LA INSTANCIA GNOSEOLÓGICA EN UN SONETO DE SOR JUANA
Guillermo García
Este que véis, engaño colorido
que del arte ostentando los primores,
con falsos silogismos de colores
es cauteloso engaño del sentido:
este, en quien la lisonja ha pretendido
excusar de los años los horrores,
y venciendo del tiempo los rigores
triunfar de la vejez y del olvido,
es un vano artificio del cuidado,
es una flor al viento delicada,
es un resguardo inútil para el hado:
es una necia diligencia errada,
es un afán caduco, y bien mirado,
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.
Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695).
Los subrayados son nuestros.
Un cuestionamiento de neto corte gnoseológico late en el centro de la composición anterior y desentrañarlo presupondrá, a no dudarlo, la obtención de una clave más que certera para la comprensión de un momento relevante en el devenir cultural de Occidente al cual, si bien con los reparos que tales términos exigen, podría caracterizarse como premoderno.
Serán adoptadas para el análisis tres perspectivas que, en última instancia, no son más que manifestaciones diversas de un mismo -y complejo- fenómeno.
a] La representación. La obra propone una clara distinción entre la representación y lo representado. Nótese que el rasgo distintivo de la primera lo constituye su unidad, su carácter de indivisible. Lo representado, en cambio, es el sujeto; y el sujeto, en la cosmovisión del poema, es básicamente una entidad dual: por una parte, sujeto representado en tanto que objeto de una mirada otra -la mirada del tú-; por otra, sujeto cognoscente, siendo esto, que se sitúa en un punto de coincidencia con la voz del yo en la obra. La dicotomía establecida entre los términos representación unitaria y dualidad representada implica al menos dos nociones distintivas de los orígenes de la modernidad:
i) la concepción del signo como forma irremediablemente imperfecta para dar cuenta de las cosas, y
ii) el sujeto -el yo- entendido como entidad escindida: a un mismo tiempo sujeto del conocimiento y objeto del conocer.
Así, entre la representación y el sujeto comienza a extenderse el puente de la desconfianza, la cual pone en tela de juicio la presunta evidencia de los sentidos: la contraposición nítidamente expresada en el texto entre ver y mirar bien no deja de ser elocuente. Ver presupone dejarse atrapar por el engaño de la representación. Mirar bien, en cambio, es percibir su carácter contingente, acaso arbitrario. Además, una segunda oposición derivada de la anterior se establece entre los campos de sentido que rigen la ilusión y la verdad.
Ciertamente, la temática del soneto no resulta ajena a la posibilidad de operar sobre la mecánica cognoscitiva a fin de lograr una percepción certera.
El sujeto cognoscente se orienta hacia la verdad a través de procesos tendientes a establecer diferencias. Por el contrario, la representación se sustenta en la ilusión del parecido, una forma de la falsedad, del engaño. La relación entre representación e ilusión será entonces de similitud. Y los deslizamientos accionales del poema, consecuentemente, trazarán nítidamente la secuencia ‘desconfiar del engaño de la similitud’ - ‘lograr el conocimiento a través de las diferencias’.
b] El conocimiento. Desde esta perspectiva será menester trazar una precisa distinción entre dos operaciones del yo en un todo diversas: ver y mirar bien. El primero se sustenta en el simulacro de la representación. Constituye una instancia a-crítica o pre-crítica fundada en la semejanza existente entre la representación y el modelo representado. El mirar bien, en cambio, presupone una acción nacida de una actitud reflexiva por parte del sujeto cognoscente: mirada distanciada o indirecta (meta-mirada) que constantemente se replantea el hecho de estar viendo a fin de arribar a la verdad de lo que ve.
La verdad, opuesta al simulacro propio de la representación, desenmascararía el engaño del signo demostrando su gratuidad al subrayar su insalvable alejamiento respecto de aquello que representa. Entre el ver precrítico y la verdad, entonces, se establece una tensión que implica uno de los móviles fundamentales del poema y cuya manifestación se opera en el eje que determina la posibilidad -o no- del conocimiento.
El yo, accedido al mirar bien, se dirige a un tú que, desde el ver directo deberá intentar, también él, acceder a la verdad mediante la renuncia al engaño de los sentidos.
No obstante, lo curioso del texto reside en un equívoco estudiadamente dilatado: cuando el yo habla de la calidad de mudable y contingente, no queda claro si se refiere a la representación o a lo representado. Esa ambigüedad será fundamental para comprender el lugar -vacilante, difuso- del sujeto del conocimiento, por una parte, y del signo en la modernidad naciente.
c] El sujeto. Varios sujetos confluyen en el poema: el yo, el tú, el yo representado y el yo de la representación. El primero representa la instancia crítica, el bien mirar; el segundo se ubica -al menos provisoriamente- en el estadio de la fascinación precrítica ante la forma de la representación. El yo representado, en tanto, conforma una entidad inseparable del yo cognoscente del cual sería su contracara, la manifestación contundente del carácter dual de la conciencia en tanto se oriente a lo otro o a sí misma. El yo de la representación, finalmente, se perfila como lo engañoso por excelencia, ya que se funda en una pretendida ilusión de permanencia que la acción del yo cognoscente desenmascara. Nótese además que entre el yo representado y el yo de la representación media el lazo de la similitud, esa instancia primaria -o arcaica- del conocer en la cual todavía se halla entrampado el tú y que el yo se aboca por todos lo medios a superar.
La operación de desenmascaramiento llevada a término por este último regula dos actitudes fundamentales: primero, una ostensible toma de distancia de los signos seguida de una negación de su poder representacional absoluto; segundo, un reconocimiento implícito, por parte del sujeto que conoce, de síntomas de escición en el plano de su propia entidad.
La verdad de la representación será puesta a partir de ahora en duda, porque la representación se percibe como engaño, esto es, como una construcción. La verdad del yo y para el yo se logra por medio de la puesta en marcha de un complicado mecanismo de discernimiento -fundador, a su vez, de otras construcciones- cuya actividad se reduciría a dudar de toda aquella ‘verdad’ cimentada en criterios puramente analógicos.
El presente texto, así, se perfilaría como uno más de los muchos y complejos indicios que marcan, en el ámbito del pensamiento, el pasaje del reinado de un signo -la representación- aunado por medio de un nexo analógico a una referencia dada, indiscutida, hacia un modo arbitrario de la ligazón entre ambos, pasible de ser ‘desmontado’ por el yo cognoscente a través del discernimiento.
Innegable síntoma de un cambio en la concepción del sujeto, el poema opone al tú fascinado, sujeto del ver directo, quien sólo ve las similitudes entre el yo representado y el de la representación aceptándolas sin más, el yo desconfiado que bien mira, percibe en consecuencia las diferencias y, al tiempo que discierne, construye lo que conoce. Pasaje, en fin, de un sujeto pasivo del conocer a otro eminentemente activo o, en otras palabras, moderno.
1 comentario:
Gracias. Me parece estupendo su análisis.
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