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27 de marzo de 2011

Qué es un mito político y que influencia tiene en la vida política, en especial en La República Argentina



Qué es un mito político y que influencia tiene en la vida política, en especial en La República Argentina


Los investigadores occidentales han situado el estudio del mito desde diversas perspectivas: el mito en la acepción usual del término, es decir, en cuanto «fábula», «invención», «ficción», o tal como le comprendían las sociedades arcaicas, en las que el mito designa, por el contrario, una «historia verdadera», sagrada, ejemplar y significativa.

Sumándose a esta conceptualización de la noción de mito, surge en los comienzos del siglo XX y de la mano de Georges Sorel (1847-1922), el concepto de mito político. Sorel, en su libro Reflexiones sobre la violencia (1935), define como un mito al instrumento de lucha de la clase obrera, es decir, a la huelga general proletaria. Para Sorel, “nunca se provocará el menor movimiento revolucionario a menos que haya mitos aceptados por las masas”, es decir que el mito no estaría tanto en función de la estabilidad como de la acción.

Según Sorel, el mito impulsa a los individuos a actuar al verse partícipes de una sucesión de eventos que los tiene como protagonistas. La constitución dramática (en el sentido de acción) del mito inspira en los individuos el compromiso emocional con la estructura narrativa, aquello que se dice. Lo específicamente político de los mitos no está dado solo por el contenido de la narración, sino porque permite dotar de significancia a las condiciones políticas y a la acción. En otras palabras, permite dar contenido a los criterios de legitimidad sobre los que un poder se asienta o significar la necesidad de revertirlos.

El mito soreliano más ambicioso era el de la huelga general proletaria, esto es, un prolongado ataque de los obreros contra los bastiones del gobierno con el fin concreto del derrocamiento de la sociedad capitalista. Para comprender la teoría de Sorel, es necesario saber que para él, el sindicato era el instrumento de la guerra social y esta implicaba, fundamentalmente, su puesta en práctica mediante las huelgas. El mito estaría destinado a restituir al proletariado su autonomía.

Las ideas sindicalistas de Sorel, según es corriente apuntar, han influido sobre personalidades políticas como Mussolini y Lenin y sobre movimientos políticos como el fascismo italiano, el comunismo soviético y el nazismo alemán.

La oposición de Sorel al gobierno burgués y su deseo de derrocarlo por la violencia sindical, encuentran un continuador práctico en Lenin (el estado de la revolución), aunque más adelante la burocratización de la Unión Soviética y el sometimiento de los sindicatos obreros al Partido Comunista no habrían contado con la aprobación del autor francés. Pero hasta la fecha de su muerte, Sorel apoyó a Lenin en la lucha de éste contra la burguesía, dentro y fuera de Rusia, y en sus esfuerzos en pro de una nueva sociedad de productores. Contra lo que sustentaba la mitología de la guerra fría, que veía a Lenin esencialmente como a un organizador de golpes de estado, el único activo real que tenían él y los bolcheviques era el conocimiento de lo que querían las masas, lo que les indicaba cómo tenían que proceder.

Mussolini y los fascistas habían empleado sistemáticamente el terrorismo, y Sorel había propiciado una apología de la violencia. Para Sorel, la violencia pertenece al plano emotivo y es el resultado de un impulso sentimental que sirve para aglutinar, fortalecer y concretar la noción intelectual de la lucha de clases.

En esta línea del empleo del mito político por parte de las doctrinas autoritarias de derecha, el caso más sobresaliente y conocido es, por supuesto, el del nazismo. Alfred Rosenberg (1893-1946) en su obra principal, El mito del siglo XX (1930), sostiene que el mito explica y mueve a la vez a la historia:"el mito del siglo XX es el mito de la sangre, que bajo el signo de la esvástica desencadena la revolución mundial de la raza".

El mito racista surgió y se afirmó como fuerza revolucionaria; en este caso, como promesa de retorno de la raza aria, única, pura y capaz de crear cultura con predominio sobre las "razas inferiores" que, habiendo tenido la oportunidad de evolucionar, sólo produjeron la decadencia del mundo, según la peculiar visión nazista.

El fascismo se complacía en la movilización de masas y las conservó simbólicamente, como una forma de escenografía política (las concentraciones nazis de Nuremberg o las masas de la Piazza Venezia contemplando las gesticulaciones de Mussolini desde su balcón); la retórica fascista resultaba atractiva para los que se consideraban víctimas de la sociedad, en su llamamiento de transformarla de manera radical e incluso en su deliberada adopción de los símbolos y nombres revolucionarios sociales

Fuera del fascismo italiano y del comunismo soviético, las influencias de Sorel en el pensamiento político del siglo XX son menos importantes y más dispersas. Específicamente en Argentina, puede recordarse al sector “soreliano” que se separó del Partido Socialista Argentino en 1906, insistiendo en la revolución mediante la huelga general y en “todo el poder de los sindicatos y su efectiva superioridad como instrumento de lucha. El programa político del sector aludido fue publicado en el periódico La acción Socialista en 1905 y en él reconocen que el sindicato tendría una función histórica en el porvenir como embrión de un sistema de producción y gestión colectivista. El influjo de Sorel también pudo percibirse en el ambiente político y cultural de los años 20 a causa de la difusión de las ideas más vanguardistas de Sorel.

Con respecto al movimiento obrero argentino y la noción de huelga general, no podemos dejar de mencionar los sucesos ocurridos durante lo que se conoce como “La semana trágica”. El 9 de enero de 1919 los obreros hicieron una huelga masiva, a la que le siguieron explosiones de violencia que se cobró docenas de víctimas.

Sostiene Eric Hobsbawn que la influencia del fascismo europeo en América Latina resultó abierta y reconocida, tanto sobre personajes como el colombiano Jorge Eliecer Gaitán (1898-1948) o el argentino Juan Domingo Perón (1895-1947), como sobre regímenes como el Estado Novo (Nuevo Estado) brasileño de Getulio Vargas de 1937-1945. De hecho, en algunos países suramericanos el ejército había sido organizado según el sistema alemán o entrenado por cuadros alemanes o incluso nazis.

Lo que tomaron del fascismo europeo los dirigentes latinoamericanos fue la divinización de líderes populistas valorados por su activismo. Pero las masas cuya movilización pretendían, y consiguieron, no eran aquellas que temían por lo que pudieran perder, sino las que nada tenían que perder, y los enemigos contra los cuales las movilizaron no eran extranjeros y grupos marginales sino «la oligarquía», los ricos, la clase dirigente local. El apoyo principal de Perón fue la clase obrera y su maquinaria política era una especie de partido obrero organizado en torno al movimiento sindical que él impulsó.

Durante el período 1943-46, en Argentina, la estructura de organización impuesta a la expansión sindical fue importante en el sentido de que moldeó el futuro desarrollo del movimiento obrero. Hemos señalado que el apoyo principal de Perón fue la clase obrera y este apoyo fue creciendo y se cristalizó por primera vez el 17 de octubre de 1945, fecha en que una manifestación popular logró sacar a Perón del confinamiento y lo puso en al camino a la victoria en las elecciones presidenciales de febrero de 1946.

En el suceso mencionado, podemos ver cómo se conjugan, en un juego de imágenes y símbolos, las figuras de Eva Perón, Juan Domingo Perón y el movimiento de masas. La presencia de Eva funcionó como una imagen poderosa que movería al pueblo, llegado el caso, al combate irreflexivo en busca de una venganza teñida de reivindicación justiciera. No importaba lo numerosa que fuese la multitud, sino el hecho de que actuase en una situación que la hacía operativamente eficaz.

El mito de Eva Perón tiene sus elementos progenitores en los relatos sobre su origen oscuro, la muerte prematura (como Cristo, como el “Che” Guevara), sus “milagros”, la momia profanada. Argentina vivió dos historias: una de aceptación plena de la dimensión mítica de la defensora de los descamisados y otra que impugna tal aceptación para, en las antípodas, reducirla con los peores calificativos. Unos y otros han utilizado el mito de Evita en sus luchas por el poder. El mito re-elabora relatos con los cuales un contingente significativo de argentinos se identifica y que les da, o confirma, un sentido a su existencia.

El pueblo peronista mira la historia de Evita como su historia, cuando ella es contada en todo su poderío mítico. Pero hay que actuar con precaución ante lo que sucedió con estos mitos después de la muerte de Evita, si se quiere entender tanto lo que Sebreli ha llamado su cosificación. Sebreli, en su obra clásica Eva Perón ¿aventurera o militante?, sostiene que: El mito de Evita como expresión simbólica de los anhelos de justicia e igualdad de las mujeres y los trabajadores argentinos, sólo a medias realizados en la realidad, y a la vez como expresión del temor por la pérdida de sus privilegios por parte de las clases burguesas, fue como tal un mito de carácter dinámico, creador y progresivo, estaba dirigido hacia el futuro y no hacia el pasado, como los regresivos. Pero después de la muerte de Evita comenzó el proceso de cosificación del mito, la tendencia a convertir la imagen del mito en algo fijo e inamovible, esencia eterna de un pueblo ahistórico, estático y sin desarrollo.

Para finalizar , queremos sólo mencionar dos acontecimientos que en Argentina fueron muy significativos en cuanto a movilización de masas se refiere, movilización sustentada en una “creencia convertida en una actividad absoluta, sin otra mira que el combate y el triunfo” : la movilización del 30 de marzo de 1982, una de las más importantes de la historia argentina, en la que más de 100.000 personas en la Ciudad de Buenos Aires, y numerosos grupos en las principales ciudades del país, marcharon contra el gobierno militar, reclamando la inmediata democracia. Sin embargo, días después, cuando Argentina y sus Fuerzas Armadas se propusieron tomar el control de las Islas Malvinas, una maciza movilización popular logró llegar a Plaza de Mayo para apoyar masivamente la acción militar.

La acción política (y por supuesto las revueltas y revoluciones) no hace florecer a grupos y posiciones sociales preexistentes sino que los crea, modifica los límites y funciones de la esfera política y transforma también las identidades de estos grupos. En resumen, el campo político es flexible y dúctil: las ideas no provocan hechos determinados, estos son múltiples y autónomos.

Conclusión

Tal como lo sostiene Manuel García Pelayo, el mito, en cuanto a su relevancia sociopolítica, es un conjunto de creencias brotadas del fondo emocional, expresadas en un juego de imágenes y símbolos, más que un sistema de conceptos, estas creencias se revelan efectivamente capaces de integrar y movilizar a los hombres para la acción política.

Al repasar los conceptos teóricos de Sorel y su influencia, tanto en el nazismo como en el fascismo , en Europa y en Latinoamérica, más específicamente en Argentina, con dos figuras centrales como lo fueron Juan Domingo y Eva Perón, nos permite comprender que todo relato mítico, toda narración de tal dimensión, toca de alguna manera al receptor, que se siente así parte de la historia que se le narra debido a que le da seguridad en sus propias creencias y concepciones, otorgándole un sentido de pertenencia a una comunidad que comparte. El mito, al revés de la historia, que se distancia con frialdad o serenidad “científica” de los individuos, permite la acción de lo imaginario y produce un relato con el cual esos sectores de la comunidad pueden identificarse.

Cabe preguntarse si los más recientes mitos políticos, como por ejemplo el movimiento “piquetero”, grupo de obreros huelguistas que situados en los lugares habituales de trabajo velan por la ejecución de las consignas de una huelga, o como la movilización del 19 y 20 de diciembre de 2001 ( el “Argentinazo”, bajo el lema “que se vayan todos”) , calificado por Aníbal Montoya como una “pueblada” e, incluso, como el “movimiento político de masas más profundo y radical desde los años 70”, surgieron libremente o si fueron artificiales, fabricados por artífices muy expertos y habilidosos. Para este interrogante no tenemos respuesta, pero lo que sí es cierto, tal como lo afirma Roland Barthes, se pueden concebir mitos antiguos, pero no eternos: no hay mitos eternos, porque el mito es un habla elegida por la historia, no surge de la naturaleza de las cosas.

Bibliografía consultada:

· Barthes, Roland: Mitologías, Siglo XXI, Buenos Aires, 1999

· García Pelayo, Manuel: Mitos y símbolos políticos, Madrid, Taurus, 1964

· Hobsbawn, Eric: Historia del siglo XX, Grijalbo, Buenos Aires, 1999

· Kersffeld Daniel: Georges Sorel, apóstol de la violencia, Ed. Del Signo, Buenos Aires, 2004

· López, Mario Justo: Manual de derecho político, Depalma, Buenos Aires, 1999 2ª edición.


· Montoya, Aníbal: A 6 años del "Argentinazo": La puerta del descontento permanece abierta, Agencia de noticias del norte argentino, 2007

· Sebreli, Juan José: Eva Perón: ¿aventurera o militante?, Ed. La Pléyade, Buenos Aires, 1977

Sorel, Georges: Reflexiones sobre la violencia, Ercilla, Buenos Air

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