ANÁLISIS- RESUMEN DE EL LLANO EN LLAMAS DE JUAN RULFO
CONTEXTO HISTÓRICO-
LA NARRATIVA DE JUAN RULFO-
México en las décadas de 1940 y 1950
En las décadas de 1940 y 1950, México vivía una época de cambios, cuyo rasgo principal era el haber dejado atrás la Revolución mexicana. El país daba señales de desarrollo: su población y producción crecían. El Distrito Federal se convertía en una ciudad moderna, y las universidades se multiplicaban. Sin embargo, el campo se despoblaba, porque la reforma agraria se había detenido y aumentaba la marginación de los desposeídos.
Había concluido la época de las luchas encabezadas por caudillos, como Emiliano Zapata y Francisco Villa -que habían sido asesinados-, y se sucedían presidentes que ya no eran militares revolucionarios, pero que pertenecían al único partido con poder real, el Partido Revolucionario Institucional (PRI). La sociedad estaba despolitizada.
Los intelectuales mexicanos adoptaron dos posturas frente a esta situación. Los que adherían al oficialismo consideraban que la revolución había producido los cambios que se buscaban, por lo tanto era una etapa cconcluida cuyos temas y estética ya no eran representativos. Influidos por el Existencialismo, cuestionaban la existencia de un "ser mexicano" y proponían la necesidad de una expresión subjetiva y universal.
Otros creían que la revolución no había dejado resultados positivos, pues sus metas no se habían alcanzado o, peor aún, habían sido traicionadas. Concebían el arte como un camino para manifestar una posición crítica.
La narrativa de Juan Rulfo
En el medio de estas posturas, se ubicó la obra de Juan Rulfo. Si bien su narrativa se caracterizó por expresar la realidad del hombre mexicano, su drama existencial concreto y producto de su historia, no hizo un relato de los hechos de la Revolución, ni una literatura panfletaria. Planteó un conflicto subjetivo con raíces en la historia mexicana.
Situó sus cuentos indistintamente dentro de la Revolución o fuera de ella.
No narró "la Revolución" sino que mostró hombres, mexicanos concretamente, que eran el resultado de la historia de su país. Los hizo transitar escenarios realistas, pero que adquirían un carácter de símbolo de esa misma historia. Por ejemplo, el campo yermo representa los ideales que habían dejado de tener el sentido que los originó; los pueblos incendiados, la destrucción por la destrucción misma y la lucha de pobres contra pobres.
Por esta razón, el "aquí" y el "allá" se mezclan en un espacio indefinido, y el pasado y el presente parecen ser uno en su obra. El mecanismo para negar la espacialidad y la temporalidad es insistir en ellas. Mediante una continua referencia a lugares determinados y al tiempo cronológico, demuestra su intrascendencia o su paralización, pues nada cambia, por más que el tiempo pase y los lugares difieran. Por ejemplo, en "El Llano en llamas", aparecen referencias constantes a lugares específicos y al paso del tiempo: "Hacía cosa de ocho meses que estábamos escondidos en el escondrijo del cañón del Tozín, allí donde el río Armería se encajona ... ".
Sus personajes son campesinos, gente simple, que hablan como el mexicano común con sus mexicanismos, vulgarismos y características propias de un registro coloquial; pero su sentir coincide con el del resto de los hombres de la época, que viven la angustia de ver destruido todo lo que creen verdadero. En esta síntesis entre lo local y lo universal, reside el valor de la obra de Rulfo.
Los cuentos de El Llano en llamas están unidos por coincidencias temáticas: la imposibilidad humana de escapar de un destino prefijado, la conciencia de culpa, el miedo a ser condenados, la guerra sin un sentido claro. Por esto, los personajes se someten a lo que les toca vivir sin queja alguna. Son seres frágiles y mortales, que viven en tensión entre la desesperanza y la esperanza, a quienes, inevitablemente, toda ilusión se les frustra. Esta es, para Rulfo, la esencia del hombre americano.
Frente a una realidad que no puede cambiar y que le es adversa, este hombre se encierra en sí mismo, no se comunica con el otro, aunque este otro comparta su circunstancia. Si el acontecer histórico ha perdido el sentido, no queda otra posibilidad que resignarse; por lo tanto los personajes se paralizan, no reaccionan; por el contrario, adoptan una actitud contemplativa frente a lo inevitable: los comportamientos violentos no son reacciones, sino un modo de sometimiento a la fuerza de la costumbre. No hay esperanza de cambio posible, sólo se vislumbra el fracaso.
Los protagonistas de estos cuentos no actúan, recuerdan. La intención es mostrar la subjetividad del personaje, su propia existencia, y para ello el narrador en primera persona que monologa o habla con un interlocutor silencioso es el modo de expresión más preciso. Frente a la nada del mundo exterior, su soliloquio es el camino para entenderse, para encontrarle algún sentido a la vida, aunque finalmente no lo logre. El recuerdo es la manera de reconstruir su vida, pero tiene un carácter fragmentario y desorganizado. Por eso, el relato no sigue un orden cronológico, constituye una serie de imágenes desordenadas en las que el tiempo parece estar suspendido.
El espacio y el tiempo
Si no hay progresión temporal, no hay vida. Este tratamiento del tiempo es una forma de expresión de la falta de expectativas: no se diferencia el pasado del presente, ni hay alusiones al futuro, pues este no existe. El tiempo es circular: lo que ya ocurrió es igual a lo que está ocurriendo y a lo que ocurrirá. El hombre vive la situación en la que se encuentra y es incapaz de alterarla, le viene impuesta por fuerzas exteriores que él no maneja.
También, el espacio generalmente se presenta difuso, ya que no importa dónde esté el personaje. No es el lugar el que lo determina, cualquier sitio es igual para mostrar su interioridad. De este modo, el espacio no es marco, es símbolo del acontecer monótono, reiterativo.
Más aún: el personaje mismo se presenta borroso en su apariencia exterior. No se lo describe, apenas se esbozan sus rasgos. Se trata, en realidad, de una ausencia del afuera tanto espacial como personal. Esta indeterminación del tiempo, el espacio y la apariencia externa refuerzan la visión de una realidad carente de sentido.
Esta visión se ve reforzada, además, por el tono monocorde y reiterativo que emplea el narrador-personaje.
EI Llano en llamas": la identidad perdida
El "ser americano" se caracteriza por la presencia de la violencia y de la muerte ya desde la Conquista, considerada por el crítico ruso Tzvetan Todorov como "el mayor genocidio de la historia".
En México, la familiaridad del pueblo con la muerte se remonta aún más atrás: a los aztecas. Para ellos, morir sólo era pasar a otro estado de una misma realidad, por ello eran frecuentes los sacrificios humanos en los que los sacerdotes extirpaban el corazón a las víctimas para ofrecérselo a los dioses. Esta relación de familiaridad con la muerte permanece hasta hoy en fiestas populares, como la del Día de los Muertos, y en los corridos, como el que inicia "El Llano en llamas".
El enfrentamiento del blanco con el indio y, luego, del mestizo con el indio se evidencia en la lucha entre latifundistas y campesinos, en eterna disputa por la posesión de la tierra.
El mestizaje racial y cultural es otra clave del ser americano. Hombres que se preguntan quiénes son y fluctúan entre el blanco y el indio, entre el dominador y el dominado, en una lucha que se libra en su interior (planteos de conciencia) y en el exterior (enfrentamiento de bandos).
La Revolución mexicana fue una muestra de esta realidad. En 1910, Francisco Madero lideró la oposición a la dictadura del conservador Porfirio Díaz. Lo secundaron los caudillos Orozco, Villa y Zapata, quienes, por perseguir antiguos anhelos populares, gozaban de la adhesión de los campesinos. Se inició así la Revolución en procura de la distribución equitativa de la tierra y de la independencia política y económica. Sin embargo, estos ideales no se concretaron, y esto desembocó en constantes luchas internas entre los que los sostenían y los que los olvidaron. Estos enfrentamiento s singularizaron la Revolución, cuyos objetivos comenzaron a alcanzar se recién veinte años después.
"El Llano en llamas" es uno de los pocos cuentos de Rulfo que se ubica en un contexto histórico determinado: la Revolución mexicana. La lucha entre los federales y los revolucionarios se da en tales circunstancias. Sin embargo, en "El Llano en llamas", la Revolución no es tema sino que está entretejida en la vida de los personajes, quienes son su resultado.
No se plantea jamás el motivo de la lucha (" ... no tenemos por ahorita ninguna bandera por qué pelear, debemos apuramos a amontonar dinero ... "), que queda reducida al robo, las matanzas, los asesinatos y la destrucción gratuitos. Por ejemplo, el incendio de los maizales sólo se realiza por la fuerza de la costumbre y hasta por placer: "Así que se veía muy bonito ver caminar el fuego en los potreros; ver hecho una pura brasa casi todo el Llano en la quemazón aquella { .. }".
El narrador protagonista, Pichón, es un revolucionario singular y, a la vez, el prototipo de los revolucionarios. Desde su recuerdo, se conoce su propia vida y la de los que lo rodean. Es el reflejo del mexicano: un ser perdido que transita su vida mecánicamente, impulsado por la fatalidad, ante la que se resigna. Es un títere manejado por otros. Representa a los insurrectos y a los mexicanos que buscan, como niños, un padre (Pedro Zamora) que se haga cargo de ellos, que los guíe y que tome decisiones en su lugar.
Pichón siente que todo da lo mismo, que la circunstancia en la que se encuentra le es ajena: " El subjuntivo ("hubiéramos") enfatiza la conciencia de que existe otra posibilidad no realizada, porque todo se reduce a acatar lo establecido sin cuestionarlo.
De esta manera, Rulfo muestra al mexicano y, en él, al ser humano de su época, porque la revolución o las dos guerras mundiales son situaciones similares: el presente es incierto, no hay expectativas de futuro y la vida propia ajena no tiene valor.
Aunque por momentos los personajes parecieran tener esperanzas, estas se pierden. La mujer de Pichón destaca que su hijo, que significativamente lleva el mismo nombre que su padre, no es ningún bandido ni ningún asesino". Sin embargo esta diferencia, que posibilitaría una vida mejor, es negada por una afirmación anterior del propio Pichón: "Era igualito a mí y con algo de maldad en la mirada. Algo de eso tenía que haber sacado de su padre".
En definitiva, los personajes repiten acciones sin sentido que los condenan, una y otra vez, al fracaso. Esta reiteración, esta sensación de estar en un círculo cerrado, se logra mediante el tratamiento del tiempo y del espacio.
Pichón recuerda desde un presente que se confunde con el pasado: el uso del adverbio "ahora" remite tanto a uno como a otro. "Aquí" y "allá" se usan indistintamente para referirse a espacios y a tiempos cercanos o lejanos con respecto al presente del relato.
Por otra parte, las secuencias que conforman el camino hacia el fracaso del grupo de Pedro Zamora están ubicadas en un momento preciso del día: mañana, mediodía, noche. Pero el tiempo global es impreciso.
El uso indistinto de los adverbios y la imprecisión temporal convierten al pasado en un presente continuo, en el que Pichón intenta recuperar lo único que parece tener importancia en su vida: la Revolución.
Además, es significativo el uso frecuente del verbo "parecer": nada "es", todo lo que afirma después lo niega, lo contrarresta o atenúa con el nexo “pero":
Hubo un tiempo que así fue. Y ahora parecía volver. Ahora se veía a leguas que nos tenían miedo. Pero nosotros también les teníamos miedo… no nos dimos cuenta de la hora en que ellos aparecieron por allí. Cuando menos nos acordábamos aquí estaban ya,mero enfrente de nosotros, todos desguarnecidos. Parecían ir de paso, ajuareados para otros apuros y no para este de ahorita".
La repetición de frases y palabras acentúa la idea de aislamiento, de ida que se ha quedado en suspenso. El personaje, volcado hacia su interior, recuerda en un intento por volver a vivir. Las reiteraciones, a modo de leías, expresan el concepto de ausencia de evolución vital:
Más atrás venían Pedro Zamora y mucha gente a caballo. Mucha gente más que nunca. Nos dio gusto.
Daba gusto mirar aquella fila de hombres cruzando el Llano Grande otra vez, como en los buenos tiempos. Como al principio, cuando nos habíamos levantado de la tierra como huizapoles maduros aventados por el viento, para llenar de terror todos los rededores del Llano. Hubo un tiempo que así fue. Y ahora parecía volver".