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24 de enero de 2013

Análisis de Las aventuras de Huckleberry Finn de Mark Twain


Análisis de Las aventuras de Huckleberry Finn de Mark Twain


Tanto Las aventuras de Tom Sawyer como las de Huckle­berry Finn están narradas con gran humor, pero este humor, exterior a los personajes, no es vivido por ellos como tal, y es válido sólo para el lector, porque los protagonistas Tom y Huck, no obstante adoptar una conducta humorística, no tie­nen conciencia de ello y actúan con gran solemnidad. Así, por ejemplo, cuando se marchan a la isla y se convierten en "piratas", el lector se siente inclinado a sonreír ante sus aven­turas, que para ellos resultan de una solemnidad trascendental. Es especialmente en ese aspecto donde Mark Twain se mueve de manera magistral, dosificando sabiamente el humor de la conducta de los dos protagonistas, que combina a la vez con sus recuerdos infantiles y de adolescencia, que le permiten una construcción acertada de los dos héroes: Tom, el niño díscolo pero de buena familia, y Huck, el vagabundo, hijo de un borracho del pueblo.

Las aventuras de Tom Sawyer, pese a sus excelencias, re­sulta empalidecida por Huckleberry Finn, en la que el tono autobiográfico con relato en primera persona permite una frescura mucho mayor, al aparecer la narración en boca de Huck, el vagabundo simple y espontáneo que, pese a su apa­rente libertad, arrastra, como todo pícaro —en el fondo un solitario que ha conocido tempranamente la amargura y el desamparo— cierto respeto por determinadas pautas sociales.
La rebeldía de estos héroes infantiles, su compromiso subyacente con lo que  en apariencia repudian, permite conjeturar de qué modo aparece este conflicto en el propio autor. Tom fantasea con  ejercer la piratería contra toda la ciudad; Huck,  a través de sus planes de liberar a Jim, el esclavo, cree realizar una acción nefasta contra la comunidad, ya que la vive como un simple atentado a la propiedad.  Mark Twain deposita su simpatía en estos actos que requieren coraje, imaginación y rebeldía, pero tiene conciencia de que un triunfo a expensas de la comunidad entraña riesgos, entre ellos el aislamiento y la alienación respecto de la comunidad. Entonces permite a sus personajes algunos triunfos, pero de una naturaleza tal que no hacen peligrar su relación con aquélla. Así los protege —protegiéndose— de las consecuencias de sus actos. Esta situación se da de maneras múltiples a lo largo de am­bas novelas, pero interesa sobre todo en el caso de Huck y el esclavo fugitivo.

Cuando es adoptado por la viuda, Huck se rebela contra una existencia organizada. Dispuesto a desertar, es Tom quien lo convence de que permanezca con la viuda, alegando: "Pues mira, Huck: todo el mundo vive de esa manera". Huck obe­dece, y acaba por confesar que la "vida civilizada" le gusta bastante. Si la abandona es porque su padre lo obliga a ello.

Más importante es el hecho de que Huck acepta otras opi­niones emanadas de la cultura dominante, asumiendo para sí las pautas ideológicas de la comunidad: así, su actitud frente a la esclavitud es la de la sociedad a la que oculta un esclavo fugitivo. Si lo hace, es con vacilaciones y con la seguridad de estar cometiendo un crimen vergonzoso: "Correría la voz de que Huck Finn había ayudado a un negro a conseguir su libertad, y yo tendría que arrodillarme y lamer las botas, avergonzado, de cuantos habitantes de nuestro pueblo me en­contrase".

Huck se escinde (se divide) y considera a Jim "un esclavo", "un negro", algo totalmente ajeno a la persona a la que está ligado emocionalmente por una hermosa amistad forjada en las aventuras comunes. Cuando lo ve como a "un negro", se cierra a la emoción, a la amistad: para él, Jim ha dejado de ser una persona. Así, cuando Huck le juega una mala pasada, Jim reacciona con dignidad herida, y aquél comprende que su amigo tiene razón, pero no se resigna fácilmente a pedirle perdón: "Quince minutos me costó decidirme a ir y humillar­me ante un negro".

Cuando, finalmente, Huck decide no denunciar a Jim y salvarlo pese a todo, lo hace con la certeza de estar cometiendo un crimen, impulsado por su naturaleza "perversa", una ac­ción agresiva contra la comunidad y sus códigos: "Bien, en este caso me iré al infierno".

 Los procedimientos que propone Tom —y que ambos llevan a cabo— para raptar a Jim, dis­frazados, en apariencia, de sátira contra el romanticismo, arra­san con la simple dignidad del esclavo e incluso la de Huck, desvalorizándolas. Tom irrumpe en la última parte del libro, deformando la acción de Huck e impidiendo que el viaje de los dos fugitivos entrañe la libertad para ambos.

La inespe­rada resolución final, que invalida el acto de liberación del esclavo por parte de los muchachos, implica el reingreso de Huck en la comunidad e impide su aislamiento de ésta. Mark Twain no permite el triunfo de Huck, niega el triunfo del abolicionismo frente al esclavismo, impide el compromiso y la victoria final del héroe, proporcionándole en cambio una sa­tisfacción ilusoria y sustituta, que es más bien la del código social e ideológico vigente.

Ésta dualidad —expresada simbó­licamente en varias de sus obras mediante la introducción de mellizos o de dos personajes físicamente iguales que logran engañar a los demás con una falsa identidad— es evidente en las concepciones de Mark Twain.
Algunos historiadores de la literatura afirman que Mark Twain no explotó su vena crítica, que deliberadamente evitó —como le hizo evitar a Huck— el "quedarse afuera". Más aún, como afirma Malcolm Cowley, uno de sus más destaca­dos críticos: "En lugar de satirizar el espíritu de su época, se sometió a él y hasta lo aduló". Renunció para siempre a la sátira para apelar a un débil humorismo y sólo "cuando ya era un viejo, demasiado viejo y demasiado seguro en su silla como para temer a la opinión pública, se vengó de todas sus represiones anteriores con El hombre que corrompió a Hadley-burg. Hasta ese momento nunca había atacado la integridad espiritual de la América industrial, y nunca volvió a hacerlo".
A mitad de camino, pues, entre una crítica trascendente y un humorismo lúdico y autocomplaciente, jugando permanen­temente con una actitud dual en cuanto a la toma de posición, vehiculizando para el realismo un lenguaje que alterna, como en Huckleberry Finn, el inglés literario convencional con el norteamericano coloquial y el habla de la gente de color, la preeminencia de Mark Twain es difícil de disputar en la na­rrativa del siglo pasado en los Estados Unidos.

CONTEXTO HISTÓRICO

Durante el transcurso del siglo XIX, los Estados Unidos ascienden al rango de potencia mundial. Este ascenso reco­nocerá, naturalmente, estadios previos; el más importante será la consolidación del sistema capitalista, sólidamente apoyado en dos pilares básicos: la expansión territorial —la conquista del Oeste en lo interno, la aplicación de una política de neto corte imperialista en lo externo— y la industrialización cada vez mayor, con toda su secuela de efectos.
El nuevo rumbo de la economía nacional producirá un serio enfrentamiento entre el Norte, de elevado desarrollo industrial, y el Sur, ba­luarte de un sistema agrícola de tipo feudal. Este enfrentamiento dará lugar a la Guerra de Secesión (1861-65), cuya consecuencia más inmediata será la abolición de la esclavitud. Todos estos cambios se reflejarán gradualmente en la vida de la nación y, desde luego, en su literatura, dando lugar al surgimiento de una serie de temáticas inéditas hasta el momento.

La prosperidad de los estados del Sur, feudales y agrícolas, se basaba preponderantemente en la mano de obra esclava. En 1861, al ganar las elecciones presidenciales Abraham Lincoln, tras su célebre discurso antiesclavista, Carolina del Sur, Geor­gia, Alabama, Florida, Misurí y Texas iniciaron la Secesión, constituyendo la Confederación, opuesta a la Unión, el esclavismo contra el antiesclavismo.

En 1865, el triunfo de la Unión sobre la Confederación, al quebrantar el secesionismo y el poder esclavista, impuso la industria sobre la riqueza rural. Como consecuencia de la guerra civil, la propiedad agrícola sureña fue notablemente subdividida, iniciándose un proceso de cre­ciente industrialización, al cual el Norte brindó su apoyo, en especial mediante la inversión de capitales.
Para ampliar sus territorios, los Estados Unidos inician la conquista del Oeste mediante la construcción de vastas redes ferroviarias y una campaña de exterminio de los indios.
Los treinta años siguientes al estallido de la guerra civil revelaron la riqueza mineral y el tesoro orgánico ocultos por el desierto. En 1858, el descubrimiento del oro en Colorado, seguido de descubrimientos similares en California y Kansas, arrastró importantes contingentes humanos, atrapados por la "fiebre del oro".

El nacimiento del realismo

Hacia fines de la guerra civil un hecho era evidente: la li­teratura estadounidense había cobrado existencia real para sí y para el mundo: las protestas de independencia cultural, la afirmación de la necesidad del surgimiento de autores nacio­nales capaces de engendrar una literatura propia habían per­dido gran parte de su peso y vigencia, porque, de hecho, estos autores y esta literatura ya existían. Coincidente con el ro­manticismo y teniendo como principal base de sustentación una civilización que maduraba, este ciclo literario se encontraba en un estadio en el que sus escritores eran reconocidos y valorados por sus méritos intrínsecos y no sólo por ser los voceros de un experimento político-social. Así, Irving, Cooper, Hawthorne, Emerson y Poe habían consolidado ya su fama.

Por cierto que en este sentido de realización y consolidación desempeñó un papel no desdeñable el cambio de actitud hacia la literatura estadounidense. Fueron luego los críticos, escri­tores y lectores quienes, tras cimentar su éxito, acogieron triunfalmente al primer escritor estadounidense que, recogiendo en forma directa la experiencia histórico-social de la segunda mitad del siglo (la conquista del Oeste y. la fiebre de riquezas, la profunda y desembozada brecha racista que el triunfo del abolicionismo mostraba agudamente al mundo tras la guerra civil, los grandes cambios económicos y sociales debidos a la revolución industrial), la elabora en páginas en las que el pueblo de su país se identificará, aclamándolo, a través de una serie de elementos que bien podrían circunscribirse a dos: humor y realismo.

BIOGRAFÍA DE Mark Twain

Samuel Langhorne Clemens (1835-1910) nació en Florida, Misuri. Su padre, John Marsh'all Clemens, era de Virginia y durante toda su vida sintió el espíritu de la frontera y el consecuente deseo de acumular una fortuna, circunstancia que lo llevó a probar suerte en el negocio de la especulación de tierras. Este negocio le proporcionó algunas rachas de pasa­jera prosperidad, invariablemente seguidas de la quiebra y el desastre. En 1839 la familia se traslada a Hannibal, población situada en Misuri, a orillas del Misisipí, y allí en un am­biente de permanente inestabilidad económica, transcurre la infancia de Samuel. La escuela del pueblo, la lectura desor­denada y ávida de novelas de aventuras constituyen la base de su educación, interrumpida en 1847 a raíz de la muerte del padre.  Comienza entonces a trabajar en la imprenta de su tío, editor de un periódico local. Tras colaborar con algunos artículos, se lanza a recorrer mundo: ejerce su oficio de ca­jista de imprenta en diversas ciudades, incluso Nueva York; también trabaja como aprendiz de piloto en la línea de barcos que navegan por el Misisipí y son transporte de comerciantes, aventureros y forajidos. Pero el estallido de la guerra civil interrumpe la navegación y bloquea los puertos y, tras una breve experiencia como soldado de la Confederación, Samuel, desertor, se dirige a Nevada con su hermano Orion, designado secretario del gobernador por el presidente Lincoln. En Pasando fatigas describirá su viaje al Oeste y el tiempo que pasó allí como minero y periodista.
En Virginia City ingresa a la redacción de un periódico; en recuerdo de su vida como piloto de río adopta el seudónimo de "Mark Twain" (que en la jerga de la navegación fluvial significa "dos brazas"), con el que firma sus primeros trabajos humorísticos.
Durante ese período conoce en San Francisco a Artemus Ward y a Bret Harte, quienes lo inician en la lite­ratura y lo alientan a escribir su propia obra. En 1865 un breve relato, "La célebre rana saltarina del distrito de Cala­veras", basado en un relato escuchado en un campamento mi­nero de California, le da fama continental.
Tras fracasar como buscador de oro es nombrado corresponsal viajero del periódico Alta California en las islas Sandwich, experiencias que tam­bién volcaría en Pasando fatigas. Es al regresar de este viaje que Mark Twain, acosado por la necesidad, halla la veta definitiva de su humorismo, emprendiendo, por algunas poblacio­nes de California y Nevada, una gira de conferencias que se ven coronadas por un éxito extraordinario.
 Comisionado luego para viajar a Europa y a Tierra Santa como corresponsal, se embarca en 1867. Recoge en ese viaje los materiales que luego le servirían para escribir Gente ingenua en el extranjero, y a su regreso conoce a Olivia Langdon, con quien se casa e instala, después de la boda, en Hartford (Connecticut).
La novia pertenecía a una familia puritana, conservadora, que gozaba de una sólida posición económica, y estas circunstan­cias habrían de tener influencia en la vida y en el proceso posterior de su desarrollo como escritor. Al respecto, las opi­niones de la crítica aparecen muy divididas: hay quienes sos­tienen que su mujer representó el costado sensato, la cara socialmente adaptada, razonable, del escritor, y que actuó siem­pre como censora y crítica de sus escritos, coartando así su talento satírico, su posibilidad de elaborar una crítica social profunda y trascendente. Otros, en cambio, sustentan la teoría que fue gracias a ella que Mark Twain logró desarrollar la plenitud de su talento.

Las dos décadas comprendidas entre 1870 y 1890 marcan el gran ciclo creador de Mark Twain. El éxito obtenido por Pasando fatigas (publicada en 1869) había sido extraordinario, y la crítica estadounidense aguardaba con impaciencia una obra definitiva de su autor. La edad dorada (1873), escrita en colaboración con Charles Dudley Warner, describe irónica­mente el período posterior a la guerra civil, poniendo de re­lieve la fiebre de riquezas que lanzó a sus hombres hacia el Oeste y la corrupción de la vida pública. Escenificada y exitosa, no era ésta, sin embargo, la obra que se esperaba de Mark Twain.
Sólo en 1874 empieza a escribir Las aventuras de Tora Sawyer (publicada dos años después), que establece su renombre de manera rotunda. Una trampa en el extranjero, de 1880, es una narración de viajes que, como Inocentes en el extranjero, desvaloriza, al ridiculizarlas, las tradiciones euro­peas. El príncipe y el mendigo, de 1882, critica con ironía, sobre un trasfondo de reconstrucción histórica, los males eco­nómico-sociales inherentes a la monarquía y a la Iglesia du­rante el reinado de Enrique VI, y está de algún modo em­parentada con Un yanqui en la corte del rey Arturo, de 1880.
 Del año siguiente es Vida en el Misisipi, narración autobio­gráfica que relata sus experiencias como piloto de los barcos que navegaban el río. Finalmente, 1884 ve la publicación de Las aventuras de Huckleberry Finn, que, como la anterior, describe el florecimiento de la civilización de la frontera del Misisipí, a través de la descripción de sus tipos característicos, de sus historias, vistas por un niño vagabundo y aventurero. Esta novela, reveladora también de los conflictos raciales que se vivían en ese momento en los Estados Unidos, es conside­rada, de manera unánime, la mejor creación de Mark Twain. Aunque sea independiente de Las aventuras de Tom Sawyer, es, temáticamente, una continuación de ésta, y está emparen­tada con la novela picaresca no sólo por su estructura abierta, con relatos interpolados, sino también porque narra las aven­turas de un pícaro (Huck).

Posteriormente, Mark Twain realiza una gira de conferen­cias por Europa, Asia, África y Oceanía, con el objeto de sal­dar numerosas deudas contraídas como consecuencia de la quie­bra de la casa editora a la que se había asociado. Las impre­siones de esta gira aparecen condensadas en Siguiendo el Ecuador (1897). Durante estas décadas escribe El calabaza Wilson (1894), Mis recuerdos personales de Juana de Arco (1894), Tom Sawyer en el extranjero (1894) y Tom Sawyer detective (1896), débiles ecos de sus obras anteriores. Alrededor de 1898 había logrado saldar sus deudas, pese a lo cual sus escritos revelan un profundo y antiguo pesimismo hasta en­ tonces reprimido, y que aflora a raíz de una serie de desgra­cias personales: la muerte de una de sus hijas (1896), la en­fermedad incurable de otra de ellas, la muerte de su mujer (1904). Esta amargura aparece manifiesta en obras como El hombre que corrompió a Hadleyburg (1900), Qué es el hom­bre (1906) y El forastero misterioso (1916, póstuma).

La fama y la notoriedad que ha adquirido en su madurez son muy grandes y se lo rodea de honores: la universidad de Yale lo nombra doctor honoris causa en Letras y otro tanto hace la de Misuri en 1902 y la de Oxford (Inglaterra).

A partir de 1906 empieza a dictar su autobiografía a un secretario, que publicó sus Cartas (1917), la biografía autori­zada en tres volúmenes  (1912) y la Autobiografía (1924).

A su amargura, no atenuada por su creciente celebridad, se suma, en 1909, la muerte de su hija Juana, y en 1910 es él quien le sigue. Clara Clemens, la hija menor, es la última sobreviviente de la familia.



Nora Dottori
Estudio preliminar a las Aventuras de Huckleberry Finn de Mark Twain
CEAL, Bs.As.,1979

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