Cuentos
de amor, de locura y de muerte
Cuentos
de amor, de locura y de muerte se publicó en 1917. Es su
primer libro importante: el que lo revela como uno de los mayores cuentistas
hispanoamericanos. Lo integran quince piezas que pueden clasificarse así:
las seis primeras y las dos últimas son de ambiente urbano; las otras siete, de
monte.
El
volumen se abre con "Una estación de amor",
que es, por su extensión y estructura, un relato más que un cuento: no refiere
un hecho sino que desarrolla una historia. Una historia en gran parte autobiográfica:
la del malogrado idilio juvenil del autor con Ana María Jurkowski. Con este
asunto elabora el tema de la pérdida de la pureza y la inocencia. La narración —a
nuestro juicio bien lograda— nos muestra vívidamente la primera experiencia
sentimental que dejó una marca profunda en el alma del escritor.
"El solitario" es el relato
de un matrimonio desigual y mal avenido. El conflicto desemboca en un desenlace
melodramático.
También
tiene un final impresionante La gallina degollada",
de fuerte crudeza naturalista y uno de los más terribles cuentos "con efecto"
(efecto de horror) escritos por Quiroga.
La muerte de Isolda desarrolla una historia de
amor sobre un fondo de música
wagneriana y con elementos fantásticos que traen de nuevo el recuerdo de Poe.
"Los buques suicidantes"
intenta una explicación psicológica al
viejo tema de los enigmáticos "barcos fantasmas, esas naves halladas al garete y sin
ningún tripulante a bordo, inexplicablemente desiertas. Es lo que podríamos
llamar un cuento “extraño “atendiendo a esa clasificación que aparta lo extraño
tanto de lo real cotidiano como de lo sobrenatural o extraordinario y lo adscribe
al "realismo mágico".
Enrique
Anderson Imbert distingue entre narraciones sobrenaturales y extrañas. En las
primeras, dice, el narrador permite que en la acción irrumpa de pronto un prodigio.
Se regocija renunciando a los principios de la lógica y simulando milagros que
trastornan las leyes de la naturaleza. Por lo contrario, en las narraciones
extrañas el narrador, en vez de presentar la magia como si fuera real, presenta
la realidad como si fuera mágica. Y agrega: "Entre la disolución de la realidad (magia) y la copia de la realidad
(realismo) el realismo mágico se asombra como si asistiera al espectáculo de
una nueva creación. Visto con ojos nuevos a la luz de una nueva mañana, el
mundo es, si no maravilloso, al menos perturbador. En esta clase de narraciones
los sucesos, siendo reales, producen la ilusión de irrealidad."
En
esta pieza no hay, en rigor, una ruptura
de la realidad, como ocurre en lo fantástico, sino una visión inédita y más profunda de la
realidad. Está desenvuelto según la lógica de la narración enmarcada, tan frecuente en
uno de los maestros de Quiroga: Guy de
Maupassant.
"El almohadón de pluma" es otro
cuento de horror. Con respecto a su genealogía, se ha recordado también el
precedente de Poe, aunque se reconocen ciertas diferencias. John A Crow señala:
"En estos tres cuentos (se refiere a
"La gallina degollada", "El almohadón de pluma" y "La
miel silvestre") Quiroga sigue pareciéndose a Poe en su afición al horror, pero se diferencia
radicalmente del cuentista yanqui en el uso que hace de estos temas Pon insiste
en la nota del horror desde el primer párrafo, y logra un efecto creciente
acumulativo; Quiroga se contiene con calculada anticipación hasta la crisis
donde se desata en una terminación explosiva.
José
Enrique Etcheverry, después de un minucioso y agudo análisis del texto, formula
algunas precisiones a la opinión de Crow. Puede hablarse, dice, de un doble uso
del horror en esta pieza. El primero, el visible a primera vista, responde sin
duda a la mecánica que Crow ha señalado. "Pero
el horror más profundo es el que se instala en las relaciones del matrimonio
Jordán y late subyacente a lo largo del relato, impregnando la narración
entera. La estridencia del final puede disimularlo y sin duda Quiroga no fue
ajeno a ese efecto que pretende —y lo logra magistralmente— despistar al lector
desprevenido. Ese segundo uso del horror —más sutil, más alambicado, más cumplidamente
artístico— es el que separa definitivamente a Quiroga de su ilustre predecesor
norteamericano.
Los cuentos que lo ejemplifican son los que conceden a
Quiroga su honda vigencia literaria. Este relato del año 1907 (o sea, de los
comienzos de Quiroga en la difícil disciplina del cuento breve), siendo como es
un logro de primera magnitud, anticipa frutos más sazonados en que el horror
confiere al relato su más entrañable significado.
"Nuestro primer cigarro" recrea con gran
frescura y vigor un momento de la niñez de Quiroga y de su vida familiar. Por
ello, vale no sólo literariamente sino también como significativo documento
biográfico y psicológico. En esta evocación de la infancia predomina el tono
humorístico, pero se deja entrever —como lo ha señalado sagazmente Rodríguez
Monegal— la ansiedad del niño huérfano de padre y que ha sufrido otra pérdida
afectiva: la de la madre, cuyo segundo matrimonio él debió de haberlo vivido
como un abandono.
Cierra el volumen "La meningitis
y su sombra", un singular y romántico idilio entre el
protagonista narrador y una joven de la aristocracia porteña que, en el delirio
de la enfermedad, le declara su amor. Por su extensión y estructura —al igual
que la pieza que abre el libro— es un relato más que un cuento. En algunas de
estas narraciones urbanas perduran rasgos modernistas o decadentes.
Los
cuentos de monte constituyen, sin duda, la revelación del volumen. Allí está ya
de cuerpo entero el narrador auténtico y original El grupo se inicia con "A la deriva", su primer cuento
misionero —apareció en la revista Fray Mocho en 1912— y uno de los más
acabados que escribió. El tema es la desigual lucha del hombre contra la
naturaleza. Está realizado con notable economía y precisión. Por su concentración
e intensidad constituye un verdadero modelo de estructura cuentística.
Saúl
Yurkievich, que lo estudió detenidamente, afirma: "La acción narrativa está maravillosamente urdida; este cuento es
acción pura, acción en dos planos: uno exterior, objetivo (escenas primera,
segunda, tercera y cuarta), y otro interior, subjetivo (escena quinta). No hay
comentarlo de ninguna especie, sólo representación de los acontecimientos, representación plástica, sensorial".
Y agrega que esa pieza es excepcional entre las de Quiroga, no sólo por su
perfección en cuanto a la técnica narrativa sino por el valor de su prosa.
"La insolación" es otro
de sus mejores cuentos, otra prueba de sus admirables condiciones de narrador.
Escrito antes que "A la deriva" (se
publicó en Caras y Caretas en 1908), fue el primero de sus cuentos
chaqueños (ciclo breve pero significativo, pues señala la madurez del
escritor). El argumento desarrolla un motivo popular: la creencia según la cual
los perros tienen la facultad de intuir que alguien se acerca a su hora final.
El tema, es decir, el sentido o significado que adquiere el argumento, es la
inexorabilidad de la muerte. Tema trágico y universal, desenvuelto con sin
igual vigor dramático e impar verosimilitud. El punto de vista de los perros —que
alterna con el omnisciente y con el objetivo— produce una impresión de realismo
mágico más que de fantasía. En efecto, la experiencia que allí se describe
trasciende nuestras posibilidades de conocimiento: no podríamos negar,
fundadamente, que los perros tengan las dotes visionarias que se les atribuye.
Más que frente a una ruptura de la realidad estamos de nuevo ante una
profundización en sus capas más hondas y oscuras. El escritor ha penetrado
hasta allí en una especie de rapto intuitivo, una de esas singulares iluminaciones
que parecen estar más allá de la razón y que surgen a veces, de improviso, como
un genuino don del arte. Este cuento, escrito cuando Quiroga no había cumplido
aún treinta años, revela que en esa época el narrador era ya dueño de todos sus
recursos.
También
son animales y hombres los personajes de "El alambre de
púa". El protagonista es el poderoso toro Barigüí —encarnación
de la fuerza bruta—, que invade la chacra vecina y al final recibe un
sangriento castigo. Rodríguez Monegal señala que, a diferencia de la pieza
anterior, aquí el autor explica mucho y con ello disminuye en parte el efecto
del cuento. En nuestra opinión, lo que más lo perjudica es que demora mucho en
entrar en materia: dilata demasiado el comienzo.
"Los
mensú", relato de gran vigor y realismo, muestra la
explotación de los trabajadores en los obrajes del Alto Paraná. Con un enfoque
rigurosamente objetivo, revela cómo la conducta de los mensú, su actitud ante
la vida, los convierte en cómplices de su propia expoliación, o, dicho de otro
modo, en víctimas casi voluntarias. El lector, por sí mismo, ha de comprender
que esos hombres están encerrados en un círculo vicioso del cual no pueden
escapar.
"Yaguaí" tiene como protagonista a un
foxterrier que cambia de dueño para ser adiestrado como perro de monte. Aquí el
animal está visto desde fuera, con una mirada que registra minuciosa y sabiamente
todos los detalles de la vida en la selva. Este predominio de lo descriptivo lo
acerca más al relato que al cuento.
En
"Los pescadores de vigas" se retrata
a un personaje misionero, el indio Candiyú, pescador de troncos que arrastra el
Paraná durante las crecientes. Candiyú arriesga su vida en esa tarea para
cambiar la madera por un viejo fonógrafo, trueque que le ha propuesto mister
Hall, el contador del obraje. El indígena se juega la vida por una chuchería,
como los protagonistas de "Los mensú"
empeñan la suya por una noche de orgía.
"La miel
silvestre" es un cuento de horror ubicado en la selva
misionera. La primera lectura de esta pieza resulta, en verdad, estremecedora:
el lector siente en su propia piel ¡a marea de hormigas carnívoras que devora
cuanto ser viviente encuentra a su paso— que ascienden sobre las piernas del
protagonista, inmovilizado por el efecto paralizante del panal silvestre que
acaba de comer.
Cuentos de amor, de
locura y de muerte consagró a Horacio Quiroga
como uno de los principales cuentistas de lengua española. En este libro se
encuentran varias de sus mejores historias de monte, que constituyen lo más
valioso y original de su obra. Con ellas se aparta claramente del modernismo y
decadentismo iniciales y avanza en la vía del criollismo. Ahora sí podemos ver
a Quiroga, como hombre y como escritor, bien instalado en la realidad. Y, además,
enriquecido tanto por la literatura como por la vida. Es el libro que lo
convierte, asimismo, en el precursor de una vigorosa corriente de la literatura
hispanoamericana: la "literatura de la tierra".
Fuente: Los desterrados, estudio preliminar de Fernando Rosenberg; Ed.Kapelusz, Bs.As., 1987