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30 de diciembre de 2016

Cuento: QUIRÓN de Enrique Anderson Imbert

Cuento: QUIRÓN de  Enrique Anderson Imbert

       Desde muy niño Quirón admiró la belleza de los caballos. Los veía galopar por la llanura, y el alma se le iba por los ojos como si también ella galopase lejos de las casas. Si tocaba el anca o el cuello de algún caballo manso, le decía ternezas con la mano, si ofrecía azúcar, se le estremecía de placer cuando el belfo blando del caballo se la tocaba. Hubiera querido hablar con el caballo, y trataba de comprender su lenguaje: el piafar, el relinchar, el temblor de la piel, el revolcarse por el polvo, el movimiento de las orejas y la cola, el modo de beber y de comer. Pero comunicarse con él no podía: en cuanto hundía su vista en los grandes ojos oscuros del caballo ya se sabía rechazado. Una mañana los padres lo encontraron dormido sobre la paja del establo, al lado de un zaino ciego: había pasado toda la noche acompañándolo. Otro día los padres lo ayudaron a que montase en pelo sobre una jaca, y aprendió a no caerse.

     Así creció, hasta que, ya hecho un hombre, quiso domar un potro. En medio de un horizonte redondo -verde, azul- aquello fue una fiesta de curvas en que el aire corcobeaba. El jinete se fue absorbiendo al potro. Un hombre y un caballo, un hombre-caballo, un hombre con un caballo dentro. Y de pronto, sin haber desmontado, se encontró caminando por el campo, sólo que ahora caminaba en cuatro patas. El centauro Quirón quiso decir algo y relinchó.


Enrique Anderson Imbert


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