A partir del siglo XVIII, el teatro occidental sufrió una serie de transformaciones que se relacionaron con los cambios sociales acaecidos y con el advenimiento de nuevas doctrinas teatrales.
1. Teatro de raíces clásicas: en el siglo XVIII se produce un giro en la con¬cepción teatral ya que las obras escritas en esta época siguen estrictamen¬te los rasgos que el filósofo griego Aristóteles había planteado en su Poé¬tica. Estas características, que originalmente tenían una finalidad descriptiva (analizar las obras del Siglo de Pericles y describir los elementos recurrentes en ellas), se transformaron en criterios preceptivos y fueron interpretados como normas o reglas.
Por otra parte, el teatro de este siglo tiene una finalidad didáctica, es decir que además de entre-tener al público, debía instruirlo y enseñarle, sobre todo en cuanto a los valores morales. El dramatur¬go español Leandro Fernández de Moratín (1760¬1828) es representativo de este período ya que en sus obras propone reflexiones críticas sobre la so¬ciedad y las costumbres de la época.
2. El teatro romántico: en el siglo XIX se produce una superación de las normas estrictas que regían e! teatro anterior. El autor romántico postula la li¬bertad creativa absoluta, fuera de moldes y de re-gias. Fue el francés Víctor Hugo (1802-1885) quien, a partir de la escritura de manifiestos doctrinarios, desafió las tradiciones que proponían el respeto a las unidades (de lugar, de tiempo y de acción) y la aceptación de la separación estricta de géneros y estilos.
Paralelamente a estas ideas, apareció una sensibilidad social dispuesta a utilizar la escena como instrumento para analizar las inquietudes que empezaban a percibirse en la sociedad.
Las obras de este período presentan personajes heroicos en situaciones extremas, poseedores de una sensibilidad particular que los diferencia del resto de los mortales, y enfrentados a un destino trágico. Johann Schiller (1759-1805), en Alemania, y el Duque de Rivas (1791-1865), en España, son algunos de sus autores más representativos.
3. El teatro realista y naturalista: el realismo y e! naturalismo son dos corrientes teatrales vigorosas y presentes tanto en e! siglo XIX como en el xx. El realismo intenta que el teatro sea como un espejo de la realidad so¬cial, es decir, lo que ocurre sobre el escenario debe reproducir aquello que se relaciona con la cotidianeidad de los propios espectadores. En tal carácter, pretende ser un reflejo crítico de la sociedad, especialmente de los pro¬blemas de los sectores populares. Plantea los conflictos de la vida común y ofrece una mirada optimista sobre la posibilidad de resolverlos. El noruego Henrik Ibsen (1828-1906) y el francés Honoré de Balzac (1799-1850) son re¬presentantes de esta corriente. El naturalismo, en cambio, toma como mo¬delos a los sectores marginales de la sociedad y denuncia con pesimismo la imposibilidad de los cambios sociales. El francés Émile Zola (1840-1902) y el sueco August Strindberg (1849-1902) forman parte de este movimiento.
El teatro del siglo XX
Durante el siglo XX se produce una significativa transformación en el campo de las artes, que reper-cute en el género dramático. Los artistas contem¬poráneos plantean una revolución expresiva que llega a cuestionar las mismas bases de la representación. Los artistas buscan reflexionar sobre el pro¬pio arte, sus criterios, su lenguaje y su validez co¬mo forma de representación y comunicación. En la plástica, por ejemplo, surge la pintura abstracta que se caracteriza por el abandono de la representación figurativa del mundo externo y la simplificación y descomposición de las formas; en la música se introduce el dodeca¬fonismo, un sistema atonal en el que se emplean indistintamente los doce intervalos en que se divide la escala.
En relación con el teatro, las corrientes actuales son muchas y variadas las expresiones de autores contemporáneos todavía inclasificables.
Según el teórico Jaime Rest, la variedad de tendencias teatrales de la actualidad se puede reducir a dos grandes posiciones relacionadas con la desconcertante y crítica realidad contemporánea.
Por un lado, están aquellos autores que observan el mundo como un callejón sin salida donde todo ha perdido su sentido; y, por el otro, los que conservan una actitud batalladora que sostiene la necesidad de transformar la sociedad y creen que el teatro puede ser uno de sus instrumentos. Al primer grupo, pertenecen autores como el italiano Luigi Pirandello (1867-1936), el francés Albert Camus (1912-1960), el rumano nacionalizado francés Eugene Ionesco (1912-1993) y el irlandés Samuel Beckett (1906-1989). En el segun¬do pueden nombrarse el irlandés George Bernard Shaw (1856-1951) y al ale¬mán Bertolt Brecht (1898-1956).
Pese a que las manifestaciones teatrales de la actualidad son muy diversas, pueden señalarse rasgos comunes en relación con la puesta en escena. En primer lugar, la figura del director pasa a tener una gran importancia. Se convierte en "autor" de la puesta en escena, ya que reinterpreta el texto y manifiesta en la representación su propia visión de la obra. Por este motivo, para el público teatral no es tan importante, por ejemplo, ir a ver una obra de Shakespeare (ya que puede leerla) sino que lo que le interesante es ver la versión que un determinado director hace de ella.
En segundo lugar, y en relación con lo anterior, la puesta en escena se o: caracteriza por un uso altamente desprejuiciado, personal y creativo del espacio teatral. Más aún, se ha llegado a cuestionar la división tradicional entre el público y el escenario, por ejemplo, integrando a los espectadores a la ficción o eliminando la tarima como límite físico entre unos y otros. Existen, incluso, posturas más extremas, en las que el espectador puede llegar a “sufrir” las situaciones junto con los actores.
El teatro de vanguardia
El siglo XX puede caracterizarse como una época de máximo esplendor en el campo científico, la educación de las masas, la evolución tecnológica y artística; pero, también, como un período en el que se llevaron a cabo los mayores genocidios conocidos hasta el momento. Frente a esta visión contradictoria, los artistas adoptan una mirada escéptica ante la posibilidad de que el ser humano pueda ser mejor.
Para comprender nuestro teatro más reciente, es necesario analizar la evolución de la escena en el mundo. Desde 1930, la angustia del hombre contemporáneo, agobiado por la amenaza de la guerra, la ciudad atrapante, el desarrollo industrial, la "fría" tecnología se expresa en el teatro de vanguardia, en el que podemos señalar las siguientes corrientes:
El realismo de la incomunicación: también llamado "intimista", pues manifiesta el conflicto interior de los personajes, su imposi¬bilidad de comunicación y de "ser" en un mundo que los empe-queñece y hace caso omiso de sus ilusiones. No obstante, esta línea manifiesta una actitud de esperanza: la posibilidad de salvar al hombre.
El expresionismo: incrédulo con respecto a la posibilidad de mostrar la realidad, busca objetivar la experiencia interior sobre la base de la exaltación de los sentidos.
El teatro expresionista tiene elementos diferentes de los del teatro clásico: se estructura en escenas autónomas; los personajes son tipos más que individuos (se los nombra con números o letras o con designaciones genéricas, como el Hombre, la Mujer, el Jefe); la acción es inesperada, caótica y fantástica; el lenguaje es entrecortado, inconexo, plagado de monólogos.
La puesta en escena, al intentar la representación de imágenes mentales, subjetivas, usa recursos sorprendentes, como trucos de luz, maquillajes, efectos musicales y desplazamientos escénicos insólitos. Estas formas de experimentación enriquecieron el tea¬tro del siglo XX.
El teatro de la crueldad: tendencia expuesta por Antonin Artaud (1896-1948) en su obra El teatro y su doble. Allí intenta recuperar para el teatro su sentido ritual primitivo, para expresar la emoción pura, que es salvajismo instintivo en pugna con la artificiosidad de la cultura. El drama de la crueldad debe expresar básicamente estados anímicos, usando elementos puramente teatrales, como la danza, la pantomima, la música, reduciendo el lenguaje a gritos, sonidos aislados y expresiones onomatopéyicas.
El teatro del absurdo: esta tendencia lleva al extremo la repre¬sentación de la incomunicación humana y la ruptura con los convencionalismos y el razonamiento discursivo. En este teatro no hay historia ni personajes en el sentido tradicional: un presente instalado en la angustia de la espera de la supervivencia, personajes cosificados, como el hombre mismo, y un espacio despoblado, una tierra de nadie, como en las pesadillas. El lenguaje es inconexo.
La corriente dramática contemporánea denominada "teatro del absurdo" surge de ese clima de desencanto y angustia. Este teatro está rela¬cionado con otros movimientos artísticos y corrientes del pensamiento que se fueron gestando desde fines del siglo XIX: las vanguardias (como el expresionismo, el surrealismo y el arte dadá), el teatro de la crueldad (en el que violentas imágenes físicas quebrantan la sensibilidad del espectador) y, muy especialmente, la filosofía existencialista.
Los autores más representativos de esta corriente son el irlandés Samuel Beckett (Esperando a Godot) y el rumano Eugene Ionesco (La cantante calva, Las sillas)
Convenciones teatrales
El teatro organiza sus relatos alrededor de una serie de convenciones o códigos, que permiten comprender lo que se narra. Estas convenciones requieren de cierto nivel de entrenamiento por parte del espectador. Por ejemplo, en 1898, cuando nació el cine, las primeras imágenes que se proyecta¬ron al público fueron las de la llegada de un tren a una estación. Según se cuenta, muchos de los espectadores no resistieron el temor que les causó el hecho de que una locomotora "se les viniera encima", y huyeron de la sala. Sin duda, se enfrentaban a una serie de códigos novedosos (los del cine) y no podían aceptados como tales. Algo similar puede haber pasado en el estreno de la primera obra absurda. Por eso, conocer las convenciones ayuda a aceptar los niveles de dificultad con que un espectador se enfrenta ante lo nuevo. En el teatro existen tres tipos de convenciones.
1. Convenciones generales: tienen que ver con reglas universales de la representación teatral. Por ejemplo, cuando un espectador ve una obra tea¬tral, sabe que la escena no representa el mundo tal como lo conoce sino que, por ejemplo, la persona de carne y hueso que está sobre el escenario no es Macbeth o Edipo, sino un actor que encarna ese papel.
2. Convenciones particulares: hacen referencia a códigos técnicos de una práctica teatral precisa (por ejemplo, la del teatro del absurdo); con un autor (William Shakespeare, por ejemplo); un género (la comedia musical), una época (el teatro moderno) o una región (el teatro francés).
3. Convenciones singulares: son las que aparecen en un espectáculo dado y que sólo pueden ser entendidas y referidas a ese espectáculo en particular. Dado su carácter inédito, muchas veces pueden resultar complejas de entender
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