En
“Una
flor
amarilla”,
un
narrador
en
primera
persona
(que
llamaremos “narrador testigo”), introduce la historia
de un hombre marcado por las vicisitudes de la vida. Se trata de un jubilado, solitario, abandonado por su mujer, borracho y de apariencia
culta. Aunque “tenía la cara reseca y ojos tuberculosos”, también tenía “las uñas cuidadas y nada de caspa”. Con estas breves pinceladas retrata al personaje que inmediatamente se convertirá en el narrador principal, que llamaremos “narrador protagonista”.
Todo pasa dentro de un orden
regular, excepto
por una obsesión que expresa el narrador protagonista: su certeza
de que era un hombre
mortal. El único
mortal. Por descarte todas
las demás personas serían inmortales porque habrá alguien
que repite su historia, y a su vez, esta historia
será repetida por alguien
que vendrá.
Este hombre,
de quien no sabemos
su nombre había visto en un autobús a un chico de unos trece años, que luego de observarlo detenidamente comprendió que se parecía mucho a él. La sospecha se corrobora cuando, tras buscarle conversación, comprueba que es su misma voz y su propia apariencia, que recuerda tan similar
a él cuando tenía la misma edad del chico.
La historia
ocurre en París. Los espacios están delimitados por los nombres de los lugares,
por las calles que recorre, esta vez junto al chico a quien ha decidido seguir. Todo concuerda de una manera natural:
“Nada estaba explicado
pero era algo que podía prescindir de explicación”. Cuando el hombre trata de comprender lo que pasaba,
todo se volvía “borroso
o estúpido”, pero advierte que cada detalle concuerda
con hechos de su propia existencia.
Así comienza
a conformarse un “paralelismo” entre dos trayectorias vitales: la del narrador protagonista y la de Luc, quien no tiene voz en el relato,
pero sobre el que giran todas las acciones: “Lo que había
empezado
como
una
revelación
se organizaba geométricamente, iba tomando ese perfil demostrativo que a la gente le gusta llamar fatalidad”. Desde el principio sabemos la certeza: “Incluso era posible formularlo
con las palabras de todos los días: Luc era otra vez él, no había mortalidad, éramos todos inmortales”.
En la geometría, dos líneas
paralelas no se cruzan jamás. La vida como un continuum implica una línea
que se prolonga hasta la muerte. Pero en este caso, se trata,
según el narrador,
de “Un pequeño error en el mecanismo, un pliegue del tiempo, un avatar simultáneo en vez de consecutivo, Luc hubiera tenido que nacer después de
mi muerte, y en cambio...”.
Una de las condiciones necesarias para que ocurra
lo fantástico es que alguien dude: el narrador, los personajes o el lector. En este caso es el narrador
testigo quien admite
la naturalidad del paralelismo y, sin embargo, duda.
El encuentro entre
ambos personajes pudo ser producto de una casualidad, pero “después empezaron
las dudas, porque
en esos casos uno se trata
de imbécil o toma tranquilizantes. Y junto con las dudas, matándolas una por una, las demostraciones de que no estaba equivocado, de que no había razón
para dudar”.
El drama del narrador
protagonista se produce no sólo por haber conseguido su doble y continuador, sino porque aquél iba a repetir su misma historia: “iba a ser como yo, como este pobre infeliz que le habla.
No había más que verlo jugar, verlo
caerse siempre
mal, torciéndose un pie o sacándose
una clavícula, esos sentimientos a flor de piel, ese rubor que le subía a la cara apenas se le preguntaba cualquier cosa”. Sin embargo, esa certeza,
asumida con absoluta
naturalidad, produce el contacto entre dos mundos:
uno fantástico y otro que para el narrador
es real. Ambos “se funden del mismo modo
en que se
entrecruzan
el mundo subjetivo y el mundo objetivo en el proceso normal
de
la percepción
y la conceptualización humanas” (Hartmann,
1969: 541). Ahora veremos cómo esta percepción se torna un reflejo especular:
En la medida en que el narrador protagonista se interna en el ámbito familiar
de Luc, corrobora cada vez más sus sospechas. Ya tiene registrada la certeza: “Luc era yo, lo que yo había sido de niño, pero no se lo imagine como un calco.
Más bien una figura análoga”. Aquí se construye un reflejo especular, siguiendo los detalles
pormenorizados. Continúa el narrador protagonista: “es decir
que a los siete años yo me había dislocado
una muñeca y Luc la clavícula, y a los nueve habíamos tenido
respectivamente el sarampión y la escarlatina, y además la historia intervenía, viejo, a mí el sarampión me había durado quince días mientras
que a Luc lo habían
curado encuatro, los progresos de la medicina
y cosas por el estilo”.
Aunque pudiera tratarse
de coincidencias, para el caso del narrador protagonista, todo comenzó con
una “revelación” que ocurre en el autobús.
Luego continúa exponiendo otras coincidencias, que el narrador denomina
secuencias, lo que para él es difícil de explicar “porque tocan al carácter, a recuerdos imprecisos, a fábulas de la infancia”.La anécdota del
enamoramiento no correspondido a temprana edad equivaldría a los “machucones y pleuresías que se viven luego”. Otra coincidencia está en el apego a un juguete
infantil. El mecano, en el caso del narrador
protagonista y un avión de hélice que éste le obsequió a Luc por su cumpleaños.
Ambos juguetes les fueron arrebatados de las manos.
Alguien robó el mecano del narrador
y Luc perdió el avión de hélice
cuando éste salió volando
por la ventana del lugar donde estaba
jugando. Al mismo tiempo,
en las circunstancias de ambos,
ocurrió una tragedia: en el caso del primero,
cayó un rayo en el chalet de enfrente de su casa y en el
caso de Luc se produjo un
incendio, también en la
casa de enfrente.
Esto tiene consecuencias significativas para el manejo
de la idea del paralelismo y, más aún del destino como otro de los motivos del relato.
Aunque la madre
de Luc quisiera para él un buen destino (educación en artes y oficios)
para que modestamente pudiese construir lo que ella llamaba
su “camino en la vida”, este camino ya estaba negado de antemano.
El narrador lo sabe pues conoce el destino de Luc, pero no puede ni debe advertirlo a sus familiares: “ese camino ya estaba abierto y solamente
él, que no hubiera podido hablar sin que lo tomaran por loco y lo separaran para siempre
de Luc, podía
decirle a la madre y al tío
que todo era
inútil, que cualquier cosa que hicieran
el resultado sería el mismo”.Lo peor es que este destino
está marcado por su propia fatalidad: “la humillación, la rutina lamentable, los años monótonos, los fracasos que van royendo
la ropa y el alma, el refugio
en una soledad resentida, en un bistró de barrio”. Este paralelismo da al narrador otra certeza, también
marcada por la fatalidad: “lo peor de todo no era el destino de Luc; lo peor era que Luc moriría a su vez y otro hombre repetiría la figura de Luc y su propia
figura, hasta morir para que otro hombre entrara a su vez en la rueda”.
Hagas lo que hagas ya todo está escrito.
No puedes escapar de tu destino, pareciera
ser la resignada conciencia del narrador.
Esto niega el sentido
de cada proyecto de vida como único e irrepetible, que impulsa la existencia de los seres a labrarse su propio camino. Este principio, según la lógica del relato, está negado: “una teoría al infinito de pobres diablos
repitiendo la figura
sin saberlo, convencidos de su libertad
y su albedrío”.
El plano
del narrador se cierra
cuando coinciden en un punto,
mediado por la enfermedad, las vidas de Luc y el narrador protagonista. Aquí las líneas
paralelas se cruzan,
desafiando la lógica
geométrica.
Ante este paralelismo, el narrador se ha involucrado tanto en la vida de Luc que hasta se convierte en su enfermero. La casa del muchacho
está a la deriva. El narrador puede comprar los medicamentos en una farmacia
de descuentos. No hay una atención cuidadosa al paciente,
“el médico entra y sale sin mayor
interés”.
Conclusiones
En el caso del relato de Cortázar,
el narrador protagonista, consciente
de su miseria no desea que ésta se repita
y pretende negarse a sí mismo anulando al otro. Luc es él mismo pero anulado. Esta anulación
es relativa pues,
al parecer, Luc ha renacido en la flor. En ese sentido, la inmortalidad completa
el ciclo: “a pesar de la finitud que define al hombre, vendrá después de la muerte, otro hombre que repetirá análogamente los mismos juegos, las mismas caídas, las mismas dificultades y sucesos en la vida, aunque en un contexto
espacial y temporal distinto;
y a ese otro, sin duda le sucederá otro” (Ríos Baeza, 2012: 206)
El narrador
testigo, que ha funcionado como intermediario entre las dos vidas paralelas
es quien cierra el ciclo. Se sale de la historia al dejar de reproducir el relato del narrador protagonista. Con la expresión
“Pagué” anula el continuum del relato,
cierra la continuidad
del espacio-tiempo, cierra la propia voz y la del otro, y con ello la certeza
de la mortalidad se torna fallida.
Con esto podríamos interpretar que la visión
de Cortázar respecto de la muerte, en este relato, tiene una perspectiva optimista. Quizás esa visión se altere en otras obras, como Rayuela, donde la flor amarilla aparece vinculada a la repetición. Veamos cómo en la novela el narrador evocando a la Maga afirma:
Nunca
te llevé
a que madame Léonie
te mirara la palma de la mano, a lo mejor tuve miedo de que leyera en tu mano alguna verdad terrible sobre mí, porque fuiste siempre un espejo terrible, una espantosa máquina
de repeticiones, y lo que llamamos amarnos
fue quizá que yo estaba
de pie delante de vos, con una flor amarilla en la mano, y vos sostenías dos velas verdes y el tiempo soplaba
contra nuestras caras una lenta lluvia de renuncias
y despedidas y tickets de metro. (Cortázar, 1996: 12)
Así pues,
la idea de la repetición puede comprobarse en algunos actos
de la vida, que se prolongan
en el tiempo y atan al sujeto a una irremisible condición
de permanencia. Eso tal vez, en lugar de ser una señal positiva,
se le interpreta más bien con una profunda carga negativa:
“espejo terrible, una espantosa máquina de repeticiones”. En el relato,
por el contrario, la percepción del narrador representado tiene otra certeza:
haberse liberado de la posibilidad
de seguir siendo en la continuidad de Luc. Sin embargo, esa continuidad subsiste
en la flor que, no obstante su fugacidad, se afirma en su sola presencia para demostrarnos cómo la vida continúa
de (otras)
muchas maneras.
FUENTE: Gregory Zambrano
Universidad de Tokio/
Universidad de Los Andes
REVISTA CONTEXTO Nº 20