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2 de agosto de 2008

La narrativa posterior al boom latinoamericano por Guillermo García

Por Guillermo García

La narrativa posterior al boom ya no pudo, en líneas generales, sustraerse a esa tendencia revisionista, distanciadora y crítica de la escritura hacia su propia sustancia constitutiva -la lengua-, sus posibilidades representativas y, por ende, su situación en cuanto a los códigos tradicionales del realismo. Bien puede decirse que a partir de los años ‘60 la literatura hispanoamericana definitivamente perdió su inocencia.
Al respecto, la narrativa de José Emilio Pacheco (México, 1939) no deja de reflexionar sobre su condición intrínseca de ficción. Así ocurre con los cuentos de El principio del placer (1972) y sobre todo en la novela Morirás lejos (1967), estructurada como un deslumbrante juego de espejos donde los distintos planos de la representación se superponen hasta el vértigo.

“Dicen que por las mañanas lee los periódicos y que nada se le va. Que al mediodía lee poemas, novelas, ensayo, crítica y nada se le va. Por la noche mira la televisión con su hija más pequeña y nada se le va. José Emilio Pacheco hurga, investiga, lee, camina por las calles y produce su obra: periodismo cultural, cuentos, novelas, teatro, adaptaciones cinematográficas. Pero el centro animador de su obra literaria es la poesía, de la cual ha publicado más de catorce libros”. Elena Poniatowska

La preocupación en torno al puro aspecto significante del lenguaje campea en la obra narrativa y ensayística de Severo Sarduy (Cuba, 1937-1993), autor de la novela Cobra (1972) y de ensayos como Escrito sobre un cuerpo (1969) y Barroco (1975).
Antonio Skármeta (Chile, 1940) cruza en sus textos una mirada crítica y comprometida hacia temas de nítido contenido sociopolítico, apelando a un tratamiento que, sin desdeñar la parodia, suele recurrir también a registros de lograda poesía. Aunque originariamente fue un cuentista excelente -El entusiasmo (1967), Desnudo en el tejado (1969) y Tiro libre (1973)-, es también autor de la popular novela Ardiente paciencia (1983), inspirada en la figura de Pablo Neruda y llevada al cine y, después, al teatro con el título de El cartero.

Toda mi literatura ha crecido biológicamente. A medida que va cambiando el cuerpo, van cambiando también las esferas de la realidad que se atraen, de modo que lo biográfico está asumido muy fuertemente: del joven adolescente al joven que se interesa por los procesos sociales; de éste, al hombre ya sin pelo que vivía en Europa”. Antonio Skármeta

La reelaboración de códigos narrativos de la novela policial ‘dura’ norteamericana y la ciencia ficción, su posterior inserción en los universos de Macedonio Fernández, Roberto Arlt y Jorge Luis Borges y su final fusión con elementos provenientes de la teoría literaria y la crítica histórica, hallan en Ricardo Piglia (Argentina, 1941) a un genial alquimista. Resultante del proceso anterior es un híbrido personalísimo y fascinante caracterizable como ‘ficción crítica’. Los cuentos de Nombre falso (1975) y las novelas Respiración artificial (1980), La ciudad ausente (1992) y Plata quemada (1997) constituyen lo esencial de su obra. También transita las fronteras genéricas, aunque de manera sutil, José Pablo Feinmann (Argentina, 1941) en una novela como El ejército de ceniza (1986).
Textos dotados de una pormenorizada elaboración formal e influidos por la novela objetivista francesa y las desoladas atmósferas de Samuel Beckett, son los de Salvador Elizondo (México, 1932). Su más destacada novela es Farabeuf o la crónica de un instante. Por su parte, Sergio Pitol (México, 1933) desarrolló una extensa obra narrativa deudora de múltiples influencias (que van de Rulfo hasta Kafka y Virginia Wolf pasando por Borges, Gogol y Tolstoi). Su primera novela, El tañido de la flauta, es de 1973. Su compatriota Fernando del Paso (México, 1935) obtuvo en 1966 el premio Xavier Villaurrutia por su novela José Trigo. Palinuro en México (1979) y Memorias del Imperio (1990) son otras de sus obras principales.
De un depuradísimo manejo del lenguaje hace gala Arturo Azuela (México, 1938). El tamaño del infierno (1975), su inicial novela, es un ambicioso recorrido a lo largo de cien años de historia mexicana. Mientras Jorge Ibargüengoitía (México, 1928-1983) parodia los códigos de la narrativa de la revolución en la novela Los relámpagos de agosto (1964), premiada con el galardón de Casa de las Américas.
Eximio poeta en sus comienzos, Homero Aridjis (México, 1940) derivó luego hacia la novela. 1492. Vida y tiempos de Juan Cabezón de Castilla (1985) reconstruye en primera persona y apoyándose en minuciosas documentaciones la España previa al descubrimiento. Su continuación lleva por título Las aventuras de Juan Cabezón en América (1992).
La narrativa de Reinaldo Arenas (Cuba, 1943-1990) establece una clara ruptura con los autores canónicos de la isla, tales como Alejo Carpentier. Publicó su primera novela, Celestino antes del alba, en 1967. Le siguió Un mundo alucinante en 1969. En tanto que Jesús Díaz (Cuba, 1940) intenta conciliar los postulados de la vanguardia artística con los de la revolución, que es un tema central en su obra narrativa. Las iniciales de la tierra (1980) es su novela fundamental.
De no fácil lectura, la obra de Juan José Saer (Argentina, 1937) constituye un extenso ciclo novelístico en torno a un único interrogante: ¿cuál es el alcance de la escritura en tanto instrumento de representación de la realidad? Cicatrices (1969), El limonero real (1974), Nadie nada nunca (1980), El entenado (1984) y Glosa (1986) son algunos de sus textos destacables.
Secretario personal de Pablo Neruda entre 1945 y 1947 fue Jorge Enrique Adoum (Ecuador, 1923). Aunque demostró sobradamente extraordinarias dotes para la poesía -en 1952 obtuvo el Premio Nacional de Poesía y en 1961 el Premio de Poesía de Casa de las Américas-, su texto más descollante es una novela de carácter experimental: Entre Marx y una mujer desnuda (1976).

Pero quizá la figura mayor del post-boom sea Guillermo Cabrera Infante (Cuba, 1929). La experiencia vital de este escritor ha determinado en gran medida su adscripción a la esfera de los ‘extraterritorial’, esa categoría definitoria de la gran narrativa del siglo XX (Joyce, Kafka, Conrad, Beckett, Borges, son ejemplos conocidos). Se inició en la década de 1950 como crítico cinematográfico en la revista Carteles bajo el seudónimo de G. Caín; esos artículos, testimonio de la innegable influencia del cine en su obra posterior, integran el libro Un oficio del siglo XX (1963). Adhirió en un primer momento a la Revolución Cubana, pero en 1965 rompe definitivamente con Fidel Castro y se exilia en Londres. Esta situación de lejanía y destierro respecto de su ciudad natal articula lo mejor de su obra. La nostalgia de La Habana anterior a la revolución -verdadero territorio de la infancia-, unida a inagotables juegos de sentido en relación a los planos sonoro y conceptual del lenguaje, además de experimentos con las voces narrativas y la utilización paródica de variados géneros discursivos, campean a lo largo de sus dos novelas fundamentales: Tres tristes tigres (1967) y La Habana para un infante difunto (1979).
También pulsa un registro vinculado a la musicalidad propia del habla oral Luis Rafael Sánchez (Puerto Rico, 1936). Su novela La guaracha del Macho Camacho (1966) resultó un acontecimiento literario que trascendió las fronteras y le dio a su autor fama internacional. En ella, además de ensayar una escritura elaboradamente rítmica, se acomete la desacralización de formas discursivas socialmente prestigiosas mediante la parodia. La importancia de llamarse Daniel Santos (1990) y los cuentos agrupados en En cuerpo de camisa (1966) completan lo principal de su obra.
Parejamente, Manuel Puig (Argentina, 1932-1990) es uno de esos escritores para quienes ningún tipo textual merecería ser discriminado del ámbito de la literatura. Así, sus novelas suelen nutrirse de géneros discursivos socialmente marginados de los registros artísticos ‘cultos’, logrando resultados notables. La resignificación paródica operada en sus novelas exige un lector bastante competente y despojado de toda inocencia. La traición de Rita Hayworth (1968), Boquitas pintadas (1969), The Buenos Aires Affair (1973), El beso de la mujer araña (1976), Pubis angelical (1979), Maldición eterna a quien lea estas páginas (1980) y Cae la noche tropical (1988), constituyen lo esencial de su obra.

“La traición de Rita Hayworth es la mejor, la primera y auténtica novela ‘pop’ latinoamericana”. El Comercio, Lima

Osvaldo Soriano (Argentina, 1943-1997) también integra en su narrativa formas nacidas de los registros populares a contenidos comprometidos con la realidad política de su país. Triste, solitario y final (1973) fue la primera novela de una larga serie.

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