A diferencia del renacimiento del siglo XVI, cuando la vitalidad, el optimismo, la
exaltación
de
la
naturaleza
y el hombre eran los rasgos que predominaban, durante el
Barroco
del
siglo
XVIII,
imperaba
un
sentimiento
de
desconfianza
hacia
el
mundo,
y una mirada sombría y desengañada de la existencia humana. En este período, en la
literatura
se
perdió
la
idea
de
equilibrio
y uniformidad renacentista, y se buscó tanto
la artificiosidad
y la complejidad, como la intención de asombrar, ya fuera en los temas tratados
como
en
las
formas
de
expresarlos.
Todo
lo
que
implicaba
simpleza
o llaneza
se
dejó
de
lado
en
pos
de
darle
lugar
al
artificio
y la dificultad. La literatura barroca se caracterizó
por la proliferación
de los contrastes, ocupando
un rol central
los recursos
de
connotación,
sobre
todo
la
metáfora,
la
antítesis
y la paradoja.
Algunos de los grandes temas que atravesaron este período
se relacionaron con la toma de conciencia de la apariencia engañosa
de las cosas,
y la brevedad y fugacidad de la vida. Fue un momento en el que se criticó todo lo relacionado con las vanidades de la vida, como la ambición, el orgullo y el dinero. También el tema del amor fue tratado como algo engañoso
y contradictorio.
En España, esta etapa se conoce como el Siglo de Oro de las artes y las letras por la gran cantidad de obras y artistas que la poblaron. Si bien se produjeron grandes obras literarias en todos los géneros, el teatro fue el más representativo por la posibilidad
de utilizar gran cantidad de recursos efectistas, tan afines al gusto barroco. La poesía siguió desarrollando muchos de los temas renacentistas, pero abordados con una mayor complicación estilística. La narrativa encontró en la novela picaresca una forma adecuada
para la expresión de los problemas sociales e ideológicos.
En la literatura barroca española, se desarrollaron dos corrientes literarias: el
culteranismo y el conceptismo. El culteranismo basaba
su búsqueda
de la belleza en la intensiva utilización de metáforas e imágenes sensoriales, y en las citas
mitológicas. Se trataba de una poesía de gran artificiosidad, con una gran valoración de los aspectos sensoriales. Su máximo representante fue Luis de Góngora.
El conceptismo,
relacionado
más
con
el plano del pensamiento, se basaba en la condensación
expresiva y los juegos de palabras, planteando un desafío a la inteligencia del lector. Su mayor exponente fue Francisco de Quevedo.
En España aparecieron novedosas formas de contar, ya que se incorporaron distintos discursos y diferentes voces sociales en los textos. Además, las historias fueron protagonizadas por antihéroes socialmente marginados. En este nuevo panorama de la literatura, apareció El ingenioso hidalgo don Quijote de la Man- cha, considerada la primera novela moderna.
Fuente: Centron, Graciana; Literatura III. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires; Longseller, 2015. - (Enfoques; 0)
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