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20 de agosto de 2011

CUENTO POPULAR: La ahijada de San Pedro

CUENTO POPULAR: La ahijada de San Pedro

Cuentos Populares de España, recogidos por Aurelio Espinosa. La imagen de la

reina enamoradiza remite a la historia de José y la mujer de Putifar

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Eran dos ancianos que no habían tenido familia. Y siempre le rogaban a San Pedro que les diera una hija. Y al fin, ya de viejos, les dio Dios una hija. Y vino San Pedro a verlos y lo convidaron de padrino. Y le pusieron Pedro, como el padrino.

Y cuando ya la chica estaba grande, murió el padre y tuvo que salir a servir. Y la madre no sa­bía cómo vestirla. No la vestían de mujer porque no pegaba con el nombre que tenía. De manera que la madre la vistió de hombre, y se marchó a servir.

Y apenas había salido de su casa, cuando le salió San Pedro al encuentro y la dirigió a un pa­lacio. Y se dirigió la chica al palacio y llegó y llamó en la puerta. Y salió una criada y la chica la dijo que si querían un criao. Y ya subió la criada y dijo que había un chico a la puerta que decía que si hacía falta un criao, y le dijeron que subie­ra. Y subió y le gustó a la reina y se quedó de criao en el palacio.

Y ya se llegó el tiempo que el rey tuvo que irse a la guerra. Y en ese medio tiempo la reina se ena­moró de Pedro, creyendo que era hombre. Y una noche fue tres veces a la cama de Pedro, pero Pedro le dijo que no, que no podía ser, que ella era la reina y él no era más que su criao. Y enton­ces la reina le envió a decir al rey que necesitaba varón, que se viniera pronto. Y vino el rey y le dijo ella:

–Hay que matar a Pedro. Tres veces bajó a mi cama y hay que matarlo.

Y fue el rey y mandó llamar a Pedro y le dijo que lo iba a matar, pero que no lo mataría si le traía un anillo que se le había caído en la mar. Y se fue Pedro llorando, sin saber qué hacer, cuan­do se le apareció San Pedro y le preguntó por qué estaba tan triste. Y cuando Pedro le contó lo que le pasaba, San Pedro le dio un pito y le dijo:

–Toma este pito y te vas a la orilla del mar y lo tocas, y saldrá un pececito con él anillo en la boca.

Y se fue Pedro con el pito, y cuando llegó a la orilla de la mar, empezó a tocarlo y enseguida salió un pececito con el anillo en la boca. Y fue Pedro y le entregó el anillo al rey. Pero el rey le dijo:

–Para que no te mate, tienes que traerme una hija muda que se robaron los ladrones:

Y se fue el chico muy triste a ver si se encon­traba con San Pedro. Y le salió San Pedro al en­cuentro y le preguntó por qué estaba tan triste. Y le contó Pedro lo que le pasaba, y San Pedro le dijo:

–No te apures por nada. Tú vas a la casa de los ladrones y te pones a la puerta. Cuando dan las doce, las puertas se abren y a la repetición se cierran. Entonces entras y coges a la muda y la sacas antes de que dé la repetición.

Y así lo hizo Pedro. Fue y se puso a la puerta, y al momento que dieron las doce, se abrieron las puertas. Y entró a escape y cogió a la muda, y salió antes de que diera la repetición. Y al cerrarse las puertas, la muda pegó un grito, y en el camino pegó otro grito, y al entrar en el palacio, otro.

Y llegó Pedro con ella y se la entregó a la rei­na; pero la reina dijo que no, que tenían que ma­tarle. Pero dijo el rey que no le mataban, si dividía esa noche tres fanegas de trigo, tres de cebada y tres de centeno para las tres de la mañana.

Y salió Pedro y se puso a llorar. Y llegó San Pedro y le preguntó por qué lloraba. Y ya le contó Pedro lo que le pasaba. Y San Pedro le dijo:

–Pide que te den una silla pa la habitación donde te encierren, y te tumbas a dormir.

Y así lo hizo Pedro. Pidió una silla y la llevó a la habitación donde le iban a encerrar con las tres fanegas de trigo, las tres de cebada y las tres de centeno. Y cuando lo encerraron, se tumbó a dormir.

Y a la una de la mañana se asomó la reina y se puso muy contenta porque vio que todavía Pe­dro no dividía nada y que lo iban a matar. Y al dar­las dos y media, se asomó otra vez, y más conten­ta se puso cuando vio que Pedro estaba tumbao en la silla durmiendo y nada había hecho y de se­guro lo iban a matar. Y al dar las tres, se asomó otra vez la reina y vio que todo el grano estaba dividido y Pedro estaba sentao en la silla.

Y ya fueron a ver si Pedro había dividido todo aquel grano, y al ver que todo lo había dividido, se quedaron asombraos.

Pero la reina todavía no estaba satisfecha y dijo que no, que le iban a matar, y que tenía que po­nerse él solo en la horca pa que le ahorcaran.

Y subió Pedro a la horca. Y al ponerse él solo la horca, se le apareció San Pedro, y le dice Pedro:

–Yo de ésta no me desenredo.

Y San Pedro le dijo:

–No ternas, que nada te pasará.

Y ya se pusieron a un lao el verdugo y a otro el rey y la reina, y pidió Pedro que le dejaran ha­blar tres palabras. Y le dijo que las dijera, y le dijo a la muda:

–Di, Ana, ¿por qué pegaste el grito al salir de Granada?

Y Ana, la muda, dijo:

–Porque mi madre bajó tres veces a tu cama.

Y todos se quedaron asombraos. Y le dijo en­tonces Pedro:

–Di, Ana, ¿por qué pegaste otro grito en medio del camino?

Y la muda contestó:

–Porque San Pedro es tu padrino.

Y más asombraos quedaron todos. Y ya faltaba todavía la tercera palabra, y dijo Pedro:

–Di, Ana, ¿por qué pegaste otro grito al entrar en el palacio?

Y contestó la muda:

–Porque eres hembra y no macho.

Y tan asombraos quedaron todos, que por largo rato guardaron silencio. Y después de volver de su asombro, el rey mandó matar a la reina y se casó con Pedro, que era una muchacha muy guapa.

Y ellos se quedaron allí, ya mí me enviaron aquí a que te lo contara a ti.


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