Almafuerte, un recorrido por su obra
Rebelde a toda definición genérica , Pedro Bonifacio Palacios (1854-1917), conocido para el público argentino por el seudónimo de Almafuerte, nacido en San Justo, localidad cabecera del Partido de La Matanza (Pcia. de Bs.As), fue un hombre solitario y de una personalidad agresivamente única, que vivió, escribió y luchó siempre con un individualismo indoblegable. Ha sido una de las figuras más fuertemente originales de fines del siglo XIX y comienzos de siglo XX y es esta originalidad, unida a la fuerza combativa y polémica de su verso, la que le asegura una vigencia que todavía hoy se defiende o se discute.
La producción de Almafuerte podría resumirse en tres volúmenes: el primero, compuesto por sus Poesías; el segundo, por sus Evangélicas; y el tercero, por sus Discursos.
En su producción en prosa se advierten dos orientaciones distintas. Las Evangélicas son sentencias al parecer inapelables, directas, no carentes de agudeza y de ingenio, con una temática referida a la vida cotidiana:
Conduce tus propósitos a lo largo de las dificultades y las agresiones como el general a su ejército, y el gaucho a su arreo, esto es: sin olvidarte del destino que has elegido y sin desintegrar el núcleo de tus ideales, el beneficio de uno solo de ellos. Defiende tus intereses como defenderías –si eres noblemente organizado- los intereses de tu vecino confiados a tu honradez, inteligencia y laboriosidad. Vive la vida como una vida ajena; es decir: como quisieras que tu compañero, que tu hermano, que tu hijo, vivieran la suya. No hagas tragedia. No des a tus dolores las proporciones de una catástrofe, ni la resonancia de una entrada triunfal a cada una de tus glorias. No hagas punto final ni en el buen éxito primero, ni en el primer contratiempo: que tus derrotas y tus victorias te estimulen. Que tu vida sea justa y que tu muerte sea tachada de injusta. No seas frío como el témpano, ni abrasador como la boca del horno: la displicencia, lo mismo que los locos entusiasmos, son dos pequeñeces. Y si tu corona no llega nunca, no te vuelvas taciturno, agresivo y mal pensado; ni vayas a entregar a la madre tierra el cráneo roto del desesperado, o la pulpa adiposa del vicioso, ya hedionda antes de morir: que baje a tu sepultura el cadáver sin mortaja de uno que hubiera podido reinar y merecer el" homenaje del mármol y del bronce
En sus Discursos, en cambio, se percibe un timbre romántico que se pierde, en ocasiones, detrás de una declamatoria señorial y por momentos afectada, muy siglo XVIII.
Obra poética: Si se tiene en cuenta el contenido, la poesía de Almafuerte, tomada en su conjunto, resulta desconcertante. La duda perpetua en que vivió, sus esperanzas (cuando las tuvo), su desasosiego, su fe o su falta de ella, su creer en el ser humano o en Dios y su descreimiento en ambos, todo se refleja en un verso que sufrió las mismas oscilaciones y cambios de su autor. Por esto su temática, en cuanto a fondo, carece de total unidad ideológica; a veces le rinde pleitesía al caído, al desamparado; otras se arrodilla ante Dios; otras lo rechaza altivo y le recrimina su olvido del hombre. Por momentos se burla de todo, y en otros respeta a ese todo con fe y unción de creyente.
En el "Dios te salve", una de sus piezas más características, reverencia al desventurado con amor profundo y le dice: "Al que tasca sus tinieblas; / al que ambula taciturno; / al que aguanta en sus dos lomos -como el peso indeclinable, / de cien siglos; / de cien razas delincuentes-, / su tenaz obcecación; / al que sufre noche y día, / y en la noche hasta durmiendo, como el roce de un cilicio, como un hueso en la garganta, / como un clavo en el cerebro, como un ruido en los oídos, / como un callo apostemado / la noción de sus miserias, / la gran cruz de su pasión: / Yo le agacho mi cabeza; yo le doblo mis rodillas; / yo le beso las dos plantas: yo le digo: Dios te salve ... / Cristo negro, santo hediondo, Job por dentro, / vaso infame del Dolor.
Ha sido constante en Almafuerte una predilección intensa por lo popular y por las clases bajas, a las que, como Evaristo Carriego, cantó con simpatía en sus Milongas: "Yo vaya cantarte a ti / ¡oh mi chusmaje querido! / Porque lo vil y caído / me llena de amor a mí."
Ególatra, soberbio, o repentinamente deprimido y triste, Almafuerte proclamó siempre su fe en la bondad inmediata y directa y, no sin cierto sarcasmo, su decisión de "dejar a otros" las grandes luchas y los "grandes ideales". En este sentido se muestra modesto, humilde. Lo hace, además de con cierto tono burlón, con un tono saturado de orgullo y de autosatisfacción. Podría decirse que su humildad lo envanece. Esta paradoja configura buena parte del sistema de antinomias con que suele manejar sus versos, y da a veces resultados novedosos y eficaces. Tal lo que ocurre en algunos rasgos de este soneto algo irregular:
Ser bueno, en mi sentir, es lo más llano
y concilia deber, altruismo y gusto:
con el que pasa lejos, casi adusto,
con el que viene a mí, tierno y humano.
Hallo razón al triste y al insano,
mal que reviente mi pensar robusto;
y en vez de andar buscando lo más justo
hago yunta con otro y soy su hermano.
Sin meterme a Moisés de nuevas leyes
doy al que pide pan, pan y puchero;
y el honor de salvar al mundo entero
se lo dejo a los genios y a los reyes:
Hago, vuelvo a decir, como los bueyes,
mutualidad de yunta y compañero.
El juicio del tiempo
A Pedro Bonifacio Palacios le preocupó el juicio de la posteridad. Es este un rasgo que, más o menos visible según los casos, podría encontrarse en el fondo de todo creador.
En Almafuerte, la duda sobre su propia gloria suele confundirse con una misantropía que lo lleva a veces a exteriorizar ciertos contenidos de resentimiento. Así, cuando dice en "La Inmortal": Yo a la necia humanidad /la menosprecio y desgarro ...
Pero es que de esa misma humanidad el poeta espera su gloria. Y si la "menosprecia y desgarra", en cambio también solicita de ella una aprobación definitiva. Es lo que revela con su peculiar estilo, como en "Milonga clásica":
Aquí vuelvo entre mi grey /cual un César tragediante /a probar que, Dios mediante,/ todavía soy un rey. /Aquí torno a mi redil, /a mostrar lo que yo valgo/ cada vez que quiero y salgo /de mi clásico cubil.
Sin embargo, esta arrogancia se desvanece en ocasiones y da paso a una desolada sensación de fracaso: A mí nadie me amó sobre la vida / ni nadie me amará después de muerto, dice, por ejemplo, en "El Misionero".
Hay en su obra una fuerza primitiva, una energía avasallante que bastó, para asegurarle esa gloria por la que sufría y que, en el fondo, no es otra cosa que una capacidad para seguir despertando el interés de sus lectores y provocar a cada paso situaciones que hagan posible el juicio de la posteridad.
Almafuerte y la mujer
Mucho se ha hablado de la misooginia de Almafuerte, del odio que sentía hacia las mujeres o, acaso, de la falta de interés por el sexo opuesto.
Eso dio pie para que se sostuviera que no sólo no gustó de ellas
sino que las rechazó de plano sin intentar acercárseles desde
ningún punto de vista: físico o espiritual.
Ricardo Rojas habla de "su largo celibato, de su misoginia confesada y de su castidad notoria". Más expeditivo aún se muestra Enrique Lavié quien afirma que "Almafuerte no conoció el amor”. Sin embargo, en su poesía se encuentran alusiones de tipo amoroso.
Así, en "Olvídate de mí", su primer poema publicado en enero de 1874 en Tribuna, dice: "Siempre en la idea este fatal pasado, / siempre el recuerdo de este amor conmigo, / que debiera olvidar -y no he olvidado, / que quiero maldecir -y no maldigo!... / ¿Por qué en el viaje triste y desolado, / que mi existencia solitario sigo, / siempre ha de ser presente mi pasado / y ha de estar este amor siempre conmigo?".
Hay otros testimonios en sus poemas de que amó y pudo no ser correspondido: "¿Acaso el que me roba tus caricias / te habrá petrificado? / ¿Acaso la ponzoña del leteo / te inyectó a su contacto? / ¿O pretendes probarme en los crisoles / de los celos amargos, / y me vas a mostrar cuánto me .quieres, / después entre tus brazos?.. / No se prueban así, con ignominias, / corazones hidalgos! / No se templa el acero 'damasquino / metiéndolo en el fango! / Yo te alcé en mis estrofas, sobre todas, / hasta rozar los astros: / tócale a mi venganza ,de poeta, / dejarte abandonada en el espacio!".
Ubicación de Almafuerte dentro de la literatura nacional argentina
A Almafuerte, según la crítica literaria, no puede incluírselo ni en la llamada generación de 1880 ni en el modernismo. Pero tampoco apartarlo totalmente de ambos contextos.
Lo más acertado parece ser tener en cuenta la intervención fundamental de esos tres ingredientes:
a) Liberalismo acentuado con raíces comunes en el marco cultural de la generación romántica.
b) Rasgos románticos más bien de origen general y especialmente español (Espronceda, Castelar, etc.)
c) Anticipaciones modernistas, en parte producto de intuiciones personales y en parte producto del contacto, aun combativo y de impugnación, con las formas introducidas y definidas por Rubén Darío.
A todo esto, cabe agregar la clave fundamental: la personalidad singular y fuertemente individualista que lo hace reaccionar a toda clasificación de generación o grupo. Condición que, sin elevarlo ni disminuirlo por sí misma ante la literatura de su época, lo convierte en uno de esos extraños casos que en la literatura de un país suelen darse sólo muy de tarde en tarde.
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