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13 de diciembre de 2010

SIMBOLOGÍA: EL AGUA

SIMBOLOGÍA: EL AGUA

FUENTE: DICCIONARIO DE LOS SÍMBOLOS- Bajo la dirección de lEAN CHEVALlER
con la colaboración de ALAIN GHEERBRANT
BARCELONA-EDITORIAL HERDER-1986

Las significaciones simbólicas del
agua pueden reducirse a tres temas dominantes:
fuente de vida, medio de purificación
y centro de regeneración. Estos tres
temas se hallan en las tradiciones más antiguas
y forman las combinaciones imaginarias
más variadas, al mismo tiempo que las
más coherentes.
Las aguas, masa indiferenciada, representan
la infinidad de lo posible, contienen todo
lo virtual, lo informal, el germen de los gérmenes,
todas las promesas de desarrollo,
pero también todas las amenazas de reabsorción.
Sumergirse en las aguas para salir de
nuevo sin disolverse en ellas totalmente, salvo
por una muerte simbólica, es retornar a
las fuentes, recurrir a un inmenso depósito
de potencial y extraer de allí una fuerza nueva:
fase pasajera de regresión y desintegración
que condiciona una fase progresiva de
reintegración y regeneración (...... baño, ......
bautismo).
Las variaciones de las diferentes culturas
sobre estos temas esenciales nos ayudarán a
comprender mejor y a profundizar, sobre un
fondo casi idéntico, las dimensiones y los
matices de esta simbólica del agua.
l. En Asia los aspectos del simbolismo del
agua son muy diversos. El agua es la forma
substancial de la manifestación, el origen de
la vida y e! elemento de la regeneración corporal
y espiritual, el símbolo de la fertilidad,
la pureza, la sabiduría, la gracia y la virtud.
Es fluida y tiende a la disolución; pero también
es homogénea y tiende a la cohesión, a
la coagulación. Como tal, podría corresponder
a satlva, pero como se derrama hacia
abajo, hacia el abismo, su tendencia es lamas;
como se extiende en la horizontal, su
tendencia es también rajas.
b) No menos generalmente, el agua es el
instrumento de la purificación ritual; del islam
al Japón, pasando por los ritos de los
antiguos fu-chuei taoístas (señores del agua
consagrada), sin olvidar la aspersión de agua
bendita de los cristianos, la ....,. ablución desempeña
un papel esencial. En la India y en
el sureste asiático, la ablución de las estatuas
santas -y de los fieles- (particularmente en
el año nuevo) es a la vez purificación y regeneración.
e) El agua, opuesta al fuego, es yin. Corresponde
al norte, al frío, al solsticio de invierno, a los riñones, al color negro, al trigrama
k'an que es el abisal. Pero de otra
manera el agua está ligada al rayo, que es
fuego. Así pues, si los alquimistas chinos puede perfectamente
considerarse como un retorno a la primordialidad,
al estado embrionario, se dice también
que este agua es fuego, y que las abluciones
herméticas deben entenderse como
purificaciones por el fuego. En la alquimia
interna de los chinos, el baño y el lavado podrían
perfectamente ser también operaciones
de naturaleza ígnea. El mercurio alquímico,
que es agua, es calificado a veces de «agua
ígnea».
Señalemos también que el agua ritual de
las iniciaciones tibetanas es el símbolo de los
votos,.de los compromisos adquiridos por el
postulante.
2. En las tradiciones judías y cristianas el
agua simboliza ante todo el origen de la
creación. El men (M) hebreo simboliza el
agua sensible: es madre y matriz. Fuente de
todas las cosas, manifiesta lo transcendente
y por ello debe considerarse como una hierofanía.
De todos modos el agua, como por otra
parte todos los símbolos, puede considerarse
en dos planos rigurosamente opuestos, pero
de ningún modo irreductibles, y semejante
ambivalencia se sitúa a todos los niveles. El
agua es fuente de vida y fuente de muerte,
creadora y destructora.
a) En la Biblia los -+ pozos del desierto y
los manantiales (-+ fuente) que se ofrecen a
los nómadas son otros tantos lugares de alegría
y de asombro. Cerca de los manantiales
y los pozos tienen lugar los encuentros esenciales;
como lugares sagrados, los puntos de
agua desempeñan un papel incomparable.
Cerca de ellos nace el amor y se preparan
los matrimonios. La marcha de los hebreos
y el caminar de cada hombre durante su peregrinaje
terrenal están íntimamente ligados
contacto exterior o interior con el agua;
esta resulta un centro de paz y de luz.
Palestina es una tierra de torrentes y manantiales,
Jerusalén está regada por las aguas
pacíficas de Siloé. Los ríos son agentes de
fertilización de origen divino; las lluvias y
el rocío aportan su fecundidad y manifiestan
la benevolencia de Dios. Sin el agua el nómada
sería inmediatamente condenado a
muerte y quemado por el sol palestino; así el
agua que encuentra en su camino es comparable
al maná: apagando su sed, lo alimenta.
La hospitalidad exige que se ofrezca agua fresca
al visitante y que se le laven los pies, a fin de
asegurar la paz de su descanso. Todo el Antiguo
Testamento celebra la magnificencia
del agua. El Nuevo Testamento recibirá esta
herencia y sabrá utilizarla.
Yahvéh se compara a una lluvia de primavera
(Os 6,3), al rocío que hace crecer las
flores (ibid., 14,6), a las aguas frescas que corren
desde las montañas, al torrente que
abreva. El justo es semejante al árbol plantado
a los bordes de las aguas que corren
(Núm 24,6); el agua aparece pues como un
signo de bendición. Pero conviene reconocer
en ello justamente el origen divino. Así, según
Jeremías (2,13), el pueblo de Israel en su
infidelidad, despreciando a Yahvéh, olvidando
sus promesas y dejándolo de considerar
corno la fuente de agua viva, quiere
excavar sus propias cisternas; éstas se agrie-
tan y no conservan el agua. Jeremías, censurando
la actitud del pueblo frente a su Dios,
fuente de agua viva, se lamenta diciendo:
«Harán de su país un desierto» (18,16). Las
alianzas extranjeras se comparan a las aguas
del Nilo y del Éufrates (11,18). El alma busca
a su Dios como el ciervo sediento busca
la presencia del agua viva (Sal 42,2-3). El
alma aparece así como una tierra seca y sedienta
orientada hacia el agua; espera la
manifestación de Dios, tal como la tierra reseca
desea poder ser empapada por las lluvias
(Dt 32,2).
b) El agua es dada por Yahvéh a la tierra,
pero hay otra agua más misteriosa: ésta
pone de manifiesto la Sabiduría, que ha presidido
la formación de las aguas en la creación
(Job 28,25-26; Prov 3,20; 8,22.24.
28-29; Ecl 1,2-4). En el corazón del sabio reside
el agua; él es semejante a un pozo y a
una fuente (Prov 20,5; EcI 21,13), y sus palabras
tienen la fuerza del torrente (Prov
18,4). En cuanto al hombre privado de sabiduría,
su corazón es comparable a un vaso
roto que deja escapar el conocimiento (EcI
21,14). Ben Sira compara la Thora (la Ley) a
la Sabiduría, pues la Thora derrama un agua
de Sabiduría. Los padres de la Iglesia consideran
al Espíritu Santo como el autor del
don de sabiduría que él vierte en los corazones
sedientos. Los teólogos de la edad media
representan este tema dándole un sentido
idéntico. Así para Hugo de San Víctor la Sabiduría
posee sus aguas y el alma es lavada
por las aguas de la Sabiduría.
Es del todo natural que los orientales
hayan visto el agua en primer lugar como
signo y símbolo de bendición: ¿no es ella la
que permite la vida? Cuando Isaías profetiza
una era nueva, dice: «Surgirá agua en el desierto...
el país de la sed se transformará en
manantiales» (Is 35,6-7). El vidente del
Apocalipsis no habla de otro modo: «El cordero...
los conducirá a las fuentes de las
aguas de la vida)) (Ap 7,17).
El agua se convierte en el símbolo de la
vida espiritual y del Espírítu, ofrecidos por
Dios y a menudo rechazados por los hombres:
«me han abandonado, a mí, la fuente
de agua viva, para excavarse cisternas ... que
no mantienen el agua) (Jer 2,13).
Agua
Jesús emplea también este simbolismo en
su conversación con la mujer de Samaria:
«Quien beba el agua que yo le daré ya nunca
tendrá sed, pues el agua que yo le daré se
convertirá dentro de él en manantial de agua
que brote para vida eterna) (Jn 4, especialmente
versículo 14).
Símbolo ante todo de vida, en el Antiguo
Testamento el agua se convierte en símbolo
del Espírítu en el Nuevo Testamento (Ap
21). Aquí Jesucristo se revela como Señor
del agua viva con la samaritana (Jn 4,10). Él
es la fuente; «si alguno tiene sed, que venga
a mí y que beba» (Jn 7,37-38). Como de la
roca de Moisés, el agua surge de su seno y
sobre la cruz la lanza hace brotar agua
y sangre de su costado abierto. Del Padre se
derrama el agua viva, que se comunica por
la humanidad de Crísto o también por el
don del Espíritu Santo, el cual, según el texto
de un himno de Pentecostés, es fons vivus
(fuente de agua viva), ignis caritas (fuego de
amor), Altissimi donum Dei (don del Altísimo).
El agua viva, el agua de la vida, se presenta
como símbolo cosmogónico. Ella purifica,
cura, rejuvenece y por ende introduce en lo
eterno. Según Gregorío de Nisa, los pozos
conservan un agua estancada. «Pero el pozo
del Esposo es pozo de aguas vivas. Tiene la
profundidad del pozo y la movilidad del
río.))
c) Según Tertuliano el Espírítu divino escoge
el agua entre los diversos elementos;
hacia ella van sus preferencias, pues ella
aparece desde el orígen como una materia
perfecta, fecunda y simple, totalmente transparente
(De baptismo. 3). Posee por sí misma
una virtud puríficadora y por esta razón
también se considera sagrada. De ahí su uso
en las abluciones rituales; por su virtud, borra
toda infracción y toda mancha. De allí
proviene la importancia dada en el judaísmo
a las aguas de pureza. Sólo el agua del bautismo
lava de los pecados y
no se otorga más que una vez, pues permite acceder a otro estado:
el del hombre nuevo. Este rechazo del
hombre viejo, o más bien esta muerte en un
momento de la historia, es comparable a un
diluvio, pues éste simboliza una desaparición,
una destrucción: una época se aniquiló,
otra surgió.
El agua, que posee una virtud purificadora,
ejerce además un poder soteriológico. La
inmersión es regeneradora, opera un renacimiento,
en el sentido de que es a la vez
muerte y vida. El agua borra la historia,
pues restablece el ser en un nuevo estado. La
inmersión es comparable al entierro de Cristo:
él resucita tras este descenso a las entrañas
de la tierra. El agua es símbolo de regeneración:
el agua bautismal conduce explícitamente
a un «nuevo nacimiento» (Jn
3,3-7). El Pastor de Hermas habla de los que
descendieron al agua muertos y volvieron de
ella vivos. Es el simbolismo del agua viva,
de la fuente de Juventa. Lo que yo tengo en
mí, dice Ignacio Teoforo (según Calixto), «es
el agua que obra y que habla». Se recordará
que el agua de la Castalia de Delfos daba su
inspiración a la Pitia. El agua de la vida es
la gracia divina. Recordemos que el agua
está mezclada con la sangre que se escapa
del corazón traspasado de Jesús.
Los cultos se concentran muy a menudo
alrededor de las fuentes. Todo lugar de peregrinaje
comporta su punto de agua y su
fuente. El agua puede curar en razón de sus
virtudes específicas. En el curso de los siglos
la Iglesia se ha levantado muchas veces contra
el culto rendido a las aguas; la devoción
popular ha considerado siempre el valor sagrado
y sacralizante de las aguas. Pero las
desviaciones paganas y el retorno de las supersticiones
eran siempre amenazantes: lo
mágico acecha a lo sagrado para pervertirlo
en la imaginación de los hombres.
Si bien las aguas preceden la creación, es
bien evidente que siguen estando presentes
para la recreación. Al hombre nuevo corresponde
la aparición de otro mundo. Guigues II
el Cartujo ha hablado del encuentro en él de
las aguas superiores y de las aguas inferiores.
d) En ciertos casos -según señalábamos al
principio de esta nota- el agua puede actuar
como la muerte. Las grandes aguas anuncian
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en la Biblia las pruebas. El desencadenamiento
de las aguas es el símbolo de las
grandes calamidades.
Dardos de rayos partirán certeros
como de arco bien tensado, saltarán de las nubes a su
blanco.
Piedras de granizo cargadas de furor,
serán lanzadas como por catapulta;
Las olas del mar contra ellos se desencadenarán,
los rios los anegarán sin misericordia.
El soplo de la Omnipotencia se levantara contra ellos
y como huracán los aventara (Sab 5,21-23).
El agua puede asolar y engullir, los tornados
destruyen las vides en flor. Así el agua
puede entrañar una fuerza maldita. En tal
caso castiga a los pecadores, pero no puede
alcanzar a los justos que no tienen por qué
temer las grandes aguas. Las aguas de la
muerte no conciernen más que a los pecadores
ya que se transforman en agua de vida
para los justos.
Como el fuego, el agua puede servir de ordalía.
Los objetos lanzados se juzgan, pero el
agua no juzga.
Símbolo de la dualidad de lo alto y lo
bajo: aguas de lluvia, aguas de los mares. La
primera es pura, la segunda salada. Símbolo
de vida: pura, es creadora y purificadora
(Ez 36,25); amarga, produce la maldición
(Núm 5,18). Los ríos pueden ser corrientes
benéficas, o dar abrigo a monstruos. Las
aguas agitadas significan el mal, el desorden.
Los malvados se comparan al mar agitado
... (Is 57,20). «Sálvame, oh Dios, pues las
aguas han entrado en mi alma, me hundo en
el lodo ... » (Sal 69,1-12).
Las aguas en calma significan la paz y el
orden (Sal 23,2). En el folklore judío, la separación
hecha por Dios, en el momento de
la creación, de las aguas superiores y las
aguas inferiores designa la división de
las aguas macho y las aguas hembra, que
simbolizan la seguridad y la inseguridad, lo
masculino y lo femenino.
Las aguas amargas del océano designan la
amargura del corazón. El hombre -dirá Ricardo
de San Víctor- debe pasar por las
aguas amargas, cuando cobre conciencia de
su propia miseria, esta santa amargura se
transformará en gozo (De statu interioris hominis
1,10, P.L. 196,124). M.-M.D.
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