Análisis de La ralea de Emilio Zola
Comentario sobre El ciclo de los Rougon-Macquart
La ralea (1871) se abre
con una construida escena flaubertiana. La lenta y sensual agonía del ocaso,
bastante artificiosa, significa por contigüidad el hastiado espíritu de Renée
quien va a descubrir durante el paseo por el Bois con su hijastro Máximo
—nieto de Adelaida Fouquet— el deseo de un amor extranatural que la colme. Una
metáfora reaparece con insistencia en el lenguaje del narrador al nombrar
ciertos objetos, describir ciertos ambientes, mencionar la avidez de ciertas
miradas. Gira en torno al verbo "arder", al sustantivo
"llamas" y otros sinónimos. Expresa que el alma de Renée consume, en
la pira de vanas apetencias, toda la energía vital de su juventud.
Desde el capítulo primero hasta el sexto, esa peculiaridad lingüístico-imaginativa acompaña los arrebatos sensuales
de Renée; sólo desaparece en el capítulo final, cuando ella se eclipsa y
extingue. En cuanto a la disposición general del relato, responde al
modelo rigurosamente simétrico característico del período
realista-naturalista. Son los paseos por el Bois y las fiestas en casa de los
Sáccard —apellidos que adopta Aríltides Rougon al encumbrarse— las unidades que
enmarcan el resto de la acción y las que permiten apreciar con claridad los cambios
ocurridos entre los personajes desde el comienzo hasta el final.
En efecto, si en la
primera fiesta —una cena— predominan las charlas de negocios y una contenida
sensualidad, que el narrador califica de "trivial", en la otra —un
baile de disfraz— hay un amplio despliegue de arrebatos eróticos y lascivia
desembozada. Si el primer paseo, como dijimos, comunica, a través de la
naturaleza artificial del invernadero, el atractivo incestuoso entre Máximo y
Renée, el último nos llega velado por una pátina de niebla, acorde con el
desconcierto que ella experimenta al descubrir juntos y del brazo, amigablemente,
a Arístides y Máximo, lo que la sume en una laxa desesperación.
Tanto el surgimiento
del deseo incestuoso, como su más plena satisfacción se cumplen en el ambiente
exótico, plagado de plantas carnívoras, del invernadero, y rodeados los amantes
por "flores malsanas" y retoños "nudosos y torcidos, como
miembros enfermos".
Tal insistencia en el
carácter enfermizo del ambiente en que se inscribe la acción está connotando, a
nuestro juicio, la corrupción social del Segundo Imperio. Agentes principales
de esa descomposición parecen ser aquellos provincianos de oscura procedencia
(Arístides, Mignon y Charrier), que "cayeron" como buitres sobre
París al día siguiente del golpe de Estado, dispuestos a aspirar "esos vahos del Imperio naciente en que se
mezclaban ya los olores de alcoba y los manejos financieros". Para eso
contaron con la inapreciable ayuda de otros coterráneos inescrupulosos que los
habían precedido (Eugenio Rougon, Sidonia), con una pequeña burguesía capaz de
medrar a cualquier precio (los esposos Michelin) y con una nobleza en franca
decadencia (el barón Gouraud).
Sólo la figura del
viejo burgués republicano, Béraud de Chá-tel, conserva una solitaria dignidad,
anacrónica, aunque su exceso de celo en materia de honra familiar haya sido la
causa de la perdición de su hija Renée. En varias oportunidades apunta el
narrador cómo reaparecen periódicamente en la joven los recuerdos de una
infancia feliz, placentera, en el hogar paterno. Tales recuerdos contrastan con
la lujuria posterior a su casamiento contractual y con el vacío moral al que va
cayendo, sin advertirlo, hasta que, cuando concluye la segunda fiesta de la
novela, señala el narrador que "se
sentía como el producto, el fruto agusanado de esos dos hombres".
La ralea marca un hito decisivo en la formación del autor. Sobre todo en
cuanto a la manera literaria de significar, que revela una atenta lectura de
Flaubert, a quien admiraba y visitaba todos los domingos, hacia 1874,
acompañado por los Goncourt, Daudet y Turguéniev. Un recurso aprendido en él
es, por ejemplo, el de utilizar las ventanas para que los protagonistas, en
momentos decisivos, conecten las imágenes del medio exterior con su intimidad.
Es balzaciano, en
cambio, el modo de fijar la historia familiar de los Rougon a un determinado
sistema político merced a las dos apariciones del hombre público
representativo —aquí el Emperador— y a sus actitudes respecto de los Rougon:
en la primera, elogia lascivamente la belleza de Renée; en la segunda,
responde emocionado el saludo del pervertido Arístides, quien acaba de
"ignorar" las relaciones incestuosas de su mujer porque no es precisamente
fidelidad, sino sus bienes lo que busca en ella.
Detalles como éste
debieron influir en la decisión gubernamental de prohibir su publicación como
folletín de La Choche, aunque lo que se censurara expresamente fuera la escena
íntima del café Riche entre Máximo y Renée. Zola protestó por ello en carta
dirigida al crítico Louis Ulbach, uno de sus detractores: "Durante tres años he acumulado documentos, y lo que predomina en
ellos es la hedionda realidad, las increíbles aventuras de vergüenza y locura,
dinero robado, mujeres vendidas . .. Ciertamente no se me puede acusar de
exageración. |No he osado relatarlo todo, más bien! La audacia que se me reprocha
de mostrar los hechos crudos, ha retrocedido varias veces ante los documentos
que poseo".
Es innegable, sin
embargo, que muchos pasajes se resienten a causa del excesivo regodeo sensual
del narrador, así como del determinismo biologista que transforma a algunos
caracteres en mero reflejo hereditario de los males paternos.
El ciclo de los Rougon-Macquart
De los dieciocho
volúmenes que completan la serie de los Rougon-Macquart se destacan
especialmente aquellos que brindaron, durante más de una década, los primeros
frescos e interpretaciones de la clase obrera francesa en la novela, desde El vientre de París (1873), imagen
anticipatoria del submundo Urbano, hasta las magistrales exploraciones de seres
envilecidos y dagradados que hay en La taberna
(1877), Nana (1880), Germinal (1885) y La
bestia humana (1890).
El ciclo de los Rougon-Macquart se inicia con la fortuna de los Rougon, en 1871. Adelaida Fouquet es
una neurópata que engendra del marido la rama legitima de los Rougon y de su
amante, un contrabandista borracho, la rama ilegítima de los Macquart; todo eso
en el enrarecido ambiente donde, mediante un golpe de Estado, Napoleón III se
convierte en Presidente vitalicio y posteriormente en Emperador (diciembre de
1832).
La acción transcurre en
Plassans -—artificio detrás del cual disfraza el autor su propia experiencia
provinciana de Aix-en-Provence— y consiste en el estudio caracterológico de los
primeros descendientes: la ingenua pareja de Silverio Macquart y Miette, que
se enrola generosamente en la revuelta campesina y sucumbe víctima de la feroz
represión; los inescrupulosos Antonio Macquart y Pedro y Felicidad Rougon,
quienes se definen políticamente según las circunstancias y propician el
sacrificio de los demás en provecho propio. Inseguro aún de la manera en que su
mensaje puede ser asimilado, recarga Zola los efectismos sobrecogedores. La
escena final, por ejemplo, contrasta con fuerte trazo la locura de Adelaida,
que acaba de ver la ejecución de su nieto Silverio, y las postreras impresiones
del muchachito, con la insultante cena de los Rougon en su "salón amarillo". Ciertas observaciones funcionan como verdaderos
cartelones para la atención del lector: "...el pedazo de satín rojo, colocado en el ojal de Pedro, no era la única
mancha roja en el triunfo de los Rougon. Olvidado bajo el lecho de la pieza
vecina se encontraba todavía un zapato con el talón ensangrentado. El cirio que
ardía junto al señor Peirotte, al otro lado de la calle, sangraba en la sombra
como una herida abierta. Y a lo lejos, sobre la losa sepulcral, un charco de
sangre se iba coagulando". Pero no debemos olvidar que esta novela
inicial, así como todas las restantes, aparecían en periódicos parisienses y
necesitaban captar a un tipo de lector no demasiado sutil y en algunos casos
semialfabetizado.
Años después, y como
respuesta a ciertos juicios adversos de Flaubert y los Goncourt, diría el mismo
Zola: "Vosotros disponéis de una
pequeña fortuna que os ha permitido libraros de una serie de cosas ... Yo a mi
vida debo ganármela con la pluma y me he visto obligado a practicar todo tipo
de escritos, sí, de escritos despreciables ... |Eh, mi Dios! Yo también me
burlo, como vosotros, del término naturalismo, y sin embargo lo repetiré porque
fue un bautismo para cosas que el público creía nuevas ... Mirad, yo divido en
dos partes todo lo que escribo: están las obras por las cuales me juzgo y
quiero ser juzgado, y por otra parte mis artículos para El bien público, mis
notas sobre Rusia, mi correspondencia de Marsella, que nada me interesan".
Como muchos alegaron que su visión denigraba la condición y las
costumbres trabajadores, Zola añadió una nota a la segunda edición La taberna,
sin duda alguna su novela más impactante, en la cual explicaba que había querido "describir la trayectoria en decadencia
de una familia obrera dentro del marco corrupto de nuestros arrabales. La
embriaguez y la ociosidad conducen al relajamiento de los lazos familiares, a
las impurezas de la promiscuidad, al olvido progresivo de los sentimientos
honestos, que tiene como lógica conclusión la vergüenza y la muerte. Es una
obra verídica, el primer estudio sobre el pueblo que no miente y que lleva el
olor de ese pueblo. De ella no se puede deducir que el pueblo entero sea
malvado, pues mis personajes no son malos, sino sólo ignorantes e influidos
por el ambiente de rudo trabajo y miseria en que viven".
Zola no interrumpió su
permanente labor en la vejez; por el contrario, emprendió dos nuevas series, la
de Las tres ciudades: Lourdes (1894), Roma (1896) y París (1898), y la de Los
cuatro Evangelios: Fecundidad (1899), Trabajo (1901) y Verdad (1903), que quedó
inconclusa.
Adaptó varias de sus
novelas para el teatro (por ejemplo, en 1887 se estrenó una versión teatral en
cinco actos y prefacio de La ralea, titulada Renée), escribió dramas y comedias
líricas y cuantiosos artículos periodísticos. De estos últimos reunió en
varios volúmenes los que tenían carácter estético o literario: La República y
la literatura (1879), La novela experimental (1880), El naturalismo en el
teatro (1881), Nuestros autores dramáticos (1881), Los novelistas naturalistas
(1882), etc.
Esa intensa creación,
que motivaba frecuentes escándalos, o al menos polémicas encendidas, concentró
sobre él la atención de muchos jóvenes con inquietudes literarias renovadoras y
preocupaciones sociales, que lo frecuentaban en su casa de Médan, junto al
Sena, y en 1880 decidieron publicar un libro colectivo en torno a un asunto
común: la guerra franco-prusiana.
Integraron el volumen
seis relatos: El ataque al molino (Zola), Bola de Sebo (Maupassant), Mochila al
hombro (Huyamana), La sangría (Céard), El negocio del gran siete (Hennique) y
Después de la batalla (Alexis). Así quedó definitivamente constituido el grupo
literario naturalista, con Emilio Zola a la cabeza.
Un conflicto
extraliterario, sin embargo, popularizó más que nada su nombre. Nos referimos
al conocido asunto Dreyfus, violenta explosión de antisemitismo que arrojó a un
inocente en la cárcel, suscitó sesiones judiciales tumultuosas, sumarios
militares, manifestaciones callejeras, atentados, etc. La apasionada
intervención del autor de Verdad en defensa del único oficial judío del Estado
Mayor, Albert Dreyfus, condenado arbitrariamente por alta traición, culminó
con una famosa carta abierta al Presidente de la República publicada en
L'Aurore: ¡Yo acuso! Ese valiente testimonio le acarreó un juicio por
infundios, a causa del cual debió expatriarse por un tiempo, y una campaña sensacionalista
de desprestigio.
Eduardo Romano
CEAL, Bs.As., 1979
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