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7 de agosto de 2011

CUENTO POPULAR: Un tonto con dos hermanos entendidos

CUENTO POPULAR: Un tonto con dos hermanos entendidos

Cfr. con los cuentos del ciclo de Pedro Urdemales y con la versión africana de "El embustero" (en esta antología). En J. Z. Agüero Vera cfr. con "Juan el Tonto" (Cuentos Populares de La Rioja)

Fuente: Susana Chertudi, Cuentos Folklóricos de la Ar­gentina (1a. serie). Instituto Nacional de Filología y Folklore. Bs. As., 1960.

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Dicen que había un tonto que tenía una ovejita a la que se consagraba en cuidar con todo em­peño, y la tenía en consecuencia muy gorda. Vivía con la madre y dos hermanos, que no eran tontos como él, sino entendidos.

Un día la madre le indicó a los hermanos en­tendidos que carnearan una oveja de la majada que ellos atendían; como la del tonto era gorda resolvieron matarla.

Cuando llegó el tonto a la casa, y vio que esta­ban asando, corrió a comer y ver lo que habían carneado y se encontró con el cuerpo de su ove­jita; entonces tomó el cuero y salió llorando desconsoladamente, no pudiendo sus familiares hacerlo volver a la casa.

Había andado por el campo llorando, dos o tres días, hasta que el cuero se le había hecho hedion­do; cansado, se había acostado y se había tapado la cabeza con el cuero. Estaba dormido, cuando los caranchos, atraídos por el olor del cuero, revo­loteaban para tishpirlo, hasta que por fin uno de ellos se había asentado y lo había comenzado a tlshpir. En eso se despertó el tonto y lo vio al caranchi y con una mano tenía aferrado el cuero y con la otra trataba de agarrarlo al caranchi, hasta que lo pudo pillar; una vez pillado, lo había des­plumado completamente para que no se le vuele. Se iba yendo con su cuerito y su caranchi, cuando se encontró con un hombre que le pregun­tó qué animal era ese que llevaba en la mano, y le responde el tonto: –Es un caranchi adivino. Que le dice el hombre que se lo venda si es que era cierto que era adivino; el tonto le dice que es bueno, pero el hombre que le dice que tenía que llevarlo a su casa para, que haga una prueba, pues a él lo gorriaban y quería saber con quién.

Se fue el tonto con su caranchi a la casa del hombre y aún no había llegado el comprador; mientras, el tonto había observado que la esposa había colocado pan y queso en distintas partes de la casa. Cuando llegó el marido, le dice al tonto: –Bueno, vamos a ver, haga una prueba con su -divino para ver si sirve de algo.

Entonces el tonto le pega un tishpón en la ca­beza al caranchi y éste grita: –Tras, tras.

Entonces el comprador le preguntó qué es lo que dice el caranchi, y el tonto le responde que dice que en tal parte había pan. Vuelve a pegarle otro tishpón y grita el caranchi: –Tras, tras.

Ahora dice que en tal parte hay queso. Efecti­vamente, allí estaba el queso.

–Bueno, se lo voy a comprar al adivino –di­jo el hombre.

Le dio seis mil pesos y se fue el tonto. Entonces la señora, al saber esto, le dice al churo:

–Que estamos mal; ese caranchi nos va a des­cubrir.

El churo la mandó a que lo alcance al tonto y le consulte cómo hay que hacer para matarlo, y que el tonto le dice que hay que mearlo en la ca­beza.

Al otro día el churo resuelve matarlo y cuando saca la pinchila para orinarlo, el caranchi lo aga­rró con el pico y no lo largaba. A los gritos que daba, corre la señora y se levanta la pollera para orinarlo y el pájaro la agarra con una pata.. Al oír los gritos, acude la sirvienta y le gritan que lo orine; al levantarse la pollera la agarra también a ella de la misma parte y así los tenía a los tres. Llega el marido y los sorprende, y ahí no más los mató a los tres, pues había descubierto al churo y a la celestina.

Entonces, viendo que el tonto había tenido éxito al presentarle un pájaro excepcional, salió a se­guirle el rastro y darle más plata. Ya lo iba alcan­zando y el tonto cuando lo vio empezó a disparar, pensando que había descubierto la superchería y así corrieron los dos, hasta que lo alcanzó al ton­to y le dio dos mil pesos más.

Regresó el tonto a la casa, llevando ocho mil pesos y cuando sus hermanos le preguntaron de dónde había sacado tanto dinero, él les dijo:

–Miren cómo pagan bien el cuero de oveja; por la mía no más, me han pagado ocho mil pesos.

Entonces los hermanos resolvieron carnear to­das las ovejas de ellos y cargaron los cueros en muías y salieron a ofrecer y nadie les quiso com­prar; viéndose engañados resolvieron matarlo al tonto. Para esto el tonto había oído los comenta­rios que lo matarían; como él dormía con la ma­dre y había oído decir que lo matarían de noche y que lo iban a diferenciar de la madre porque ésta dormía con un pañuelo atado a la cabeza, el tonto se había puesto el pañuelo de la madre. Y cuando a la noche fueron los hermanos a matarlo, lo confundieron con la madre y la mataron a ella.

Al día siguiente el tonto se despertó y se encon­tró con la madre muerta, y que llorando se iba con la madre en brazos y los hermanos por temor a que los denuncie se dispararon.

EL tonto se había oído a la orilla da la mar llevan­do a la madre, cuando de repente vio venir a un hombre que traía un arreo muy grande de hacien­da y habían acampado también cerca del mar. El tonto la había dejado a la madre, que ya estaba dura, bien sentada a la orilla del mar y se había ido a donde estaban los hombres tomando café, y lo habían convidado al tonto. Al rato que estaba dice:

–Oiga, señor, ¿por qué no me da un poco de café para convidaría a mi madre?

–¡Cómo no! –que le dicen–, tome, llévele.

Entonces el tonto responde:

–¡Ay, señor!, hágame el favor, lléveselo usted, yo estoy tan cansado, hace tres días que la ando llevando a cuestas.

El peón se había ido yendo a llevar el café, cuando el tonto gritó:

–Oiga, joven, hay pechar a mi mama, porque es sorda.

Que va el otro y le dice:

–Oiga, dice su hijo que vaya a tomar café.

Y claro, ¡qué iba a oír, si estaba muerta! Entonces le pega un empujón para que lo oiga y se cae la muerta dentro del mar. El tonto sale llorando, diciéndole que le había muerto la madre; entonces el dueño de la hacienda, por temor que lo vaya a denunciar, le había ofrecido tres mil pe­sos y que el tonto le dice:

–¡Qué cree, que yo la voy a vender a mi madre por tres mil pesos! Déme doce mil pesos.

Y que le había dado no más esa cantidad.

El tonto se había vuelto a la casa y que les di­ce a los hermanos

–Miren, con ser que mi madre era chiquita y flaquita, como está en precio la carne humana me han dado doce mil pesos.

Los hermanos, al oír esto, lo creyeron y se dis­pararon a matar a sus respectivas mujeres y sa­lieron a venderlas. A poco de andar, salió la poli­cía y los metió presos; estuvieron varios días pre­sos y pudieron escaparse.

De regreso a la casa resolvieron vengarse del tonto porque los había engañado. Así hicieron; se apoderaron del tonto, y lo pusieron dentro de un saco que cosieron bien y lo colocaron a orillas da una quebrada muy honda con el objeto de derrum­barlo. Ya estaban a punto de hacerlo, cuando uno de los hermanos dice:

–¡Cómo vamos a hacer esto con nuestro hermanito! Vamos a tomar unas copas en el boliche para ponernos corajudos.

Y que se habían ido.

Mientras los hermanos estaban en el boliche, un hombre llevando otro arreo do hacienda pasaba cerca del saco; al oír el ruido el tonto empezó a dar gritos y se acercó el hombre y le preguntó al tonto porqué estaba allí encerrado y le dice el tonto:

–Porque no me quiero casar con la hija del rey. Y usted, ¿que no se quiere casar con la hija del rey?

–¡Sí, claro! –que le dice el hombre.

–Bueno ábrame el saco y métase usted aquí; cuando vengan unos hombres usted dígales: "Sí, me voy a casar con la hija del rey".

Entonces el tonto se salió del saco y lo metió al otro. Mientras tanto llegaron los hermanos y el de adentro les decía:

–Me voy a casar con la hija del rey.

Y los otros lo derrumbaron.

El tonto se quedó con toda la hacienda y se encaminó a la casa. Al verlo llegar los hermanos ex clamaron:

–¡Velo al tonto y tanta hacienda que trae!

–Han visto –les dice el tonto–, a pesar de ha­ber sido yo solo, miren qué enorme cantidad de hacienda he sacado de la quebrada. ¡Cómo saca­rían de mucha ustedes, que son dos!

–Bueno –que dicen los hermanos–, vamos a hacer otro saco grande, para que nos matamos dentro y vos nos pegas un pechón para que va­yamos al fondo de la quebrada y saquemos mucha hacienda.

Y así hicieron, el tonto los derrumbó y les grita:

–¡Si diablos van a sacar hacienda!

Y como tenía plata y hacienda, quedó rico y así rico lo he dejado allá y me he venido yo para acá.


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