Análisis
de Un señor muy viejo con unas alas enormes de
Gabriel
García Márquez (II)
Otro análisis de Un señor
muy viejo con unas alas enormes:
http://elblogdemara5.blogspot.com/2012/08/analisis-resumen-de-un-senor-muy-viejo.html
Los prodigios del mundo mítico a veces pertenecen directa y
claramente a lo maravilloso, pero en otras ocasiones, no poco frecuentes, tocan
lo fantástico. (…) Hay elementos fantásticos en casi toda la producción de García
Márquez (él mismo ha dicho que Cien años de soledad está formado por una serie de cuentos fantásticos), pero me
parece que estos elementos son más visibles en tres textos de su libro de
cuentos titulado La increíble y
triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada.
Análisis de “Un
señor muy viejo con unas alas enormes”: de lo fantástico a lo cotidiano
En “un pueblito costeño tórrido y decadente como miles de
otros en el corazón del hemisferio”, invadido por las lluvias y por los
cangrejos, viene a caer un ángel. Su aparición, totalmente inesperada, llama la
atención por la falta absoluta de solemnidad con que se produce: simplemente
aparece una mañana, tirado en el gallinero. Su aspecto desvencijado es poco propicio
a infundir respeto: “Era un hombre viejo, que estaba tumbado boca
abajo en el lodazal, y a pesar de sus grandes esfuerzos no podía levantarse,
porque se lo impedían sus enormes alas”. Sin embargo, a pesar de esta
apariencia tan poco digna de un ser divino o sobrenatural, y que más bien
podría inspirar piedad por su desvalimiento, al principio la presencia de ese
extraño personaje causa temor y asombro. Los habitantes del pueblo lo contemplan
“con un callado estupor”, pero a medida que pasa el tiempo, la cercanía del
ángel va degenerando en costumbre, y la familiaridad destruye todo posible
temor a lo desconocido.
Hay
quien piensa, olvidando el detalle de las alas, que es un marino extraviado,
puesto que habla “en un dialecto incomprensible pero con una buena voz de
navegante”; pero una vecina, experta en “todas las cosas de la vida y la
muerte”, decreta que se trata de un ángel, un ángel “de carne y hueso”. Pero
hasta esa afirmación pierde peso con el tiempo, y el extraño ser no es tratado
con el respeto debido a un emisario divino, sino “como si no fuera una criatura
sobrenatural sino un animal de circo”.
Se
establece entonces una oscilación entre sobrenatural y natural, entre
extraordinario y cotidiano, un juego en que la sensación de lo sagrado pasa por
subidas y bajadas repetidas, que se reflejan en la forma en que se considera al
viejo alado, en una dinámica muy ambivalente, que forma la estructura misma del cuento:
Los
más simples pensaban que sería nombrado alcalde del mundo. Otros, de espíritu
más áspero, suponían que sería ascendido a general de cinco estrellas para que
ganara todas las guerras. Algunos visionarios esperaban que fuera conservado
como semental para implantar en la tierra una estirpe de hombres alados y
sabios que se hicieran cargo del universo. [...] Estaba echado en un rincón,
secándose al sol las alas extendidas, entre las cáscaras de frutas y las sobras
de desayunos que le habían tirado los madrugadores.
Sin
olvidar lo absurdo de las suposiciones, que presuponen un mundo mágico en el que todo es posible (pero de esto
hablaremos más adelante), lo que llama la atención es el contraste entre los
grandiosos planes que se elaboran sobre su futuro, y la naturaleza de ese viejo
con “alas de gallinazo, sucias y medio desplumadas”, que “estaban encalladas
para siempre en el lodazal”.
Ciertamente,
si no fuera por el detalle inquietante de las alas, a nadie se le ocurriría
tomarlo por un ser sobrenatural. Contribuye a desacralizarlo toda una serie de
notas absurdas, que se ven sobre todo en la actitud del cura. Este quiere
someter el fenómeno angelical a las reglas de la ortodoxia eclesiástica, y lo
saluda atentamente en latín. Pero al no recibir respuesta se vuelve cada vez
más escéptico.
“Luego observó que visto de
cerca resultaba demasiado humano: tenía un insoportable olor de intemperie, el
revés de las alas sembrado de algas parasitarias y las plumas mayores
maltratadas por vientos terrestres, y nada de su naturaleza miserable estaba de
acuerdo con la egregia dignidad de los ángeles. [...] Argumentó que si las alas
no eran el elemento esencial para determinar las diferencias entre un gavilán y
un aeroplano, mucho menos podían serlo para reconocer a los ángeles”.
El extremo del ridículo al que llega la burocracia religiosa acaba
por destruir cualquier asomo de dignidad que hubiera podido atribuírsele al
viejo: “Sin embargo [el cura] prometió
escribir una carta a su obispo, para que éste escribiera otra a su primado y
para que éste escribiera otra al Sumo Pontífice, de modo que el veredicto final
viniera de los tribunales más altos”.
La
acumulación de absurdos vuelve chusca la situación, pero el humor no destruye
por completo lo inquietante del asunto. El ángel nunca acaba de ser asimilado,
nunca se llega a la seguridad de si es o no un ser sobrenatural, y dentro de la
dinámica sagrado-profano aparecen a veces ciertos destellos de temor, o por lo
menos de precaución. Nunca se salva por completo la distancia que separa al
ángel de los habitantes del pueblo. Son, como dice Vargas Llosa a propósito de El
coronel no tiene quien le escriba, “una colectividad y un individuo,
distanciados, incomunicados uno del otro”. Y esta distancia, esa separación del ser extraño, se
manifiesta en un objeto concreto, tangible: el ángel, por lo menos al
principio, está separado de la gente por la reja del gallinero, barrera que lo
rodea para determinar una especie de zona aparte, que le pertenece en
exclusividad. La duda sobre la naturaleza angelical es alimentada por lo errático
de los milagros atribuidos al ángel y, de duda en duda, llega a ser sentido
como un personaje cada vez más familiar. No sólo ya no causa temor, sino que
queda reducido al mismo nivel que los cangrejos.
Este ángel tan terre à terre, tan poco
solemne, tan humano, en fin, llega a inquietar precisamente por su falta de
extrañeza. Es tan humano que contrae varicela, tiene “soplos en el corazón” y
“ruidos en los riñones”, pero no se puede pasar por alto el hecho evidente de
que tiene alas, unas alas que “resultaban tan naturales en aquel organismo
completamente humano, que no podía entenderse por qué no las tenían también los
otros hombres”. Y la partida del ángel no resuelve el enigma. Se va volando, con
la misma torpeza de ave vieja con que lo hemos visto moverse desde su llegada,
y se pierde a lo lejos, sin que nadie haya podido saber si era o no un ángel.
Quedará seguramente relegado entre las viejas historias que se cuentan en el
pueblo e irá adquiriendo cierta grandeza, poco a poco, al irse transformando de
realidad escuálida en un nuevo mito popular.
El ambiente en que
transcurre la historia refuerza
esta sensación de irrealidad dentro de la realidad. Es el trópico suramericano,
pero un trópico exagerado casi hasta lo imposible, un lugar donde las lluvias
adquieren carácter de diluvio universal y donde los cangrejos invaden las
casas, de una manera que hace pensar en los relatos mitológicos. En el pueblo
se habla de “los tiempos en que llovió tres días y los cangrejos caminaban por
los dormitorios”, y la lluvia se convierte en una especie de transmutador, en
algo que modifica la materia: “las arenas
de la playa, que en marzo fulguraban como polvo de lumbre, se habían convertido
en un caldo de lodo y mariscos podridos” cuando llegó el ángel. No es que
en el trópico de nuestros países no ocurran fenómenos parecidos, pero aquí se
presentan justo con la exageración suficiente para que adquieran tintes de
irrealidad mitológica.
Ciertas expresiones
empleadas, por lo violentamente antitéticas, refuerzan la sensación de extrañeza.
Sirvan como ejemplo dos de ellas, “un ángel de carne y hueso”, y “aquel
infierno lleno de ángeles”.
Lo que vemos aquí es
un proceso de desacralización de lo fantástico, una progresiva familiarización
con el ser extraño, que le hace perder todo poder sobre nosotros. Y la
desacralización es ayudada por el humor, el humor irónico y cariñoso a la vez
con que García Márquez pinta a sus personajes y que, al hacer que el lector se
ría de ellos, lo separa del sentimiento de extrañeza e inquietud. Las
tribulaciones del ángel terrenal y las elucubraciones de sus anfitriones mueven
a risa; de personaje temible o respetable, el ángel se convierte en
personaje ridículo, lo cual tiene como efecto una especie de reabsorción de lo
fantástico. La risa actúa como una especie de vade retro que exorciza al
demonio del temor y de la angustia
Según
Louis Vax, “lo fantástico, que es una
especie de ‘sagrado’ al revés, contamina todo cuanto lo toca. Las víctimas de
los vampiros se convierten a su vez en vampiros”. En este relato ocurre
casi exactamente lo contrario, pues no es el ser fantástico el que contamina lo
que está a su alrededor, sino que lo cotidiano, dotado de una enorme fuerza
hecha a la vez de absurdos teológicos y de sentido común, invade, contamina y
destruye lo fantástico. Y en eso, paradójicamente, es en donde reside la
transgresión: un ángel reducido a nivel humano (y humano subdesarrollado,
además), un ángel viejo y escuálido, es un ser que infringe todas las reglas
del mundo angelical. Esta convención rompe con sus propias convenciones
establecidas, hace a un lado sus propias normas, y se vuelve, por ello,
fantástica. En efecto, un ángel de origen comprobadamente divino pertenecería
al mundo de lo maravilloso, y dejaría de preocuparnos. Un ángel desacralizado,
y cuyo origen sigue en la oscuridad, no puede dejar de inquietar.
También
contribuye a la conformación de lo fantástico lo que Vargas Llosa llama el
“dato escondido elíptico, es decir, que el cuento termina cuando lo más
importante está por ocurrir”. Vargas Llosa explica lo siguiente a propósito de La
mala hora: “la clave de la construcción es un dato escondido elíptico:
nunca se sabrá quién pone los pasquines, en tanto que esta revelación parecería
ser el dato culminante hacia el cual confluían todos los otros de la novela”.
Algo semejante pasa en “Un señor muy viejo con unas alas enormes”: toda la
curiosidad del pueblo, todas las energías de sus habitantes se concentran en
cierto momento en desentrañar el misterio del origen del ángel y de su
naturaleza. Parecería que la respuesta a esto debería ser la clave del cuento,
pero nunca se da la solución. Resulta entonces que el dato escondido elíptico
es, en este caso, esencial para conservar la ambigüedad que rodea al ángel, y
que es la que hace de este texto un cuento fantástico.
Fuente: FLORA
BOTTON BURLA; LOS JUEGOS FANTÁSTICOS; FACULTAD DE FILOSOFÍA y LETRAS;
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MEXICO; 2003.
Otro análisis de Un señor
muy viejo con unas alas enormes:
http://elblogdemara5.blogspot.com/2012/08/analisis-resumen-de-un-senor-muy-viejo.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario