Algunos
pensamientos idealistas propios de la Edad media aún seguían resonando en las
mentes de los isabelinos. A pesar de las distancias temporales y de los avances
de otros países de Europa, Inglaterra no había abandonado cuestiones propias de
esta edad y es por eso que su “Cosmovisión” coincidía en muchos aspectos con la
medieval.
En el libro La Cosmovisión Isabelina, El autor Stephen
Tillyard desarrolla la idea que será el fundamento del pensamiento
isabelino y es precisamente el
concepto de orden cósmico: “La concepción
de orden se da por sentada hasta tal punto, forma parte tan importante de la
mentalidad colectiva, que apenas si se le menciona (…)”.[1]
Esta concepción es teocéntrica. El
mundo entero en todos sus niveles, el universo,
los seres vivos y la sociedad, forman parte de una sola unidad creada
por Dios. Este orden único, era abordado por los isabelinos mediante tres
aspectos: una cadena con jerarquías, una serie de planos correspondientes entre
sí y por último una danza cósmica.
La estabilidad del mundo isabelino
consistía en esta idea de orden. Como cadena el orden se presentaba de manera
vertical. La parte superior de esta cadena se encuentra en el cielo, que tiene
como exponente máximo a Dios seguido por sus ángeles (con todos sus rangos). El
hombre sigue esta jerarquía como el eslabón fundamental de la cadena ya que
bíblicamente fue hecho a imagen y semejanza divina, coronado de gloria y honra
fue hecho un poco menor que los ángeles y a él se le dio el poder para gobernar
y sojuzgar la tierra con todo lo creado en ella (animales, plantas y minerales
en último lugar de esta cadena). El arquetipo del hombre en la tierra es el Rey.
Siempre que los eslabones de esta
cadena funcionen armoniosamente y de manera interdependiente, el orden iba a
perdurar sobre la tierra. De no ser así irrumpiría el caos como producto de la
alteración o ruptura de alguno de estos eslabones.
Según Tillyard a los isabelinos: “Les obsesionaban el temor al caos y el
hecho de la mutabilidad (…)”[2] .
Para ellos el caos representaba el estado anterior a la creación cuando la
tierra estaba desordenada y vacía.
En Macbeth de William Shakespeare
se puede ver claramente esta idea de cadena del ser. El rey Duncan es el encargado de gobernar Escocia y
mientras esto sucede el orden impera en este país. Los demás seres le deben
admiración, respeto y honra.
“Macbeth:
El servicio y la fidelidad que os debo están bien premiados con la satisfacción
que me causan. Vuestra grandeza tiene derecho a nuestros deberes, y vuestros
deberes son para nuestro trono y para el estado (…)”[3]
Por
sus méritos nobles y dignos Macbeth recibe el título de thane de Cawdor por
manos del mismo rey y mientras estas jerarquías se respetan hasta la naturaleza
se manifiesta de forma armónica. En la escena VI del primer acto, cuando el rey
junto con Banquo se acercan a la morada de Macbeth para hospedarse, se pronuncian
las siguientes palabras:
“Duncan.-
Los blandos nidos de la golondrina (…) demuestran que el hábito de los cielos
acaricia amorosamente a este castillo. (…) el aire es siempre suave y delicado” [4]
Este
ejemplo incluye también la idea de orden como una serie de planos
correspondientes, dispuestos uno debajo de otro por orden de dignidad. Los
cielos se manifiestan amorosos hacia Macbeth, al igual que el rey, y esto
muestra la correspondencia del hombre con el cosmos.
Cuando el héroe empieza a albergar,
a causa de las brujas, la ambición al trono y la idea de tomarlo por sus
propios medios, este apela a que la naturaleza no sea testigo de su degradación,
por eso dice:
“Macbeth:
(…) Estrellas, ocultad vuestros fulgores. No vea vuestra luz mi profunda y
sombría ambición.” [5]
El hombre isabelino sabe que la luz y las
tinieblas son incompatibles, por eso Macbeth sabe que el está en sombras y no
quiere que los astros celestes juzguen sus maléficos actos.
La
misma noche en que Macbeth y su esposa planean llevar a cabo su plan, los
cielos demuestran su correspondencia con el estado civil en el que se estaba
por encontrar Escocia. La esfera celeste concordaba con la oscura
situación que se estaba por vivir.
“Banquo.- Toma mi espada
Fleance. Parece que el cielo hace economía, pues no brilla ninguna estrella.” [6]
Al
romperse uno de los eslabones de esta cadena, el caos invadía el mundo
isabelino y las consecuencias eran
funestas. La correspondencia entre los
cielos, la naturaleza y la discordia civil en el estado se hacían presentes a
causa de la ruptura. Es por eso que luego del asesinato del rey por las sucias
manos de Macbeth y su esposa, el personaje de Lenox dice lo siguiente:
“Lenox.- ¡Que noche tan
horrible! El viento ha derribado las chimeneas de los aposentos donde
dormíamos, y se han oído gemidos en el aire, extraños gritos de muerte, voces
profetizando con acento terrible grandes trastornos, confusos sucesos que
presagian desgracias. El ave de las tinieblas ha cantado toda la noche. Algunos
dicen que la tierra ha tenido fiebre y ha temblado.” [7]
Así
también los animales representan este caos. Animales dulces y hermosos como los
caballos de Duncan, se volvían salvajes, como si quisieran hacerle la guerra al
hombre.
De
la misma manera se ve la
correspondencia entre el hombre como microcosmos y el macrocosmos. Los
desastres naturales en el exterior y los desastres espirituales en el interior de
Macbeth y su cómplice ya que su última condición es la locura.
“Lady Macbeth.- Hay actos en
los que no se debe pensar una vez cumplidos. De lo contrario, perderíamos la
razón.
Macbeth.- Me ha parecido oír
una voz que gritaba: “¡No dormirás más! Macbeth ha asesinado al sueño! (…)
Lady Macbeth.- ¡Es que
deliráis!” [8]
El
rey como representante máximo de Dios en la tierra, había sido destronado
mediante la brutalidad y la ambición. Lo sagrado había sido profanado. El
estado de alteración y descontrol está bien ejemplificado en la voz de los
súbditos fieles del rey:
“Macduf.-El espíritu de
destrucción ha consumado aquí su obra maestra. El más sacrílego asesino ha
destrozado el templo del Señor y arrebatado la vida que lo animaba.”
Macbeth.- ¿Qué decís? ¿La vida
de quién?
Lenox.- ¿Habláis de Su
majestad?” [9]
Como
cruel asesino e hipócrita actor, Macbeth ante estas palabras finge no saber
nada y en ese empeño hasta aparenta desconocer el lugar que ocupaba el rey como figura
sagrada. Pero la voz de alarma, desconcierto y desesperación es aún mayor, y se
escucha:
“(…)
¡Alerta! ¡Alerta! ¡Despertad todos! ¡Que toque la campana a rebato! ¡Traición!
¡Traición! (…) Levantaos, y ved una imagen del juicio supremo. Malcom, Banquo,
levantaos como el seno de vuestros sepulcros, y corred lo mismo que espectros
para asemejaros a este horror.” [10]
La tragedia de Macbeth, producto del
pensamiento isabelino de Shakespeare, en varios aspectos se diferencia o se
asemeja con los conceptos de Tragedia Clásica.
Uno de los principios básicos de la
tragedia clásica es la regla de las unidades. Interpretada en el Renacimiento,
a partir del libro Poética de Aristóteles, como una prescripción cuando
su origen y finalidad simplemente había sido una descripción. Es por eso que
los autores críticos convienen en llamarla: regla pseudo- aristotélica de las
unidades.
Esta
regla constaba de tres conceptos ligados por relación de consecuencias. La unidad de acción, como única línea de
intriga. La unidad de tiempo, el
tiempo diegético debía transcurrir en el lapso de 24 hs. Por último, y en
consecuencia, la unidad de lugar, no
había desplazamientos; la acción de la obra transcurría en el mismo lugar.
El autor crítico Mario Praz afirma: “El gusto popular contribuyó, por lo tanto,
a que el drama inglés se sustrajera a las unidades de tiempo, lugar, y acción
(…)[11].
El “corsé de las unidades, tan
estrictamente observado (…)”[12] según
Josephine Bregazzi, ya no regía en el teatro isabelino. Es por estas razones
que tampoco regirá en Macbeth.
A
pesar de que en el teatro isabelino se trabajaba
con un escenario elemental, y no existían las grandes escenografías, había
enorme libertad de acción. El mismo discurso de los personajes construía la
ilusión escénica. Por eso en Macbeth, los hechos ocurren dentro y fuera del
castillo, dependiendo de las circunstancias, y mediante la voz de los
personajes el espectador se situaba en estos lugares. Una vez llegado al yermo
en donde habitaban las brujas, Macbeth dice que nunca en su vida había visto un
lugar tan sombrío y tan hermoso al mismo tiempo.
La unidad de tiempo tampoco se cumple. Si bien
no se hacen mayores referencias cronológicas, se puede inferir que desde el
comienzo de la obra con la primer aparición de las brujas en medianoche,
pasando por la noche trágica de la muerte del rey, hasta la segunda aparición
de las mismas (Macbeth las llama “negros fantasmas de medianoche”) pasan varios
días.
En
lo que respecta a la unidad de acción, Aristóteles planteaba: “La unión estructural de las partes del
argumento, siendo la imitación de la acción completa y entera, debe resultar
tal que si alguna de esas partes es transpuesta o suprimida, el todo que
compone se verá perturbado o distorsionado.” [13]
Esta
unidad argumental también se transgrede. En la obra no es posible marcar una sola
línea, ya que esta se presenta quebrada por distintas escenas incluyendo acciones
subalternas, que en caso de suprimirse no afectarían el argumento central. Esta
fractura se ejemplifica en la escena en que aparece por primera y última vez
Lady Macduff dialogando con su precoz hijo antes de que sean asesinados.
También se ve en la escena en que Lady Macbeth, ya sumida en la falta de
cordura, hace su aparición inesperada
mientras el doctor y una dama presencian su solitaria conversación.
La tragedia clásica también
presentaba un héroe en el que convivían una serie de atributos fijos. Aristóteles
define a este personaje de la siguiente manera: “(…) No resulta ser extremadamente virtuoso ni justo y que es abatido
por la desdicha pero no ya en razón de sus vicios o maldad, sino como
consecuencia de un error de juicio o de una debilidad.” [14]
Este
atributo definido como “error de juicio”
o fallo moral del héroe, se conoce con el concepto griego de Hamartía. Es este primer error o pecado lo
que desencadena un segundo atributo que es la Hybris, entendido como desmesura, soberbia, arrogancia, obstinación
o empecinamiento del héroe que persiste en una conducta que desencadena la
tragedia.
El
héroe Macbeth, era apreciado por el pueblo y por el mismo rey como “Valeroso y
digno caballero” por haber acabado con la sublevación de Macdowald. Es Duncan
quién lo condecora con el título de thane de Cawdor y le dice que ve en él la
noble planta que él plantó y hasta se compromete a hacer crecer esa planta.
Pero este mismo héroe es quien se convierte en villano por albergar en su ser
la ambición desmesurada que acaba en desastre.
Es
pues la hamartía de Macbeth el elegir
creer a estas hermanas fatídicas, seres sobrenaturales que lo proclaman, en
primer lugar, thane de Cawdor, cuando no lo era, y futuro rey. Por eso cuando las brujas desaparecen él
dice:
“No os alejéis (…) Decidme de
dónde os ha llegado esa extraña información. ¿Por qué nos detenéis con vuestras
felicitaciones proféticas en esta angosta llanura? Hablad: yo lo quiero.” [15]
En
contraposición se presenta el discurso de Banquo, quien lo acompañaba. Este
personaje es testigo de los mismos presagios de las brujas pero los toma de
otra forma. Banquo se manifiesta tranquilo, escucha las mismas palabras, pero
en vez de creer reflexiona:
“Banquo.- (…) ¡Que profecía
tan extraña! Muchas veces, para atraernos a un abismo de perdición, esos
instrumentos de las tinieblas nos profetizan hechos verdaderos. En otras
ocasiones nos seducen con fútiles bagatelas, cuyas consecuencias pueden ser funestas” [16]
Es
Macbeth quien quiere creer, y con
esta elección comienza a germinar en su corazón la idea de asesinato, aunque en
un momento pareciera ser que desistiría de este sedicioso proyecto:
“Macbeth (aparte).-Si la suerte ha decretado que sea yo,
que se me corone sin que yo tenga parte en esto.” [17]
No mucho tiempo
después, cuando Duncan menciona que Malcom sería su sucesor como Príncipe de
Cumberland, esta semilla se asienta y comienza la fatalidad:
“Macbeth (aparte).- ¡Príncipe de Cumberland! Este es un peldaño que debo subir, o
mi caída es cierta, pues representa un obstáculo en mi camino.” [18]
Por
estas razones, a diferencia del héroe clásico, este fallo moral no está basado
en la ignorancia o desconocimiento, sino en una forma de ejercer la libre
voluntad que todo ser humano tiene. Es el héroe quien elige deliberadamente,
creyendo que está ejecutando la supuesta profecía que estos extraños seres le
habían confiado.
De
esta raíz surge la hybris en el
héroe. Esta cólera es acrecentada por su esposa, Lady Macbeth, que enterada de
este presagio no duda en influenciar a su marido para que lleve a cabo en actos
aquello que en su pensamiento ya había sido ejecutado. Este mismo personaje no
sólo le infunde coraje a Macbeth para que realice el asesinato sino que antes
de verlo invoca a los espíritus maléficos para que la ayuden:
“Lady Macbeth.- (…) Venid a convertir en mi seno de mujer
la leche en hiel. Venid, ministros del crimen, de allí donde os halléis
esperando bajo invisibles sombras las horas de hacer mal (…)”[19]
A
pesar de estas funestas influencias, la desmesura en Macbeth es propia de su
espíritu ambicioso. Él era consciente de que la empresa que emprendía no estaba
aprobada por el cielo. Sabía que sus intenciones eran obscuras, impropias de un
alma noble, y producto de la bajeza moral.
“Macbeth.- (…) Mi proyecto es como un corcel que espoleo
con mi desmedida ambición y que me arroja en su ímpetu por encima de la silla.
(…)”[20]
En
ciertos momentos el héroe se ve advertido por su propia conciencia, por la
naturaleza, y hasta por otros personajes, como en el caso de su diálogo con
Banquo:
“Macbeth.- Si queréis
asociaros a mis proyectos cuando estén en sazón, no perderá nada vuestro honor.
Banquo.- Si no he de perder el
honor al tratar de acrecentarlo, y si puedo conservar mi corazón libre y mi
deber sin mancha respecto de mi soberano, seguiré gustoso vuestros consejos.” [21]
A
pesar de esto Macbeth sigue empecinado en su decisión junto a su esposa, comete
el regicidio, se viste de rey y a partir de ahí comienza su tiranía que lo
hunde más y más en la miseria. A esto le sigue una secuencia de asesinatos con
el fin de seguir ejerciendo esa ambición.
El delirio se hace presente al ver a aparecer
el espíritu Banquo (asesinado por su mandato)
y finalmente es este mismo presagio, en el cual había decido creer para
llegar a la corona, el que lo sumerge en la más honda pobreza de alma y lo
acompaña hasta su muerte.
Finalmente
el orden quebrantado que se mencionaba al principio se ve restaurado mediante
la sed de venganza, que encarnada en Malcom y ejecutada por Macduff, logra
derrotar al tirano con su decapitación
final. De este modo, queda abiertamente demostrado que la justicia divina
triunfa por sobre la inmoralidad del ser humano.
“Macbeth lo ha infringido, violado y roto todo y estos excesos acaban
por sublevar a la misma naturaleza, la cual, cansada de soportar tanto, pierde
la paciencia y entra en acción contra Macbeth. La naturaleza, hecha alma, lucha
contra el hombre, hecho fuerza"[22]
FUENTE: CÁTEDRA DE LITERATURA EUROPEA
UNIVERSIDAD NACIONAL DE LOMAS DE ZAMORA
BUENOS AIRES
[1]Tillyard S., ( 1984) La Cosmovisión Isabelina, México, Fondo de Cultura Económica.
Página 23.
[2]Ibídem. Página 32.
[4] Shakespeare W.,(2007) Macbeth, Buenos
Aires, Galerna Página 54.
[5]Ibídem. Página 51.
[6]Ibídem. Página 60.
[7]Ibídem. Página 65.
[8]Shakespeare, W (2007) Macbeth, Buenos
Aires, Galerna Página 62
[9]Ibídem. Página 65
[10]Loc. cit.
[11]Praz, M (1975) El aporte del
Renacimiento (1516-1579), en La literatura inglesa, Buenos Aires, Losada Página
81.
[12]Bregazzi, J (1999) Textos y
géneros dramáticos, en Shakespeare y el teatro renacentista inglés, Madrid,
Alianza Página 47.
[13]Aristóteles, (2005), Poética,
Buenos Aires, Gradifco, Página 67.
[14] Ibídem.Página 77.
[15] Shakespeare, W (2007) Macbeth, Buenos
Aires, Galerna Página 48.
[16]Shakespeare, W (2007) Macbeth, Buenos
Aires, Galerna Página 49
[17]Loc. cit.
[18]Shakespeare, W (2007) Macbeth, Buenos
Aires, Galerna Página
[19]Ibídem. Página 53.
[20]Ibídem. Página 60.
[21]Ibídem. Página 53.
[22] Prólogo de Macbeth tomado del estudio W.
Shakespeare por Víctor Hugo. Buenos Aires, Galerna Página 30.
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