Generación
del 27, nombre con el que se identifica al grupo de escritores españoles
ligados históricamente por el homenaje a Luis de Góngora, al cumplirse, en
1927, el tricentenario de su muerte.
La recuperación del poeta barroco plantea una diferencia sustancial con el
movimiento ultraísta: mientras éste proponía una búsqueda constante de lo nuevo,
en la generación del 27 se produce un encuentro entre ciertos principios de las
vanguardias literarias y la poesía española clásica, desde la lírica popular,
Gonzalo de Berceo o Gil Vicente, hasta poetas barrocos, además de Góngora, como
el conde de Villamediana, Pedro Soto de Rojas, Bocángel, Polo de Medina y,
entre otros, Gustavo Adolfo Bécquer y fray Luis de León, a quien la revista Carmen,
dirigida por Gerardo Diego, rindió homenaje en 1928, con ocasión del cuarto
centenario de su nacimiento. En efecto, como muy bien definiera al grupo del 27
uno de sus poetas representativos, Rafael Alberti, ellos eran
"vanguardistas de la tradición". Tienen incluso una actitud de
reconocimiento hacia la generación del 98 aunque, más interesados por una
literatura de alcance universal, no se ocuparon tanto de asuntos relacionados
con las debilidades de la estructura social española. No obstante, un escritor
joven del 98, el filósofo José Ortega y Gasset, aporta con La deshumanización
del arte (1925) una visión crítica y en cierto modo descriptiva de la estética
del 27.
Además de la recuperación de Góngora y de la influencia del pensamiento de
Ortega y Gasset, la generación del 27 tuvo especial admiración por Juan Ramón
Jiménez, sobre todo por su idea de la poesía pura, que implicaba, en su afán de
superar las formas del realismo, un culto de la imagen (que también realizó, a
su manera, el ultraísmo) y una elaboración del sentimiento ajeno al desborde y
a la emoción fácil.
Al mismo tiempo proponían la pluralidad de estilos y de lenguajes, sin renunciar a las formas clásicas. Pero también se hizo visible la presencia del surrealismo, que permitió incorporar nuevos temas e imágenes a la poesía, desde el mundo de los sueños hasta otros lenguajes (las hipérboles numéricas en el poeta Federico García Lorca o los juegos matemáticos en Alberti), sin desdeñar impurezas tales como la denuncia y la burla dirigidas contra las instituciones.
Destacan, por su clara filiación surrealista, obras
como La flor de California (1926) y La sangre en libertad (1931) de José María
Hinojosa (1904-1936); Sobre los ángeles (1929) de Rafael Alberti (1902); Los
placeres prohibidos (1931) de Luis Cernuda (1902-1963); Poeta en Nueva York de
Federico García Lorca (1898-1936). Esta obra de Lorca, así como sus piezas
teatrales El público y Comedia sin título, y el guión cinematográfico Viaje a
la luna, fueron el resultado del viaje del poeta a Nueva York en 1929 y revelan
una afinidad con las búsquedas estéticas de Luis Buñuel y de Salvador Dalí,
cuyo cortometraje Un chien andalou (Un perro andaluz) se había estrenado ese
mismo año en París, al que siguió L’âge d’or (La edad de oro), con guión sólo
de Buñuel.
La diversidad de la generación del 27 queda suficientemente probada porque en
ella se incluyen autores como Pedro Salinas (1891-1951), traductor de Paul
Valéry y Marcel Proust, autor de Presagios (1924), Fábula y signo (1931), La
voz a ti debida (1933), Razón de amor (1939), entre otras obras; Jorge Guillén
(1893-1984), premio Cervantes 1976, ejemplo de poesía casi pura, en la que
abunda el "esprit géometrique" de que hablaba Valéry y una visión
afirmativa de los seres a través de una emoción que depura y condensa en libros
como Cántico (1928) y Clamor (1957-1963).
Aunque siempre se habla de poesía al hacer referencia a la generación del 27,
cabe recordar que algunos de los poetas ya citados también escribieron en prosa
narrativa y no sólo poética. Es el caso de Pedro Salinas (Víspera del gozo, La
bomba increíble), Luis Cernuda, Rafael Alberti, Dámaso Alonso, José María
Hinojosa. Hubo dos vertientes principales: la novela lírico-intelectual y la
humorística. En la primera destacan Benjamín Jarnés (Paula y Paulita y Locura y
muerte de Nadie, de 1929; Teoría del zumbel, de 1930); Antonio Espina (Pájaro
pinto, 1927, y Luna de copas, 1929); Mauricio Becarisse (Las tinieblas
floridas, 1927, y Los terribles amores de Agliberto y Celedonia, 1931), entre
otros. Dentro de la novela de humor, un buen ejemplo es el de Enrique Jardiel
Poncela, sobre todo con Amor se escribe sin hache, ¡Espérame en Siberia, vida
mía! y Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?, escritas entre 1928 y 1931,
muy próximas a la obra de Gómez de la Serna y Fernández-Flórez.
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