Resumen y análisis de Amalia de José Mármol
Escrita casi totalmente en el exilio, la primera
edición de Amalia ve la luz en Montevideo, en 1851, y la segunda, en Buenos Aires, en 1855. Es la primera novela argentina de tema nacional que se publica en nuestro país. Movido,
sin duda, por un anhelo político, José Mármol transmite en cada página de su
obra el dolor de los proscriptos, segados por el tiempo de terror que vive
Buenos Aires bajo el dominio absoluto de Juan Manuel de Rosas.
Aunque no pocos críticos la consideran novela
histórica , Amalia
es una novela política .
El objetivo de la novela histórica radica en la
evocación del pasado -ve en la historia un elemento artístico-, pero lo que en
realidad se propone el narrador es hacer historia con los hechos que ocurren
en su época. Así nos lo dice en la Explicación que precede el comienzo de la
obra:
La mayor parte de
los personajes históricos de esta novela existen aún, y ocupan la misma
posición política o social que en la época en que ocurrieron los sucesos que
van a leerse. Pero el autor, por una ficción calculada, supone que escribe su
obra con algunas generaciones de por medio entre él y aquéllos. y es
ésta la razón por que el lector no hallará nunca en presente los tiempos
empleados al hablar de Rosas, de su familia, de sus ministros, etc.
El autor ha creído que tal sistema convenía tanto a la mayor claridad
de la narración cuanto al porvenir de la obra, destinada a ser leída, como todo
lo que se escriba, bueno o malo, relativo a la época dramática de la dictadura
argentina, por las generaciones venideras, con quienes entonces se armonizará
perfectamente el sistema, aquí adoptado, de describir en forma retrospectiva
personajes que viven en la actualidad.
Esta explicación aporta notas de gran interés:
·
el contenido tiene su fundamento en la realidad;
·
el narrador, testigo y protagonista
indiscutible de ese presente, simula alejarse de él en el tiempo , tal vez con la esperanza de que la posteridad no
sufra esos males -"buscan a su patria y no
la encuentran"- y sólo pueda
conocer, a través de la lectura, "la época dramática de la dictadura
argentina", como una acción consumada e irrepetible.
Solo, abandonado, él (el pueblo
argentino) comprendía, sin embargo, cuál era su situación de entonces, y presagiaba
por instinto, por esa voz secreta de la conciencia que se anticipa siempre a
hablamos de las desgracias que nos amenazan. que un golpe nuevo y más terrible
aún que aquellos que lo habían postrado estaba próximo a ser descargado sobre
su cabeza por la mano de la tiranía: y para contenerla, él, el pueblo de Buenos
Aires, no tenía ni los medios ni siquiera el espíritu para procurarlos. (Primera
parte-Cáp. VIII)
El ambiente de la novela es, sin duda, histórico:
Así, la sociedad a esta época
se hallaba dividida en victimas y en asesinos. Y estos últimos, que desde muy
atrás traían sus títulos de tales; valientes con el puñal sobre la víctima
indefensa; héroes en la ostentación de su cinismo, temblaban, sin embargo,
cuando la pisada del ejército libertador hacía vibrar la tierra de Buenos
Aires, en la última quincena de agosto de 1840, a cuyos días hemos llegado en
esta historia. (Cuarta
parte, Cap.III)
El narrador se nos presenta como observador de los
hechos que enlutan la ciudad y a sus almas, pero ese "presente",
disfrazado de pasado, jamás oculta su "yo", cuyas heridas aún
sangran.
Frecuentemente se acerca al lector para hacerlo
partícipe de cada tramo de la acción y conducirlo por sus vericuetos:
Al cabo de veinte o veinticinco caídas de bastón, se paró delante de
una puerta que ya nuestros lectores conocen: era aquélla donde Daniel y su
criado habían entrado algunas horas antes. (Primera parte-Cáp.VIII)
Con un "no sabemos por qué" se autodefine como
narrador: no es el omnisciente ,
que narra en tercera persona, que todo lo ve y todo lo sabe, aun lo que piensan
y sienten sus personajes, ni el protagonista , que narra en primera persona, que padece los hechos y nos cuenta con sus
palabras lo que sucede, ni el testigo (que narra en primera persona) que se mueve
junto a sus personajes , en
su mismo medio, aunque no como protagonista. Aparentemente, lo observa todo
desde afuera; es
narrador observador.
Según Anderson Imbert, el narrador observador es
el que "asume el papel de un observador ordinario. Puede describir el
mundo objetivo en que están comprometidos los personajes; puede referimos
también lo que hacen y dicen esos personajes. Ese narrador sabe solamente
lo que un hombre del montón puede saber sobre sus vecinos; se le escapa la totalidad
de los acontecimientos y la secreta intimidad de los personajes. [ ... ] no es
un personaje de la novela, y generalmente
cuenta con los pronombres de la tercera persona gramatical".
Objetividad
sólo aparente -subjetividad real-, que no pocas veces estalla en indignación o
manifiesta su romántica fe en el porvenir:
Cada pueblo tiene su siglo, su destino y su imperio sobre la tierra. Y
los pueblos del Plata tendrán al fin su siglo, su destino y su imperio, cuando
las promesas de Dios, fijas y
escritas en la naturaleza que nos rodea, brillen sobre la frente de
esas generaciones futuras, que verterán una lágrima de compasión por los
errores y por las desgracias de la mía. Sí, tengo fe en el porvenir de mi
patria. (Tercera parte, Cáp. V)
En este último ejemplo se funde el narrador con su
personaje (Daniel Bello) y, a través de éste, nos comunica su sentir.
Estructura de la novela
Amalia consta de:
Explicación del autor (fechada
en Montevideo, en mayo de 1851);
Setenta y siete capítulos distribuidos en cinco
partes:
Primera
parte: capítulos I a XIII;
Segunda
parte: capítulos I a XII;
Tercera parte: capítulos I a XVI;
Cuarta parte: capítulos I a XVII;
Quinta parte: capítulos I a XIX)
y una Especie de Epílogo.
El novelista enlaza el contenido de los capítulos
para afianzar la unidad de la trama narrativa (idilio; panorama social y
político):
Después del cuadro
político que acaba de leerse, y que la necesidad de dejar dibujada a grandes
rasgos la época en que pasan los acontecimientos de esta historia, con sus
hombres, sus vicios y sus virtudes, nos obligó a delinear y a distraer a nuestros lectores,
separándolos un momento de nuestros personajes conocidos, justo es volvamos
ahora en busca de ellos, retrocediendo algunos días, hasta volver a encontramos
con aquel de que nos separamos ya. Tercera parte, Cap. VI.
RESUMEN DEL ARGUMENTO
Buenos Aires, 4 de mayo de 1840. Son las diez y
media de una noche apacible.
Al escaso resplandor
de las estrellas se descubría el Plata, desierto y salvaje como la Pampa, y el rumor de sus olas, que se desenvolvían
sin violencia y sin choque sobre las costas planas, parecía más bien la
respiración natural de ese gigante de la América, cuya espalda estaba oprimida
por treinta naves francesas en los momentos en que tenían lugar los sucesos que
relatamos.
El coronel
Francisco Lynch, Eduardo Belgrano, Oliden, Riglos y Maisson parten hacia el
exilio, perseguidos por el desenfreno de la dictadura rosista.
Los conduce Juan Merla, quien promete salvarlos
embarcándolos en una ballenera, pero los traiciona. Su agudo silbido alerta a
los secuaces del Restaurador. Éstos se lanzan sobre los jóvenes unitarios.
Después de una encarnizada lucha en la que perecen
sus compañeros, Eduardo Belgrano, "tranquilo, valiente, vigoroso y
diestro", enfrenta a sus enemigos y descarga sobre
ellos su furia. A pesar de sus esfuerzos, cae herido, pero en el momento en que
va a ser degollado por un federal, llega Daniel Bello, su amigo, y lo rescata
del infernal cuchillo mazorquero. Ya se vislumbra en la actitud de Eduardo al
verdadero héroe de la novela.
Daniel lo conduce, entonces, hacia una casa situada
en el actual barrio de Barracas.
Allí vive, desde hace poco tiempo, su prima, Amalia
Sáenz de Olabarrieta -"la linda viuda, la poética tucumana"-, que
colmará de cuidados al herido hasta despertar en él el amor más sublime.
En aquel momento Amalia estaba
excesivamente pálida, efecto de las impresiones inesperadas que estaba
recibiendo; y los rizos de su cabello castaño claro, echados atrás de la oreja
pocos momentos antes, no estorbaron a Eduardo descubrir en una mujer de veinte
años una fisonomía encantadora, una frente majestuosa y bella, unos ojos pardos
llenos de expresión y sentimiento y una
figura hermosa, cuyo
traje negro parecía escogido para hacer resaltar la reluciente blancura
del seno y de los hombros, si su tela no
revelase que era un vestido de duelo.
Daniel envía al viejo criado Pedro en busca del
doctor Diego Alcorta, pero Eduardo no está de acuerdo con ello; admira
demasiado a su maestro como para comprometerlo con su destino.
El novelista alterna la narración con la descripción
minuciosa, enumerativa. Así, muestra los acontecimientos que se desarrollan en
torno de Rosas, en su mansión de Palermo y retrata a los personajes más
significativos que lo rodean y que lo consideran más que Dios, porque es el
padre de la Federación.
era un
hombre grueso, como de cuarenta y ocho años de edad, sus mejillas carnudas y
rosadas, labios contraídos, frente alta pero angosta, ojos pequeños y
encapotados por el párpado superior, y de un conjunto, sin embargo, más bien
agradable, pero chocante a la vista.
Y
a Manuelita:
El color de su tez era ese pálido oscuro que distingue comúnmente a las
personas de temperamento nervioso, y en cuyos seres la vida vive más en el
espíritu que en el cuerpo. Su frente, poco espaciosa, era, sin embargo, fina,
descarnada y redonda; y su cabello, castaño oscuro, tirado tras de la oreja,
dejaba descubrir los perfiles de una cabeza inteligente y bella. Sus ojos, algo
más oscuros que su cabello, eran pequeños, pero animados e inquietos. Su nariz,
recta y perfilada; su boca, grande, pero fresca y bien rasgada ...
En ese ambiente de terror, "esa terrible
enfermedad que postra el espíritu y embrutece la inteligencia", Buenos
Aires despierta cada amanecer:
Dormida sobre esa planicie inmensa en que reposa Buenos Aires, la
ciudad de las propensiones aristocráticas por naturaleza, parecía que quisiese
resistir las horas del movimiento y de la vigilia que le anunciaba el día, y
conservar su noche y su molicie por largo tiempo todavía.
Daniel Bello es un talentoso estudiante de
jurisprudencia que une sus ideales de libertad a los de otros jóvenes, quienes
conspiran contra el régimen para ayudar al ejército de Lavalle; por ello se
acerca a los federales y simula ser uno de ellos.
Ama a Florencia y recibe de su amor información
acerca de las conversaciones que escucha en la casa de Rosas, lugar que
frecuenta por su amistad con María Josefa Ezcurra, cuñada de aquél.
En la mañana del 24 de mayo, Amalia y Eduardo se
declaran su amor:
y
Eduardo, pálido, trémulo de amor y de
entusiasmo, llevó a sus labios la preciosa mano de aquella mujer en cuyo
corazón acababa de depositar, con su primer amor, la primera esperanza de
felicidad que había conmovido su existencia; y durante esa acción precipitada,
la rosa blanca se escapó de las manos de Amalia y, deslizándose por su vestido,
cayó a los pies de Eduardo.
El 5 de octubre celebran su boda, pero ésta
tiene un final trágico, pues, descubierta la conspiración contra Rosas, los
esbirros asaltan la casa y sellan con la muerte la promesa de unión eterna de
los enamorados:
y todos oyeron esta voz menos Eduardo, cuya
alma, en ese instante, volaba hacia Dios, y su cabeza caía sobre el seno de su
Amalia, que dobló exánime su frente y quedó tendida en un lecho de sangre,
junto al cadáver de su esposo, de su Eduardo.
Los personajes
El narrador extrae sus personajes de la realidad. La protagonista,
cuyo nombre da título a la novela, reúne todas las características de la
heroína romántica: abnegada, generosa, plena de amor y triste, pues, aunque
feliz, presiente un futuro de desgracias. Es la "mujer-ángel" que
lleva en sí "aquella doble herencia del cielo y de la tierra, que consiste
en las perfecciones físicas y en la poesía o abundancia de espíritu en el
alma". "Tú no eres de la tierra", le dice Eduardo.
Los
protagonistas masculinos, Eduardo Belgrano, sobrino del general Manuel Belgrano,
y Daniel Bello, son -como lo exige también el Romanticismo- jóvenes apuestos,
gallardos, valientes, que sacrifican la vida por sus ideales políticos y aman
con devoción. Patria, amor y amistad constituyen la clave de sus vidas.
En general, los
retratos físicos y morales responden a la estética de su tiempo.
Respecto de los personajes secundarios, el narrador nos habla
de "un más minucioso conocimiento individual de los personajes que caracterizan
la época, y que han de contribuir al desenlace de los acontecimientos que
habrán de fijar la suerte respectiva de los protagonistas de la obra"
(Cuarta parte, Cap. IX). Entre ellos, se destacan Manuela Rosas, "ángel
custodio" del Restaurador, que llora "en secreto, como las personas
que verdaderamente sufren", a pesar de estar "en la edad más risueña
de su vida"; María Josefa Ezcurra, cuya "actividad y el
fuego violento de las pasiones políticas debían ser el alimento diario" de
su alma; Agustina
Rosas de Mansilla, "esa flor del Plata", de espléndida
"belleza de estatuario"; el comandante Cuitiño, cuya "cara redonda y
carnuda" tiene "dibujadas todas las líneas con que la mano de Dios
estampa las propensiones criminales sobre las facciones humanas"; los mazorqueros,
de "bigote espeso", "patilla abierta por debajo de la barba, y
fisonomía de esas que sólo se encuentran en los tiempos aciagos de las
revoluciones populares"; el Presidente Salomón (Julián González Salomón)
-"enorme terrón de carne y barro"- de la Sociedad Popular
Restauradora; el
"Padre Viguá", bufón de Rosas, en cuyas "facciones
informes" estaban pintados "la degeneración de la inteligencia humana
y el sello de la imbecilidad"; la celestinesca doña Marcelina, "la ilustrada
tía, con sus gruesos rizos negros en completo desorden", que se contenta con
lecciones de literatura y hace caer en desgracia a quien se le acerca; don Cándido
Rodríguez, con su "largo levitón blanco" y su "caña
de la India"; y, finalmente, Juan Manuel de Rosas, el "mesías de
sangre", la "hiena federal", el "mendigo de poder",
cuyo retrato completo debe reconstruirse a lo largo de la novela, pues la
mayoría de los capítulos contiene una nota que lo define:
. .. los hombres como Rosas, esas excepciones de la especie
que no reconocen iguales en la tierra, jamás quieren amigos, ni lo son de
nadie; para ellos la humanidad se divide en enemigos y siervos, sean éstos de
la nación que sean, e invistan una alta posición cerca de ellos, o se les
acerquen con la posición humilde de un simple ciudadano.
El tiempo del narrador y de la
narración
Aunque el narrador simule escribir la novela
"con algunas generaciones de por medio" entre él y los hechos que
cuenta -"en la época que describimos"-, sabemos que existe una
coincidencia perfecta entre el tiempo de la ficción y el real.
Era la época de crisis para la dictadura del general
Rosas; y de ella debía bajar a su tumba, o levantarse más robusta y sanguinaria
que nunca, según fuese el desenlace futuro de los acontecimientos.
De tres fuentes surgían los peligros que rodeaban a
Rosas; de la guerra civil, de la guerra oriental, de la cuestión francesa.
La
novela comienza el 4 de mayo de 1840, a las diez y
media de la noche, y termina el 5 de octubre del mismo año, a las
once de la noche. Diversos ejemplos determinan el tiempo
físico:
en la mañana del 24 de mayo ... . . . el invierno de
1840 ...
Cuando el reloj de la quinta daba las diez de la
noche ...
y también el tiempo psíquico que fluye de la interioridad de los
personajes y se convierte aquí en nota romántica:
... he sufrido en un minuto un siglo de tormento.
El espacio
En Amalia aparecen espacios abiertos y
cerrados. El narrador nos sitúa en el lugar donde se desarrollarán los hechos:
la ciudad de Buenos Aires.
Era
una ciudad desierta; un cementerio de vivos, cuyas almas estaban, unas en el
cielo de la esperanza aguardando el triunfo de Lavalle, y otras en el infierno
del crimen esperando el de Rosas.
Todo lo que describe se relaciona con el contenido
de su obra, es decir, existe una absoluta correspondencia entre historia y
medio ambiente. La casa de Amalia, la de Daniel Bello, la de Rosas, la del
"presidente Salomón"; la ciudad de Montevideo; el campamento de
Santos Lugares; el río de la Plata, son algunos de los escenarios que en marcan
la acción y contribuyen a definir su significado.
Las descripciones de los
interiores simbolizan el yo de los personajes. Por
ejemplo, la alcoba de Amalia:
... estaba tapizada con papel
aterciopelado, de fondo blanco, matizado con estambres dorados, que representaban
caprichos de luz entre nubes ligeramente azuladas. Las dos ventanas que daban
al patio de la casa estaban cubiertas por dobles colgaduras, unas de batista
hacia la parte interior, y otras de raso azul, muy bajo, hacia los vidrios de
la ventana, suspendidas sobre lazos de metal dorado, y atravesadas con cintas
corredizas que las separaban, o las juntaban con rapidez.
El novelista no puede escapar al
tratamiento romántico del espacio que encubre un estado de alma, así lo
corrobora este amanecer de Buenos Aires:
Al Oriente, sobre el
tranquilo horizonte del gran río, el manto celestino de los cielos se tachonaba
de nácares y de oro a medida que
la aurora se remontaba sobre su carro de ópalo, y las últimas sombras de la
noche amontonaban en el Occidente los postrimeros restos de su deshecho
imperio.
o a la afirmación de que
"la Naturaleza parece hacer alarde de su poder, rebelde a las
insinuaciones humanas, cuanto más la humanidad busca en ella alguna afinidad
con sus desgracias".
La noche, la luna, las
estrellas, el amor, los besos, la muerte, las cartas, las flores, el sentimiento
de libertad, la mujer ~ángel y demonio-, el yo que se proyecta en el ser amado
y en todo lo que ama, el dolor, la tristeza, la fatalidad, el destino, los
presagios, conforman
el universo romántico de Amalia.
Pero en Amalia también
aparece la nota realista -"que hablen los documentos"-. Esa Especie de
Epílogo con que se cierra la obra, corrobora la intención
del narrador de demostrar que lo referido es uno de los tantos episodios de
terror vividos en Buenos Aires durante la época:
La crónica, que nos
revelará más tarde, quizás, algo interesante sobre el destino de ciertos
personajes que han figurado en esta larga narración, por ahora sólo cuenta que
al siguiente día de aquel sangriento drama, los vecinos de Barracas que
entraron por curiosidad a la quinta asaltada, no encontraron sino cuatro
cadáveres: el de Pedro, cuya cabeza había sido separada del tronco, y los de
tres miembros de la Sociedad Popular Restauradora; y que allí estuvieron hasta
la oración de ese día, en que fueron sacados en un carro de la policía, a la
vez que eran robados los últimos objetos que quedaban en las cómodas, mesas y
roperos.
En síntesis, la novela manifiesta, desde el comienzo
hasta su desenlace, una preocupación por denunciar el ambiente político-social
del período rosista -"la sociedad a esta época se
hallaba dividida en víctimas y asesinos"-, fuente inspiradora de toda la
literatura de los proscriptos.
Aparecen
en Amalia algunos datos que nos hablan de las costumbres de la época:
los bailes en la casa del Restaurador; las fiestas parroquiales; la fiesta de
la Catedral; la oratoria de esos tiempos; la danza federal; los trajes; los
moños de cinta roja "pegados con brea en la cabeza de las señoras";
el mobiliario; el retrato de Rosas en los templos.
Respecto de las técnicas referidas al estilo,
aparece en la novela el monólogo, y hasta un
capítulo, el V de la Tercera parte, lleva por título "Monólogo en el
mar".
Los diálogos son, en general, ágiles, animados, y remedan el
ritmo de la conversación real.
Para finalizar, destacamos que el
final del capítulo V (Primera parte) refleja la animadversión de Mármol hacia
Rosas y su régimen: "Ciencia única y exclusiva de Rosas, cuyo poder fue basado
siempre en la explotación de las malas pasiones de los hombres haciendo con
unos perseguir y anonadar a los otros, sin hacer otra cosa que azuzar los
instintos y lisonjear las ambiciones de ese pueblo ignorante por educación,
vengativo por raza, y entusiasta por clima".
1 comentario:
amalia es una lectura larga pero a la vez muy interesante , me hace pensa cuando el Peru invadira el asqueroso brasil pronto
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