. El espectáculo de la cabeza de la difunta le ha parecido asom­broso. Dijo que estaba perfec­tamente conservada. A mis preguntas sobre la redacción del convenio contestó que estaba ya redactado y que uno de estos días me lo traerían para la firma y me entregaría una cantidad a cuenta, que él creía de unos 25.000 dólares. Que en la fir­ma de un convenio tenían tanto interés o más ellos que yo, pues para ellos era una gran responsabilidad la totalidad del asunto. Que todo está muy documentado.
Según dijo, el Presidente de la República les entrega por escrito el cadáver de la señora. Insistió en que pida todo lo que crea necesario, incluso si quiero tener un automóvil especialmente mientras dure la operación.
Entregué al doctor Cámpora el prendedor de piedras preciosas con el escudo pero­nista, regalo de don Alberto Dodero, y el rosario de nácar y oro que llevaba el cadáver entre sus manos, después de haber revisado yo todo delan­te de él, incluso por detrás del engarce de los brillantes. El doctor Cámpora quedó en entregárselo inmediatamente al Presidente. Le ofrecí con­servar el cadáver vestido por si durante la mañana desea­ba verlo por última vez el Presidente de la República, puesto que en cuanto lo sumergiera no se podría ver más.
Pepe ha desempaquetado todos los utensilios y reacti­vos y me ha roto dos botellas de alcohol absoluto (...).
A las 3,30 de la tarde hemos comenzado la inmer­sión del cadáver. He prepara­do 150 litros de líquido con acetato y nitrato. El cadáver tiende a flotar, pero le hemos sacado el aire de los pulmo­nes y bronquios y puesto almohadillas para sumer­girlo. Le vendé uno por uno todos los dedos de las dos manos e impregné el vendaje antes de la inmersión con la mezcla de tricloroetileno. Todo el resto del cuerpo no necesita de ningún cuidado especial como las manos.
A las 8,30 de la noche hemos dado por terminado el trabajo, poniendo una tapa de hierro pesada del ataúd viejo para que sujete las almohadillas que impiden la flotación del cadáver (...).
13 de agosto: Después de vigilar el baño y asegurarnos de que la cabe­za está sumergida, que la nariz no roza en el cristal y que las manos están igual­mente sumergidas, renuevo las almohadillas y dedico el resto de la mañana a ordenar los reactivos y los instrumen­tos; a hacer que Pepe ponga en orden el ataúd lujoso, qui­te todas las huellas de los ingredientes en polvo y en terrones que puse en él el día del fallecimiento y que plie­gue los vestidos y las ban­deras.
Por la tarde continúo la vigilancia del cadáver y lla­mo al doctor Trillo, a quien doy una nota para que con­sulte al presidente Cámpora sobre el destino que se ha de dar al ataúd, a los vestidos y a las banderas, una vez que ellos conozcan la opinión del general Perón.
Mando cerrar una ventana estrecha que habían dejado entre el local del despacho y el primer laboratorio, por donde entraban al escritorio los gases desprendidos por los ingredientes.
El doctor Trillo me pregun­ta si estoy confortablemente instalado para el trabajo y le digo que sí, pero que en ese lugar no voy a hacer ningún trabajo más que el principal, pues para conservar otros dos cadáveres, del obrero y el soldado, no es sitio a propósi­to como lo hubiera sido de haber habilitado un labora­torio bien instalado en la resi­dencia de Olivos o en un policlínico nuevo (...).

14 de agosto: Revisión y movimiento del cadáver. Todo está en orden. Llamo al doctor Trillo para que me diga qué hacemos del sarcófago, de los vestidos y de las banderas.
Al volver al laboratorio, después del mediodía, en el cruce de Leandro Alem con Retiro esperábamos que se restableciera el tráfico, corta­do en ese momento. Oímos una sirena como de Policía o de ambulancia y aparece, a toda velocidad, un coche De Soto, muy lujoso, que, sin hacer caso de las señales de tráfico, cruza Retiro por la contramano. El agente Salga­do, que me acompaña, me informa de que en ese auto va el señor Espejo, secretario general de la CGT, y afirma que no tiene ningún derecho a usar la sirena ni autoriza­ción para burlar las señales del tráfico. El uso de la sire­na, según él, está limitado a la Policía y aun eso solamente por orden especial que da el jefe cuando el caso tiene importancia; en todos los demás, ni la Policía debe hacer uso de la misma para andar por la ciudad. Como opinión particular expresa el agente que toda esa "prepo­tencia" de los miembros de la CGT acabará mal y tal vez pronto, puesto que al se­ñor Espejo no le quieren los mismos obreros, que ven mal que un hombre que vendía pastillas en la estación esté ahora disfrutando de una for­tuna y de automóviles lujo­sos.
Después de haber consul­tado al doctor Cámpora y éste al Presidente de la República, viene el doctor Trillo con la contestación, pero no le dejan entrar. El secretario de la CGT, señor Espejo, había dis­puesto que no entrase a mis pisos absolutamente nadie más que el doctor Cámpora. El jefe de la custodia presi­dencial, señor Mattes, me dice que ni bajando él perso­nalmente a buscarlo y acom­pañarlo por orden mía lo dejan pasar y que, por tanto, ha tenido que ir a presentarse al señor Espejo. Por el teléfo­no interno comunico al des­pacho de éste que el doctor Trillo debe venir a mi labora­torio lo antes posible. Des­pués de largo tiempo aparece el doctor Trillo acompañado del comandante Mattes y me muestra una credencial que le ha extendido el señor Espe­jo, con varios sellos, permi­tiéndole la entrada a los pisos primero y segundo "a peti­ción del doctor Ara". Al mis­mo tiempo me da a entender la gran discrepancia que exis­te entre la CGT y todos los demás del Gobierno y que incluso la guardia presiden­cial tiene que estar siempre de punta con la Confedera­ción General del Trabajo y que algún día eso tendrá que reventar por un sitio u otro.
Respecto al destino del sar­cófago, el Presidente ha orde­nado que se incaute de él la casa Lázaro Costa. En cam­bio, para los vestidos y ban­deras ha dispuesto que se haga una cajita y que los guardemos nosotros en ella.
15 de agosto: (...) Descubro el cadáver, le saco las almohadillas y no tiene ninguna zona sin fijar. La cara y las manos están mejor, más decoloradas. Renuevo el líquido que las cubre (...).
16 de agosto: Llamo al doctor Trillo y le entrego el borrador modifica­do en algunas de sus cláu­sulas. El doctor Cámpora le ha encargado comunicarme que le parece bien el entre­garme la segunda cuota a los tres meses en lugar de a los seis y que cualquier condi­ción les parece bien, puesto que lo principal en este caso es, según el doctor Cámpora, la confianza sin límites que el Presidente y la Comisión tie­nen en mí. A mi petición, me ofrece traerme el lunes el Boletín Oficial donde se halla el Decreto constituyendo la Comisión con la cual he de tratar, pues yo quiero cono­cer las atribuciones que el Parlamento otorgó a la men­cionada Comisión (...).
17 de agosto: A las 10 he ido a buscar a José María Beltrán, quien, provisto de sus propias má­quinas fotográficas y rollos de película en color, también suyos, ha tomado varias vis­tas del exterior del edificio de la CGT, con las coronas y ramos de flores que lo envuel­ven. Por haberse nublado el sol suspendemos la toma de las vistas hasta las 2,30 de la tarde, en que volví a buscarle y tomó la fachada Oeste, ya completamente soleada a esa hora, y numerosas escenas del público que rodeaba el edificio y que rezaba ante la gran cruz de flores que han instalado en la calle; todo ello en colores.
18 de agosto: Revisión del trabajo por la mañana, por la tarde y por la noche. Por la mañana se pre­senta el señor Lión, delegado de la CGT, para decirme que ha hablado con el Dr. Cámpora para rogarle que no devolvieran el sarcófago, sino que se lo dejaran depositar en el salón como un símbolo, sin necesidad de engañar a la gente haciéndole creer que dentro está el cadáver, pues­to que ni a ese salón ni a ese piso entra absolutamente nadie; no obstante, lo cual él cree que resulta un poco desairado el salón con las columnas de sostenimiento del sarcófago y sin éste. Tam­bién me dice que para el caso de que confirmen la orden de llevar el sarcófago a la casa Lázaro Costa, será conve­niente hacer el traslado por la mañana temprano, a las 5, entrando un furgón en el garaje de la CGT, para que el público no vea en ningún caso sacar el sarcófago, porque entonces correría la voz de que se habían llevado el cadáver, fomentando así la hipótesis de que se le está sustituyendo por otro artifi­cial (...).
20 de agosto: Revisión del cadáver mañaña, tarde y noche. Por la tarde ponen el hilo directo al teléfono 30-7909. El coman­dante Mattes me pide que les haga poner otra línea para la custodia presidencial, porque está seguro de que los de la CGT controlan todas sus lla­madas.
21 y 22 de agosto: Revisión y movimiento del cadáver mañana, tarde y noche (...).
23 de agosto: (...) Misa por doña Eva en San Agustín, organizada por el embajador de España.
26 de agosto: Revisión mañana y tarde. Por la noche presenciamos la marcha de las antorchas.

4 de septiembre :A las 12,30, acompañado, por el doctor Trillo, acudimos al Ministerio de Trabajo y Previsión, en donde se en­cuentra reunida la Comisión del Monumento a Eva Perón.
Fuimos recibidos por la Comisión en pleno, con excepción del señor Espejo, que había salido poco antes. Nos hacen sentar alrededor de la mesa. El doctor Cámpora me entrega un ejemplar del convenio y lee simultá­neamente el original. A continuación me entrega la suma de 25.000 dólares en bille­tes (...). Seguidamente se establece un cambio de impresiones afectuosas y les muestro el busto del viejo parafinado, como ejemplo del método que voy a seguir con el cadáver de la señora. Todos parecen quedar muy conformes. De todo esto daré cuenta al embajador por comunicación confidencial y reservada.
7 de octubre: Por la mañana sacamos el cadáver y lo fricciono con la mezcla decolorante. Luego le dejo sobre la cara un algodón empapado en la misma mez­cla, que desprende inmedia­tamente mucho oxígeno. Me alarma un poco el sentir que la reacción, sea por las sales disueltas en el líquido, sea por lo que sea, produce calor que se concentra en la masa e algodón impregnado en el líquido que cubre la cabeza. Esto me induce a volver a levantar todo y diluir remo­viendo el líquido decolorante, por miedo a que durante mi ausencia se acumule dema­siado oxígeno y se produzca algún ataque al metal o exce­sivo calor de reacción que ludiera perjudicar la cara o a cabeza del cadáver. Esa preocupación me hace regre­sar por la tarde a dar un rápi­do vistazo, encontrándolo todo bien.
A las 9 de la noche me encuentro en la Oficina una nota de que han llamado el jefe de la custodia y el ayu­dante Pepe. Al hablarles por teléfono me dicen que me buscaron porque les había alarmado la presencia de gases irritantes que les nacían llorar, como los que ellos ponen a los manifestan­tes. Aunque ya me figuré que era una falsa alarma, fui a las 11 de la noche y comprobé que había sido debida a un cambio del viento, que, soplando del Norte a través de la ventana abierta, había empujado las emanaciones del líquido conservador por debajo de la puerta hacia el pasillo de la guardia. Ponien­do en marcha el extractor de aire se eliminó todo el olor y les recomendé que hicieran lo mismo si estas circunstancias se repitieran, más ahora que comienza el calor. Por lo demás, no había ni la más mí­nima filtración ni pérdida de líquido en ninguna parte. Por última vez en el día he revisa­do el cadáver, encontrándolo todo en perfecto orden.
8 de octubre: Esteban Covarrubias ha ido a la Construmetal a entre­gar las mariposas y llaves para la caldera (...). Ha traído también la muestra de parafina, que parece buena, aunque sucia. El cadáver sigue en el mis­mo estado, con la cara bajo el decolorante.
9 de octubre:
A las 11 he visitado al doc­tor Trillo en la Presidencia del Congreso y le he mostrado la minuta de lo que quería tratar con la Comisión del Monumento. En primer lugar me dijo que le entregue dos retratos y los números de la cédula de identidad de cada uno de ios ayudantes. En segundo lugar examinó el extracto de mi protesta ante el embajador por el telegra­ma difundido por la agencia Efe, manifestándome que esto, mejor que hablarlo con la Comisión, deberla tratarlo con el señor Apold, subsecre­tario de Informaciones de la Presidencia, para que él a su vez lo tratara con el Presiden­te de la República. Le llamo por teléfono y Apold dice que vayamos inmediatamente, que nos espera (...). Le doy cuenta del asunto y él me dice que en quién pienso yo como autor o inspirador de esa información de la agencia Efe. Contesto que seguramen­te tendría yo en quién sospe­char, dadas las palabras que caracterizan el telegrama. El, mirándome muy fijo, dijo: "Ramos". Yo le contesté que, efectivamente, creía que esa era su manera. Siguió: "No puede ser otro, porque es un ser repugnante que me pro­duce alergia. No hago más que oír el nombre de Ramos y se me revuelve el estómago. No lo recibo nunca, aunque en público, siempre que viene con tono adulador a decir que tiene que hablarme, yo le digo que venga cuando quiera; pero no le recibo ni le pienso recibir". Y repitió dos o tres veces lo mismo: "Tengo alergia de Ramos". Dijo tam­bién que no comprende cómo desfilan los embajadores y todos le siguen sosteniendo en la Embajada. Añade que deje de su cuenta el aclarar ese asunto y que si ha sido él lo mandará salir. Advertí al señor Apold que aunque él haya dado la noticia, difícil­mente podrán probarle nada, porque siempre actúa por medios indirectos. Le entrego también el borrador que podría servir para dar un comunicado oficial, si el Pre­sidente quiere, advirtiéndole yo que personalmente no tengo ningún interés en que se haga publicidad ninguna y que solamente se hará si el Presidente así lo desea.
Por otra parte, el señor Apold me prometió buscar recortes de todo lo que sobre ese asunto se haya publicado en los diarios extranjeros, especialmente en los Estados Unidos, e igualmente me ofre­ció enviarme una colección de todos los retratos de la señora hechos durante el período de su enfermedad hasta la muerte y que incluso me prestará uno que sólo él tiene, porque hizo revelar la placa en su presencia y se quedó con ella, no permitiendo su publicación, porque el aspecto de la señora era en extremo lamentable. Dijo que me envidiaba el trabajo que estoy haciendo; que él quería tanto a la señora que cuando supo lo que yo iba a hacer, constantemente se decía: "¡Quién estuviera en la piel del doctor Ara para hacer ese trabajo que le permitirá estar viendo siempre a la señora".
Finalmente dejamos al doctor Trillo nuevamente en el Congreso y me voy al laboratorio, donde descubri­mos el cadáver, damos salida a las burbujas de oxígeno y lo volvemos a dejar en perfecto estado.

10, 11 y 13 de octubre:
Preparamos líquidos para reinyectar. El S. C. H. disuel­ve todos los cristales de timol que queramos poner y sería una gran modificación si no fuera porque he comprobado que una pequeña cantidad de agua que se mezcle con el li­quido precipita al tricloro y a los cristales de timol en for­ma casi microscópica, pero que probablemente obs­truirían, formando grumos, los capilares o las arterías pequeñas. Como al inyectar el líquido en las arterias del cadáver forzosamente se ha de encontrar con agua de los tejidos, renuncio a emplear esa mezcla a pesar de que la encuentro teóricamente útil en grado sumo y servirá para otros casos.

NOTA DE LA REDACCION DE "TIEMPO DE HISTORIA"
(1) Aquí termina la primera parte del diario del doctor Ara. Como testimonio de la finalización del trabajo encomendado -y resumen de los diversos pasos dados hasta llegar a ello—, incluimos la nota que el 20 de julio de 1953 envió el doctor Ara a la Comisión Nacional Monumento a Eva Perón. Dice así:
"Tengo el honor de comunicar a esa Comisión que el trabajo que me fue encomendado en las condiciones establecidas por el convenio fechado en 26 de julio de 1962 ha sido terminado. De acuerdo a la cláusula séptima, el cadáver de la excelentísima señora doña María Eva Duarte de Perón, impregnado de sustancias solidificables, puede estar permanentemente en contacto del aire, sin más precauciones que las de protegerlo contra los agentes perturbadores mecánicos, químicos o térmicos, tanto artificiales como de origen atmosférico. No fue abierta ninguna cavidad del cuerpo. Conserva, por tanto, todos sus órganos internos, sanos o enfermos, excepto los que le fueran extirpados en vida por actos quirúrgicos. De todos ellos podría hacerse en cualquier tiempo un análisis microscópico con técnica adecuada al caso. No le ha sido extirpada ni la menor partícula de piel ni de ningún otro tejido orgánico: todo se hizo sin más mutilación que dos pequeñas incisiones superficiales ahora ocultas por las sustancias de impregnación. Para dar cumplimiento a la cláusula novena del convenio, ruego a la honorable Comisión que, si lo tiene a bien, solicite el correspondiente dictamen de la Junta de profesores en ella mencionada. Los elementales cuidados que en lo sucesivo deben pro­digarse son, entre otros obvios, los siguientes:
 Primero: Evitar que en el local donde sea depositado suba la temperatura a más de 25" C. Segundo: Mantener fuera de la acción de los rayos solares la vitrina que contiene el cuerpo. Tercero: No permitir que bajo motivo ni pre­texto alguno sea abierta la vitrina ni tocado el cadáver en ausencia nuestra. A ese fin, me permito proponer que la llave quede en mi poder, si he de continuar la observación de los resultados durante algunos meses, o permanentemente, según se acuerde como de mayor conveniencia..."

LUEGO DE LA CAÍDA DE JUAN DOMINGO PERÓN EN SEPTIEMBRE DE 1955

1 al 28 de noviembre de 1955

Día 1: 9,30, visita a Bizzocero. Reconoce el trabajo en la radiografía (...). Fustinoni dice que la impresión digital salió bien (...).
Día 3
A las 10, con doctor Rojas. Muéstrame fotos impresionantes dedo medio. Vemos fotos de orejas (...). Voy con Triana a la CGT y ve el dedo cortado. Entran guardias y obreros, que no lo ven.

Día 4
A las 11, con Rojas. Ve fotos de orejas con pendientes y sin ellos. Me devuelve el borrador con discretas correcciones (...). A la tarde le mando el original y copia y perfil sin pendiente izquierdo, a devolver (...). Reimúndez se santigua, reza, llora, besa el crucifijo del rosario del Papa y dice: "iPobrecital". A solas, le enseño el dedo cortado: "¡Arréglelo pronto!". Se ve que no saben qué hacer con el cadáver.

Día 5
(...) A las 18 llamo a la CGT. El cabo Toledo me informa que Reimúndez ha ordenado que nadie pase sino en su compañía, ni el profe­sor (...).

Día 8
(...) Con Reimúndez me expreso duramente (...). ¿Qué hubiera dicho el teniente coronel si va a mi casa y una sirvienta le dice que espere en la escalera, pues el doctor ha dispuesto que no entre nadie si no es acompañado por él? Yo también tengo uni­forme y espada. Visitamos los tres el cadáver. Dalton, emo­cionado. Les parece bien que pase a un depósito ignorado del cementerio. Volveré el jueves a arreglar el dedo.
Día 10
A las 9,30, en CGT. Antes de ir me hago leer la orden de que puedo entrar al labora­torio (...). Empiezo la difícil tarea de arreglar el dedo (...).
Día 11
Embajador no quiere ir con Toranzo a ver Evita.
Día 12
(...) Fustinioni me entrega copia del informe, radiogra­fías de Gotta y micrófitos his­tología Lascano. "¡Ahora me lo creo!". Viturro, entusias­mado con el arma que me entregan los argentinos. Coin­cidimos en que parece una prueba de inexperiencia de Fust, tal prueba excesiva de confianza y amistad por lo expresivo del informe. Voy en seguida a sacar fotoco­pias (...).

Día 13
A las nueve recojo a Torr., vamos a CGT y pegamos el dedo, muy imperfecto (...). Cayó Lonardi. Subió Aramburu.
Día 14
Nuevo ministro de Salud Pública: Argibay Molina. ¿Conocido o amigo? More­no, de Gendarmería, me pide 2.000 dólares para irse de Buenos Aires, porque lo acu­san en falso de haber tortura­do presos en CGT. Se los doy (...). A las 22, a CGT, pero no entro; todos me saludan al pasar.
Día 15
Oficina preparo nota al Presidente. Viturro me acon­seja acertadas correcciones. Le regalo foto Eva y yo. CGT no contesta llamadas en todo el día. Voy a las 21; Policía me dice que está clausurada y que sólo yo puedo entrar. No entro. La huelga fracasó, según me dicen.
Día 16
(...) Pongo en limpio la nota al Presidente con fecha de mañana. A Alfaro no le pare­ce bien que vaya por Relacio­nes Exteriores.
Día 17
(...) González, intendente de CGT, dice que cree que abrieron el laboratorio y foto­grafiaron el cajón viejo. No sabe lo que hicieron. Amena­zaron con derruir el edifi­cio (...). Capitán de navío Patrón Laplacette ordenó: "Prohibido el paso aunque sea el Presidente de la Repú­blica" (...) El cabo me telefo­nea que la puerta sigue forzada, que el cadáver parece cubierto; no sabe si pasó algo dentro; no puede hablar más porque hay un soldado cerca de él (...).
Día 18
(...) Visita al doctor Argibay Molina, nuevo ministro de Salud Pública. Ha visto el informe de los doctores y hace elogios. "¿Cómo se podrían devolver al cadáver las condiciones naturales? Nos ha creado un problema y debe ayudarnos a resol­verlo" Si como me contra­taron para hacerlo imputres­cible me hubiesen contratado para lo contrario hubiera sabido cómo solucionar el problema técnico revirtiendo los tiempos. Yo hablo de la posibilidad técnica, pero temo que el ministro haya entendido que lo haré si me lo mandan ellos. Le doy, firma­da, copia de la nota al Presi­dente. Creo que está malhu­morado y que querría impo­nerse, pero hago como que no me doy cuenta. El embajador aprueba la nota. Aún no ten­go juicio formado sobre Alfaro. Parece como trabaja­do en contra por los reptiles. Vuelve a telefonear el cabo: "Sigue la puerta algo for­zada".
Día 22
(...) Al bajar por la escalera veo la puerta forzada por abajo; parece rota de un cula­tazo o de una patada (...).
Día 23
A las 9 llama Moori Koenig. A las 11, con él en el Ser­vicio de Información del Ejér­cito, Viamonte y Callao. Me dice que está autorizado para rematar el asunto. Dice que me darán un documento declarándome libre de com­promisos y responsabilidad, pero nada de actas notariales que pasan a la Historia (...). A las 18, en CGT con Moori, Patrón y Arandía. Bajamos todos juntos al segundo piso. La puerta está saltada por abajo, falta una astilla. La bandera nacional ha desa­parecido. La túnica, desorde­nada. Queda la bandera pero­nista y el rosario (...). Sorpre­sa: mi llave sirve para la puerta de escape de Perón. Traen el ataúd. Lo suben al segundo piso. Arreglo el vesti­do. Los obreros que ayudan a meter el cadáver en el ataúd. Moori K., hábil, aprovecha la presencia de obreros para que vean que se trata bien el cadáver y que se mete la ban­dera peronista y las cintas de las coronas. Que mañana sol­daremos. Protesto. Tampoco se puede echar llave al cajón; cerradura obstruida (...). Moori Koenig se incautó de la joya y se guardó el recibo para dármelo firmado maña­na, pues no sabe si lo firma él o el Presidente.


Día 25
(...) Con Moori en Viamon­te. Que hasta el lunes o el martes no seguiremos con el asunto Eva. Le entrego borra­dor  de documento de mi seguridad y recibo con foto de la joya (...).
Día 27
(...) Moori: "No haremos nada esta semana". Lázaro Costa me dice que no hay lla­ve para el féretro, ni vale la cerradura por tener dentro un pico de llave rota.
Día 28
Moori sigue negándose.

Prof. Pedro Ara







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