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1 de abril de 2021

La generación del 27- Resumen

 

Generación del 27, nombre con el que se identifica al grupo de escritores españoles ligados históricamente por el homenaje a Luis de Góngora, al cumplirse, en 1927, el tricentenario de su muerte.

La recuperación del poeta barroco plantea una diferencia sustancial con el movimiento ultraísta:  mientras éste proponía una búsqueda constante de lo nuevo, en la generación del 27 se produce un encuentro entre ciertos principios de las vanguardias literarias y la poesía española clásica, desde la lírica popular, Gonzalo de Berceo o Gil Vicente, hasta poetas barrocos, además de Góngora, como el conde de Villamediana, Pedro Soto de Rojas, Bocángel, Polo de Medina y, entre otros, Gustavo Adolfo Bécquer y fray Luis de León, a quien la revista Carmen, dirigida por Gerardo Diego, rindió homenaje en 1928, con ocasión del cuarto centenario de su nacimiento. En efecto, como muy bien definiera al grupo del 27 uno de sus poetas representativos, Rafael Alberti, ellos eran "vanguardistas de la tradición". Tienen incluso una actitud de reconocimiento hacia la generación del 98 aunque, más interesados por una literatura de alcance universal, no se ocuparon tanto de asuntos relacionados con las debilidades de la estructura social española. No obstante, un escritor joven del 98, el filósofo José Ortega y Gasset, aporta con La deshumanización del arte (1925) una visión crítica y en cierto modo descriptiva de la estética del 27.


Además de la recuperación de Góngora y de la influencia del pensamiento de Ortega y Gasset, la generación del 27 tuvo especial admiración por Juan Ramón Jiménez, sobre todo por su idea de la poesía pura, que implicaba, en su afán de superar las formas del realismo, un culto de la imagen (que también realizó, a su manera, el ultraísmo) y una elaboración del sentimiento ajeno al desborde y a la emoción fácil. 

Al mismo tiempo proponían la pluralidad de estilos y de lenguajes, sin renunciar a las formas clásicas. Pero también se hizo visible la presencia del surrealismo, que permitió incorporar nuevos temas e imágenes a la poesía, desde el mundo de los sueños hasta otros lenguajes (las hipérboles numéricas en el poeta Federico García Lorca o los juegos matemáticos en Alberti), sin desdeñar impurezas tales como la denuncia y la burla dirigidas contra las instituciones.

 Destacan, por su clara filiación surrealista, obras como La flor de California (1926) y La sangre en libertad (1931) de José María Hinojosa (1904-1936); Sobre los ángeles (1929) de Rafael Alberti (1902); Los placeres prohibidos (1931) de Luis Cernuda (1902-1963); Poeta en Nueva York de Federico García Lorca (1898-1936). Esta obra de Lorca, así como sus piezas teatrales El público y Comedia sin título, y el guión cinematográfico Viaje a la luna, fueron el resultado del viaje del poeta a Nueva York en 1929 y revelan una afinidad con las búsquedas estéticas de Luis Buñuel y de Salvador Dalí, cuyo cortometraje Un chien andalou (Un perro andaluz) se había estrenado ese mismo año en París, al que siguió L’âge d’or (La edad de oro), con guión sólo de Buñuel.

          
La diversidad de la generación del 27 queda suficientemente probada porque en ella se incluyen autores como Pedro Salinas (1891-1951), traductor de Paul Valéry y Marcel Proust, autor de Presagios (1924), Fábula y signo (1931), La voz a ti debida (1933), Razón de amor (1939), entre otras obras; Jorge Guillén (1893-1984), premio Cervantes 1976, ejemplo de poesía casi pura, en la que abunda el "esprit géometrique" de que hablaba Valéry y una visión afirmativa de los seres a través de una emoción que depura y condensa en libros como Cántico (1928) y Clamor (1957-1963).

Aunque siempre se habla de poesía al hacer referencia a la generación del 27, cabe recordar que algunos de los poetas ya citados también escribieron en prosa narrativa y no sólo poética. Es el caso de Pedro Salinas (Víspera del gozo, La bomba increíble), Luis Cernuda, Rafael Alberti, Dámaso Alonso, José María Hinojosa. Hubo dos vertientes principales: la novela lírico-intelectual y la humorística. En la primera destacan Benjamín Jarnés (Paula y Paulita y Locura y muerte de Nadie, de 1929; Teoría del zumbel, de 1930); Antonio Espina (Pájaro pinto, 1927, y Luna de copas, 1929); Mauricio Becarisse (Las tinieblas floridas, 1927, y Los terribles amores de Agliberto y Celedonia, 1931), entre otros. Dentro de la novela de humor, un buen ejemplo es el de Enrique Jardiel Poncela, sobre todo con Amor se escribe sin hache, ¡Espérame en Siberia, vida mía! y Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?, escritas entre 1928 y 1931, muy próximas a la obra de Gómez de la Serna y Fernández-Flórez.

 

 

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