Literatura argentina: la Generación del ochenta
Si
se toma como eje de referencia cronológica el año 1880, se advierte con facilidad
que sobre el mismo confluye una serie de acontecimientos de decisiva
gravitación en la historia política y social del país. Es el año en que la
capitalización de Buenos Aires resuelve el viejo y enconado pleito entre
provincianos y porteños; el año en que el general Roca, con su reciente campaña
del desierto, asume la Presidencia de la República, inaugurando un período de
estabilidad institucional. Estas circunstancias volvieron más compleja la
sociedad, aceleraron la división del trabajo y permitieron que un público
incipiente empezara a juzgar a la literatura como una función no
necesariamente vinculada a la actividad política de los escritores.
Los
escritores, en consonancia con este cambio de frente, trabajaron con mayor
asiduidad en campos en que la autonomía del hecho literario pugnaba por
volverse evidente, y se mostraron de más en más sensibles a las observaciones
de la crítica y al dictado de los grandes modelos de la literatura europea.
Ya
en 1884, Paul Groussac pudo sorprender algunos rasgos generacionales en la
actitud y en la obra de Goyena, de Del Valle, de Gutiérrez, Wilde y Cané; "Saben
a fondo el arte de escribir; tienen erudición y chiste; la carga les es ligera, un poco refinados,
algo descontentadizos e irónicos; con el talento a flor de cutis, prefieren escribir una página que un libro , conversar un
libro que escribir una página. De ahí una dispersión a los cuatro
vientos del periodismo o de la conversación".
A estos rasgos pueden agregarse
la fuerte pasión evocadora, tan visible en las obras de Mansilla, de Cané, de
José Antonio Wilde, de Vicente C. Quesada, y el afán de testimoniar el violento
proceso de cambio que sufría el país, presente en la novelística de Lucio V.
López, Cambaceres y Ocantos.
En otra línea de esfuerzos, y como un indicador más de la amplia gama
de intereses en que buscó expresarse esta generación, debe señalarse la
particular flexibilidad con que intentaron reelaborar las ideas científicas en
boga. Este cientificismo alimentó, indiscutiblemente, el curioso brote de
literatura fantástica presidido por las obras de Eduardo Ladislao Holmberg, como
también las laboriosas adaptaciones del naturalismo zoliano, bien reconocibles
en las novelas de Argerich, Podestà y el ya citado Cambaceres.
Admitidos estos
elementos complementarios a la caracterización inicial de Groussac, no debe
entenderse, sin embargo, que la misma alcanza a cubrir la totalidad de la
producción literaria de los años inmediatamente posteriores a 1880. El caso de
Eduardo Gutiérrez, con los popularísimos folletines Juan Moreira, Hormiga Negra,
Santos Vega y otros, debe considerarse, sin duda, como el de un fenómeno
marginal al proceso
descripto como típico de la misma generación.
Fuente: Prieto, Adolfo: Diccionario básico de literatura argentina; Bs.As., Capítulo, 1968