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18 de febrero de 2012

Análisis de Juvenilia de Miguel Cané


Análisis de Juvenilia de Miguel Cané

El titulo de la obra
Ya en las primeras oraciones de Juvenilia  su autor confiesa: " ... nunca pensé trazar esos recuerdos de la vida de colegio en otra cosa que en matar largas horas e tristeza y soledad, de las muchas que he pasado en el alejamiento de la patria , es hoy la condición normal de mi existencia". Estas palabras nos acercan, pues a una definición de su obra -memoria- y determinan el tiempo  -sus años de niñez y de adolescencia en el bachillerato (1863-1868)- y el ambiente -Buenos Aires y  Colegio Nacional, en que se desarrollan los hechos.
El título de la obra proviene del adjetivo latino juvenilis-juvenile, que significa 'propio de la juventud o de los jóvenes y  podría traducirse como 'cosas de la juventud' '.
El libro aparece en Viena, en 1884 .
. . . ¿por qué publico estos recuerdos, destinados a pasar sólo bajo los ojos de mis amigos? En primer lugar, porque aquellos que los han leído me han impulsado a hacerla, a llamarlos a la vida después de dos años de sueño ... Pero, con lealtad, en el fondo hay esta razón suprema que los hombres de letras comprenderán: los publico porque los he escrito.
Estructura:
Consta de una introducción y de treinta y seis capítulos en los que Cané determina claramente el límite entre su niñez-adolescencia, llena de "imágenes sonrientes y serenas", y su adultez, impregnada de una "suave tristeza". La nostalgia de la evocación hace nítido su objetivo: revivir y dar unidad a esas desperdigadas experiencias de los tiempos de colegio. Indudablemente, el punto de vista del narrador es el "yo­protagonista" ("he dicho", "recuerdo", "escribo"). Nos dice que la ha escrito sin un plan previo, guiado sólo por la remembranza.
Juvenilia no es una novela, pues no encontramos en ella continuidad argumental, ni una auténtica autobiografía, pues no siempre prevalece el "yo", sino también el "no­sotros", la vida estudiantil. El narrador la llama "recuerdos  infantiles", "memoria de mi infancia" , "charla", "cuadros" del pasado .

El tema de la obra es la evocación de los años de estudiante del narrador, internado en el Colegio Nacional de Buenos Aires tres meses después de la muerte de su padre:
El Colegio Nacional acababa de fundarse sobre el antiguo seminario, con una nueva organización de estudios.
Su ingreso en "los oscuros y helados claustros del antiguo convento" no es feliz:
Silencioso y triste, me ocultaba en los rincones para llorar a solas. recordando el hogar, el cariño de mi madre, mi independencia, la buena comida y el dulce sueño de la mañana.
El régimen disciplinario del establecimiento le resulta arduo, demasiado severo e in­transigente:
Durante los cinco años que pasé en esa prisión, aun después de haber hecho allí mi nido y haberme connaturalizado con la monotonía de aquella vida, sólo dos puntos negros per­sistieron para mí: el despertar y la comida.

Entonces trata de sofocar su desolación, su fastidio, con lecturas que lo sumergen en un "mundo de aventuras, amores, estacadas, amistades sagradas, brillo y juventud".
Así lee Los tres mosqueteros y Luis XIV y su siglo, de Alejandro Dumas, "multitud de novelas españolas" y tantas otras obras que enriquecen su imaginación. Pero también llega la hora de las travesuras, de las "escapadas nocturnas", de las "cenas furtivas".
Junto al arrollador ímpetu de la edad, la serena costumbre de velar noche a noche al primer rector del Colegio, el canónigo Eusebio Agüero, "hombre de alma buena, pura y cariñosa", quien, tendido "sobre un inmenso sillón", escucha atentamente la lectura de "la vida de un santo" hasta adormecerse.
Más tarde, la llegada de un nuevo rector pone fin a la caótica organización interna del establecimiento y al deplorable estado de sus estudios. Se llama Amedée Jacques y es -a sus ojos- "el hombre más sabio que hasta el día haya pisado tierra argen­tina". Todas las páginas que le dedica en Juvenilia reflejan esa veneración y ese respeto profundos que sólo despiertan los grandes hombres dotados de inteligencia y pureza espiritual: "Su influencia se hizo sentir inmediatamente entre nosotros".
M. Jacques era áspero, duro de carácter, de una irascibilidad nerviosa, que se traducía en acción con la rapidez del rayo, que no daba tiempo a la razón para ejercer su in­fluencia moderadora.
Jacques, "irritado como Neptuno contra las olas", sofoca la "revolución" que orga­nizan contra la "tiranía" del vicerrector José M. Torres y expulsa al narrador, su cabeci­lla, con inquebrantable firmeza. Pero, a pesar de su mal genio, siempre lo tienen a su lado; si falta algún profesor, él da la clase -química, física, matemática, retórica, his­toria, literatura, latín- "sin vacilación, con un método admirable", y atrapa la incons­tante atención de los jóvenes, quienes hasta renuncian al codiciado recreo para seguir escuchándolo. Por eso, cuando muere, ellos también quieren acompañarlo y, desoyendo la estricta prohibición de que abandonen el colegio, corren hacia la casa del querido maestro -"muchos sin sombrero"- para darle el último y efusivo testimonio de su gratitud.
Entre el júbilo y el dolor pasan los días hasta que llegan los exámenes y los fracasos:
Estudiábamos seriamente en el Colegio, sobre todo los tres meses que precedían los exámenes, en los que el gimnasio y los claustros perdían su aspecto bullicioso para no dejar ver sino pálidas caras hundidas en el libro.
La enemistad entre provincianos y porteños genera expulsiones e insoportables en­cierros en "una pieza baja, de bóveda", de sólo cuatro metros cuadrados: "iOh!, las horas mortales pasadas allí dentro ... "
La pluma de Cané corre "inconscientemente" rápida para rescatar del olvido los bailes que les organiza el jesuita Francisco Majesté "en el dormitorio"; la imagen de la enfermería, "morada deliciosa", regida por un enfermero italiano -"Acabo de dejar la pluma para meditar y traer su nombre a la memoria sin conseguirlo"-, de cuerpo "enjuto, vientre enorme y débiles piernas", cuyo cabello semeja "la confusa y entre­mezclada vegetación de los bosques primitivos del Paraguay"; la clase de literatura que origina la fundación de diarios manuscritos y no pocas reyertas.
Acabadas las clases, gozan de las vacaciones, de la vida de campo, en la Chaca­rita  de los Colegiales:
Pocos puntos hay más agradables en los alrededores de Buenos Aires. Situado sobre una altura, a igual distancia de Flores, Belgrano y la capital·, el viejo edificio de la Chacarita,  monacal en su aspecto, pero grande, cómodo, lleno de aire, domina un paisaje delicioso, al que las caprichosas ondulaciones del terreno dan un carácter no común en las campi­ñas próximas a la ciudad.
Libres de la rígida disciplina de los claustros, se sienten impulsados a cometer nue­vas travesuras, como la del infructuoso robo de las sandías en la chacra de los vascos o la del baile, un sábado por la noche, después de dejar "cada uno en la cama res­pectiva [ ... ] un muñeco con una peluca de crin", para que no se descubriera su ausencia.
Finalmente, el narrador recuerda los últimos tiempos pasados en el Colegio, "cuando ya la adolescencia comenzaba a cantar en el alma". Un mundo nuevo, desconocido, los atrae. Confiesan su escepticismo; aman la música como evocadora de sentimientos o de hechos; sienten también la necesidad de cariño y sueñan con el amor.
Un día deja el Colegio y, en él, su infancia entera: " ... y, abriendo valerosamente las alas, me dejaba caer del nido, en medio de las tormentas de la vida". Pero, años más tarde, vuelve a frecuentarlo como profesor.
Se halla entre dos mundos y la evocación del ayer despierta, entonces, la profunda reflexión del adulto de hoy:
Bendigo mis años de Colegio; y ya que he trazado estos recuerdos, que la última palabra sea de gratitud para mis maestros, y de cariño para los compañeros que el azar de la vida ha dispersado a todos los rumbos.

Hombre del 80, Miguel Cané se muestra en sus obras como un espíritu inquieto, curioso y como un lector culto, que busca en la escritura -lejos de todo prurito de perfección sintáctica- la afinidad con la charla, para ofrecer llanamente la idiosincrasia de las cosas y de los hombres de su época.
Miguel Cané nace en Montevideo, el 27 de enero de 1851, durante el exilio volun­tario de sus padres, Miguel Cané y Eufemia Casares. Hereda de don Miguel la nacio­nalidad argentina y la vocación por la literatura .
Después de Caseros, la familia viaja a Buenos Aires. En 1863 muere su padre e ingresa en el Colegio Nacional, hecho que evocará, luego, en las páginas de Juvenilia (1884).
Hacia 1870 realiza su primer viaje a Europa, centro cultural para todos los de su ge­neración. Cuando regresa, inicia su labor periodística . Dos años después emprende su segundo viaje a Europa. El retorno significa el comienzo de una activa vida política, pues es elegido diputado provincial.
En 1875 se casa con Sara Beláustegui, de la que tiene un hijo. Al año siguiente se desempeña como senador en el Congreso Nacional, junto a Mansilla, Wilde y Vicente Fidel López. Edita sus Ensayos (1877).
Hacia 1878 recibe el título de abogado y en 1882 publica A distancia.
Múltiple, como sus contemporáneos , además de los cargos señalados, actúa como Director general de Correos y Telégrafos, como intendente municipal de Buenos Aires, ministro de Relaciones Exteriores, ministro del Interior y decano de la Facultad de Fi­losofía y Letras (1900).
Sus viajes y su misión diplomática le permiten conocer diversos países (Austria, ­Hungría, Francia, Alemania, España, Colombia, Venezuela, Chile, Perú). En viaje (1884) es espejo de esos recuerdos. En 1885 publica Charlas literarias.
En 1 901 hace su última visita a Europa y da a conocer sus Notas e impresiones.
Prosa ligera ve la luz en 1903.
Cané muere en Buenos Aires, el 5 de septiembre de 1905.



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