El teatro argentino: los orígenes
Los orígenes del teatro en la Argentina se remontan a la época colonial. Las obras que se representaban entonces eran de origen español, algunas de tono humorístico, otras de temática religiosa, pero tanto en unas como en otras existía una intención moralizante. Las únicas representaciones creadas en el territorio del Virreinato fueron las “loas”, breves piezas que iniciaban los espectáculos en las que se homenajeaba a personalidades destacadas o a santos.
La primera obra de origen nacional sobre la que existe documentación fue la tragedia Siripo, escrita por Manuel José de Lavardén y estrenada durante los carnavales de 1789. Esta obra, además de estar escrita por un autor nacido en Buenos Aires, desarrolla una temática propia de la región, ya que se refiere a la conquista del Río de la Plata.
También de fines del siglo XVIII se conserva una pieza breve creada por una autor local, cuyo nombre se desconoce, titulada El amor de la estanciera, considerada el antecedente más antiguo del teatro costumbrista.
En los festejos del segundo aniversario de la Revolución de Mayo subió a escena la obra El 25 de Mayo o El himno de la libertad, escrita por Luis Ambrosio Morante. La exaltación de las ideas liberales y del sentimiento de independencia que prevalecía en la época dio lugar a lo que se conoce como “teatro patriótico”.
Del circo al sainete criollo
A fines del siglo XIX surgieron dos vertientes que se desarrollaron en el siguiente siglo. Una de ellas fue el teatro popular realista, originado en el circo, en el cual se destacaron los hermanos Podestá, especialmente con su versión de Juan Moreira. La otra fue una corriente más culta o elitista, cercana a los preceptos del Romanticismo y que representaba obras clásicas europeas, vertiente conocida como el “teatro grande”.
Con la inmigración de principios del siglo XX se introdujo el “género chico” español: la zarzuela y el sainete. Eran formas teatrales breves, costumbristas, de tono humorístico y personajes estereotipados, como los tres ratones y las cigarreras de la zarzuela —personajes que usaban una vestimenta característica y cumplían una función humorística—. En las zarzuelas, además, prevalecía la música y el canto.
El sainete original era una pieza en un acto que se representaba en los intermedios de otra obra, como ocurría con los antiguos entremeses españoles. En la Argentina, combinado con las formas del circo, dio como resultado una modalidad original conocida como “sainete criollo”. El sainete criollo se caracterizó por reflejar las costumbres de la vida en los conventillos, agregando a los elementos humorísticos un conflicto sentimental y una nota trágica. Esta forma teatral se afianzó durante la década de 1920. En esta época se destacaron, además de Carlos M. Pacheco, autores como Florencio Sánchez (M’hijo el dotor), Gregorio de Laferrère (¡Jettatore!) y Roberto J. Payró (Canción trágica).
Los hermanos Podestá, de origen genovés, son considerados fundadores del circo criollo. Encabezada por Pepe, que interpretó al famoso payaso “Pepino el 88”, la familia recorrió las poblaciones del interior de la Argentina y Uruguay con su propio circo.
En 1884, la compañía estrenó en Buenos Aires una pieza teatral basada en el Juan Moreira, popular folletín de la época. La obra se representó como una más entre las atracciones que ofrecía el exitoso circo de los Podestá: acróbatas, trapecistas, payasos, domadores y cancionistas.
El teatro de vanguardia
Paralelamente, comenzaron a emerger grupos, por ejemplo, Teatro Independiente, o autores reconocidos como Roberto Arlt (300 millones). Los escritores, dramaturgos y actores de este período recibieron la influencia de las corrientes del teatro europeo de principios del siglo XX, como el Naturalismo y el Realismo crítico, el teatro de ideas y el teatro de la crueldad. A estas nuevas corrientes, que influyeron y modernizaron el teatro argentino, se las conoció como “teatro de vanguardia”. En este marco se desarrollaron dos grupos: Teatro Libre y Teatro Proletario. Varios autores importantes se comprometieron con estos proyectos culturales, como Armando Discépolo (Mustafá), Francisco Defilippis Novoa (He visto a Dios), Samuel Eichelbaun (Un guapo del 900) y Elías Castelnuovo (Los señalados), entre otros.
El sainete, un género menor exitoso
El sainete criollo es considerado un género menor o chico. La división en género chico y grande o culto tiene sus orígenes en la Edad Media europea. En esa época existía un teatro culto, que seguía el modelo clásico griego y se representaba en las cortes, palacios e iglesias, y un teatro popular que se gestó en forma paralela y se representaba en las plazas de los pueblos.
El teatro o género chico se compone de piezas breves, generalmente de un acto, dividido en cuadros y escenas. Al género chico pertenecían el sainete español y la zarzuela que se difundieron en la Argentina desde fines del siglo XIX. El sainete criollo fue adquiriendo características particulares. Así, por ejemplo, entre los personajes, el chulo hispano es el equivalente del compadrito; la chulapa es el policía; el pelma es el pedigüeño o pechador; la verbena es la milonga. Las partes cantadas y los segmentos musicales se fueron abandonando hasta reducirse, en algunos casos, a una fiesta final, con baile y canto.
El sainete criollo consiste en una pieza breve, de un acto, dividida generalmente en tres cuadros. Los cuadros primero y tercero suelen transcurrir en el patio de un conventillo; y el segundo, en la puerta o en una calle.
El escenario del sainete: el conventillo
Los inmigrantes que llegaban a Buenos Aires se radicaban en los márgenes de una urbe que crecía a un ritmo acelerado. Las viviendas —antiguas mansiones abandonadas y convertidas en precarios refugios, en las que se asentaron los primeros conventillos— albergaban a pobladores de distintos orígenes (italianos, españoles, polacos, árabes, etc.), y conformaron la escenografía ideal para el sainete. De ahí que las acciones se situaran en sus patios, espacio donde los vecinos —y los conflictos— confluían. Por lo tanto, como expresión de la creciente urbanización, el sainete fue un género típicamente porteño.
Pero los conventillos no estaban habitados solamente por inmigrantes. También se alojaban allí criollos pobres, marginados de una ciudad cada vez más heterogénea. En esos grupos sociales tuvieron su origen el “guapo” y la “percanta” (mujercita humilde y soñadora), estereotipos que aparecen tanto en los sainetes como en los tangos y las películas de la época. Era frecuente que estos personajes se enfrentaran con sus vecinos por dinero, por amor o por cuestiones de poder.
De esta manera, el sainete criollo mostraba las necesidades y preocupaciones del público del momento y se convirtió en un éxito comercial, el primero en cantidad de espectadores y funciones, así como de obras escritas.
Entre el humor y el conflicto social
La esencia del género dramático es la puesta en escena del enfrentamiento de dos o más fuerzas opuestas —sean éstas humanas o no, internas o externas al hombre—, que plantean un conflicto y su resolución. En sus orígenes, el sainete planteaba el conflicto en términos de intereses de los distintos personajes: una disputa por una mujer o por dinero que acababa en un final cómico. Luego fue evolucionando y poniendo en juego sentimientos o estados de ánimo más profundos de los personajes, así como conflictos que representaban la problemática social de la época.
Los personajes y su lenguaje
En el sainete, los personajes hablan de manera estereotipada: los tipos se identifican por su lenguaje. En una conferencia, poco antes de morir, Pacheco dijo que para sus personajes había tomado tipos más o menos caricaturales de la nueva urbe violenta y los había llevado a la escena, pero tratando en todas sus obras de salvar un aspecto moral o espiritual de esa alma anónima del pueblo.
Las voces del conventillo
En las voces de los personajes del conventillo están presentes tanto sus valoraciones sobre los hechos como sus creencias. Por medio del diálogo, el espectador —o el lector—, percibe las luchas y los modos de resolver los conflictos entre los personajes.
El lenguaje del sainete es representativo de la complejidad de la sociedad de esa época: los inmigrantes, tratando de llevar adelante las ilusiones de progreso con las que habían llegado al nuevo mundo; los criollos pobres, compitiendo con aquéllos para no quedar fuera de un sistema que los iba desplazando; las generaciones más jóvenes, deslumbradas por los lujos que la ciudad les escatimaba.
La variedad de registros también se utiliza como recurso humorístico para generar los malos entendidos, los juegos de palabras.
Nadie superó a Pacheco en la habilidad para presentar a cada personaje con su habla correspondiente. Supo manejar los barbarismos y las nuevas creaciones de términos aportadas por la inmigración con una delicada sensibilidad. Esa autenticidad lingüística acercó sus escenas a un vívido realismo costumbrista.