por Guillermo García
En esta breve nota quisiéramos resaltar un aspecto que juzgamos fundamental en la obra de dos grandes de las letras hispanoamericanas: José Eustasio Rivera y Horacio Quiroga.
Nos referimos al tratamiento que cada uno de ellos hace de la selva: escenario de importancia excluyente en La vorágine hasta el punto de arrogarse el protagonismo final de la novela y marco de indiscutible peso significativo en las mejores narraciones del escritor de Salto.
Sin embargo, las similitudes parecen llegar sólo hasta aquí.
En el decurso de La vorágine se asiste al desarrollo de dos procesos bastante notorios:
Primero. La selva posee el estatuto de un sujeto-otro, equivalente a un desdoblamiento del personaje de Arturo Cova, principal narrador y protagonista de la historia. Mejor aún: aquélla obra a modo de reflejo en relación a los estados anímicos de este último -las más de las veces alterados-.
Segundo. La selva, a lo largo de la novela, se halla sometida de manera creciente a procedimientos de personificación: ella habla, grita, se mueve, seduce... En fin: actúa. Y su acción final e irreductible es la de devorar.
Una vez devenido en sujeto actante, entonces, el ambiente se encuentra como ‘subjetivizado’ e íntimamente ligado a los estados de conciencia y al destino de los personajes en él arrojados.
En cambio, a poco de analizar los relatos de Horacio Quiroga se comprueba un fenómeno plenamente inverso:
a) La evidente ‘otredad’ de la selva se sustenta en el hecho de ser totalmente ajena respecto a la experiencia vital de los personajes. Los estados de ánimo de éstos -también, las más de las veces, alterados-, no son así ‘acompañados’ por ninguna señal de corte ambiental.
Baste recordar a modo de ejemplo:
Muerto. Puede considerarse muerto en su cómoda postura.
Pero el hombre abre los ojos y mira. ¿Qué tiempo ha pasado? ¿Qué cataclismo ha sobrevenido en el mundo? ¿Qué trastorno de la naturaleza trasuda el horrible acontecimiento? [...]
Nada, nada ha cambiado. Sólo él es distinto.
La cita pertenece a “El hombre muerto” y podría ser ampliada.
La selva es un medio ‘otro’, radicalmente distinto o extraño, donde el hombre ha sido ‘arrojado’ porque sí y de donde, con igual naturalidad, podrá ser arrancado de un momento a otro.
b) No obstante, debemos resaltar que el ambiente no conspira en nada para perder al hombre. Antes bien, la muerte pareciera ser obra de la casualidad, de un azar incomprensible para el entendimiento de la víctima.
Sostiene al respecto Jorge Lafforgue: Tiro certero, filo de machete, insecto sanguinario, veneno de víbora, paludismo, fiebre fulminante, sol “fundente”, sea cual fuere el agente productor, lo que unifica esa diversidad es el azar, la casualidad [de la muerte].
El de la selva constituye un devenir distinto, lejano a la temporalidad humana. El suyo es el tiempo ‘abierto’ de los ciclos de la naturaleza, por ende, de la muerte y la regeneración. En tanto que el del hombre es un decurso lanzado en línea recta, directa, hacia la aniquilación final que presupone la muerte.
Todo esto nos permite concluir que la representación de la selva desplegada en los cuentos de Horacio Quiroga se perfila como netamente objetiva, en concordancia perfecta con el rasgo distintivo de aquélla: figurar en sí misma la instancia negadora del sujeto por excelencia. Dicho procedimiento de objetivación se percibe sobre todo en las referencias que apunta el narrador acerca del medio circundante, casi siempre de sesgo externo y desprovistas del recurso de la personificación.
En Quiroga la selva tiende a ser un telón de fondo, omnipresente, constante, eso sí, pero sin llegar a renunciar nunca a aquel rol, si se quiere secundario. Jamás en el escritor de Salto la selva será concebida como un ‘tú’, esto es, a modo de un sujeto-otro.
En cambio, no ocurre lo mismo en la narrativa del colombiano, donde el narrador, en no pocas oportunidades, utilizará la segunda persona para referirse a ella. Véase si no el discurso de cargados tintes retóricos con que principia la segunda parte de La vorágine.
Lo expuesto nos conduce, una vez más, a reafirmar la concepción de perfil existencial, plenamente novedosa para su época, que algunos relatos de Horacio Quiroga dejaban traslucir acerca de la condición humana. Sus personajes suelen ser seres ligados a procesos de corte involutivo (se los denomina “ex-sabios” o “ex-hombres”) y el último estadio de ese fatal itinerario lo ocupará la muerte. Entonces, ser sujeto parecería implicar, paradójicamente, la posibilidad certera de ir dejando de serlo. Así, los ex-hombres se hallan asociados a distintas formas de animalización, y la muerte, por su parte, suele ser presentada en términos de ‘cosificación’ (consúltese al respecto “La cámara oscura”).
Resta expresar que la totalidad de ese proceso de desintegración de la subjetividad coronado por la muerte, el hombre lo padece en una total soledad. Nada ni nadie lo acompaña.
Un ambiente objetivizado, distante, ajeno a esos verdaderos cataclismos de la conciencia, no hace más que subrayar -parecería querer decirnos Quiroga- la azarosa situación de desamparo e indefensión del hombre en el mundo.
* LAFFORGUE, Jorge: “Introducción biográfica y crítica”. En: QUIROGA, Horacio. Los desterrados y otros textos. Madrid, Castalia, 1990, p. 94. Con posterioridad hemos ampliado en parte estas consideraciones en Alambres (o de las legalidades antagónicas en Doña Bárbara). Cf. Letterature d’America. Facoltá di Lettere e Filosofía dell’Universitá de Roma “La Sapienza”. Anno XVII-XVIII, nn. 75-76, 1997-98, pp. 91 y ss.
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