Análisis de Las aventuras
de Huckleberry Finn de Mark Twain
Tanto Las
aventuras de Tom Sawyer como las de Huckleberry Finn están
narradas con gran humor, pero este humor, exterior a los personajes, no es
vivido por ellos como tal, y es válido sólo para el lector, porque los
protagonistas Tom y Huck, no obstante adoptar una conducta humorística, no tienen
conciencia de ello y actúan con gran solemnidad. Así, por ejemplo, cuando se
marchan a la isla y se convierten en "piratas", el lector se siente
inclinado a sonreír ante sus aventuras, que para ellos resultan de una
solemnidad trascendental. Es especialmente en ese aspecto donde Mark Twain se
mueve de manera magistral, dosificando sabiamente el humor de la conducta de
los dos protagonistas, que combina a la vez con sus recuerdos infantiles y de
adolescencia, que le permiten una construcción acertada de los dos héroes: Tom,
el niño díscolo pero de buena familia, y Huck, el vagabundo, hijo de un
borracho del pueblo.
Las aventuras de Tom
Sawyer, pese a sus excelencias, resulta
empalidecida por Huckleberry Finn, en la que el tono autobiográfico con relato
en primera persona permite una frescura mucho mayor, al aparecer la narración
en boca de Huck, el vagabundo simple y espontáneo que, pese a su aparente
libertad, arrastra, como todo pícaro —en el fondo un solitario que ha conocido
tempranamente la amargura y el desamparo— cierto respeto por determinadas
pautas sociales.
La rebeldía de estos
héroes infantiles, su compromiso subyacente con lo que en apariencia repudian, permite conjeturar de
qué modo aparece este conflicto en el propio autor. Tom fantasea con ejercer la piratería contra toda la ciudad;
Huck, a través de sus planes de liberar
a Jim, el esclavo, cree realizar una acción nefasta contra la comunidad, ya que
la vive como un simple atentado a la propiedad.
Mark Twain deposita su simpatía en estos actos que requieren coraje,
imaginación y rebeldía, pero tiene conciencia de que un triunfo a expensas de
la comunidad entraña riesgos, entre ellos el aislamiento y la alienación
respecto de la comunidad. Entonces permite a sus personajes algunos triunfos,
pero de una naturaleza tal que no hacen peligrar su relación con aquélla. Así
los protege —protegiéndose— de las consecuencias de sus actos. Esta situación
se da de maneras múltiples a lo largo de ambas novelas, pero interesa sobre
todo en el caso de Huck y el esclavo fugitivo.
Cuando es adoptado por
la viuda, Huck se rebela contra una existencia organizada. Dispuesto a
desertar, es Tom quien lo convence de que permanezca con la viuda, alegando: "Pues mira, Huck: todo el mundo vive de
esa manera". Huck obedece, y acaba por confesar que la "vida
civilizada" le gusta bastante. Si la abandona es porque su padre lo obliga
a ello.
Más importante es el
hecho de que Huck acepta otras opiniones emanadas de la cultura dominante,
asumiendo para sí las pautas ideológicas de la comunidad: así, su actitud
frente a la esclavitud es la de la sociedad a la que oculta un esclavo
fugitivo. Si lo hace, es con vacilaciones y con la seguridad de estar
cometiendo un crimen vergonzoso: "Correría
la voz de que Huck Finn había ayudado a un negro a conseguir su libertad, y yo
tendría que arrodillarme y lamer las botas, avergonzado, de cuantos habitantes
de nuestro pueblo me encontrase".
Huck se escinde (se
divide) y considera a Jim "un esclavo", "un negro", algo
totalmente ajeno a la persona a la que está ligado emocionalmente por una
hermosa amistad forjada en las aventuras comunes. Cuando lo ve como a "un
negro", se cierra a la emoción, a la amistad: para él, Jim ha dejado de
ser una persona. Así, cuando Huck le juega una mala pasada, Jim reacciona con
dignidad herida, y aquél comprende que su amigo tiene razón, pero no se resigna
fácilmente a pedirle perdón: "Quince
minutos me costó decidirme a ir y humillarme ante un negro".
Cuando, finalmente,
Huck decide no denunciar a Jim y salvarlo pese a todo, lo hace con la certeza
de estar cometiendo un crimen, impulsado por su naturaleza
"perversa", una acción agresiva contra la comunidad y sus códigos: "Bien, en este caso me iré al infierno".
Los procedimientos que propone Tom —y que
ambos llevan a cabo— para raptar a Jim, disfrazados, en apariencia, de sátira
contra el romanticismo, arrasan con la simple dignidad del esclavo e incluso
la de Huck, desvalorizándolas. Tom irrumpe en la última parte del libro,
deformando la acción de Huck e impidiendo que el viaje de los dos fugitivos
entrañe la libertad para ambos.
La inesperada
resolución final, que invalida el acto de liberación del esclavo por parte de
los muchachos, implica el reingreso de Huck en la comunidad e impide su
aislamiento de ésta. Mark Twain no permite el triunfo de Huck, niega el triunfo
del abolicionismo frente al esclavismo, impide el compromiso y la victoria
final del héroe, proporcionándole en cambio una satisfacción ilusoria y
sustituta, que es más bien la del código social e ideológico vigente.
Ésta dualidad
—expresada simbólicamente en varias de sus obras mediante la introducción de
mellizos o de dos personajes físicamente iguales que logran engañar a los demás
con una falsa identidad— es evidente en las concepciones de Mark Twain.
Algunos historiadores
de la literatura afirman que Mark Twain no explotó su vena crítica, que
deliberadamente evitó —como le hizo evitar a Huck— el "quedarse
afuera". Más aún, como afirma Malcolm Cowley, uno de sus más destacados
críticos: "En lugar de satirizar el
espíritu de su época, se sometió a él y hasta lo aduló". Renunció para
siempre a la sátira para apelar a un débil humorismo y sólo "cuando ya era
un viejo, demasiado viejo y demasiado seguro en su silla como para temer a la
opinión pública, se vengó de todas sus represiones anteriores con El
hombre que corrompió a Hadley-burg. Hasta ese momento nunca había
atacado la integridad espiritual de la América industrial, y nunca volvió a
hacerlo".
A mitad de camino,
pues, entre una crítica trascendente y un humorismo lúdico y autocomplaciente,
jugando permanentemente con una actitud dual en cuanto a la toma de posición,
vehiculizando para el realismo un lenguaje que alterna, como en Huckleberry
Finn, el inglés literario convencional con el norteamericano coloquial y el
habla de la gente de color, la preeminencia de Mark Twain es difícil de
disputar en la narrativa del siglo pasado en los Estados Unidos.
CONTEXTO HISTÓRICO
Durante el transcurso
del siglo XIX, los Estados Unidos ascienden al rango de potencia mundial. Este
ascenso reconocerá, naturalmente, estadios previos; el más importante será la
consolidación del sistema capitalista, sólidamente apoyado en dos pilares
básicos: la expansión territorial —la conquista del Oeste en lo interno, la
aplicación de una política de neto corte imperialista en lo externo— y la
industrialización cada vez mayor, con toda su secuela de efectos.
El nuevo rumbo de la
economía nacional producirá un serio enfrentamiento entre el Norte, de elevado
desarrollo industrial, y el Sur, baluarte de un sistema agrícola de tipo
feudal. Este enfrentamiento dará lugar a la Guerra de Secesión (1861-65), cuya
consecuencia más inmediata será la abolición de la esclavitud. Todos estos
cambios se reflejarán gradualmente en la vida de la nación y, desde luego, en
su literatura, dando lugar al surgimiento de una serie de temáticas inéditas
hasta el momento.
La prosperidad de los
estados del Sur, feudales y agrícolas, se basaba preponderantemente en la mano
de obra esclava. En 1861, al ganar las elecciones presidenciales Abraham
Lincoln, tras su célebre discurso antiesclavista, Carolina del Sur, Georgia,
Alabama, Florida, Misurí y Texas iniciaron la Secesión, constituyendo la
Confederación, opuesta a la Unión, el esclavismo contra el antiesclavismo.
En 1865, el triunfo de
la Unión sobre la Confederación, al quebrantar el secesionismo y el poder
esclavista, impuso la industria sobre la riqueza rural. Como consecuencia de la
guerra civil, la propiedad agrícola sureña fue notablemente subdividida,
iniciándose un proceso de creciente industrialización, al cual el Norte brindó
su apoyo, en especial mediante la inversión de capitales.
Para ampliar sus
territorios, los Estados Unidos inician la conquista del Oeste mediante la
construcción de vastas redes ferroviarias y una campaña de exterminio de los
indios.
Los treinta años
siguientes al estallido de la guerra civil revelaron la riqueza mineral y el
tesoro orgánico ocultos por el desierto. En 1858, el descubrimiento del oro en
Colorado, seguido de descubrimientos similares en California y Kansas, arrastró
importantes contingentes humanos, atrapados por la "fiebre del oro".
El nacimiento del realismo
Hacia fines de la
guerra civil un hecho era evidente: la literatura estadounidense había cobrado
existencia real para sí y para el mundo: las protestas de independencia cultural,
la afirmación de la necesidad del surgimiento de autores nacionales capaces de
engendrar una literatura propia habían perdido gran parte de su peso y
vigencia, porque, de hecho, estos autores y esta literatura ya existían.
Coincidente con el romanticismo y teniendo como principal base de sustentación
una civilización que maduraba, este ciclo literario se encontraba en un estadio
en el que sus escritores eran reconocidos y valorados por sus méritos
intrínsecos y no sólo por ser los voceros de un experimento político-social.
Así, Irving, Cooper, Hawthorne, Emerson y Poe habían consolidado ya su fama.
Por cierto que en este
sentido de realización y consolidación desempeñó un papel no desdeñable el
cambio de actitud hacia la literatura estadounidense. Fueron luego los
críticos, escritores y lectores quienes, tras cimentar su éxito, acogieron
triunfalmente al primer escritor estadounidense que, recogiendo en forma
directa la experiencia histórico-social de la segunda mitad del siglo (la
conquista del Oeste y. la fiebre de riquezas, la profunda y desembozada brecha
racista que el triunfo del abolicionismo mostraba agudamente al mundo tras la
guerra civil, los grandes cambios económicos y sociales debidos a la revolución
industrial), la elabora en páginas en las que el pueblo de su país se
identificará, aclamándolo, a través de una serie de elementos que bien podrían
circunscribirse a dos: humor y realismo.
BIOGRAFÍA DE Mark Twain
Samuel Langhorne
Clemens (1835-1910) nació en Florida, Misuri. Su padre, John Marsh'all Clemens,
era de Virginia y durante toda su vida sintió el espíritu de la frontera y el
consecuente deseo de acumular una fortuna, circunstancia que lo llevó a probar
suerte en el negocio de la especulación de tierras. Este negocio le proporcionó
algunas rachas de pasajera prosperidad, invariablemente seguidas de la quiebra
y el desastre. En 1839 la familia se traslada a Hannibal, población situada en Misuri,
a orillas del Misisipí, y allí en un ambiente de permanente inestabilidad
económica, transcurre la infancia de Samuel. La escuela del pueblo, la lectura
desordenada y ávida de novelas de aventuras constituyen la base de su
educación, interrumpida en 1847 a raíz de la muerte del padre. Comienza entonces a trabajar en la imprenta
de su tío, editor de un periódico local. Tras colaborar con algunos artículos,
se lanza a recorrer mundo: ejerce su oficio de cajista de imprenta en diversas
ciudades, incluso Nueva York; también trabaja como aprendiz de piloto en la
línea de barcos que navegan por el Misisipí y son transporte de comerciantes,
aventureros y forajidos. Pero el estallido de la guerra civil interrumpe la
navegación y bloquea los puertos y, tras una breve experiencia como soldado de
la Confederación, Samuel, desertor, se dirige a Nevada con su hermano Orion,
designado secretario del gobernador por el presidente Lincoln. En Pasando
fatigas describirá su viaje al Oeste y el tiempo que pasó allí como
minero y periodista.
En Virginia City
ingresa a la redacción de un periódico; en recuerdo de su vida como piloto de
río adopta el seudónimo de "Mark Twain" (que en la jerga de la navegación fluvial
significa "dos brazas"), con el que firma sus primeros
trabajos humorísticos.
Durante ese período
conoce en San Francisco a Artemus Ward y a Bret Harte, quienes lo inician en la
literatura y lo alientan a escribir su propia obra. En 1865 un breve relato,
"La célebre rana saltarina del distrito de Calaveras",
basado en un relato escuchado en un campamento minero de California, le da
fama continental.
Tras fracasar como
buscador de oro es nombrado corresponsal viajero del periódico Alta California
en las islas Sandwich, experiencias que también volcaría en Pasando
fatigas. Es al regresar de este viaje que Mark Twain, acosado por la
necesidad, halla la veta definitiva de su humorismo, emprendiendo, por algunas
poblaciones de California y Nevada, una gira de conferencias que se ven
coronadas por un éxito extraordinario.
Comisionado luego para viajar a Europa y a
Tierra Santa como corresponsal, se embarca en 1867. Recoge en ese viaje los
materiales que luego le servirían para escribir Gente ingenua en el
extranjero, y a su regreso conoce a Olivia Langdon, con quien se casa e
instala, después de la boda, en Hartford (Connecticut).
La novia pertenecía a
una familia puritana, conservadora, que gozaba de una sólida posición
económica, y estas circunstancias habrían de tener influencia en la vida y en
el proceso posterior de su desarrollo como escritor. Al respecto, las opiniones
de la crítica aparecen muy divididas: hay quienes sostienen que su mujer
representó el costado sensato, la cara socialmente adaptada, razonable, del
escritor, y que actuó siempre como censora y crítica de sus escritos,
coartando así su talento satírico, su posibilidad de elaborar una crítica social
profunda y trascendente. Otros, en cambio, sustentan la teoría que fue gracias
a ella que Mark Twain logró desarrollar la plenitud de su talento.
Las dos décadas
comprendidas entre 1870 y 1890 marcan el gran ciclo creador de Mark Twain. El
éxito obtenido por Pasando fatigas (publicada en 1869) había sido extraordinario,
y la crítica estadounidense aguardaba con impaciencia una obra definitiva de su
autor. La edad dorada (1873), escrita en colaboración con Charles
Dudley Warner, describe irónicamente el período posterior a la guerra civil,
poniendo de relieve la fiebre de riquezas que lanzó a sus hombres hacia el
Oeste y la corrupción de la vida pública. Escenificada y exitosa, no era ésta,
sin embargo, la obra que se esperaba de Mark Twain.
Sólo en 1874 empieza a
escribir Las aventuras de Tora Sawyer (publicada dos años
después), que establece su renombre de manera rotunda. Una trampa en el extranjero,
de 1880, es una narración de viajes que, como Inocentes en el extranjero,
desvaloriza, al ridiculizarlas, las tradiciones europeas. El príncipe y el mendigo,
de 1882, critica con ironía, sobre un trasfondo de reconstrucción histórica,
los males económico-sociales inherentes a la monarquía y a la Iglesia durante
el reinado de Enrique VI, y está de algún modo emparentada con Un
yanqui en la corte del rey Arturo, de 1880.
Del año siguiente es Vida en el Misisipi,
narración autobiográfica que relata sus experiencias como piloto de los barcos
que navegaban el río. Finalmente, 1884 ve la publicación de Las
aventuras de Huckleberry Finn, que, como la anterior, describe el
florecimiento de la civilización de la frontera del Misisipí, a través de la
descripción de sus tipos característicos, de sus historias, vistas por un niño
vagabundo y aventurero. Esta novela, reveladora también de los conflictos
raciales que se vivían en ese momento en los Estados Unidos, es considerada,
de manera unánime, la mejor creación de Mark Twain. Aunque sea independiente de
Las
aventuras de Tom Sawyer, es, temáticamente, una continuación de ésta, y
está emparentada con la novela picaresca no sólo por su estructura abierta,
con relatos interpolados, sino también porque narra las aventuras de un pícaro
(Huck).
Posteriormente, Mark
Twain realiza una gira de conferencias por Europa, Asia, África y Oceanía, con
el objeto de saldar numerosas deudas contraídas como consecuencia de la quiebra
de la casa editora a la que se había asociado. Las impresiones de esta gira
aparecen condensadas en Siguiendo el Ecuador (1897). Durante
estas décadas escribe El calabaza Wilson (1894), Mis
recuerdos personales de Juana de Arco (1894), Tom Sawyer en el extranjero
(1894) y Tom Sawyer detective (1896), débiles ecos de sus obras
anteriores. Alrededor de 1898 había logrado saldar sus deudas, pese a lo cual
sus escritos revelan un profundo y antiguo pesimismo hasta en tonces
reprimido, y que aflora a raíz de una serie de desgracias personales: la
muerte de una de sus hijas (1896), la enfermedad incurable de otra de ellas,
la muerte de su mujer (1904). Esta amargura aparece manifiesta en obras como El
hombre que corrompió a Hadleyburg (1900), Qué es el hombre (1906)
y El
forastero misterioso (1916, póstuma).
La fama y la notoriedad
que ha adquirido en su madurez son muy grandes y se lo rodea de honores: la
universidad de Yale lo nombra doctor honoris causa en Letras y otro tanto hace
la de Misuri en 1902 y la de Oxford (Inglaterra).
A partir de 1906
empieza a dictar su autobiografía a un secretario, que publicó sus Cartas
(1917), la biografía autorizada en tres volúmenes (1912) y la Autobiografía (1924).
A su amargura, no
atenuada por su creciente celebridad, se suma, en 1909, la muerte de su hija
Juana, y en 1910 es él quien le sigue. Clara Clemens, la hija menor, es la
última sobreviviente de la familia.
Nora Dottori
Estudio preliminar a
las Aventuras de Huckleberry Finn de Mark Twain
CEAL, Bs.As.,1979
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