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20 de diciembre de 2015

Los Milagros de Nuestra Señora: Gonzalo de Berceo, primer poeta castellano de nombre conocido

Los Milagros de Nuestra Señora: Gonzalo de Berceo, primer poeta  castellano de  nombre conocido

Los Milagros de Nuestra Señora

 Los Milagros de Nuestra Señora es el poema más importante y extenso de Berceo y es, asimismo, la  obra maestra de la poesía castellana del siglo XIII. En ella poetizó veinticinco milagrosas intervenciones de María que se estructuran, co­mo las cuentas de un rosario, en tomo de la Virgen, la gran protagonista que confiere unidad épica a los sucesivos episodios.
La colección, que viene precedida de una introducción alegórica de alto vue­lo poético, se inicia con un milagro español, La casulla de San Ildefonso, muy conocido y narrado en la Edad Medía y se  cierra con un milagro local, La iglesia robada, acontecido pocos años atrás, en tiempos de Femando III el Santo, en un pueblecito de Valladolid, y que por su cercanía temporal, trae la resonancia viva de lo actual, proyectando la imagen de la Virgen sobre el aquí y ahora contemporáneo de Berceo
Para componer los Milagros de Nuestra Señora el  poeta siguió muy de cerca, según era su costumbre, una fuente latina, la que debió de ser bastante similar a la de un texto que se conserva en la Biblioteca de Copenhague y que registra, en el mismo orden, los veinticuatro primeros milagros de Berceo, si bien el men­cionado códice incluye cuatro narraciones más. Se desconoce la fuente del último milagro del poema berceano así como la de la introducción alegórica; pero no cabe duda, porque así lo afirma el poeta, de que en ambos casos hizo uso de un texto escrito.
El libro que nos ocupa, compuesto en pleno auge de glorificación mariana, se propone difundir el culto y el amor a María por medio de la narración de sus milagrosas intervenciones en favor de los fieles que le son devotos. El amor a la Gloriosa, como la llama Berceo, es un amor que redime: la Virgen es la gran me­dianera entre la Tierra y el Cielo, la que  impetra  la gracia para los pecadores que la invocan, la que los ampara en sus aflicciones, la que protege a todos aquellos que le rinden culto sincero, por pequeño que este  sea. En El milagro de Teófilo, el penúltimo de la serie, el mismo Berceo reclama para sí, en tanto que poeta de María y devoto suyo, el privilegio de  su mediación salvadora.
El amor de los hombres a la Madre de Cristo y la respuesta de amor que en Ella de inmediato se genera es el gran tema de la obra, el que se encauza por el camino del corazón y de una fe candorosa y sencilla que da unidad espiritual al poema. Con Gonzalo de Berceo la poesía se hace rezo y la narración, emoción lírica.

Gonzalo de Berceo

Gonzalo de Berceo, nacido a fines del siglo XII en la localidad de Berceo, la Rioja, es el autor más representativo del mester de clerecía. Se educó en el monasterio benedictino de San Millán de la Cogota próximo a su pueblo natal, y vivió ligado a él como sacerdote secular. Murió después de promediar el siglo  XIII.
En una actitud característica del mester de clerecía  que —como hemos visto— opone a la tradicionalidad colectiva y anónima de la juglaría la individua­lidad creadora, el clérigo riojano consignó su nombre, el primer nombre  propio de la literatura española, en sus obras.

Su obra

Escribió:
  • • La vida de tres santos locales, vinculados con la tradición religiosa de su tierra: la Vida de San Millán de la Cogolla el santo patrono de su monasterio; la Vida de Santo Domingo de Silos, el santo patrono del vecino monasterio castellano de Silos, muy ligado al de San Millán, y la Vida de Santa Oria (Áurea).

  • Tres obras marianas: Loores de Nuestra Señora, Planto que fizo la Virgen el día de la Pasión de su hijo Jesucristo y Milagros de Nuestra Señora

  • Tres poemas de asunto religioso vario: El Sacrificio de la Misa, De los signos que aparecerán antes del Juicio y el Martirio de San Laurencio (San Lorenzo).


Todas sus obras, como puede advertirse en sus títulos, desarrollan exclusiva­mente temas religiosos. Berceo, en una perfecta unidad de fe y de inspiración, concilia su misión apostólica de sacerdote con su vocación artística de poeta, y vuelca, con sana alegría, su prédica evangélica y devota en el molde de la cuaderna vía.

Respeto a las fuentes y originalidad creadora
Como típico representante del mester de clerecía, Gonzalo de Berceo sigue fielmente en todas sus obras una fuente latina que le sirve de inspiración y de guía. Tanta es su veneración por el texto escrito, que ante una laguna del ma­nuscrito consultado o una dificultad en su lectura detiene la pluma y lo confiesa con honrada llaneza.

La originalidad de Berceo no consiste en la invención de los asuntos, ni en las grandes líneas de la composición, que toma del original latino y a las que ciñe, respetuoso, el propio dictado. Su originalidad está en el tono y en el estilo de su versión poética; en haber reelaborado y vivificado la árida y seca prosa de sus fuentes en un mundo poético palpitante y sugerente; en haberlo hecho en tiem­pos en que la lengua castellana se abría apenas a los cauces de la expresión escrita y se moldeaba para acoger tímidamente el copioso caudal de la cultura.

La facultad creadora de Berceo debemos buscarla en los sabrosos matices de su léxico y de su sintaxis: en el diminutivo familiar y afectivo, en la parca selección del adjetivo caracterizador, en la comparación espontánea y popular: en la perspectiva de inmediatez que surge de los detalles y que proyecta la narración en el realismo circundante del poeta, con su paisaje, sus costumbres, su mundo social y familiar; en la pureza y el temblor del mensaje poético que irrumpe en el habla fresca y cotidiana de la palabra viva, aquella en que suele el pueblo fablar a su vecino; en la sabrosa sencillez de su universo lingüístico primitivo de acento riojano. También, en el empleo de técnicas ajuglaradas  que no desdeña, para establecer con su público —lector u oyente— una íntima relación afectiva.

Fuente: España en sus letras; Ed. estrada; Bs.As.; 1985.

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