El decadentismo es una explosión imaginativa en un mundo dominado por
la literalidad. La rebeldía contra la ética y la estética imperantes, por un
lado, y la exploración sistemática de la angustia de vivir encuadrada en la
búsqueda de nuevas formas expresivas, por
otro, dan cohesión a un grupo de artistas europeos y americanos que producen
sus obras más representativas entre 1880 y 1910.
Los decadentistas
construyen una constelación de redes metafóricas que se expande
concéntricamente desde París a todos los países que caen en su órbita cultural.
Continúan las búsquedas formales de sus maestros, llevándolas a la exasperación,
al exceso, por lo que clausuran las posibilidades abiertas por el romanticismo,
a la vez que abren el camino a los movimientos de vanguardia.
Los decadentistas reaccionan contra el
positivismo, el realismo y el naturalismo. Los grandes maestros
del decadentismo, reconocidos tanto por los integrantes
del movimiento como por la crítica, fueron Poe, Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé y Verlaine.
Hay dos grandes tendencias en el movimiento: la pesimista,
derivada de la filosofía de Schopenhauer, por la que se rechaza
la voluntad de vivir y se considera que la contemplación estética es la única
felicidad verdadera del hombre; y la voluntarista , derivada de Nietzsche, para la que los estetas son los hombres superiores que están más
allá del bien y del mal.
Los decadentistas practican
la discontinuidad, la fragmentación, la acumulación, la reflexividad del texto.
Apuntan a un sentido que está siempre más allá, en otra parte, recreándose en
la polisemia y en las ambigüedades personales y textuales, provocando siempre
la imaginación del lector. Como señala Cario Annoni, con el decadentismo se
consuma la liquidación de las formas en el arte: se pasa de la poética de la
forma a la poética del signo, la música llega a la atonalidad y la pintura
inicia el camino de la abstracción.
El decadentismo y el simbolismo europeos,
y el modernismo en los países hispánicos, fueron
un renacimiento del espiritualismo,
una revalorización de lo que puede percibirse más allá de los sentidos, un
misticismo profano, una preferencia por lo excepcional, lo arquetípico, lo
exótico, lo misterioso;
una búsqueda de analogías
y correspondencias que explicaran el sentido oculto del universo, una
evocación por la palabra y el ritmo de matices y sutilezas. Un rechazo, por lo
tanto, del realismo, del racionalismo, del positivismo y de la fealdad burguesa
e industrial.
Dentro de esta revolución de la sensibilidad y
el gusto que significaron los movimientos citados, el decadentismo es asimilado a la temática más
morbosa, más truculenta: las perversidades sexuales, el sacrilegio,
la mezcla de erotismo y religión, el satanismo, lo macabro, el deleite en la
enfermedad y la agonía, la admiración por la barbarie, los seres marginales y
fuera de la ley; el desprecio, en fin, de la moral burguesa.
El
mensaje de Des Esseintes, el personaje de A rebours de Huysmans,
prototipo del héroe decadentista, podría sintetizarse en la frase: "El mundo es como yo quiero que sea, yo me lo invento".
Pero no hacen falta héroes ficticios para ejemplificar
prototipos decadentistas, ya que un tópico de este movimiento fue confundir
vida y literatura, y nada mejor entonces que leer la biografía de "Papá
Verlaine", "aquel divino huésped de hospitales, de tabernas y de
burdeles" como lo llamó Valle Inclán.
El
decadentismo fue también un modo de vida: el siglo XIX, que vio tantas transformaciones
sociales al consolidarse la revolución liberal, asistió al nacimiento de la
vida bohemia. Conspiradores, artistas, jóvenes que abandonaban sus hogares por
una vida sin sujeciones burguesas integraban el grupo, que se nutría con otros marginados.
El café y las redacciones de los periódicos eran los lugares habituales de
reunión, generalmente alegre y
bulliciosa aunque sus integrantes estuvieran en la miseria.
A fin de siglo la bohemia había consolidado
sus estereotipos: genialidad, hambre, rebeldía. Paul Verlaine fue la figura prototípica
de la bohemia parisiense durante los diez últimos años de su vida,
convirtiéndose en una figura legendaria del barrio latino por su atuendo, los
escándalos de su vida, su magisterio sobre los jóvenes escritores, sus excesos,
sus hospitales. En la última década del siglo (murió en 1896) fue imitado,
admirado, protegido por los decadentistas.
Alternar
el hambre con manjares y bebidas caras o los harapos con el smoking -el bohemio
y el dandy son prototipos de la época-significaban el desprecio de la medianía,
del buen sentido burgués.
La
transgresión de los límites semánticos de las palabras, de los límites
sintácticos de la oración, de los límites de la prosodia, de los límites entre
las artes, tiene su contrapartida en los temas preferidos por los
decadentistas: la podredumbre, lo prohibido, la muerte invadiendo la vida y viceversa, los límites entre los sexos, el
hermafrodita, el arte imitando la vida y la vida imitando al arte, la búsqueda
del absoluto por vericuetos inexplorados...
Visiones
de exceso que llegan a los movimientos de vanguardia y son reelaboradas por el
surrealismo; dentro de este movimiento es quizás Georges Bataille quien las ha
explorado más sistemáticamente, tanto en sus novelas como en sus ensayos.
Fuente:
Leda Schiavo , El éxtasis de los límites,
Ed. Corregidor (sin más datos).