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7 de agosto de 2011

CUENTO POPULAR: Los cuentos de Pedro de Urdimalas

CUENTO POPULAR: Los cuentos de Pedro de Urdimalas

Fuente: Antología ibérica y americana del folklore, Bs. As. , Kraft, 1953. Versiones de Virginia Rivera de Mendoza sobre el Tlaxcala, México (1951). El pícaro Pedro de Urdimales (o Urdemales, u Ordirnán, o Urimás, etc.) está ampliamente presente en el folklore es­pañol y americano, con diversas versiones en los trabajos de recopilación de Chertudi, Ampudia, Espinosa, Laval, Cano, etc. El escritor Julio Aramburu res-laboró varias de sus his­torietas en su libro las hazañas de Pedro Urdemales (El Ateneo, 1946). Cfr. esta versión con la presentada por Aure­lio Espinosa: "Pedro el de Malas" (Cuentos Populares de España).

*************************************************************************************************La ollita mágica. – Pedro de Urdimalas no sabía cómo obtener dinero sin trabajar; entonces pensó poner a la orilla de un camino una ollita. Le puso lumbre y agua y empezó a hervir; luego colocó muchas hojas alrededor, de manera que no se veía el fuego.

Pasaron unos arrieros y preguntaron cómo era que el agua hervía sin lumbre.

–¡Ah! –dijo Pedro–. Es que mi ollita es de virtud.

Los arrieros dijeron:

–Véndenos tu ollita.

–No, si vale mucho.

Así los tuvo bastante tiempo, hasta que, después de mucho discutir, la vendió. Ellos, muy contentos', tan pronto como necesitaron poner a cocer su carne, nada más le echaron agua y esperaron a que hirviera; pero nunca se llegó el milagro.

Entonces se dieron cuenta de que Pedro los ha­bía engañado.

El árbol que daba monedas. – Pedro, ideando como siempre la forma de tener dinero, puso unas moneditas de oro colgadas de las ramas de un árbol. Pasaron unos arrieros y él empezó a sacudir el árbol, y las monedas, a caer. Los arrieros vieron esto y quedaron maravillados. –¿Nos vendes tu árbol?

–No; si es mi árbol de la Providencia. Por nada lo vendería yo.

Los arrieros porfiaron mucho, y por fin él se lo vendió. Volvió a pegar las monedas y les hizo la prueba. Sacaron el árbol del lugar en que estaba plantado y se lo llevaron. Al llegar a su rancho lo plantaron y empezaron a sacudirlo; pero nada: no calan monedas. Se enojaron mucho porque com­prendieron que Pedro los había engañado. Juraron vengarse.

Regresaron y que lo meten dentro de un costal para echarlo al río; pero mientras los arrieros co­mían, él se desató y guardó toda la harina que lle­vaban aquéllos y sus ropas y lo dejó como si él estuviera dentro. Se fue a esconder detrás de un árbol. Los arrieros, muy contentos, cogieron el costal y que lo echan al río, diciendo:

–¡Adiós, Pedro de Urdimalas, ya no volverás a engañar!

El, desde su escondite, gritó:

–¡Adiós, jarcia y cobijas de los arrieros que van en ese costal!

Aquéllos volvieron los ojos y que lo van mirando escondido y que ven que efectivamente toda su jarcia y ropas se habían ido al río dentro del costal.

La muía pintada. – Fue a servir Pedro de Urdemalas con un cura, el cual tenía una mula muy bonita y que le era muy útil para su ministerio, pues en ella iba a muchos lugares. Pedro se robó la muía y fue por los pueblos haciendo oficios de sacerdote, pues tuvo buen cuidado de llevarse tam­bién los ornamentos y vestidos del cura.

Una vez lo llamaron para que confesare a un hombre, pero Pedro le dio una garrotiza y se fue.

Por fin se cansó de andar de cura y entonces pintó a la mula de negro y regresó al curato, ofre­ciéndola en venta. El cura, que necesitaba mucho de aquella bestia, la compró. El sacristán mandó que bañaran a la muía, pues le pareció un poco sucia, y al hacerlo vieron que era gris y que era la antigua muía del cura. Comprendieron que Pe­dro era el autor de aquello; pero ya iba lejos para recibir el castigo que merecía.

Los cerdos. – En una hacienda llegó Pedro de pisotero (cuidador de cerdos) a ofrecerse para cui­dar animales y también los peones.

Le dieron el trabajo, y un día pasó por allí un rico que le compró todos los cerdos. Pedro tuvo cuidado de cortarles las colas y ponerlas en un lodazal que allí había. Cuando vino el dueño de los animales le dijo:

–Patrón: todos han caído al pantano; sólo las colas se le ven.

–Bueno, pues vete a la hacienda y di que ven­gan muchos hombres y que traigan tablas y meca­tes para sacar los cerdos.

Así lo hizo, pero al llegar a casa del amo se en­contró con la hija de éste, que era muy guapa, y le dijo:

–Que dice su papá que vaya usted a verlo; que yo la lleve.

Montaron un caballo, pero se la llevó para un lugar muy lejano.

El patrón, después de mucho esperar, mandó traer peones que le ayudaron a sacar los cerdos, pero encontraron que sólo eran las colas. Después supo que Pedro, en lugar de ir a traer tablas y hombres, se había llevado a su hija.

Los borregos. – Pedro andaba pastoreando un rebaño de borregos y encontró a otro pastor, que le dijo:

–¿Cómo es que tienes tantos borregos?

–Pues verás; una vez me eché al mar en un cajón, y a cada gorgorito que hacía salía un bo­rrego, hasta que junté todos éstos.

El otro se lo creyó y que se mete en un cajón y que se echa al mar; pero nunca más salió.

Profesor en e/ infierno. – Se fue una vez de maestro al infierno a enseñar a los diablitos chi­cos. Como daban mucha guerra les puso cola a las sillas y los pegó en el suelo.

–Yo, mientras, voy a dormir –les dijo, y puso sus zapatos parados, de manera que creyeran que eran sus pies. Se los quitó y se levantó; pero uno de los diablitos fue a cerciorarse y vio que no es­taba ya el maestro...

Un día, Pedro se fue a la gloria y tocó. Salió San Pedro, preguntándole por qué iba. Pedro le dijo:

–Déjame siquiera ver un poquito de la gloria.

–No, tú no tienes derecho.

–Anda; abre un poquito la puerta para ver.

San Pedro abrió y Pedro de Urdimalas se metió corriendo. San Pedro le dijo entonces:

–Piedra te vuelvas.

–Pero con ojos –dijo Urdimalas. y desde en­tonces está allí.

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