LOS
CÓDICES PREHISPÁNICOS
Aunque hoy día no es posible precisar
con exactitud cuántos códices prehispánicos han quedado, existen unos veinticinco
originarios de Mesoamérica en perfectas condiciones de conservación.
Varios fueron rescatados de las llamas
por algunos frailes que vislumbraron el significativo valor que tendrían;
algunos han sido guardados durante generaciones (hubo aborígenes que los escondieron
para salvarlos de la destrucción) y otros obsequiados como regalos "exóticos"
a diversas personalidades europeas en distintos momentos de la Historia.
Probablemente por ello, la mayoría de los que se conservan están actualmente en
Europa: El Códice Nurral, por ejemplo, en el Museo Británico; y el
Bodley, en la Biblioteca de la Universidad de Oxford. lncluso, todavía muchos se
nombran por su locación actual: el Desdrensis (en Dresde), el Borbonicus
(en el Palais Bourbon) o el Vaticanus (en el Vaticano). También hay
códices gue llevan el nombre de su primer propietario (el Codex Borgia,
rescatado de las llamas por el cardenal homónimo), o de su descubridor (Codex
Tudela); o del sitio donde fue exhibido por primera vez (Grolier, que toma su nombre
del club de Nueva York donde se expuso el manuscrito en 1971).
Son pocos los que se nombran por su
lugar de supuesta
procedencia (uno de esos casos es el
Códice de Taclecoco) y, por este motivo, gran parte de la comunidad académica
actual se muestra interesada en renominar aquellos cuyos nombres no guardan relación
con su temática ni con su origen ni con su contenido sociocultural o político.
Los códices precolombinos que han
podido someterse a estudio hasta el momento son bastante distintos en su forma
a los que circularon por el mundo romano cuando dejó de utilizarse el rollo de
pergamino. En primer lugar, el material es otro: una larga tira de papel de
venado o, en su defecto, hecho con fibras vegetales (por lo general se usaba la
madera del amad y del maguey para estos fines). Por otro lado, a diferencia de los
códices romanos y de los libros de nuestros días, la mayoría de los
precolombinos se confeccionaban en forma de biombo (la tira se doblaba plegada y
la encuadernación terminaba en dos tablas de madera).
Los códices precolombinos se leían de
formas muy variadas. Algunos investigadores coinciden en que la lectura debía
hacerse de forma horizontal -de izquierda a derecha o de derecha a izquierda, según
el caso-, pero existen algunos, como los de Oaxaca, que por la disposición de sus
ideogramas en algunas partes exigían ser leídos de arriba hacia abajo o al revés.
Se sostiene también que algunos códices
se desplegaban completamente sobre el suelo para que el tlacuiio (palabra
náhuad que significa "el que labra la piedra" y que podría traducirse
como "aquel que escribe") leyera en voz alta al auditorio que se disponía
alrededor para seguir la lectura. Los tlacuilos eran, en última instancia,
quienes decidían cómo debía leerse el manuscrito.
Además de los códices en forma de
biombo, se conservan también algunos manuscritos
pintados sobre una larga tira de papel de amate, que puede doblarse o enrollarse:
tales son los casos de la Tira de la Peregrinación y el Rollo Seldem. También están
los lienzos, que son trozos de tela de algodón o fibra de maguey, como el Lienzo
Totomixdahuacan.
Y con
seguridad muchos otros irán apareciendo en los próximos años, porque el tesoro
no se ha perdido del todo. Los nuevos hallazgos y los avances en la investigación
posibilitan que el mundo actual pueda acercarse -cada vez
más- a aquellos pueblos originarios que alguna vez poblaron, en su totalidad, el
continente americano. A través de esta documentación valiosa, de todo lo que falta
descifrar e incluso descubrir, será posible recuperar cada vez más y mejor sus
creencias, ritos, ceremonias, nociones geográficas, historias y genealogías.
Reconstruir aquella identidad que se intentó -y no se pudo- arrebatar.
Fuente: Mitos clasificados 4; Ed. Cántaro;
Buenos Aires, 2012
1 comentario:
buen blog
Publicar un comentario