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7 de agosto de 2011

CUENTO POPULAR: El cuento de los higos

CUENTO POPULAR: El cuento de los higos

Fuente: Antología ibérica y americana del folklore, Bs. As., Kraft, 1953. Versión de Rafael Ramírez de Arellano (Folklore portorriqueño, 1928). En la Eneida, III, 22, un niño asesinado habla al ser arran­cadas las ramas de un árbol. Elementos similares se encuen­tran en "Las tres bolitas de oro", uno de los cuentos recogi­dos por Espinosa en sus Cuentos Populares de España.

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Una vez, y dos son tres, había un matrimonio que tañía dos hijos y una hija. La hija era lo más caritativa y buena con todo el mundo. Ella le da­ba limosnas de ropa y comida a los pobres.

Cierta vez que la mamá, que era lo más avara y cruel, salió a hacer una visita, dejó a la hija cui­dando una mata de higos que la vieja adoraba, y le dijo:

–Como le des un higo a alguien o lo dejes ro­bar, te voy a enterrar viva.

La muchacha teníale bastante respeto a su ma­má y le obedecía mucho. Se fue la señora y en eso llegó un viejito a pedir limosna. La muchacha, que era tan buena, le dijo:

–Perdone, que no está mamá en casa.

Y el viejíto vio la mata de higos y le preguntó si podía coger uno. La muchacha dijo que no, y agregó:

–Espérese, que le voy a buscar un pedazo de pan y un poco de agua.

Al irse la muchacha para arriba, el viejito no pudo resistir la tentación y arrancó un higo a la mata, y se lo comió. Al llegar, la muchacha le dio el pan y el agua, y el viejito completó su almuerzo.

Llegó la mamá y se fue a contar los higos, pues ella los contaba para ver si faltaba alguno cuando salía. Con gran asombro vio que faltaba uno y se puso rabiosa. No le quiso decir nada a la mucha­cha, y poco después empezó a hacer un hoyo en el jardín. Dejó caer una sortija al hoyo y llamó a la niñita para que se tirara a recogerla. La muchacha se tiró y entonces la vieja empezó a tirarle terro­nes de tierra y la tapó en un momento.

Cuando vinieren el padre y los hermanos por la tarde a comer, después del trabajo, el viejo pre­guntó por la muchacha y la mamá le dijo que la había mandado a pasarse unos días al campo con su hermana, que había venido aquel día. El padre quedó satisfecho, y comieron, y se bañaron, y se acostaron a dormir.

Pasaron unos días, y el padre, al venir una tarde a comer, mandó al hijo mayor a que le buscara un ají de una mata que había nacido en donde estaba la niña enterrada.

Al ir el hijo mayor a arrancar un ají, oyó que la mata cantaba:

–Hermano, por ser mi hermano, no me arranques los cabellos; que mi madre me ha enterrado por un higo que ha faltado.

El muchacho fue corriendo donde el padre y le dijo:

–¡Padre! ¡Si la mata canta!

–¡Qué! ¿Estás creyendo en brujas? ¿Cómo va una mata a cantar?

Y mandó al más pequeño.

A! ir a arrancar un ají, la mata empezó a cantar de nuevo:

–Hermanito de mi vida, no me arranques los cabellos, que mi madre me ha enterrado por un higo que ha faltado.

El niño fue, sorprendido, a donde el padre y le dijo:

–Es verdad, papá. La mata canta de un higo que ha faltado, y que mi madre la ha enterrado...

--¡Cállate! Yo voy a ir.

Al ir el padre, la mata empezó:

–Padrecito de mi vida, no me arranques los cabellos, que mi madre me ha enterrado por un higo que ha faltado.

El padre, para ver si había sido su esposa, la llamó; pero ella no quería venir, y la arrastró hasta el sitio donde estaba la mata de ajíes.

Al arrancar la madre un ají, la mata empezó a cantar:

–Madre, por ser mi madre, no me arranques los cabellos; que tú misma me has enterrado por un higo que ha faltado.

El padre arrancó la mata y vio con gran asom­bro a su hija allí enterrada, y con la misma zumbó a la vieja en el hoyo y la enterró para siempre.

Y se acabó mi cuento con ají y pimiento, y mi compañero, que me está oyendo, que me cuente otro.


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