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15 de junio de 2014

Historia del Arte: el Manierismo

Historia del Arte: el Manierismo
Resumen: marco histórico; Pintura 

Marco histórico-cultural

Corriente desarrollada en toda Europa, en el siglo xvi. Entre las características del Manierismo, sobresale la búsqueda de un estilo capaz de romper con las proposiciones renacentis tas, de formas muy complicadas, establecidas en espacios recargados, donde surgía la ruptura del equilibrio.

Reflejó ideas religiosas, en dos vertientes: la mitología y la sensualidad, para expresar un mundo de horror. Fue un arte complejo, que concilio el pensamiento sistematice del Cristianismo con el culto a la belleza del Renacimiento \ el pensamiento científico de la era que iniciaba. Este fue e antecedente del estilo Barroco que surgiría en el siglo xvn.

Pintura

La pintura manierista tiene antecedentes en las obras de Rafael y Miguel Ángel, que orientaron a sus discípulos sobre el manejo del color y la línea dinámica. La pintura de la época está muy influida por elementos teóricos . necesita de explicación para poder ser comprendida.

En Venecia, sobresalen como grandes artistas Tiziano, Tintoretto, Domenicos Theotocopulos, conocido como el Greco. La pintura de Tiziano refleja un gran colorido, con variadas tonalidades y la riqueza de los matices de sus obras. Fue un gran retratista en ese tiempo; elabo­ró varios cuadros para la Corte española, entre ellos el "Retrato de Carlos V" y el de "Felipe II". Otra de sus impor­tantes obras, en que pintó desnudos fue "El amor sagrado y el amor profano". Tintoretto destaca por las profundas perspectivas, los efectos lumínicos y figuras alargadas. Fue también un gran retratista, entre sus creaciones, des­tacan "Cristo ante Pilatos", y el "Lavamiento de pies".


El Greco, nació en Creta,se educó en la escuela de Venecia y después trabajó en España. En sus obras refleja los colores pálidos, figuras alargadas de compo­sición vertical. Y de ellas podemos mencionar "El entie­rro del conde de Orgaz", "El martirio de San Mauricio" y el "Descendimiento de la cruz". En la escultura, plasmó figuras de grupos enteros, se aprecia en "El rapto de las Sabinas" obra esculpida en mármol. Otra escultura manie-rista es la de Benvenuto Cellini llamada "Perseo".

Historia del Arte: arte renacentista

Historia del Arte: arte renacentista
Resumen: marco histórico; pintura; escultura; arquitectura

Características generales de la pintura renacentista:
Pintura italiana del siglo XV- Pintura mural al temple- El hombre es el tema principal
Estudio de la forma humana - El paisaje pierde importancia.
 Hay perspectiva lineal.- Sentido del movimiento.
Temas mitológicos- Aparecen personajes desnudos en temas religiosos

Arte renacentista - Marco histórico cultural
El Renacimiento se inició en Italia en el siglo XIV, y se difundió por el resto de Europa durante los siglos XV y XVI. Durante este periodo la sociedad feudal de la Edad Media se caracterizó por una economía agrícola y una vida cultu­ral e intelectual dominada por la Iglesia. La situación de la sociedad se transformó paso a paso, hasta ser dominada por instituciones políticas, el nacimiento de una economía urbana y mercantil y por el desarrollo en las artes. Este último hecho modificó el contenido de las obras artísticas, que dejaron de ser ya sólo de corte religioso. De ser artesanos, los esculto­res, pintores y arquitectos se convirtieron en individualmente creativos. 
Durante esta época, hubo grandes descubrimien­tos geográficos y adelantos técnicos como la invención de la imprenta, la cual desempeñó un destacado papel para propagar los nuevos conceptos artísticos y permitir el grabado de las principales obras artísticas y, consecuentemente, difundir sus imágenes. Igualmente, favoreció el desarrollo comercial y económico. Todos estos cambios devolvieron al hombre la fe en el ámbito científico, en la razón y la experiencia. En el arte renació el interés por la figura humana, de acuerdo con la tradición clásica de la Antigüedad, en sus modelos de armonía y belleza.

Este gran movimiento cultural, político y artístico inicia­do en el siglo XIV, es llamado Renacimiento, y provocó una gran fuerza de ruptura con la época medieval, su desarrollo en Italia comenzó en la próspera y culta ciudad de Florencia, que llegó a ser el centro artístico más importante en esos tiempos. Durante el siglo XVI, el Renacimiento se extendió por toda Europa y adquirió elementos propios en cada país.
El arte renacentista se caracterizó por el estudio y perfecta semejanza de las formas clásicas grecorro­manas, por la gran importancia que le dio al hombre y  a lo humano, en perjuicio de los ideales religiosos predominantes en las épocas anteriores; además, pre­tendía valorar el aspecto científico.

La evolución del arte renacentista se une al proceso general de racionalización que dominará toda la vida espiritual y material. Se puede concluir que todo lo sucedido en el mundo artístico, reflejó lo ocurrido en otros aspectos de la vida; es decir, la subordinación de todas las leyes del arte y todos los criterios técnicos, a la razón.

Al hablar del Renacimiento se mencionan los términos Quattrocento y Cinquecento: el primero se refiere a las manifestaciones artísticas del siglo xv, es decir, Primer Renacimiento, cuyo centro fue Florencia; el segundo tiene que ver con el Alto Renacimiento, siendo Roma su centro artístico.
En Florencia surgieron tres corrientes: el humanismo, inspirado en el mundo clásico; el materialismo, que viene de la ciencia; y el individualismo, basado en los criterios establecidos por los propios individuos.

Arquitectura y escultura

La arquitectura renacentista adapta al templo o al palacio diferentes elementos romanos, tomados indistintamente, sustituyendo a los elementos góticos, como los pilares y las bóvedas, o creando otros nuevos, acordes a la disposi­ción general del edificio, como cúpulas, frontones o enta­blamentos. Si observamos una construcción, se aprecian los cambios fundamentales que se manejaron en la planta de las iglesias, que ya no eran cruciformes y que ahora, se adaptan a un elemento central basado en un principio huma­no de belleza, antes que las necesidades y tradiciones del culto divino.

Filipo Brunelleschi, arquitecto (Florencia, 1 377-1446), creó un nuevo lenguaje en relación con la arquitectura. A princi­pios del siglo xv, Brunelleschi, en compañía de Donatello, viajó a Roma para estudiar los sistemas y las técnicas para la construcción. Las obras de arte de Brunelleschi fueron de culto religioso, geométricamente claras y con decoraciones pictóricas.

Una de las obras más importantes de Filipo Brunelleschi fue "Santa María de las Flores", que representa ya a un artista renacentista; concibió la arquitectura como un aspecto per­sonal elaborando teorías científicas sobre la perspectiva, es decir, como un elemento geométrico del espacio, que fue apli­cado a la "Iglesia de San Lorenzo" y la "Capilla Pazzi", ambas de la ciudad de Florencia.

Otro arquitecto importante fue León Batista Alberti, que dejó escritas sus teorías sobre arquitectura, pintura y algunas ideas sobre la belleza y la armonía. Tres son sus obras más destacadas: "Templo Malatestiano" en Rímini, "La iglesia de San Andrés" en Mantua, y la "Iglesia de Santa María Novella en Florencia.

Entre las características generales de la arquitectura renacentista se encuentran:


Utilización de arcos de medio punto, de bóvedas de cañón, de arista, y de cúpulas hemisféricas.
Empleo de columnas con capiteles dórico, jónico o corintio. Utilización de entablamentos clásicos y de cornisas. Frontones triangulares o curvos en exteriores. Medallones y guirnaldas.
Iglesias de planta de cruz latina, rectangular al exterior. Iglesias de planta central con cúpula.

Las construcciones renacentistas formaban conjuntos racionales con elementos acordes a las rigurosas normas de proporción.
Con el exilio de la familia Medici de Floren­cia, muchos artistas llegaron a Roma; en un periodo corto allí estuvieron Leonardo da Vinci, Miguel Ángel y Bramante. A principios del siglo xvi comenzó la construcción de la Basílica de San Pedro en Roma, que para entonces era ya el nuevo centro político, cultural y religioso; en esa obra participaron los más importantes arqui­tectos del Cinquecento, como Bramante, Rafael, Antonio da Sangallo, Miguel Ángel y Carlos Maderno.

Escultura

La escultura renacentista imita los modelos romanos, de la misma manera que la arquitectura; en las obras, se retoman el mármol, el bronce y se recurre al desnudo, representando a las figuras con toga romana; para las sienes, se colocan coronas de laurel, la figura humana adquiere un valor por sí misma. Donatello descubre la relación existente entre la expresión escultórica y la naturaleza. Otros escultores nota­bles de la época, son Andrés Verrochio, Luca del la Robbia, y por supuesto Miguel Ángel.
En este último se sintetiza y concluye toda la expe­riencia de la escultura renacentista; sus obras se distin­guen por una anatomía detallada y de gran monumentalidad y gran capacidad técnica. Sus esculturas están entre las más conocidas de toda la historia del arte.
La escultura renacentista se especializó en represen­tación del carácter humano, mediante la expresión y los movimientos corporales. Miguel Ángel mostró su gran habilidad técnica en el "David", estatua esculpida en un solo bloque de mármol, alto y estrecho; entre otras de sus creaciones, se encuentran las estatuas de Moisés, la Aurora y el Crepúsculo. Sus figuras fueron inspiración de escultura clásica y fueron logradas mediante el estudio de la realidad, y profundas observaciones anatómicas, disecciones de ca­dáveres y análisis de los modelos, para plasmar la realidad de las formas físicas. Las figuras realizadas por Miguel Ángel para las tumbas de la familia Medici, fueron: La Noche y e Día, La Aurora y el Ocaso, entre otras, un segundo conjunto de "La Piedad", y las inconclusas de "Los Esclavos".

Durante el siglo xv, la escultura italiana estuvo basada en el realismo; y en el siglo xvi, fue más idealista y monu­mental.

Donatello (1386-1466), fue un escultor certero y buen observador; pese a su gusto por lo clásico, supo ser origina en lo que produjo. Su escultura ecuestre de Cattamelatta, en el Museo Nacional de Florencia, es significativa en este esti­lo, así como la de San Juan, localizada en la misma ciudad.

 PINTURA

La pintura del Renacimiento es la manifestación artís­tica de muchas formas de la época. Nuevamente, sor pintadas imágenes religiosas con nuevos estilos de presentación, desarrollándose otros temas como mito­lógicos e históricos. Las ideas humanistas apuntaban a un nuevo género pictórico: el retrato, sin dejar de lado la importancia de la naturaleza. Florencia fue el primer centro artístico del Renacimiento y su influen­cia alcanzó a otras escuelas italianas, como Padua, Milán, Venecia, Roma; luego, a otros países europeos. En Florencia durante las dos primeras décadas de siglo xv, se impuso el gusto de la escuela de Siena, lineal y cromático. Posteriormente, Masaccio practicó el volumen y la perspectiva realizada por Chiberti,  Brunelleschi y Donatello. No todos los artistas se vie­ron influenciados por las ideas introducidas por Masaccio.

A mediados del siglo xv una segunda generación de pintores florentinos utiliza técnicas visuales y temáticas, que era lo fundamental que planteaba el Renacimiento. La primera generación conducía al movimiento, a la ana­tomía y la ordenación del cuadro, tomando en cuenta las teorías matemáticas; el segundo desarrolló la temática de la mitología y la historia con ideas religiosas, lo cual provocó críticas. Los pintores que representan esta etapa son: Leonardo da Vínci, Sandro Botticelli, Filippino Lippi, Pietro Dannuci y el Peregrino.

En Roma los artistas continuaron con la línea huma­nista, surgida en Florencia, con el auspicio de los papas Julio II y León X. Todo el arte plasmó a griegos y latinos. Para Miguel Ángel, su obra más importante fue la "Capilla Sixtina". Otro artista de gran importancia fue Rafael Sanzio, responsable de la decoración de varias salas del Vaticano con una gran cantidad de pinturas de asuntos religiosos y mitológicos, sobresaliendo las Madonas.





28 de enero de 2013

Análisis : ENGUERRAND CHARONTON- CORONACIÓN DE LA VIRGEN


Análisis : ENGUERRAND CHARONTON- CORONACIÓN DE LA VIRGEN, 1453. 
Hospedería de Villeneuve-les-Avignon. 



Enguerrand Charonton, nacido en la diócesis de Laon en 1410, se estableció en Avinión el año 1447. Desconocido durante mucho tiempo, está considerado por la crítica reciente como uno de los inmediatos predecesores de los artistas del Renacimiento francés. Su Coronación de la Virgen, una de las obras maestras del período, es en efecto muy notable tanto por las calidades pictóricas como por el estudio del desnu­do. Se compone de dos zonas: arriba, en el centro, campea una Virgen monu­mental coronada por la Santísima Trinidad, con el Padre y el Hijo en posición casi simétrica y bastante semejantes, ambos de la misma edad.

A derecha e izquierda hay dos hileras de ángeles, santos y fieles en adoración. Obsérvese cómo los rostros están cuidadosamente modelados, cómo los ropajes caen amplios y simples en torno a las figuras, un poco toscas pero llenas de vigor. Entre los personajes están representadas todas las clases sociales, comen­zando por los papas, emperadores y reyes.

Toda la zona inferior del cuadro está ocupada por un paisaje (a la derecha Jerusalén, a la izquierda Roma; en el centro, Cristo en la cruz es adorado por los donantes) que en la precisión y en la búsqueda de efectos de luz recuerda las miniaturas de Fouquet: paisaje iluminado por un blancor inmaterial, ordenado con severidad, extremadamen­te detallado mas no prolijo. Abajo, el reino de los muertos, con el infierno y el purgatorio. Junto a ésta, Charonton compuso en 1461 otra Coronación, ac­tualmente perdida. Antes, en 1452, había pintado para los Celestinos de Aviñón una Virgen de la Misericordia que por diversos detalles nos trae a la me­moria el arte de Van Eyck.


Análisis: ROGER VAN DER WEYDEN: RETRATO DE UNA JOVEN - ROGER VAN DER WEYDEN: PAISAJE


Análisis: ROGER VAN DER WEYDEN: RETRATO DE UNA JOVEN
             ROGER VAN DER WEYDEN: PAISAJE

ROGER VAN DER WEYDEN: PAISAJE, detalle del Tríptico Blandelin, hacia 1456. Museo de Berlín.— Generalmente, los paisajes de Van Der Weyden se caracterizan por una cierta atmósfera irreal, con árboles de ramas muy delgadas y una desolada y árida vegetación. Un motivo bastante frecuente es el terreno escarpado dispuesto en ondulaciones que parecen montar unas sobre otras. En el Tríptico Blandelin, el paisaje del fondo de la derecha cons­tituye una de las más hermosas evocaciones de un lugar urbano debida a Roger: una calle ascendente en una ciudad, seguramente Middelburg. Los colo­res claros, de tonalidades apagadas, no presentan bruscos contrastes; en es­te caso, el paisaje es «verdadero», constituido con inteligencia y reproducido con exactitud.




ROGER VAN DER WEYDEN: RETRATO DE UNA JOVEN (38,1 X 26,6 cm.), hacia 1455. Washington, National Gallery. — Este sugestivo retrato fe­menino, legado por Andrew W. Mellon a la National Gallery de Washington, constituye un típico ejemplo del estilo refinadísimo de Van der Weyden. Pro­cede de la época de madurez del pintor y el colorido, aparece dominado por tintas simples y sobrias, sin concesiones para reflejos luminosos o resonan­cias armónicas, mientras que el dibujo destaca con seguridad marcando ne­tamente el contorno y el interior de las formas.
Se ha dicho que, en sus retra­tos, Roger tiende a describirnos el tipo social. En ellos —puede añadirse—, el artista define también claramente lo que constituye su ideal social: una aristocracia del comportamiento y de las formas, entendida como índice de refinamiento espiritual. Van der Weyden acentúa la individualización de los rasgos, se entretiene en el detallado estudio de la fisonomía de sus modelos, pero esta diligente observación, que podríamos calificar de «externa», gana su más alto valor al ayudar a sugerir la misteriosa y fascinante mutabilidad del alma humana.
Observamos cómo la distancia que separa a Van Eyck de Van der Weyden parece aquí reducirse. En efecto, la visión habitualmente más apasionada de este último queda atemperada a través de una equilibrada me­ditación que lo lleva a grabar sus imágenes con la nitidez de un medallista.



De todas formas, Roger van der Weyden merece algo más que una simple cita. Aunque los ideales místicos que a menudo le animan hagan de él un hombre del Medievo y un rezagado respecto a Van Eyck, también su atención por la realidad se evidencia palmariamente en su obra, quizás más como reflejo de Van Eyck y de la orientación general de toda la escuela que como rasgo personal. Este singular artista, uno de los mejores dibujantes que hayan existido, presenta en sus creaciones elementos no siempre homogéneos has­ta el punto de que a veces resulta difícil garantizar la auten­ticidad de sus obras. Privado de la serenidad de Van Eyck, Roger van der Weyden vio el mundo a través de un prisma de dolor —otra tendencia que lo relaciona con ciertos expo­nentes del gótico internacional— y se mostró interesado, más que en el aspecto objetivo de los seres, en su profundo carácter, que trató de reproducir, consiguiéndolo plenamen­te en admirables retratos.
Pero estos pintores ya están proyectados hacia lo nue­vo. La separación entre el cuello de una Virgen y el brazo del Niño no corre ya a cargo sólo de la línea, sino de una sabia gradación de sombras. Los rostros de las Vírgenes evocan, en cierto modo, el aspecto de las Vírgenes borgoñonas: ca­ras gordezuelas, pero delicadas, en las que la pureza celes­tial se busca en los límites de una extrema juventud, casi en una edad pueril.
La observación de los detalles (amorosamente reprodu­cidos, hasta constituir verdaderas «naturalezas muertas») es encantadora. La magia parece haberse transferido verdaderamente al misterio de los objetos y de la luz que los pone de manifiesto.

En cuanto a los paisajes tanto si constituyen el fondo como el detalle del cuadro, siempre son un afortunado descubrimiento y relatan una historia que es una aventura para quien contempla el cuadro, de la misma manera que lo fue para el propio pintor. Ya se inician los preliminares de un nuevo lenguaje artístico que prepa­ran un largo viaje de descubrimiento.





Análisis: MAESTRO DE MOULINS: EL TRIUNFO DE LA VIRGEN


Análisis: MAESTRO DE MOULINS: EL TRIUNFO DE LA VIRGEN, panel central del díptico de la catedral de Notre Dame de Moulins, hacia 1498.


Este célebre díptico, realizado por encar­go de Pedro II de Borbón y de su mujer Ana de Beaujeu (que están representados en las hojas), es una de las obras más ejemplares de la pintura francesa prerrenacentista. El panel central que aquí se re­produce intenta ilustrar un pasaje del Apo­calipsis que describe a la Mujer «revestida del Sol, con la Luna a sus pies y una coro­na de doce estrellas sobre la cabeza» y que está trascrito en la filacteria sosteni­da por los ángeles. Frente a los flamen­cos, de los que ha asimilado sin duda mu­chas lecciones, el autor de este díptico da prueba de una composición más clara y or­denada, quizá más racionalista, y en esto aparece plenamente inserto en el gusto del temperamento francés. También fren­te a los flamencos, el maestro de Moullns —una personalidad artísticamente bas­tante bien definida, pero que ha resistido los intentos de la crítica por identificarlo como persona física— da prueba asimis­mo de mayor frialdad y, si se quiere, de un cierto manierismo, que nada quita sin em­bargo a los caracteres ya clásicos de la obra.




JEAN FOUQUET: AGNES SOREL ATAVIADA DE VIRGEN- Melun, hacia 1451


JEAN FOUQUET: AGNES SOREL ATAVIADA DE VIRGEN- Melun, hacia 1451-


Jean (Juan) Fouquet nació en Tours en 1420 y allí murió en 1480-
Poco es lo que se sabe de su vida, aunque fue uno de los artistas más cotizados de la época de Carlos VII (1450 y siguientes), cuando, estando París ocupada, la Corte residía en Bourges. Antes de 1475, Fouquet se convirtió (en la Francia ya rescata­da), en el pintor oficial de Luis XI y en el más destacado exponente del renacimien­to artístico que siguió a la guerra de los Cien Años. Sensible a las influencias del realismo flamenco, transformó completa­mente el arte de la miniatura.
También en la pintura sobre tabla se nos brinda esa se­rena búsqueda de la verdad, a través de una intensa observación de la naturaleza y de los personajes. No obstante, aquí la ob­servación no se detiene, como en los flamencos, en la prolija descripción de los detalles y se reviste de un cierto idealismo de raíz italiana.
 El pintor había residido, en efecto, durante su juventud, en Roma (re­trato del papa Eugenio IV) y el recuerdo de los pintores italianos aflora en las arqui­tecturas con pilastras y columnas entor­chadas, en los dorados revestimientos de las paredes y, finalmente, en esa tenden­cia hacia una búsqueda de la proporción y de la perspectiva científica, que preludia ya el arte del Renacimiento.
Fouquet fue también un excelente retratista y su habili­dad en esta esfera se manifiesta en los rostros tratados con un virtuosismo pleno de gracia y animados por un realismo tími­do todavía. El primer retrato en que el ar­tista demuestra haber asimilado la lección de Van Eyck es el de Carlos VII (Louvre), donde el personaje se representa, por pri­mera vez en Francia, visto en perfil de tres cuartos.
 Pero esta influencia derivada de los flamencos no tarda en ser filtrada por un notable sentido de la medida, como de­muestra por ejemplo la Virgen del díptico de Melun, que reproduce al uso de la corte francesa el rostro de la favorita del sobera­no, en este caso Agnés Sorel (sobre ella se poseen algunos dibujos que la presentan no sólo con la alta frente descubierta y el cabello recogido sobre las sienes, como imponía la moda del tiempo, sino también con esa barbilla ligeramente aguda, la bo­ca pequeña y gruesa, los ojos entornados y oblicuos que se ven en este cuadro).
Por lo demás, el pintor construye la figura con un sentido casi clásico de la forma, com­poniendo volúmenes geométricos de acuerdo con una racionalidad y una disci­plina expresiva que prenuncian el futuro arte francés. El color, opulento pero no estridente se adapta perfectamente a tal mentalidad creativa. No deben desorientar los tonos pálidos del rostro que corresponden a los cánones de be­lleza entonces vigentes, en virtud de los cuales un rostro de mujer era tanto más bello cuanto más se aproximara al blanco.
Además del díptico de Melun, que origina­riamente se encontraba en la iglesia de Notre Dame de aquella ciudad (hoy reparti­do entre Amberes y Berlín) y que represen­ta a Esteban Chevalier, platero de Carlos VII, en el acto de ser presentado a la Vir­gen por su santo patrón, cabe recordar en­tre otros trabajos del pintor el retrato de Giovenale degli Ursini (Louvre, hacia 1461) .

Análisis de JAN VAN EYCK: EL MATRIMONIO ARNOLFINI Y LA VIRGEN DEL CANCILLER ROLLIN


Análisis de JAN VAN EYCK: EL MATRIMONIO ARNOLFINI (alt. 81,8 cm., anch. 59,7 cm), 1434. Londres, National Gallery. —
JAN VAN EYCK: LA VIRGEN DEL CANCILLER ROLLIN (pintura sobre tabla. 62 x 66 cm.), 1430-32 (?).






























EL MATRIMONIO ARNOLFINI

Este es el cuadro más famoso de Jan Van Eyck, una obra en la que el pintor, haciendo gala de sus excelencias co­mo retratista y pintor de costumbres, afronta un tema insólito en toda la pin­tura del siglo XV: dos personajes de cuerpo entero en una pequeña estancia ricamente amueblada y en la que la variedad queda sugerida, no por la acu­mulación de las formas, sino por el arte de saber distribuirlas con claridad, vi­gor y precisión.

 Se trata del mercader luqués Giovanni Arnolfini y de su espo­sa Giovanna Cenani, hija también de otro mercader de Lucca residente en Pa­rís. Los consortes aparecen representados de pie, en la estancia nupcial, en el momento de intercambiarse las alianzas, según el uso canónico anterior al Concilio de Trento.

En la imagen reflejada en el espejo se registra la presen­cia de dos testigos, un gentilhombre y el propio pintor (en la Inscripción se lee: «Johannes de Eyck fuit hic 1434»). Todo el cuadro aparece lleno de sím­bolos alusivos al matrimonio y, así, el candelabro con una sola vela encendi­da representa la luz del mundo, el perro, la fidelidad, el espejo sin mancha, la pureza de la esposa; finalmente, los zuecos de madera evocan el pasaje bíbli­co: «quita las sandalias de tus pies porque el sitio en que están es suelo sa­grado».

La propia simetría de la composición parece acentuar aún más la so­lemne austeridad del momento y las figuras de los esposos se nos brindan in­móviles, como en absorta meditación bañados por la luz y surgiendo de un espacio crepuscular que acentúa la cálida tonalidad de los colores, la Intimi­dad del acto, la sensación de una oscuridad cromáticamente luminosa. Ob­servando este cuadro en su conjunto, sin detenerse demasiado en los innu­merables y cuidadísimos detalles, para tratar, en cambio, de comprender su espíritu, se podrá ver que, en realidad, todo este amor por la luz, el sentido de la materia y la búsqueda de la pluralidad de las formas, revelan un arte nuevo que logra conciliar perfectamente sentimiento y razón.

Esta pintura constituye, por otra parte, un repertorio de elementos típicos del arte flamenco: la luz que penetra lateralmente por la ventana, el cariño por los pe­queños objetos de que se compone el mundo hogareño, el clima recogido y doméstico de la escena de interior. Están, finalmente, los dos personajes que, aunque posan para el pintor vestidos con sus ropas de gala, aparecen escrupulo­sa y casi patéticamente individualizados; ni más feos ni más hermosos de lo que son, criaturas humanas, en suma, liga­das a su propia envoltura física y a los límites de sus vidas. Numerosas tablas, seguramente ejecutadas como estu­dios, demuestran que Van Eyck era, sobre todo, un admira­ble retratista.



JAN VAN EYCK: LA VIRGEN DEL CANCILLER ROLLIN (pintura sobre tabla. 62 x 66 cm.), 1430-32 (?). París, Louvre. — Se ha discutido mucho la fe­cha de ejecución de esta obra, encargada a Van Eyck por Nicolás Rollin, nombrado por Felipe el Bueno, en 1422, canciller de Borgoña.
Ciertas considera­ciones estilísticas impiden aceptar una datación propuesta recientemente: el 1422, año en que el pintor residió en Lieja, la ciudad que aparece representa­da en el fondo del cuadro. Otros en cambio, estiman que la obra debió ejecu­tarse en 1436, a raíz del nombramiento como obispo de Autun de Jean Rollin, hijo del Canciller. No obstante, considerando el retrato del comitente, repre­sentado todavía como un hombre vigoroso y relativamente joven (había naci­do en 1376), parece lo más prudente retrasar en algunos años la fecha del cuadro para fijarla entre el 1430 y el 1432 (Salvini). Singular es el contraste que brindan en esta obra las grandiosas figuras de primer término con la pe­queña y detalladísima representación paisajista del fondo.

En muchos de sus cuadros sobre temas religiosos, Jan Van Eyck dispone retratos humanos re­presentados con la misma solemnidad y casi equiparados a las figuras celes­tiales. Aquí en efecto, el canciller Rollin, arrodillado, mantiene la cabeza er­guida y con rostro grave, consciente de su responsabilidad, contempla al pe­queño Jesús bendiciente, sentado en el regazo de su Madrera punto de ser coronada por un ángel. 

Al fondo de la estancia, una galería de tres arcos ro­mánicos se abre sobre un encantador paisaje, en el que con sorprendente ni­tidez gráfica se describen los elementos animados e inanimados, definidos como entes singulares y misteriosamente vivos: el río que discurre entre las colinas boscosas, el pequeño puente lleno de gente, las naves, la ciudad con sus plazas, sus calles y la catedral gótica. El pintor consigue transformar la multiforme realidad en un espectáculo multicolor, en el que la luminosidad de los colores hace resaltar Igualmente todos los detalles, estudiados y eje­cutados siempre con minucioso cuidado.


VAN EYCK Y LA NUEVA PINTURA

Desde Vasari se venía señalando a Jan Van Eyck como el inventor de la pintura al óleo, hasta que más recientemente se pretendió atribuir este mérito específico a un hermano mayor suyo llamado Hubert, de cuya existencia dudan hoy algunos queriendo identificarlo con su otro hermano Lam­berto quien, como Jan, estuvo en la corte del duque Felipe el Bueno, sin que se pueda precisar su cometido; de todos modos, se excluye que fuera pintor.
Por otra parte, las propiedades del aceite de linaza como medio para la preparación de los colores, eran conocidas desde hacía mucho tiempo y durante el siglo XIV el aceite se usaba frecuentemente en pintura, mezclado con resina, como barniz (esto es, sin contar con la misteriosa prepara­ción elaborada en Cataluña por Ferrer Bassa en sus frescos).

De todas formas, se trataba de un barniz rudimentario, escasamente fluido y secante. La pintura de Van Eyck, por el contrario, revela un medio técnico mucho más perfeccio­nado, sobre cuya naturaleza se han formulado varias hipóte­sis. Todavía se discute hoy si Van Eyck procedió a emulsio­nar el aceite o si más bien lo disolvió en una esencia, como por ejemplo la trementina, que quizás la química de su tiem­po estuviese ya capacitada para obtener por destilación.
De todos modos interesa especialmente consignar que sólo con Van Eyck se emplea por primera vez el óleo en fun­ción de los efectos artísticos que le son consustanciales. En principio se trataba de una capa de barniz oleaginoso ex­tendida sobre un fondo al temple; después se generalizó el empleo de pastas densas y pastas transparentes. A partir de este momento, el artista pasa a disponer de una gama colorística más extensa, profunda y matizada, y sobre todo más duradera.

Otra afirmación de Van Eyck: el claroscuro. Tal vez con­venga recordar la boga de las «grisallas» en las miniaturas de la época y que el nombre de Van Eyck aparece ligado a una serie de admirables miniaturas. La investigación de las posibilidades del tono sobre tono y de los elegantes resulta­dos que esté procedimiento brindaba, debió sugerir induda­blemente la idea de transportarlo a la gran pintura.
Estamos en una época en que la pintura no se contenta ya con sugerir la profundidad ateniéndose a recursos más o menos ingeniosos, y se busca la verdad en la perspectiva, que en algunos pintores se convertirá precisamente en la base teórica y estética, y prestará el máximo encanto a sus obras. Como hemos visto al tratar del gótico internacional, ya en el arte de la miniatura el problema de la perspectiva había alcanzado importantes soluciones, pero otra cosa era introducirla en el equilibrio de un cuadro de más grandes proporciones, como hace Van Eyck.

Por otra parte, sus pinturas son «de ca­ballete», es decir, transportables y no incorporadas a la su­perficie de un muro. También este factor —que no es una novedad, pero que será de ahora en adelante común a la ma­yor parte de las pinturas— es revelador de la mudanza de los tiempos. El discurrir de la vida, con su movilidad, se im­pone a la ilusión de una eterna estabilidad.
Todos los factores, de naturaleza bastante externa, que hasta ahora hemos enumerado sirven por si solos para po­ner de relieve la serie de nuevos elementos que concurren en torno a la obra de Van Eyck. Pero no hemos aludido al más importante: a la poesía de su obra. En el políptico del Cordero Místico el lugar que se describe resume un mundo mucho más vasto, presente más allá de las líneas de las colinas y bañado por esa luz absorta, estática. La compa­cidad de los grupos queda atenuada por el verdor florido de los prados, y el paisaje, con exacta intuición, se prolonga en los paneles laterales. No existe línea ni tono que no aparez­ca impregnado de la peculiar poesía del pintor.

En la Virgen del Canciller Rollin el paisaje de la ciudad junto al río, sobre el que se abren los arcos, no es só­lo un fondo ejecutado con virtuosismo técnico, sino el testi­monio de una emoción y establece una nueva relación entre personaje y ambiente.

En la Virgen del canónigo Van der Paele, la pericia en el arte de la perspectiva sirve para definir un espacio cerrado entre arquitecturas reproducidas fiel­mente y que brindan un curioso aire románico. De todos mo­dos, lo que aquí impresiona especialmente es el vigor con que ha sido ejecutada, hasta en sus más mínimos detalles, la cruda realidad de este rostro maduro, fiel reflejo del mun­do interior del personaje, un rostro endurecido por los años y marcado por la experiencia de la vida en curioso contraste con el acto de devoción que se quiere expresar.

Junto a esta poderosa capacidad expresiva, destaca en Van Eyck esa predilección suya por el detalle que en otros podría aparecer rebuscado, mero virtuosismo, pero que en él se revela consustancial al cuadro, como, por ejemplo, el pequeño espejo del fondo de la estancia en el que se refle­jan personajes y ambiente, del famoso retrato de los espo­sos Arnolfini. La luz del Norte determina evidentemente la elección de los colores de Van Eyck, sus profundos y matizados acor­des y su identificación con el gris (lo que explica su interés por los reflejos de los colores en metales y vidrios). En las arquitecturas de sus paisajes, el rojo-rosado de los ladrillos es el de las casas de Brujas, pero nunca constituye un mero detalle anecdótico ni posee el valor de un simple dato colo­rista, viniendo más bien a reflejar el sentimiento del pintor por el color de la ciudad en que vive.

Porque, en efecto, la realidad en todas sus manifestacio­nes es recogida por Van Eyck y recreada amorosamente en su pintura. La grandeza del artista y el destacado lugar que ocupa entre los fundadores de la pintura moderna, se deben a su milagrosa e infalible maestría técnica, pero, sobre todo, a su portentosa capacidad de sentirse identificado con to­dos los aspectos del mundo sensible.

El placer que proporciona la creación de una forma real, la emoción de hacer surgir bajo el cincel la imagen casi palpitante de vida, y no la artificial impuesta por el convencio­nalismo, este placer, esta emoción, se disciernen bien en la escultura de Claus Sluter y es indiscutible el importante pa­pel que el holandés ha desempañado en el nacimiento de la gran pintura flamenca y, consecuentemente, en la de Jan Van Eyck.

Pero el amor de Sluter por la realidad es un amor pasional, vehemente, casi romántico (tal vez por ello su arte tuviese una seguridad y serenidad de las cosas obvias y siempre disponibles: parece como si el pintor se viese cons­tantemente fortalecido por el hecho de saber inagotables tanto su amor como el objeto de este amor, entendiendo co­mo tal todo lo creado.

Se ha hablado certeramente del panrealismo vaneyckiano; se ha dicho que Van Eyck «logra sentirse perla y joya, mármol y terciopelo, hoja y hierba». Cierto. Existe en él la in­genuidad propia de la infancia, una ingenuidad que consti­tuye la carga poética de su pintura y que le pone en comuni­cación de un modo íntimo, casi consanguíneo, con cosas y seres, con los que parece identificarse plenamente, sin complicaciones, sin deformaciones y sin preferencias, por­que todo le es igualmente querido.

En el panorama de la nueva pintura pronto surgen, casi contemporáneamente a Van Eyck, otros admirables artis­tas, como el misterioso maestro de Flémalle, Roger Van der Weyden y Petrus Christus. Suele acontecer que cuando un genio creador profundiza más y se adelanta en el descubri­miento, en la exploración de su propio universo, otros artis­tas coetáneos suyos y orientados ya en la misma dirección, parecen dar un paso atrás o, cuando menos, no parecen ha­berse desligado de los vínculos e ideales precedentes. En efecto, la presencia tan cercana todavía del gótico se apre­cia en los tres aludidos pintores. Pero se trata de un velo, de una sombra. No olvidemos por otra parte que, en el arte del Norte de Europa, siempre continuará manifestándose un cierto gusto que superficialmente podría definirse como gó­tico. Se trata, en definitiva, de una cuestión de sensibilidad.








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