EL MITO CLÁSICO
Mitos y leyendas; La religión griega;
El culto a los animales; Los dioses olímpicos; ¿Cómo eran los dioses?; Los atributos
divinos; La función de los poetas; La vida después de la muerte; El culto a los
dioses; Los héroes; Los oráculos
En su definición más simple, el mito es un relato de carácter
sagrado, que resulta siempre fruto de una creación colectiva. Como en el caso de Maradona,
hace falta el consenso de las multitudes para que una figura, o un hecho, alcance la categoría de mito.
Todo mito encierra,
tal como afirma Alonso Martín, "un núcleo de verdades naturales que se revisten, con la imaginación y las diversas
experiencias históricas de los pueblos, de elementos
y escenificaciones más o menos fantásticas". Tiene como fuente un hecho real (la victoria
deportiva de un país sobre su histórico
rival) sobre el cual la fantasía popular urde el relato mitológico (la colaboración de Dios con el equipo
vencedor).
Con la ayuda de los arqueólogos, los estudiosos se esfuerzan por comprender estos datos históricos que generaron
la explicación mítica. Un caso curioso
es el de los cíclopes, gigantes con un solo ojo que estaban relacionados
con el trabajo de los metales.
Sobre ellos, afirma el mitólogo
Robert Graves:
Los cíclopes parecen haber sido un gremio de los forjadores de bronce de la Hélade primitiva. Cíclope significa "los de ojo anular" y es probable
que se tatuaran con anillos concéntricos en la frente, en honor del Sol, la fuente
del fuego de sus hornos [...]. Los cíclopes
tenían también un solo ojo en el sentido
de que los herreros se cubren con frecuencia un ojo con un parche para evitar las chispas que vuelan.
Graves, Robert.
Los mitos griegos.
Buenos Aires,
Alianza, 1993.
Si se considera, además,
cuan primitivos debían
ser
los métodos para trabajar los metales, es lógico suponer que los herreros
fueran hombres sumamente fuertes, que el lenguaje del mito transformó en gigantes.
Por lo general,
las palabras mito y leyenda
se utilizan de modo indistinto. Sin embargo, es posible establecer entre ambos algunas diferencias, aunque, en muchos casos, los límites entre una y otra sean imprecisos.
El mito está directamente
relacionado con lo sagrado, por lo tanto, sus protagonistas son dioses y héroes ligados
a esos dioses, que los protegen o los ponen a prueba.
Los hechos evocados
transcurren en un tiempo
impreciso, en el que las deidades tienen un trato directo
y cercano al hombre,
como Atenea, que ayuda a su héroe favorito, Aquiles, en la guerra de Troya.
En las leyendas,
no existe tal proximidad a los dioses
y, aunque ocurren
cosas maravillosas o aparecen
seres sobrenaturales, estos hechos no se consideran sagrados.
Tomemos como ejemplo la leyenda del conde Drácula, inspirada en un personaje histórico: el sanguinario príncipe Vlad, que vivió durante
el siglo XVI
y luchó contra los turcos. Aunque en su protagonista abundan los rasgos fantásticos –es un vampiro
sobrenatural, un muerto
viviente que sale por las noches a alimentarse de sangre
humana, y sólo se puede acabar con él clavándole una estaca
de madera en el corazón–, no se lo considera
una divinidad: no tiene atributos sagrados ni se le rinde culto. Por estas causas,
pertenece al dominio de la leyenda. Generalmente, las leyendas pueden localizarse
en una época histórica determinada. En
síntesis, el mito posee un carácter sagrado del que la leyenda
carece.
Los griegos,
como muchos pueblos de la Antigüedad, eran politeístas. La palabra politeístas proviene
del griego: poli, "muchos",
y theo, "dios". Creían
que el destino de los hombres era gobernado
por una multitud de dioses que vivían en el monte Olimpo; por eso, se los llamaba "los olímpicos". Esta concepción religiosa es el producto
final de una larga evolución en el tiempo que comenzó
en la prehistoria.
El hombre siempre
se ha preguntado cómo surgió el universo, cuál es el origen de los hombres,
los animales, las plantas. Hoy busca la respuesta en la ciencia; los pueblos primitivos la encontraban en el mito.
Según la cosmogonía
griega (cosmos, "mundo", y gonos,
"nacimiento"), en el principio de todas las cosas,
la Madre
Tierra, Gea, emergió
del Caos inicial y de ella surgió Urano, el Cielo. De estos dos seres elementales, nacieron los gigantes de cien brazos, la raza de los poderosos titanes y los cíclopes.
Estos últimos se rebelaron
contra Urano y, por esta causa, fueron encerrados en el Tártaro, el lugar más profundo
de los Infiernos. Ofendida, Gea incitó al más joven de los titanes
cuyo nombre era Cronos, el Tiempo, a destronar a su padre. Cronos
se apoderó
del universo y gobernó
junto a Rea, otra titán.
De la sangre de Urano, el titán vencido que cayó al mar, nació Afrodita, la diosa del Amor y de la Belleza.
Además de rendir culto a las potencias de la naturaleza, todos los pueblos primitivos adoraron a los
animales. Los egipcios consideraban sagrados
a los gatos, escarabajos, halcones, serpientes, hipopótamos... y fueron los creadores
de fabulosas criaturas, productos de la combinación de diferentes seres, como en
el caso de la esfinge, que tenía cuerpo de león y cabeza de mujer.
Resabios de este
período zoomórfico (de zoos, "animal", y morphos,
"forma") de la religión griega aparecen en los relatos de los héroes más antiguos:
Heracles (a quien
los romanos llamaron
Hércules) y Perseo,
pues ambos se enfrentaron
con seres monstruosos que tenían,
al menos parcialmente, aspecto de animales.
El infatigable Heracles
venció, entre otros, al enorme león de Nemea,
que tenía una piel que ni el hierro, ni el bronce, ni la piedra podían herir y, asimismo, Heracles destruyó a la Hidra de Lerna, con cuerpo de perro y nueve cabezas
de serpiente. Por su parte, Perseo, cuyo nombre significa "el Destructor", se enfrentó
a Medusa, que tenía serpientes en lugar de cabellos.
En el año 1400 a. C. se
inició la unificación de los diversos
pueblos que habitaban el territorio griego, y comenzó a gestarse la religión de los dioses olímpicos. Poco a poco, estos dioses se impusieron a los animales
deificados, aunque seguían asociados a ellos, porque cada deidad tenía un animal, o varios, que le estaban
consagrados.
Cuando las fuerzas de la naturaleza adoradas en la religión primitiva
fueron desplazadas por los nuevos
dioses, terminó de organizarse el cosmos(Cosmos, en griego, significa "orden"), y triunfó
la religión olímpica.
Los mitos continúan, de esta manera,
la historia de los titanes.
Poco duró la tranquilidad del reinado de Cronos: el destronado Urano le profetizó
que le estaba reservada
la misma suerte que a él, pues uno de sus hijos le quitaría el poder. En consecuencia, Cronos devoraba
cada año al hijo que tenía con Rea para impedir que se cumpliera la predicción.
Rea, furiosa a causa de
esta crueldad, escondió
a Zeus, su sexto hijo, y
engañó al titán dándole una roca con forma de
niño. Zeus fue criado como pastor y, ya adulto, con
la ayuda de su madre logró acercarse a Cronos y lo convenció
para que ingiriera
una bebida
a la cual le había agregado
una pócima que lo hizo vomitar a sus hermanos
vivos: Hestia, Démeter, Hera, Hades y Poseidón.
Zeus, a menudo llamado
"Padre de los dioses", porque fue el salvador
de los Olímpicos, se repartió
con sus hermanos el dominio del mundo. Guardó para sí el cielo,
le dio a Poseidón
las aguas y a Hades, el dominio de los muertos,
que estaba debajo de la Tierra.
Otros dioses importantes de la mitología
griega eran Apolo, Artemisa,
Atenea, Ares y Hermes,
pero la sociedad de los Olímpicos
era muy amplia, y aquí sólo se han mencionado algunas de las deidades
principales.
¿Cómo eran los dioses?
Los dioses griegos
tenían forma humana (a esta característica se la llama "antropomorfismo"). Su apariencia era semejante a la de los hombres, pero estaban constituidos por una
sustancia más noble, porque no
comían pan ni tomaban vino, y
por sus venas no corría la sangre, sino un fluido
eterno. Tenían su morada en el monte Olimpo, excepto Hades y Perséfone, su esposa,
que habitaban bajo tierra,
en el Reino de los Muertos, y las divinidades relacionadas con el agua, que se distribuían en fuentes, ríos y mares.
Se les atribuía
la perfección de la belleza
y de la inmortalidad. La inmortalidad de los dioses estaba asociada
a la eterna juventud
porque, para los griegos, la vejez sólo era fuente de calamidades y un estado despreciable para el hombre. Hasta tal punto apreciaban la juventud y la belleza
que, para las estatuas de los dioses, tomaban como modelos a los atletas, y aun los ancianos
eran representados en la plenitud de la fuerza,
esbeltos y hermosos.
La historia
de Tetis y de Peleo, los padres del héroe Aquiles,
ilustra esta "divinización" de la belleza
y de la juventud. La diosa Tetis se enamoró del joven Peleo, un humano,
y solicitó a Zeus que le
otorgara el don de la inmortalidad, mas olvidó pedir para él la juventud eterna. Peleo no murió, pero se volvió viejo, y Tetis se
separó de él.
No parecen estos valores muy alejados de los actuales, si pensamos
en tantos actores y modelos cuya única aspiración es lograr la belleza perfecta y la eterna juventud. La mayor diferencia radica, quizás, en que los griegos
honraban a sus dioses,
pero no trataban
de parecerse a ellos. Bien sabían que el hombre está hecho de una materia muy diferente de la de los seres inmortales y que tratar de imitarlos
puede ser fuente de desdicha,
como lo demuestra el caso de Peleo.
Cada uno de los dioses regía una esfera de la existencia humana: el Amor, la Guerra, etcétera.
Los dominios de cada divinidad eran
muy amplios. Apolo, por
citar un caso, regía las artes, las profecías
y los juramentos; el arco y la lira le pertenecían, al igual que el laurel; influía en el crecimiento del ganado; era protector de la juventud
y de los ejercicios gimnásticos; lo invocaban los marineros, que lo adoraban representado
con
la forma de un delfín. El resto de los dioses tenía una esfera de influencia igualmente amplia. Aunque, a veces,
estas divinidades se peleaban,
rápidamente se reconciliaban. No podía haber entre ellos enfrentamientos duraderos, ya que simbolizaban el orden del universo, el cosmos.
Como veremos
a continuación, el comportamiento de los dioses griegos
carece de la dimensión
ética que revisten
las divinidades de otras religiones.
Cierta vez, Atenea,
venerada como inventora y como protectora de las artes textiles, se presentó a un concurso de tejido disfrazada de mujer mortal. Compitió con la princesa
lidia Aracne, que había tejido
un bellísimo paño en el cual aparecían
representados los amores
de los dioses del Olimpo. Atenea examinó atentamente la obra de su oponente,
tratando de encontrarle algún defecto, pero no pudo hallar ninguno. Entonces rompió el paño encolerizada y, para vengarse,
convirtió a la princesa
Aracne en una araña.
Otra peculiaridad
de estos dioses es su corporeidad: no se trata de seres espirituales ni de principios inmateriales, sino que pueden
volverse visibles para los mortales y viven en un lugar geográfico concreto, dentro del mundo que habitan
los humanos.
Esto se comprende si se tiene en cuenta
que, para la religión griega,
todas las dimensiones de la existencia humana eran regidas por los dioses.
El mundo se consideraba como una unidad inseparable:
[...] como un todo ordenado
en una conexión
viva, en la cual y por la cual cada cosa alcanzaba su posición
y su sentido. Es una concepción orgánica porque
las partes son consideradas como miembros de un todo.
Jaeger, Werner. Paideia.
México, Fondo de Cultura Económica, 1978.
Las religiones
llamadas "orientales" (la hebrea, la mahometana, incluso, la budista y la persa) tienen profetas, hombres elegidos por la divinidad
para guiar a sus fieles y revelarles sus designios. Son ellos quienes escriben las escrituras sagradas (la Biblia,
el Corán) en las que se exponen los preceptos religiosos.
En la civilización
helénica, en cambio, son los poetas los encargados de divulgar
los mitos de los dioses.
La obra de Homero (quien se supone que vivió en el siglo IX a. C.) es la fuente principal
de los mitos helénicos. Las musas, divinidades protectoras de las artes, eran quienes inspiraban a los creadores
sus producciones artísticas.
La importante función de estas diosas es referida con claridad en el "Himno a Zeus", de Píndaro (518-483 a. C.). El himno se ha perdido, pero, gracias a algunos comentaristas, se conoce
parte de su contenido.
Cuando Zeus hubo ordenado el mundo, los dioses se asombraron de su magnificencia. El padre de los dioses
les preguntó si les parecía que carecía
de algo. Ellos le respondieron que faltaba
una voz para alabar la creación con palabras y con música.
Entonces, Zeus creó a las musas.
Muchas religiones
actuales consideran que el hombre puede acceder, después de la muerte, a un premio o a un castigo
eternos, según su comportamiento en la vida terrenal.
Esta idea hubiera sonado
muy extraña a los oídos de
los griegos pues, para ellos, sólo la vida tenía valor. Cuando el hombre moría, se transformaba en una sombra que debía vagar eternamente por el reino de Hades. Salvo unas pocas excepciones, no recibía
el hombre un premio o un castigo.
Por eso, la religión
olímpica no exigía que se conservasen los cadáveres por medios artificiales, como hacían los egipcios a través de la momificación. Los griegos cremaban a los difuntos,
porque el muerto
pertenecía a otro reino,
y su alma deseaba romper los lazos que lo unían al mundo de los vivos. La cremación apresuraba esta ruptura
y lo liberaba.
Ni siquiera los dioses, salvo los subterráneos, tenían poder sobre los muertos.
Los dioses helénicos
no le pedían al hombre
que cumpliera con determinados preceptos morales, pero exigían respeto y honores.
Los mortales, además, debían honrarlos a todos por igual: aquel que despreciaba a un dios en favor de otro, generalmente, sufría un castigo.
Hipólito,
el hijo de Teseo, veneraba a Artemisa,
patrona de la caza, pero despreciaba a Afrodita,
diosa de la belleza y del amor, ya que no quería tener relación
con mujer alguna. Esto fue considerado una ofensa por Afrodita, que acabó con la vida del joven. Algo semejante le ocurrió a Paris, príncipe
de Troya. Cuando debió juzgar la belleza de tres diosas y favorecer solamente a una con su fallo, atrajo sobre sí la ira de las dos que se sintieron
despreciadas.
Al unirse los dioses
con diversos mortales, originaron a los héroes,
también llamados "semidioses". El caudal más importante de los relatos
míticos de la civilización griega gira en torno a estos hombres
excepcionales.
Cada grupo social tiene sus propios héroes, que van cambiando
de acuerdo con los diferentes ideales que ese
pueblo persigue en su proceso histórico. Por eso, no existe un único tipo de héroe.
¿Cómo identificarlos? A pesar de su diversidad, los héroes tienen rasgos que permiten diferenciarlos. En
primer lugar, su figura se destaca porque tiene una marca, al igual que sucede
con los superhéroes actuales, como Superman, Batman o el Hombre Araña.
En algunos
casos, la marca es un rasgo físico: el guerrero Aquiles sobresalía por la velocidad
y por la fuerza, y Edipo tenía los tobillos
marcados.
La señal distintiva puede ser también un objeto que se relacione con el héroe: Heracles
cargaba sobre sus espaldas
la piel del león de Nemea, que ninguna arma podía atravesar. En otros casos, la individualización está dada por un rasgo interno, como en el caso de Odiseo (a quien los romanos llamaron Ulises), que sobresalía por su astucia. Además,
el héroe
debe encarnar
los ideales morales de su época.
Si comparamos, por ejemplo, a los protagonistas de las epopeyas atribuidas a Homero, La Ilíada y La Odisea, notamos que, mientras que en Aquiles se valoran las cualidades del guerrero
–como la fuerza y la destreza en el campo de batalla–,
en Odiseo, se destaca la inteligencia por encima de la fuerza física. Esto se comprende
porque Aquiles representa el ideal de una Grecia que se consolida como nación; en tanto que La Odisea, obra posterior, retrata una sociedad ya afianzada, que valora en mayor medida lo intelectual.
Otra característica de los héroes
griegos es que se hallan ligados a una determinada región geográfica, y sus lazos familiares aparecen con todo detalle en los mitos. Esto se debe a que los habitantes de cada ciudad se enorgullecían de los héroes
que le habían dado prestigio
y se ufanaban de ser sus descendientes, o pretendían estar relacionados con ellos. Los héroes establecían un importante lazo entre la comunidad y los dioses,
porque eran figuras
emparentadas tanto con una como con los otros.
Las moiras eran las encargadas
de ejecutar
el destino que los dioses
determinaban para cada ser humano. Por eso, los griegos
le otorgaban especial importancia a la predicción del futuro y desarrollaron diversos métodos para conocer la voluntad
de los dioses.
Uno de ellos era recurrir
a los adivinos;
pero el método más popular para conocer las decisiones de los dioses consistía
en consultar los oráculos, templos en los cuales sacerdotes o sacerdotisas, consagrados a un dios, comunicaban a los fieles los designios
de la divinidad.
El más importante
de los oráculos
fue el de Delfos, dedicado al dios Apolo. Las consultas se efectuaban en fechas fijas, según el calendario religioso del dios, y a quienes
acudían se les cobraba
un impuesto acorde con el tipo de asunto que querían consultar. Después de un sacrificio ritual, los fieles eran admitidos en el templo, y los sacerdotes conducían a la Pitia –como llamaban
a la sacerdotisa– hasta una habitación en la que sólo ella podía ingresar.
Desde allí, transmitía los oráculos que Apolo le inspiraba.
Cómo procedía
la sacerdotisa para dar sus oráculos es aún un misterio. Algunos
afirman que
entraba en un trance
hipnótico provocado
por los vapores de ciertas
hierbas que se quemaban
en la habitación; otros sostienen que masticaba
hojas de laurel,
que tenían un efecto tóxico...; pero nada de esto ha podido ser comprobado.
A menudo, los oráculos estaban formulados en forma de acertijos
que era necesario
descifrar. Estas historias con juegos de ingenio
eran muy apreciadas por los griegos,
quienes muchas veces las coleccionaban.
Tanta autoridad
tenían los oráculos para los griegos, y también para los pueblos vecinos, que desde las cuestiones particulares hasta los asuntos de Estado
se decidían según las profecías
de los oráculos.
Los mitos griegos han sido estudiados por la Filología, ya que dieron origen a muchas palabras.
Se los ha investigado también desde el punto
de vista de la Historia, la
Psicología y la Literatura. Pero, sin excluir el valor de las conclusiones de estas disciplinas, en general, se ha dejado de lado un aspecto esencial: su relación con lo sagrado dentro del contexto de la civilización griega. Este trabajo ha tratado,
sumariamente, de revalorizar la mitología como parte de la religión
de ese magnífico
pueblo que fue la cuna de la civilización occidental: los griegos.
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