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28 de enero de 2013

JEAN FOUQUET: AGNES SOREL ATAVIADA DE VIRGEN- Melun, hacia 1451


JEAN FOUQUET: AGNES SOREL ATAVIADA DE VIRGEN- Melun, hacia 1451-


Jean (Juan) Fouquet nació en Tours en 1420 y allí murió en 1480-
Poco es lo que se sabe de su vida, aunque fue uno de los artistas más cotizados de la época de Carlos VII (1450 y siguientes), cuando, estando París ocupada, la Corte residía en Bourges. Antes de 1475, Fouquet se convirtió (en la Francia ya rescata­da), en el pintor oficial de Luis XI y en el más destacado exponente del renacimien­to artístico que siguió a la guerra de los Cien Años. Sensible a las influencias del realismo flamenco, transformó completa­mente el arte de la miniatura.
También en la pintura sobre tabla se nos brinda esa se­rena búsqueda de la verdad, a través de una intensa observación de la naturaleza y de los personajes. No obstante, aquí la ob­servación no se detiene, como en los flamencos, en la prolija descripción de los detalles y se reviste de un cierto idealismo de raíz italiana.
 El pintor había residido, en efecto, durante su juventud, en Roma (re­trato del papa Eugenio IV) y el recuerdo de los pintores italianos aflora en las arqui­tecturas con pilastras y columnas entor­chadas, en los dorados revestimientos de las paredes y, finalmente, en esa tenden­cia hacia una búsqueda de la proporción y de la perspectiva científica, que preludia ya el arte del Renacimiento.
Fouquet fue también un excelente retratista y su habili­dad en esta esfera se manifiesta en los rostros tratados con un virtuosismo pleno de gracia y animados por un realismo tími­do todavía. El primer retrato en que el ar­tista demuestra haber asimilado la lección de Van Eyck es el de Carlos VII (Louvre), donde el personaje se representa, por pri­mera vez en Francia, visto en perfil de tres cuartos.
 Pero esta influencia derivada de los flamencos no tarda en ser filtrada por un notable sentido de la medida, como de­muestra por ejemplo la Virgen del díptico de Melun, que reproduce al uso de la corte francesa el rostro de la favorita del sobera­no, en este caso Agnés Sorel (sobre ella se poseen algunos dibujos que la presentan no sólo con la alta frente descubierta y el cabello recogido sobre las sienes, como imponía la moda del tiempo, sino también con esa barbilla ligeramente aguda, la bo­ca pequeña y gruesa, los ojos entornados y oblicuos que se ven en este cuadro).
Por lo demás, el pintor construye la figura con un sentido casi clásico de la forma, com­poniendo volúmenes geométricos de acuerdo con una racionalidad y una disci­plina expresiva que prenuncian el futuro arte francés. El color, opulento pero no estridente se adapta perfectamente a tal mentalidad creativa. No deben desorientar los tonos pálidos del rostro que corresponden a los cánones de be­lleza entonces vigentes, en virtud de los cuales un rostro de mujer era tanto más bello cuanto más se aproximara al blanco.
Además del díptico de Melun, que origina­riamente se encontraba en la iglesia de Notre Dame de aquella ciudad (hoy reparti­do entre Amberes y Berlín) y que represen­ta a Esteban Chevalier, platero de Carlos VII, en el acto de ser presentado a la Vir­gen por su santo patrón, cabe recordar en­tre otros trabajos del pintor el retrato de Giovenale degli Ursini (Louvre, hacia 1461) .

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