El Paraíso y la beatitud
En
el Paraíso, el Empíreo es la única y verdadera sede de los bienaventurados.
Pero, para que el ingenio humano del poeta comprenda en forma sensible los
diversos méritos, se le muestra a las almas poblando los primero siete Cielos,
luego el Triunfo de Cristo y la Coronación de la Virgen, en el octavo
(Estrellas Fijas), y, finalmente, en el noveno (Primer Móvil), las Jerarquías
Angélicas y la Unidad y Trinidad de Dios.
Cada
Cielo es movido por un orden angélico, según la jerarquía teológica, e influye
sobre las criaturas de la Tierra, de acuerdo con la ciencia astrológica. A
cada uno de los diez Cielos, incluyendo el Empíreo, corresponde una de las
diez disciplinas del saber medieval, ordenadas según las particiones del Trivium,
del Quadrivium y de la Filosofía.
La simetría en la Divina Comedia
La
arquitectura de los tres reinos responde a un ordenamiento simétrico en el que
dominan los números 3 y 9 (simbólicamente conectados con la Trinidad) y el 10,
símbolo de la perfección de origen pitagórico (v. Convivio, II, 15):
tres son los cánticos; el metro es el terceto encadenado; cada reino es
tripartito en su división fundamental; los cantos de cada cántico son
treintitrés (el primero del Infierno debe considerarse como una
introducción general) y por lo tanto el número total de los cantos propiamente
dichos es de noventa y nueve , mientras que el total del Poema consta de cien (cuadrado
de diez).
El Infierno está dividido en diez partes (una
oscura campiña y nueve círculos), en diez el Purgatorio (campiña, cuesta, siete
terrazas y Paraíso Terrenal), y en diez el Paraíso (los nueve cielos y el
Empíreo). Sobre el mismo eje se hallan: Dios, en el centro del Empíreo;
Lucifer, en el centro de la Tierra; el árbol del Bien y del Mal, en el centro
del Paraíso terrenal; Jerusalén, en el centro del hemisferio de las tierras,
etc.
La
simetría llega a tal punto que el canto VI del Infierno expone los
acontecimientos políticos de Florencia; el VI del Purgatorio los de
Italia, y el VI del Paraíso narra la historia del Imperio: paulatina,
ampliación de la perspectiva política a medida que crecen —acercándose a Dios—
la potencia intelectual y el sentimiento de hermandad universal del peregrino.
Los tres cánticos terminan con la palabra estrellas, y el número de los
versos de cada una es casi igual. Esta euritmia, este freno del arte a la
fantasía que el poeta se impone a sí mismo y a su obra, constituye la armonía y
proporción formales de la Divina Comedia.
Dante y la Divina Comedia: Estado anímico del peregrino a través del
viaje
En
el Infierno, la encendida pasión del poeta —que se conforma con su entorno—
tiene ocasión de desahogar sus iras y desdenes de hombre embanderado en las
luchas mundanas, como cuando escucha los presagios del florentino Ciacco sobre
la derrota de los güelfos blancos (VI, 37) o disputa con el gibelino Farinata
degli Uberti acerca de la batalla de Monta-per ti (X, 22) o cuando se encarniza
con el traidor Bocea degli Abati (XXXII, 97).
A
veces la piedad vibra en el ánimo de Dante, en los episodios de Francesca de
Rimini (V, 73), Pier della Vigna (XIII, 31) o del conde Ugolino (XXXIII, 1),
pero, en general lo domina el desprecio por "aquellos que mueren en la
ira de Dios". Otras veces el rencor por las injustas ofensas recibidas en
el mundo lo vuelve casi feroz, como cuando se deleita al presenciar y
propiciar el tormento de Filippo Argenti (VIII, 31) o condena proféticamente a Bonifacio
VIII, todavía vivo, a la eterna pena prevista para los papas simoníacos (XIX,
76).
En el Purgatorio,
el poeta-protagonista participa en mayor medida de la vida espiritual de las
almas. El dolor que corrige sin exasperar y encamina hacia la excelsa meta, lo
inclinan a esas meditaciones filosóficas que se multiplicarán en el Paraíso, hasta
prevalecer sobre la acción dramática. Además, no es un simple visitante, sino
que allí comienza su propia expiación, y así lo demuestran las siete P y su
pasaje entre las llamas de los lujuriosos.
En el Paraíso,
Dante contempla conmovido el confortante espectáculo del premio de los justos,
quienes más padecieron la maldad del mundo. Los espíritus de los elegidos de
todos los tiempos lo acogen fraternalmente y su ser, volando de cielo en cielo,
se libera paulatinamente de las falacias humanas. Así, cuando su antepasado, el
mártir Cacciaguida, le confirma la profecía del destierro (XVII, 46), el poeta
recibe el duro golpe con noble y calma dignidad y no desea para sus
conciudadanos más que el equitativo castigo por su injusticia. Luego contempla
la Tierra, tan lejana y minúscula —ese "cantero que nos vuelven tan feroces"— con un
infinito sentimiento de piedad.
Sin embargo,
aun entre los fulgores de la beatitud, no comparte el morboso desprecio de
tantos ascetas y no puede ocultar la profunda nostalgia de la patria. Brota entonces
de los versos la ingenua y conmovedora esperanza en un honroso regreso a su
Florencia natal, donde los agradecidos conciudadanos habrán de ofrecerle la
corona poética en el "hermoso" baptisterio de San Juan, como premio
a su talento de artista y a su intachable conducta civil (XXV, 1). Sabemos que
ello nunca ocurrió y que Dante hubo de morir en el destierro.