Análisis de Lejana de Julio
Cortázar
Alina Reyes es consciente,
desde hace mucho, de otra mujer con la que tiene una extraña afinidad; no la
conoce, pero irrumpe constantemente en su vida. La otra vive en una ciudad
distante, en alguna parte de Europa (Alina vive en Buenos Aires), en un lugar
donde hace mucho frío y donde ella sufre: la golpean, tiene hambre y frío. Alina
la siente y sabe sus sufrimientos; la mujer extraña se va convirtiendo en una
especie de otro yo, que llega a obsesionarla. Trata de defenderse, y decide que
se trata de algún tipo de manifestación histérica, seguramente de origen
sexual, que se le quitará con el matrimonio.
A pesar de que no quiere
creer en la existencia de la lejana, decide pasar su viaje de bodas en Budapest
(en algún momento ha sido consciente de que esa es la ciudad). Cuando llega
ahí, sale a caminar y atraviesa un puente sobre el Danubio helado; en medio del
puente, la mujer la está esperando. Se acercan, se encuentran y se abrazan. “Cerró los ojos en la fusión total, rehuyendo
las sensaciones de fuera, la luz crepuscular; repentinamente tan cansada, pero
segura de su victoria, sin celebrarlo por tan suyo y por fin”. Cuando se
separan, Alina siente el viento y el cansancio infinito que la aplasta, y grita
de frío y de terror, mientras la otra, “Alina Reyes”, se aleja coqueta y
elegante en su traje gris.
La
mujer pobre de Budapest será para siempre Alina Reyes, mientras que Alina,
encerrada en ese otro cuerpo que no es el suyo, vivirá la vida de sufrimientos
por la que tanto compadecía a la otra cuando la sentía desde lejos.
Pero, ¿se ha efectuado realmente el intercambio? Una
interpretación fría y racional nos llevaría a la conclusión de que no ha pasado
nada, de que es efectivamente un caso de histeria, una experiencia psicológica
aterradora, medio alucinación, medio pesadilla. Pero en ninguna parte del texto
está dicho lo que ha ocurrido; no se ofrece
explicación alguna. Es, indudablemente, una “irrupción de lo insólito en lo
banal” y, sea cual fuere la solución que adopte el lector, en el interior del
texto la duda permanece.
Se trata, pues, de un
cuento plenamente fantástico, y trataremos de ver cómo se presenta.
En cuanto a la forma, no tiene nada fuera de
lo común: es un diario escrito en un lenguaje sencillísimo, sin complicaciones
aparentes. Los personajes son pocos: Alina, la lejana; los demás no son más que
evocaciones presentadas, de manera más o menos vivida, en el diario. Las
acciones son pocas; no se relatan hechos, sino la historia de una situación que
llega a un desenlace necesario.
Alina Reyes va siendo
habitada por la otra mujer de la misma manera que una casa puede estar habitada
por fantasmas: su presencia no tiene causa aparente, es inevitable e
impredecible. La lejana entra en la conciencia de Alina en cualquier momento,
interrumpe cualquier actividad. Alina puede estar en el concierto, puede estar
en medio de una conversación, o encontrarse sola en su cuarto; de todos modos la presencia extraña, la
conciencia de la otra mujer, se introduce en la mente de Alina, causando un
terrible estado de angustia progresiva. Se impone el paralelo con “Casa
tomada”: en ambos cuentos hay una ocupación por parte de un elemento extraño,
ocupación que es exterior en “Casa tomada” e interior en “Lejana”; en el último
caso, la invasión es a la vez más clara y más misteriosa. En efecto, aquí
sabemos quién es el ocupante (aunque el saber sea muy impreciso: es un ser
humano, una mujer, y está lejos); pero, a diferencia de “Casa tomada”, la
ocupación no se va realizando de manera concreta, pieza por pieza, en partes
claramente definidas de la conciencia. Pero en ambos cuentos la ocupación es
progresiva, y llega inevitablemente a la totalidad. Los habitantes de la casa
van siendo desalojados poco a poco, hasta que quedan relegados a la calle; la
presencia indefinida lo toma todo, no queda más remedio que huir. Alina, por su
parte, es invadida también por la otra, hasta el momento en que es desalojada
de su cuerpo o, lo que es lo mismo en este caso, totalmente poseída. La lejana
ocupa por entero la casa que es el cuerpo de Alina. En “Casa tomada” no se sabe
nunca la identidad del ocupante. En “Lejana” la que era una presencia
indefinida y difusa se va haciendo progresivamente más nítida, más precisa.
Aparecen algunos nombres: el de un hombre, el de una plaza, el de una calle,
que se van acumulando después de la revelación inicial del nombre de una
ciudad: Budapest.
Decide que lo que ocurre no es verdad: “Lo he soñado, no es más que un sueño, pero
cómo adhiere y se insinúa hacia la vigilia”. Se propone, para deshacerse de
la presencia de la otra, no volver siquiera a escribir sobre ella. Y
efectivamente no vuelve a escribir. El final del cuento es la narración de un
tercero, anónimo, que relata la derrota de Alina y su posesión final y definitiva. Cuando Alina
Reyes decide irse a Budapest cae víctima de su propio juego. Su intención era
dar un paso liberador, para convencerse de la irrealidad de sus sensaciones.
Pero al tomar la decisión hace desaparecer la distancia física que había entre
ella y la lejana, hace posible el encuentro final. Es ella la que, como en una
pesadilla, se pone al alcance de su invasora.
El
fenómeno que ocurre en “Lejana” es al mismo tiempo un problema de doble
identidad y de fragmentación de la personalidad. Cuando relata los hechos en su
diario, Alina usa multitud de expresiones ambiguas que dejan ver, en
transparencia, que es dos personas a la vez: “porque soy yo y le pegan”, dice al hablar de la
mujer. Y más adelante: “Le pasaba
a aquella, a mí tan lejos”; “porque a mí, a la lejana, no la quieren”.
Cuando decide curarse de esa enfermedad extraña,
resuelve “ir a buscarme” a Budapest, “salir
en busca mía y encontrarme”,
para preguntarse: “¿Y si estoy?”. Pero no, decide, ella habrá de prevalecer,
habrá de ser la más fuerte, la otra “se doblegará, si realmente soy yo...”
Y cuando el relato pasa al narrador anónimo la tercera persona, que antes era
sólo la lejana, indica también a Alina. En ese momento el uso de la tercera
persona para las dos señala y refuerza la unión.
Todo el cuento es un juego constante entre
las dudas de Alina y la conciencia de la otra presencia interior. El elemento extraño
e imposible entra de golpe, desde el principio: “Anoche fue otra vez...” Lo que “fue” parece impreciso y vago al
comienzo, es como si se hablara de un insomnio (que, por cierto, Alina padece)
o de una jaqueca, pero lo que “fue” es “ésta
que no es la reina, y que otra vez odio de noche”.
Desde el comienzo, a pesar de la diferencia
enunciada, puesto que la otra “no es la reina”, hay conciencia de la identidad
existente entre las dos mujeres: “Esa que
es Alina Reyes pero no la reina del anagrama”. Hay una clara progresión en
la presencia de la lejana: aparece primero en sueños y luego va invadiendo poco
a poco las horas de la vigilia, hasta estar en los gestos más normales de la
vida cotidiana.
El juego identidad-diferencia constituye el
meollo del cuento. La lejana no tiene el nombre de Alina, no comparte con ella
sus características superficiales; no pertenecen al mismo nivel social, no
tienen las mismas costumbres ni la misma forma de vida. Pero en lo profundo, en
la esencia, la lejana es Alina Reyes. Incluso se podría decir que es la
otra cara de Alina Reyes, su antípoda moral, social y psicológica: mientras que
la una es rica, la otra es pobre; la una vive en América del Sur y la otra en
Europa; Alina tiene una existencia cuidada, protegida, y una vida social muy
intensa, mientras que la lejana sufre hambre y frío, no tiene amigos, está
expuesta a los golpes, llora. En cierta forma, no puede haber nada más opuesto
a Alina Reyes que una mendiga de Budapest. Esa especie de hermanita pobre de
Alina, que es a la vez ella misma, la completa de algún modo extraño y no bien definido.
Y, como en buena parte de los casos en que en la literatura aparece el doble o
el “otro yo”, es odiada por Alina: “Puedo
solamente odiarla tanto”. Pero no hay sólo odio, sino un sentimiento muy
ambivalente, en que intervienen también el orgullo, la ternura, las ganas de
ayudar a la otra, cierto sentimiento de solidaridad:
A veces sé que tiene frío, que sufre, que le pegan. Puedo
solamente odiarla tanto, aborrecer las manos que la tiran al suelo y también a
ella, a ella todavía más porque le pegan, porque soy yo y le pegan. [...] Que
sufra, que se hiele; yo aguanto desde aquí, y creo que entonces la ayudo un
poco.
En las visiones o sensaciones que sufre el personaje, el espacio real se comprime. La distancia que separa normalmente Buenos Aires de Budapest desaparece, los dos espacios se superponen en la conciencia de Alina, que se expande para incluir el espacio de Budapest. La unión entre los dos seres y los dos espacios se realiza, simbólicamente, en un puente. Esto es claro para Alina, pero lo que no queda definido es lo que pasa con el tiempo. Alina permanece constantemente en la duda acerca de si lo que ve está pasando en el momento mismo en que ella lo percibe, o si se trata de hechos pasados o futuros: “Pero me he vuelto canalla con el tiempo, ya no le tengo respeto. [...] A lo mejor me llega tarde, a lo mejor no ha ocurrido todavía”.
En este cuento se vuelve a confirmar la
hipótesis enunciada al principio, según la cual muchas veces lo fantástico
viene de que se toma literalmente una expresión que por lo general se emplea en
sentido figurado. Cuando Alina habla de “ir allá y encontrarme”, este
“encontrarse” pierde por completo su sentido metafórico, para asumir el
literal, que es terrible. Cuando encuentra a la mendiga, se encuentra realmente,
en todo el sentido de la palabra; el desenlace de la situación confirma esta
hipótesis fantástica.
Como todo autor de cuento fantástico,
Cortázar juega constantemente con la incredulidad del lector. Lo convence primero, para luego introducir una
duda, que a su vez se verá eliminada por los hechos. La inquietud y la
tranquilidad se suceden en el lector a medida que recorre el texto, pero el
final no le ofrece una solución, sino que lo deja en la duda.
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