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20 de agosto de 2011

CUENTO POPULAR: Pedro el de Malas

CUENTO POPULAR: Pedro el de Malas

El texto pertenece a Cuentos Populares de España, de Aurelio Espinosa, y debe correlacionarse con la versión mexicana de Virginia Rivera de Mendoza (cfr. "Pedro de Urdimales" en esta antología),

Muchos de los temas y motivos de este ciclo están pre­sentes en la tradición oral rioplatense: la apuesta con el patrón, los animales en el aire, los cerdos en el barro, etc.

Cfr. el episodio de Pedro y el gigante con "La aventura con el Cíclope" (Odisea, IX).

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Este era un padre que tenía dos hijos, Pedro y Juan. Y a Pedro, le decían Pedro el de Malas. Y estaban muy malamente, muy pobres, y en vista de la pobreza que tenían, el hijo mayor, Juan, le dijo a su padre que quería marcharse a buscar fortuna. Y el padre consintió y antes de que se marchara, le dio estos consejos:

–No te fíes de canto reboludo, ni de perro fal­dero, ni de hombre rubio.

Se marchó Juan, y en el camino ande iba llegó a un arroyo que pa pasarlo tenía un canto rebo­ludo de pasadera. Y sin acordarse de los consejos de su padre, pisó el canto pa pasar el arroyo y se cayó y se dio un golpe. Y ya más alante. Se encontró con un perro faldero y se le acercó y le mordió.

Y ya llegó Juan a la casa de un hombre que era rubio. Y sin acordarse de lo que le había dicho su padre, le preguntó si le hacia falta un criao en la casa. Y aquél le dijo que sí y se quedó Juan a ser­vir, haciendo un contrato que el que primero que­dara enfado tenía que sacarle tres correas desde el cogote al c. Y la paga tenía que ser cuando cantara el cuquillo.

Primero le mandó el amo a Juan que trajera un carro de leña, y que no lo metiera ni por la puerta principal ni por la falsa. Y fue y volvió con el carro de leña. Pero como no había más que dos puertas, no pudo entrar y comenzó a gritar:

–¡Pero, señor amo! ¿Por onde voy a entrar? ¡Pero, señor amo! ¿Por onde voy a entrar?

Y ya salió el amo y le dijo:

–Pero hombre, ¿qué se enfada usté?

Y Juan le contesta:

–Claro que me enfado. ¿A ver quién no se en­fada si no hay por onde entrar?

Y el amo le dice entonces:

–Güeno, pues entonces, las tres correas.

Y va y le saca tres correas desde el cogote al c. y el pobre de Juan se muere.

Y en vista de que Juan no vuelve, dice Pedro a su padre:

–Padre, mi hermano Juan no vuelve y quiero yo irle a buscar.

Y el padre le dice que está güeno, le da los mis­mos consejos que al mayor, y se marcha Pedro camino alante.

Y llega Pedro al mismo arroyo ande estaba el canto reboludo, y cuando lo ve se acuerda del consejo de su padre y dice:

–Aquí no hay más remedio que quitarme las albarcas.

Y se quitó las albarcas y pasó sin tocar el can­to. Y allá al pasar, le salió un perro faldero y co­gió una porra y lo mató. Y llegó también a la casa el hombre rubio. Y preguntó si hacía falta un criao y le dijeron que sí. Y entró a servir, haciendo el mismo contrato que su hermano. Pero cuando vio que el hombre era rubio, dijo:

–Hay que tener cuidao con este hombre, que me dijo mi padre que no me fiara de hombre rubio.

Y lo mismo que al otro, lo envió el amo primero por un carro de leña y le dijo que no entrara ni por la puerta principal ni por la falsa. Y va Pedro por e' carro de leña y vuelve. Y como ve que no hay sino dos puertas, va y coge un pico y llega a la paré y abre una puerta, y así mete el carro. Y el amo, cuando ve el destrozo, empieza a gruñir. Y le dice Pedro:

–¿Se enfada usted, señor amo?

Y aquél contesta:

–No me enfado, pero no me da gusto.

Y a! otro día envió el amo a Pedro por un carro de garabatos. Y como tardaba mucho en sacar una cepa, se echó a dormir. Y a mediodía fue el amo a llevarle la comida y le encontró dormido. Y le dice el amo:

–Pero Pedro, ¿cómo no trabajas? ¿Qué estás haciendo?

Y Pedro le contesta:

–Pero, señor amo, ¿cómo quiere usté que un costal vacío se ponga de pie? ¿Qué se enfada us­té, señor amo?

Y el amo contesta:

--No me enfado, pero no me gusta.

Y ya se fue el amo y dejó a Pedro en el campo pa que trabajara. Y por la tarde, cuando volvió el amo, halló a Pedro otra vez tumbao en la tierra y le dijo:

–Pero, hombre, ¿cómo no trabajas?

Y Pedro le dijo:

–Pero, señor amo, ¿cómo quiere usté que un saco lleno se ponga de pie a trabajar? Si trabajo me reviento.

Y ya empezó el amo a regañar, y le dijo Pedro: – ¿Que se enfada usté, señor amo?

Y contesta el amo: –No me enfado, pero no me gusta.

Y con eso ya se marcharon a casa. Y llega el amo y discurre con su mujer y le dice:

–Este me va a sacar las tres correas. Ahora lo que vamos a hacer es a tenerlo dos días sin co­mer pa ver si se va y nos libramos de él.

Y ya por día y medio no daban nada de comer.

Y vino Pedro entonces y se acostó una noche en el poyo de la cocina pa ver lo que hacían aquéllos.

Y se hizo el dormido, y ya vio que sacaba la mu­jer una torta de masa pa comer. Y cuando ya es­taba cocida, se levantó Pedro y cogió las tenazas y empezó a darle a la torta hasta que la hizo ca­chos. Y el amo y la mujer le gritaron:

–¿Qué haces ahí, hombre?

Y contesta Pedro:

–Que hace mucho frío, y como ya me estaba helando, me he levantado a atizar la lumbre.

Y ya el amo ordenó de dar de comer pa todos.

Y luego se acostaron.

Y otro día, dijo el amo a Pedro:

–Hoy vas a vender una piara de yeguas a la feria.

Y se fue Pedro con la piara de yeguas pa la fe­ria, y la yegua llevaba un cencerro. Y vendió todas las yeguas, ecerto una, que era blanca. Pero los cencerros no los vendió. Y cogió los cencerros y se vino a casa con ellos en la yegua blanca. Y por el camino se le formó una nube grande y metió mano a la navaja y mató a la yegua pa meterse en ella y no mojarse. Y había güitres y bajaban a comer de la yegua. Y Pedro los fue cogiendo y les puso a ca uno un cencerro. Y cogió uno blan­co por fin, y fue ande su amo y entró corriendo y le dijo:

–¡Señor amo, milagro del cielo! ¡Las yeguas se han vuelto güitres! Mírelas usté ande van con los cencerros volando. Y mire usted la yegua blanca en que he ido a la feria.

Y el amo vía los güitres volando con los cence­rros, y como siempre sospechaba que Pedro an­daba en alguna trampa, empezó a regañar. Y Pedro le dijo:

–¿Se enfada usté, señor amo? Pero el amo, como no quería que le sacaran, las tres correas, contestó: –No me enfado, pero no me gusta.

Y ya le envió el amo con una ¡piara de cerdos "a un monte ande había un gigante que no dejaba penetrar a nadie. Y fue y vendió todos los cerdos, ecerto una cerda. Y les cortó los rabos a todos y se quedó con ellos. Y entonces fue y metió to­dos los rabos y la cerda que no vendió en el lodo. Y vuelve a la casa y le dice al amo:

–¡Ay, señor, que los cerdos se han caído todos en la laguna!

Y fueron corriendo ande había metido Pedro los rabos en el lodo. Y le dijo Pedro al amo:

–Agarre usté pa ver si podemos sacar los cerdos.

Y agarraba aquél los rabos y tiraba, pero sólo sacaba los rabos. Y Pedro le decía:

–Ya ve usted, señor amo, que no pueden salir.

Y ya empezó Pedro a tirar del rabo de la cerda que no había vendido y llamó al amo y le dijo:

–Venga usted aquí señor amo, que me parece que esta cerda la vamos a sacar.

Y se agarraron los dos y tiraron, hasta que la sacaron. Y como en los demás casos no sacaban más que rabos, el amo decía:

–¡Ay, Pedro, me has arruinao. He perdido to­dos los cerdos.

Y Pedro le dijo:

–¿Se enfada usté, señor amo?

Y el amo contestó:

–No me enfado, pero no me gusta.

Y al día siguiente volvió el amo a mandar a Pe­dro ande vivía el gigante pa que el gigante le ma­tara. Y esta vez le mandó con una piara de ove­jas. Y como esta vez no halló Pedro a quién vendérselas, siguió caminando con las ovejas hasta que llegó ande estaba el gigante. Y sale el gigante y grita: –¡A carne humana me güele aquí! ¡Me la vas a dar o te como a ti!

Y ya le dijo Pedro:

–No me comas a mí, que aquí traigo muchas ovejas y puedes comerte las que quieras.

Y el gigante le dice entonces:

–Vamos a ver si me ganas a tres cosas, y si pierdes mueres. Vamos a ver quién muere.

–Güeno –le dijo Pedro.

–Primero –dijo el gigante– vamos a ver quién puede comer más. Ve y mata aquel toro y traes la carne.

Y va Pedro y junta too los toros y llega con ellos. Y le dice el gigante: –¿Qué haces?

Y contesta Pedro:

–Voy a matarlos todos pa comenzar a comer. –Con uno basta –le dice el gigante.

Y Pedro contesta:

–Pues pa matar uno solo, mátalo tú. Yo con uno soto no tengo ni pa empezar.

Entonces va el gigante y mata el toro y lo de­suella, y le da la piel a Pedro y le dice:

–Tráela llena de agua.

Y como Pedro ve que no puede ni con la piel vacia, menos llena de agua, se va a la fuente y se pone a clavar estaquillas. Y llega el gigante y le dice: –¿Qué haces, hombre?

Y contesta Pedro:

–Nada, que estoy poniendo aquí unas estaqui­llas para llevarme toda la fuente de agua, que con la piel llena de agua no hay agua ni pa empezar a beber.

Y le dice el gigante:

–No, hombre, que con esta bota de agua basta.

Y Pedro entonces le dice:

–Pues para un cuero de agua, llévala tú.

Entonces dice el gigante:

–Ahora vas al monte por leña.

Y llega Pedro y pega cuatro hachazos y no cae ni una rama. Y entonces va y coge un ovillo de estambre y se lía a todo el monte. Y va el gigante y le dice:

–¿Pero, ¿qué haces?

–Voy a sacar todo el monte pa llevarlo.

–Con una encina basta –le dice el gigante.

Y Pedro le dice:

–Para una encina, llévala tú.

Güeno, pues total que ya el gigante había coci­do el toro y había traído la comida y todo, y se pusieron a comer. Y Pedro se puso su zurrón al lao y hacía que comía y echaba toda la comida en el zurren. Y terminaron y dijo el gigante:

–Vamos a ver quién ha Comido más.

–¡Que yo he comido más!

–¡Que yo!

El gigante perdió y le dijo a Pedro:

–Ya me llevas ganada una. Ahora vamos a ver quién coge un canto y lo tira más largo.

Conque entonces va Pedro y coge una tórtola y la lleva en la mano. Y el gigante cogió un canto y lo tiró. Y cuando él tiró el canto, soltó Pedro la tórtola. Y cuando el canto del gigante cayó, la tór­tola todavía iba volando. Y decía Pedro:

–¡Allá va tavía mi canto!

Y el gigante dijo entonces:

–Ya me llevas ganadas dos. Ahora vamos a ver quién deshace una piedra.

Y va el gigante y coge una piedra y la aprieta y la hace pedazos en la mano. Y Pedro ya había cogido un cacho de cuaja y se la mete en la boca y la come. Y el gigante le dice:

–Ya me has ganao las tres. Ya ahora eres mí amigo.

Y Pedro dijo para sí:

–Este tío gigante yo lo voy a arreglar.

Y traía Pedro dos cartuchos de pólvora. Y se los dio al gigante y le dijo:

–Mira que con éstos, si te los pones en los ojos, puedes ver todo lo más divino del mundo.

Y se los puso el gigante y fue Pedro y echó luz y se le saltaron los ojos al gigante. Y el gigante le dijo a Pedro: –Pues ahora que me has hecho eso, no pasas la puerta de mi cueva.

Y pa que pasaran las ovejas las tocaba una a una el gigante y decía:

–Pasa, ovejita blanca. Pasa, ovejita blanca.

Y entonces va Pedro y mata una oveja y se vistió con la piel y pasó. Y el gigante, creyendo que era una oveja, lo tocó, y le dijo: –Pasa, ovejita blan­ca. Pasa, ovejita blanca.

Y Pedro le dijo:

–No, que es Pedro el de Malas.

Y viéndose ya fuera de la cueva, coge un puñal y le mata.

Se va entonces Pedro a casa del amo y le dice: –¡Ay, señor amo, que unos bichos se comieron las ovejas!

Y ya el amo le dice:

–Pero, ¿qué has hecho con las ovejas, hombre? Me vas a arruinar.

–¿Se enfada usté, señor amo? –le dice Pedro. –No me enfado, pero no me gusta –le dice el amo.

Y ya discurrieron los amos pa ver cómo iban a librarse de Pedro.

–Este nos va a arruinar –le dice el amo a su mujer–. Ahora no hay más remedio que te pongas tú en la ventana mañana y cantes como el cuqui­llo pa que se llegue la hora de la paga y que se vaya.

Güeno, pues se pone la mujer a la ventana otro día muy de mañana y canta: –jCucú. cucú! ¡Cucú, cucú! Y Pedro se levanta y dice:

–Yo voy a ver si es cuco o cuca. –Y saca su escopeta y va y le pega un tiro a la mujer y la ma­ta. Y sale el amo muy enfadado y grita:

–Pero, hombre, ¿qué has hecho? ¡Ya me has matado a mi mujer!

Y Pedro le dice:

–¿Se enfada usté, señor amo?

–Claro que me enfado –contesta el amo–. ¿No me he de enfadar cuando has matao a mi mujer?

Y llega entonces Pedro y le saca las tres correas desde el cogote al c. Y se murió el pobre. Y Pedro entonces mandó llamar a su padre y quedaron ellos de dueños de la casa.

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