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9 de diciembre de 2011

El movimiento TEATRO ABIERTO



El movimiento conocido como Teatro Abierto fue un fenómeno específicamente argentino que se desarrolló entre los años 1981 y 1985. Para "levan­tar el telón" sobre este tema, las palabras de Osval­do Dragún, su ideólogo, son las precisas: "[ ... ]En mi país no se puede estudiar el teatro como puro fenó­meno estético. Está ligado a los momentos políticos. Yeso, que en otros países sólo ha tenido influencia en el contenido, en el mío ha determinado a veces la estructura, la manera de decir, o sin eufemismos: la posibilidad de decir algo".

No se puede hablar de cómo surgió Teatro Abier­to sin recordar qué pasaba en el país por esos días. La censura que ejercía el gobierno militar impedía la denuncia abierta de la realidad y el teatro como actividad estético-social debía entonces incorporar­se a la lucha por la libertad democrática. Fue en aquel momento que la "gente de teatro" (autores, di­rectores, actores, escenógrafos, vestuaristas y técnicos) decidió aglutinarse y replantear el teatro como manifestación de una conciencia nacional.

La idea de Teatro Abierto surgió en la mente de Dragún hacia finales de 1980. La propuesta del au­tor a todo aquel que deseara oírla era "juntarnos pa­ra hacer entre todos lo que, mal y casi estérilmente, hacemos cada uno por nuestra cuenta". Así fue co­mo el comedor de Argentores se iba convirtiendo día a día en un foro de escritores, directores y gente relacionada al teatro que deseaban demostrar la vi­talidad y vigencia del teatro argentino de esa época.
El mayor antecedente de esta iniciativa fue la épo­ca de los Teatros Independientes, que ya habían de­mostrado tener una política cultural propia a contra­mano de la política cultural oficial.
Luego de marchas y contramarchas, el proyecto comenzó a tener forma. Sólo hacía falta dinero. El lugar donde se iban a realizar las funciones fue el Teatro del Picadero, cedido por Antonio Mónaco, uno de los integrantes de Teatro Abierto. Ninguno de los participantes cobró un solo peso por su labor ya que sus porcentuales de recaudación fueron do­nados para la realización de "el sueño".

Pero además, se necesitaba asegurar la asistencia de público. Los ciudadanos que deambulaban por Buenos Aires en el otoño de 1981, se enteraron de la idea por medio de un volante que anunciaba TEA­TRO ABIERTO 20+20= + DE 150.

 La lectura, casi obligatoria ante esta fórmula, indicaba que veinte au­tores más veinte directores eran igual a más de ciento cincuenta personas unidas para hacer Teatro Abierto. La gente acudió al llamado, ya que los abonos pues­tos a la venta -a muy bajo precio-, se agotaron un mes antes de que comenzaran las funciones.

Para el mes de abril de 1981 se comenzaron a ar­mar las parejas autor-director de las obras a represen­tar. Algunos se eligieron por afinidad y en otros casos casi desconocidos entre sí que sólo estaban motiva­dos por llevar adelante el proyecto. Las obras y sus puestas se crearon sin ningún tipo de limitación ideo­lógica ni estética. La consigna común era que refleja­ran nada menos que la "realidad nacional". Los ensa­yos de actores, puesta de luces, sonido, vestuarios y maquillaje se llevaron a cabo en un clima de calor colectivo, sin dejar de lado las críticas y aportes que pudieran ayudar a mejorar el Teatro Abierto.

El 12 de mayo se realizó la conferencia de prensa donde se anunciaron las obras que se llevarían a cabo durante dos meses, a razón de tres por día, los siete días de la semana, en horarios insólitos para la escena nacional: de lunes a viernes a las 18.30 hs., los sába­dos a las 17.15 hs. y los domingos a las 16 hs.

La emoción que reinó ese día en el Teatro del Pi­cadero quedó reflejada en palabras del actor Luis Brandoni, para el diario El Cronista Comercial:
"Éste será un hito en la historia de nuestro teatro. Por lo inédito de la experiencia, aquí y en todo el mundo. Por eso, a partir de ahora, será antes y des­pués de Teatro Abierto".

El 28 de julio fue el día del estreno. El pasaje, hoy llamado Enrique Santos Discépolo, a metros de Co­rrientes y Callao, fue cortado por la cantidad de gente que asistió al estreno. El entonces presidente de la Asociación Argentina de Actores, Jorge Rivera López, leyó la declaración de principios de Teatro Abierto escrita por el dramaturgo Carlos Somigliana :
" Porque queremos demostrar la existen­cia y vitalidad del teatro argentino tantas ve­ces negada; porque siendo el teatro un fenó­meno cultural eminentemente social y comunitario, intentamos mediante la alta cali­dad de los espectáculos y el bajo precio de las localidades recuperar a un público masi­vo; porque sentimos que todos juntos somos más que la suma de cada uno de nosotros; porque pretendemos ejercitar en forma adul­ta y responsable nuestro derecho a la liber­tad de opinión; porque necesitamos encon­trar nuevas formas de expresión que nos liberen de esquemas chatamente mercanti­listas; porque anhelamos que nuestra frater­nal solidaridad sea más importante que nuestras individualidades competitivas;· por­que amamos dolorosamente a nuestro país y éste es el único homenaje que sabemos ha­cerle; y porque por encima de todas las ra­zones nos sentimos felices de estar juntos."

La crítica especializada se vio superada por la prensa en general, y los medios reflejaron la impor­tancia del evento. El diario Clarín del 30 de julio de 1981, comentó: "[ ... lCon una expectativa que puede calificarse de excepcional y ante la sala del Picadero desbordando su capacidad normal, quedó inaugurado el ciclo de Teatro Abierto. [ ... ] En todos los casos, la respuesta del público trasmitió una calidez y un entusiasmo poco comunes que apuntó a premiar no sólo los espectáculos ofrecidos, sino también el espíritu que anima esta calificada maratón teatral".

Los asistentes a Teatro Abierto no estaban acos­tumbrados a la brevedad de las piezas representadas. Un recuento sobre las obras indica que la extensión oscila entre una máxima de treinta páginas de texto y una mínima de seis. Estos datos no pretenden ser só­lo estadísticos, sino que muestran la clara intención de los autores por expresar un mensaje lo más am­plio posible en un mínimo de páginas. También se vio reflejado el deseo de abrir el espectro de temáti­cas, en el hecho de ofrecer tres obras, con sus distin­tos enfoques, en el tiempo estándar de dos horas de una pieza tradicional.

El éxito de público y de crítica del estreno no duró demasiado. En la madrugada del 6 de agosto, los diarios no mencionaban al Picadero en la sección espectáculos, sino en la primera plana. Un incendio convirtió en cenizas los aplausos de la libertad. Sólo se salvó de las llamas una pequeña parte del vestua­rio y la música de las obras. Pero el fuego de la re­acción no consiguió frenar las representaciones.
El día después del incendio, a las seis de la tarde, más de mil personas se reunieron en el teatro Lasa­l1e para escuchar la conferencia de prensa de los ini­ciadores del Teatro Abierto. La multitud reunida no cesó de aplaudir las pala­bras de Osvaldo Dragún: "Quisimos demostrar la vigencia y vitalidad del teatro nacional. La movili­zación que se produjo alrededor de Teatro Abierto demostró, además, la vigencia y vitalidad de un pú­blico, de una juventud y de una cultura. Y, por enci­ma de todo, la presencia de la generosidad y el de­sinterés puesto al servicio de un país entero, en un medio contaminado por el escepticismo y la especu­lación" .

Allí se escucharon los mensajes de solidaridad de distintas organizaciones y también estuvieron pre­sentes el escritor Ernesto Sábato y el Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel.

Una de las adhesiones personales más aplaudidas fue la que decía: "Estoy con ustedes, en defensa de la cultura", cuya firma pertenecía a Jorge Luis Bor­ges.

Los teatros que se pusieron a disposición de Tea­tro Abierto para continuar el ciclo fueron diecisiete. De todos ellos se eligió el teatro Tabarís, con una capacidad de 600 butacas y ubicado en plena calle Corrientes .
Mientras las funciones se llevaban a cabo con éxito de crítica y de público, los medios adhirieron al ciclo con publicaciones que eran editoriales en sí mismas. Por ejemplo, una de las revistas de mayor difusión por esos años, Humor, finalizaba un artícu­lo sobre el reinicio del ciclo luego del incendio, de esta forma:

"Cuando este número de Humor esté en la calle ya tendrrá que estar (Teatro Abierto) en pleno fun­cionamiento en la sala del Tabarís, que fue final­mente la elegida. Tendrá, digo. Tendría, para ser más preciso. Se supone que estará. La realidad de nuestro país nos obliga a utilizar tiempos de verbos a los que habría que apelar. Aunque, concretamente, el tiempo que más nos gustaría usar es el tiempo de 'la sensatez y libertad".

La repercusión del hecho teatral trascendió más de lo que se había propuesto. Fue por ello que otras corrientes artísticas también se aglutinaron y mani­festaron en ciclos que se dieron a llamar "Tango A­bierto", "Folklore Abierto" y "Danza Abierta", en­tre otros.

El 21 de setiembre fue la última representación del ciclo. El actor Alfredo Alcón leyó "Poema para un niño que habla con las cosas", de Raúl González Tuñón, ante la emoción de los espectadores que lle­naban la sala.

Osvaldo Dragún recordó las figuras de Roberto Arlt, Leónidas Barletta y con una lectura de textos se evocaron los comienzos del Teatro del Pueblo.

Teatro Abierto publicó un libro con el total de las obras que se agotó antes de que finalizara el ciclo. Un año más tarde, nació la revista Teatro Abierto, que se proponía como tema de estudio el teatro argentino y latinoamericano pero, debido a problemas econó­micos, tuvo que dejar de salir. 

FUENTE: Literatura argentina e hispanoamericana
AAVV
Ed. Santillana

2 de noviembre de 2011

Antecedentes del teatro nacional argentino-Contexto histórico

Antecedentes del teatro nacional argentino-Contexto histórico

Las primeras manifestaciones teatrales de América estuvieron ligadas
a ceremonias religiosas en honor de los antepasados indígenas
y fueron desarrolladas por las grandes culturas precolombinas.
Los incas, que alcanzaron un alto grado de diversificación teatral,
dedicaban sus piezas a la representación de la vida y las hazañas
de sus reyes, y denominaban wanka a esas verdaderas páginas de
historia. También llevaron a la práctica piezas relacionadas con la
agricultura y las acciones cotidianas de la población, en las que no
faltaba el toque de humor; se llamaban aránway.
Las representaciones teatrales que se desarrollaron en el continente
americano durante los tiempos de la colonización (siglo XVI y
XVII) contaron con el impulso dado por los evangelizadores, ya
que la puesta en escena de pequeños episodios dramáticos cumplía
exitosamente un objetivo: llevar a los indígenas el conocimiento
de la fe cristiana. Así, los españoles optaron por reemplazar las antiguas
piezas precolombinas por sus propias obras religiosas, los
autos sacramentales. Este teatro era más rudimentario y en manos
de los conquistadores tenía un fin didáctico y moralizador, ya que
pretendía enseñar pautas de conducta para vivir de acuerdo con las
nuevas leyes y con la religión que imponían a los nativos.
Con el paso del tiempo, y ya consolidado el sistema colonial mediante
la organización de virreinatos, el crecimiento de ciudades
como México, Lima, y un poco más tarde Buenos Aires, exigió una
mayor difusión cultural. En este contexto, se representaron obras
extranjeras, estrenadas por actores que no eran de estas tierras, y
de una manera muy discreta, a veces en el interior de las casas,
pues el público estaba acotado a la clase alta.
Un antecedente importante del teatro nacional, que luego se consolidaría hacia finesdel siglo XIX, fue la creación del teatro de La Ranchería, una sala inaugurada durante el gobierno del virrey Vértiz. En este período también existieron ciertos tablados improvisados a los que asistía el pueblo. Sin embargo el teatro aún no despuntaba. Entre 1804 y 1806 funcionó en Buenos Aires una única sala, el Coliseo Provincial. Más tarde, y durante todo el siglo XIX, aumentaron las producciones
de autores locales, pero todavía no lograba concretarse el fenómeno
absolutamente necesario que determinaría el éxito teatral.
Nos referimos a la presencia de un público numeroso que sólo podía
formarse entre las clases populares. Ese momento, en el que las obras dramáticas despertarían el interés del público, recién llegó en 1884, cuando comenzó a representarse Juan Moreira bajo la dirección y actuación de artistas locales y con una gratificante respuesta del público. Esta obra se representó inicialmente sólo con movimientos corporales y gestos, es decir, como una pantomima; luego pasó a ser un drama gauchesco, cuando el circo de los hermanos Podestá le agregó diálogos y la representó ante el público del interior del país. El circo criollo, una carpa que contenía un picadero central, fue el
ámbito donde se desarrolló la pantomima Juan Moreira, inspirada
en la novela de Eduardo Gutiérrez publicada en el periódico La Patria
Argentina, que se publicó como un folletín, es decir que cada
día se publicaba una parte y los lectores debían continuar comprando
el diario para conocer las nuevas aventuras y su desenlace

La época de oro del teatro rioplatense
Poco a poco empezaba a formarse una temática local que a la
gente le interesaba. Pero el verdadero triunfo del teatro está marcado
por la presencia masiva de los inmigrantes, que principalmente
instalados en Buenos Aires trajeron consigo, entre otras
costumbres, la de asistir a espectáculos. Los autores porteños empezaron a manifestar en sus obras la problemática desatada por el
impacto cultural entre extranjeros y nativos. Y los llamados “gringos"
ingresaron como nuevos personajes en las obras teatrales.
Se abrieron numerosos teatros, empezó a respetarse el oficio de actor
y los inmigrantes asistían en masa a ver un teatro en el que se
encontraban retratados y que les devolvía, aunque sea pasajeramente,
la identidad de su país de origen.
Los inmigrantes, sobre todo españoles e italianos, estaban acostumbrados a asistir en sus países de origen a representaciones de obras dramáticas del ‘género chico’: frecuentaban las zarzuelas, sainetes y los números humorísticos del vodevil para entretenerse. Lejos de su patria, iban a los teatros de Buenos Aires para recuperar algo de su identidad y costumbres.
En este contexto, mientras nacía el siglo XX, dos autores se ganaron
la admiración del público. Uno de ellos fue Gregorio de Laferrère,
quien se dedicó en gran medida a escribir comedias con una
alta cuota de jocosidad y burla sobre las costumbres de la sociedad,
como en ¡Jettatore!, estrenada en 1904.
El otro era un joven uruguayo, periodista y dramaturgo, lúcido observador de los cambios que se estaban gestando en el Río de la Plata. Hablamos nada menos que de Florencio Sánchez, un autor que
trasciende hasta nuestros días por la simpleza con que plantea sus
obras dramáticas, y porque presenta los pensamientos y emociones
que se despertaban en las personas debido a las modificaciones profundas que acontecían tanto en las ciudades como en el campo. Para esa época, las costumbres se modificaban: la alfabetización se
extendía y aumentaban las posibilidades de desarrollo de las personas,
que muchas veces llegaban a las ciudades en busca de trabajo
en las grandes fábricas; la relación entre los padres, que habían
sido educados en una noción rígida del respeto, chocaba con
la libertad de los hijos; los periódicos de circulación masiva llevaban
a las personas información nacional y del mundo. Florencio Sánchez se ocupó de todos estos temas y dio mucha importancia
a la presencia del inmigrante.

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