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2 de septiembre de 2022

¿Existe una temática específicamente fantástica?

 

¿Existe una temática específicamente fantástica?

 Podemos afirmar que no existen temas fantásticos en sí, que lo fantástico sólo puede darse “en situación”, es decir, dentro de un contexto determinado, y que, además, cualquier tema puede ser fantástico si se desarrolla de una manera adecuada. Es muy difícil, en la práctica, separar el tema de su tratamiento; pero se puede ver que, en los autores estudiados, un mismo tema o un mismo motivo puede tener características que lo hacen fantástico, o ser desarrollado de forma diferente. Veamos algunos ejemplos, a título de ilustración.

El motivo del laberinto es central en la obra de Borges, donde aparece una y otra vez, con valores diferentes: los laberintos borgianos pueden ser fantásticos, pero también pueden ser simbólicos (o las dos cosas a la vez).  La estructura narrativa de “Tlón, Uqbar, Orbis Tertius” (cuento fantástico) es laberíntica, pero también lo son las de “La muerte y la brújula” y “El jardín de senderos que se bifurcan” (cuentos en que el elemento policiaco es el predominante). Los espejos, puertas que llevan a otra realidad, si bien en ocasiones están unidos a lo fantástico, otras veces tienen un valor primordialmente simbólico. El tema del infinito puede tener dimensiones fantásticas o filosóficas, etcétera. El motivo del espacio cerrado se repite con una frecuencia impresionante en la narrativa de Cortázar, pero su aparición no coincide exclusivamente con lo fantástico.

Hasta ahora sólo he mencionado motivos característicos de un autor, que no son comunes a los tres. Encuentro, además, una característica común, que me parece importante mencionar, porque aparece en todos los cuentos fantásticos que he visto: es la marginalidad, que es un rasgo que puede ir unido o a los personajes o al fenómeno fantástico. Por lo general, los protagonistas de los cuentos fantásticos son seres solitarios, aislados, o si no lo son siempre en su vida, se encuentran solos en el momento en que se enfrentan al hecho fantástico.

La soledad es un buen terreno de cultivo para lo fantástico; es significativo el hecho de que, en el único cuento en que el fenómeno fantástico está relacionado con una acción colectiva (“Las ménades”), el observador de este fenómeno, el único que parece darse cuenta de su extrañeza, es un solitario. En las ocasiones en que el personaje no es un marginado, se aísla al entrar en contacto con el fenómeno insólito: es el caso de Alina Reyes o del narrador- protagonista de “Carta a una señorita en París”. A veces es el fenómeno mismo el que exige la soledad para ser percibido (es lo que ocurre con el Aleph); la tarea fantástica debe ser realizada a solas (“Las ruinas circulares”).

 El ángel de García Márquez está solo, separado por un abismo infranqueable del resto del pueblo, y el protagonista de “El último viaje del buque fantasma” es también un ser marginado. Son solitarios los protagonistas de “Axolotl” y “La noche boca arriba”, y los personajes de “Casa tomada” viven en un retraimiento total, separados por completo del mundo exterior.

Me parece que esa coincidencia en la soledad no es casual. Se podría entonces concluir que la soledad, la marginación o el aislamiento son característicos de la literatura fantástica, condiciones necesarias para la aparición de lo fantástico. Creo que lo que he dicho es admisible, pero, por otra parte, la soledad no es un rasgo privativo de lo fantástico: “El tema de la ‘marginalidad’ atraviesa toda la literatura narrativa, es su carta de presentación, su marca; ese tema en el que el rebelde en guerra contra la realidad disfrazó su propio drama, representa su propia condición, el destino marginal que le ha deparado su disidencia frente al mundo. Su manifestación más corriente es, desde luego, la anecdótica: no es fortuito que el tema del ‘excluido’, del ‘apestado’, del ‘ser distinto’, reaparezca maniáticamente en las ficciones”.

¿Por qué, entonces, mencionar la marginalidad como tema fantástico, si aparece en toda la narrativa? Los temas de la literatura fantástica, dice Todorov, son los de la literatura en general. Si existe algo específico de lo fantástico, se encuentra en la intensidad: la norma de lo fantástico es lo superlativo. Es decir que la intensidad, la exageración, procedimiento característico para llegar a la sensación de lo fantástico, es lo que da a los temas su nota distintiva.  La insistencia con que se menciona la marginalidad en losese aislamiento, sean específicamente fantásticos.

Aun admitiendo que no se puede hablar de temas exclusivamente fantásticos, Todorov propone una clasificación temática para la literatura fantástica, en dos grandes grupos, a los que llama “temas del yo” y “temas del tú”. Los explica de la manera siguiente: el yo significa el aislamiento relativo del hombre en su relación con el mundo que construye, la insistencia en ese enfrentamiento, sin que haya necesidad de nombrar un intermediario. El remite precisamente a ese intermediario, y la base de este grupo es la relación por medio de un tercero. El yo está presente en el tú, pero no se da el caso contrario.

En el primer grupo —el de los temas del yo— se ha vuelto posible el paso del espíritu a la materia. Es decir que los límites entre los dos se desdibujan, se desintegran, dando lugar a una especie de continuum materia-espíritu. Sería el caso de relatos como “Las ruinas circulares”, “Tlón, Uqbar, Orbis Tertius”, “Lejana”, “Axolod”, “La noche boca arriba”, “El último viaje del buque fantasma”, entre otros.

El punto de partida del segundo grupo sería el deseo sexual. Mientras que los temas del yo significan la puesta en acción de la relación entre el hombre y el mundo, del sistema percepción-conciencia, los del son más bien los que tienen que ver con la relación entre el hombre y sus deseos, entre el hombre y su inconsciente. Los temas del yo implican esencialmente —todavía según Todorov— una posición pasiva; en los temas del se observa, en cambio, una acción sobre el mundo. De todos los cuentos analizados, me parece que sólo “Las ménades” y “El ahogado más hermoso del mundo” podrían caber en este grupo.

 

Fuente: FLORA BOTTON BURLA; LOS JUEGOS FANTÁSTICOS; FACULTAD DE FILOSOFÍA y LETRAS; UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MEXICO; 2003.

1 de agosto de 2022

Análisis de Lejana de Julio Cortázar

Análisis de Lejana de Julio Cortázar

Alina Reyes es consciente, desde hace mucho, de otra mujer con la que tiene una extraña afinidad; no la conoce, pero irrumpe constantemente en su vida. La otra vive en una ciudad distante, en alguna parte de Europa (Alina vive en Buenos Aires), en un lugar donde hace mucho frío y donde ella sufre: la golpean, tiene hambre y frío. Alina la siente y sabe sus sufrimientos; la mujer extraña se va convirtiendo en una especie de otro yo, que llega a obsesionarla. Trata de defenderse, y decide que se trata de algún tipo de manifestación histérica, seguramente de origen sexual, que se le quitará con el matrimonio.

A pesar de que no quiere creer en la existencia de la lejana, decide pasar su viaje de bodas en Budapest (en algún momento ha sido consciente de que esa es la ciudad). Cuando llega ahí, sale a caminar y atraviesa un puente sobre el Danubio helado; en medio del puente, la mujer la está esperando. Se acercan, se encuentran y se abrazan. “Cerró los ojos en la fusión total, rehuyendo las sensaciones de fuera, la luz crepuscular; repentinamente tan cansada, pero segura de su victoria, sin celebrarlo por tan suyo y por fin”. Cuando se separan, Alina siente el viento y el cansancio infinito que la aplasta, y grita de frío y de terror, mientras la otra, “Alina Reyes”, se aleja coqueta y elegante en su traje gris.

La mujer pobre de Budapest será para siempre Alina Reyes, mientras que Alina, encerrada en ese otro cuerpo que no es el suyo, vivirá la vida de sufrimientos por la que tanto compadecía a la otra cuando la sentía desde lejos.

Pero, ¿se ha efectuado realmente el intercambio? Una interpretación fría y racional nos llevaría a la conclusión de que no ha pasado nada, de que es efectivamente un caso de histeria, una experiencia psicológica aterradora, medio alucinación, medio pesadilla. Pero en ninguna parte del texto está dicho lo que ha ocurrido; no se ofrece explicación alguna. Es, indudablemente, una “irrupción de lo insólito en lo banal” y, sea cual fuere la solución que adopte el lector, en el interior del texto la duda permanece.

Se trata, pues, de un cuento plenamente fantástico, y trataremos de ver cómo se presenta.

 En cuanto a la forma, no tiene nada fuera de lo común: es un diario escrito en un lenguaje sencillísimo, sin complicaciones aparentes. Los personajes son pocos: Alina, la lejana; los demás no son más que evocaciones presentadas, de manera más o menos vivida, en el diario. Las acciones son pocas; no se relatan hechos, sino la historia de una situación que llega a un desenlace necesario.

Alina Reyes va siendo habitada por la otra mujer de la misma manera que una casa puede estar habitada por fantasmas: su presencia no tiene causa aparente, es inevitable e impredecible. La lejana entra en la conciencia de Alina en cualquier momento, interrumpe cualquier actividad. Alina puede estar en el concierto, puede estar en medio de una conversación, o encontrarse sola en su cuarto; de todos modos la presencia extraña, la conciencia de la otra mujer, se introduce en la mente de Alina, causando un terrible estado de angustia progresiva. Se impone el paralelo con “Casa tomada”: en ambos cuentos hay una ocupación por parte de un elemento extraño, ocupación que es exterior en “Casa tomada” e interior en “Lejana”; en el último caso, la invasión es a la vez más clara y más misteriosa. En efecto, aquí sabemos quién es el ocupante (aunque el saber sea muy impreciso: es un ser humano, una mujer, y está lejos); pero, a diferencia de “Casa tomada”, la ocupación no se va realizando de manera concreta, pieza por pieza, en partes claramente definidas de la conciencia. Pero en ambos cuentos la ocupación es progresiva, y llega inevitablemente a la totalidad. Los habitantes de la casa van siendo desalojados poco a poco, hasta que quedan relegados a la calle; la presencia indefinida lo toma todo, no queda más remedio que huir. Alina, por su parte, es invadida también por la otra, hasta el momento en que es desalojada de su cuerpo o, lo que es lo mismo en este caso, totalmente poseída. La lejana ocupa por entero la casa que es el cuerpo de Alina. En “Casa tomada” no se sabe nunca la identidad del ocupante. En “Lejana” la que era una presencia indefinida y difusa se va haciendo progresivamente más nítida, más precisa. Aparecen algunos nombres: el de un hombre, el de una plaza, el de una calle, que se van acumulando después de la revelación inicial del nombre de una ciudad: Budapest.

 En cuanto a Alina, está dividida entre la conciencia de lo que le está pasando y la necesidad de negar, por salud mental, el fenómeno. Sabe lo que le pasa, pero no está segura, o más bien no quiere dar crédito a lo que sabe: “Porque todo lo pienso con la secreta ventaja de no querer creerlo a fondo”. Trata de evadirse pretendiendo que no siente, pero no puede escapar: “No es que sienta nada. Sé solamente que es así”. No se da aquí el sentimiento onírico que vimos en “Casa tomada”. Alina sí trata de defenderse contra ese fenómeno extraño, esa presencia de la otra que, de ser cierta, significaría que está ocurriendo lo que no puede ser. Prefiere pensar que se trata de una enfermedad, de un trastorno mental; trata de racionalizar lo más posible, para salvarse: “Ir allá y convencerme de que la soltería me dañaba, nada más que eso, tener veintisiete años y sin hombre”.

 Decide que lo que ocurre no es verdad: “Lo he soñado, no es más que un sueño, pero cómo adhiere y se insinúa hacia la vigilia”. Se propone, para deshacerse de la presencia de la otra, no volver siquiera a escribir sobre ella. Y efectivamente no vuelve a escribir. El final del cuento es la narración de un tercero, anónimo, que relata la derrota de Alina y su posesión final y definitiva. Cuando Alina Reyes decide irse a Budapest cae víctima de su propio juego. Su intención era dar un paso liberador, para convencerse de la irrealidad de sus sensaciones. Pero al tomar la decisión hace desaparecer la distancia física que había entre ella y la lejana, hace posible el encuentro final. Es ella la que, como en una pesadilla, se pone al alcance de su invasora.

El fenómeno que ocurre en “Lejana” es al mismo tiempo un problema de doble identidad y de fragmentación de la personalidad. Cuando relata los hechos en su diario, Alina usa multitud de expresiones ambiguas que dejan ver, en transparencia, que es dos personas a la vez: “porque soy yo y le pegan”, dice al hablar de la mujer. Y más adelante: “Le pasaba a aquella, a tan lejos”; “porque a mí, a la lejana, no la quieren”.

 Cuando decide curarse de esa enfermedad extraña, resuelve “ir a buscarme” a Budapest, “salir en busca mía y encontrarme”, para preguntarse: “¿Y si estoy?”. Pero no, decide, ella habrá de prevalecer, habrá de ser la más fuerte, la otra “se doblegará, si realmente soy yo...” Y cuando el relato pasa al narrador anónimo la tercera persona, que antes era sólo la lejana, indica también a Alina. En ese momento el uso de la tercera persona para las dos señala y refuerza la unión.

Todo el cuento es un juego constante entre las dudas de Alina y la conciencia de la otra presencia interior. El elemento extraño e imposible entra de golpe, desde el principio: “Anoche fue otra vez...” Lo que “fue” parece impreciso y vago al comienzo, es como si se hablara de un insomnio (que, por cierto, Alina padece) o de una jaqueca, pero lo que “fue” es “ésta que no es la reina, y que otra vez odio de noche”.

Desde el comienzo, a pesar de la diferencia enunciada, puesto que la otra “no es la reina”, hay conciencia de la identidad existente entre las dos mujeres: “Esa que es Alina Reyes pero no la reina del anagrama”. Hay una clara progresión en la presencia de la lejana: aparece primero en sueños y luego va invadiendo poco a poco las horas de la vigilia, hasta estar en los gestos más normales de la vida cotidiana.

El juego identidad-diferencia constituye el meollo del cuento. La lejana no tiene el nombre de Alina, no comparte con ella sus características superficiales; no pertenecen al mismo nivel social, no tienen las mismas costumbres ni la misma forma de vida. Pero en lo profundo, en la esencia, la lejana es Alina Reyes. Incluso se podría decir que es la otra cara de Alina Reyes, su antípoda moral, social y psicológica: mientras que la una es rica, la otra es pobre; la una vive en América del Sur y la otra en Europa; Alina tiene una existencia cuidada, protegida, y una vida social muy intensa, mientras que la lejana sufre hambre y frío, no tiene amigos, está expuesta a los golpes, llora. En cierta forma, no puede haber nada más opuesto a Alina Reyes que una mendiga de Budapest. Esa especie de hermanita pobre de Alina, que es a la vez ella misma, la completa de algún modo extraño y no bien definido. Y, como en buena parte de los casos en que en la literatura aparece el doble o el “otro yo”, es odiada por Alina: “Puedo solamente odiarla tanto”. Pero no hay sólo odio, sino un sentimiento muy ambivalente, en que intervienen también el orgullo, la ternura, las ganas de ayudar a la otra, cierto sentimiento de solidaridad:

A veces sé que tiene frío, que sufre, que le pegan. Puedo solamente odiarla tanto, aborrecer las manos que la tiran al suelo y también a ella, a ella todavía más porque le pegan, porque soy yo y le pegan. [...] Que sufra, que se hiele; yo aguanto desde aquí, y creo que entonces la ayudo un poco.

 En las visiones o sensaciones que sufre el personaje, el espacio real se comprime. La distancia que separa normalmente Buenos Aires de Budapest desaparece, los dos espacios se superponen en la conciencia de Alina, que se expande para incluir el espacio de Budapest. La unión entre los dos seres y los dos espacios se realiza, simbólicamente, en un puente. Esto es claro para Alina, pero lo que no queda definido es lo que pasa con el tiempo. Alina permanece constantemente en la duda acerca de si lo que ve está pasando en el momento mismo en que ella lo percibe, o si se trata de hechos pasados o futuros: “Pero me he vuelto canalla con el tiempo, ya no le tengo respeto. [...] A lo mejor me llega tarde, a lo mejor no ha ocurrido todavía”.

En este cuento se vuelve a confirmar la hipótesis enunciada al principio, según la cual muchas veces lo fantástico viene de que se toma literalmente una expresión que por lo general se emplea en sentido figurado. Cuando Alina habla de “ir allá y encontrarme”, este “encontrarse” pierde por completo su sentido metafórico, para asumir el literal, que es terrible. Cuando encuentra a la mendiga, se encuentra realmente, en todo el sentido de la palabra; el desenlace de la situación confirma esta hipótesis fantástica.

Como todo autor de cuento fantástico, Cortázar juega constantemente con la incredulidad del lector. Lo convence primero, para luego introducir una duda, que a su vez se verá eliminada por los hechos. La inquietud y la tranquilidad se suceden en el lector a medida que recorre el texto, pero el final no le ofrece una solución, sino que lo deja en la duda.

 Fuente: FLORA BOTTON BURLÁ, LOS JUEGOS FANTÁSTICOS, FACULTAD DE FILOSOFÍA y LETRAS, UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MEXICO, 2003.

 


Análisis de Casa tomada de Julio Cortázar (II)

 

Análisis de Casa tomada de Julio Cortázar (II)

 

Dentro de la paz y la rutina diaria de un hermano y una hermana solterones, que viven juntos en la vieja casa de la familia, entra una presencia extraña que viene a cambiar por completo sus vidas: la sensación de algo o alguien que ocupa paulatinamente la casa, hasta que los dos hermanos se ven obligados a abandonarla. Este episodio aparentemente tan simple está lleno de complicaciones, de recovecos que se deben examinar.

Hay una insinuación de extrañeza desde las primeras líneas: la casa se establece como el personaje central de la historia. Es el eje alrededor del cual giran las vidas de los hermanos, cuya ocupación principal es el aseo, el orden de la casa familiar, que casi llega a tener un alma: “A veces llegamos a creer que era ella la que no nos dejó casarnos”, dice el narrador que, por otra parte, está perfectamente feliz con esa tiranía habitacional.

Él y su hermana viven plácidamente, en un “simple y silencioso matrimonio de hermanos”, una unión de dos seres solitarios, cuya paz es interrumpida por la aparición de lo insólito: al oír un ruido que viene del otro lado de la casa, el narrador cierra inmediatamente la puerta de comunicación: “Han tomado la parte del fondo”.

El lector se pregunta quién. ¿Quién o qué? ¿Cómo? ¿Por qué? Ellos, los personajes, no se preguntan nada. No tratan de investigar, de protestar, de impedir la invasión: simplemente saben, y aceptan con fatalismo y resignación. Y eso que saben se mantiene latente durante todo el cuento, sin presentarse nunca a la vista. Sentimos que no hay posibilidad de rechazar esa ocupación desconocida que, por extraño que pueda parecer, no modifica en gran cosa la vida de los dos hermanos. Aparte de la añoranza de algunos objetos familiares que han sido dejados del otro lado, sus hábitos no cambian mucho: las labores domésticas se simplifican, la lectura del hombre es sustituida por una colección de estampillas.

La insistencia en la cotidianidad de los hechos, la calma con que se toma la situación, realzan la impresión de extrañeza. Lo prosaico de la vida de los personajes, su uniformidad, es tan grande que acaba por parecer extraño. La hermana llena los días tejiendo, atiborrando los cajones de objetos que nunca serán usados por nadie: el narrador descubre “el cajón de abajo de la cómoda de alcanfor lleno de pañoletas blancas, verdes, lilas. Estaban con naftalina, apiñadas como en una mercería; no tuve el valor de preguntarle a Irene qué pensaba hacer con ellas”.

El narrador, por su parte, no tiene ocupaciones fuera de la casa; emplea su tiempo en la limpieza, en las labores domésticas y en la lectura. Estos dos solterones ordenados, casi maniáticos, viven con toda discreción una vida en tono menor, una especie de sinfonía de grises, en que la invasión de la casa viene a dar la nota discordante, pero sin lograr  cambiar el ritmo de la vida.

 Cuando la ocupación llega a ser total los dos personajes  huyen; salen corriendo, sin echar una mirada hacia atrás, y abandonan la casa en manos del invasor (¿o invasores?),  del que cabe preguntarse si existe siquiera.

La solución no  está dada en el texto, que conserva hasta el final la incertidumbre, la ambigüedad de lo desconocido.

 En este cuento hay tres cosas que llaman la atención: el contraste entre lo definido y lo indefinido, el tratamiento del espacio y la falta de resistencia a la invasión.

La descripción de la casa, de las ocupaciones domésticas, de la rutina diaria, es sumamente precisa: se citan siempre horas exactas para las tareas cotidianas, la hora precisa en que ocurren las invasiones, y todo ello contrasta fuertemente con la imprecisión en cuanto a las invasiones mismas, con el hecho de que nunca se muestra la ocupación de la casa, sino que se dice solamente que va siendo ocupada cada vez más, dejando cada vez menos espacio a sus ocupantes.

Y esto nos lleva al problema del espacio. Todo el cuento transcurre dentro de un espacio cerrado, rígidamente circunscrito por los muros de la casa. Las salidas semanales del narrador a las librerías y a comprar estambre para su hermana no añaden otro espacio al mundo del relato. En las calles el personaje no vive, sino que va a buscar las provisiones necesarias para su vida real, la que transcurre dentro de la casa; el mundo exterior es totalmente ajeno a la vida de los personajes. Y el mundo interior, el espacio de la casa, se va reduciendo progresivamente, al ritmo de la invasión, hasta que la falta de espacio vital empuja a los personajes a su única salida real al mundo exterior.

En cuanto a la falta de resistencia, es uno de los problemas más interesantes que plantea este texto. Un hombre y una mujer de edad madura, que parecen seres sensatos y bastante equilibrados a pesar de sus pequeñas excentricidades, se rinden inmediatamente, sin chistar, a la evidencia de una invasión invisible; no hay un solo intento de análisis o de racionalización, lo cual hace pensar que, en su origen al menos, podría tratarse de un sueño. Esto recuerda, en efecto, esa situación típica de ciertas pesadillas, en que sentimos que algo nos persigue y corremos despavoridos, sin que se nos ocurra detenernos a mirar hacia atrás. El soñador huye sin resistir, sin investigar qué es lo que lo hostiga y lo aterra, con la seguridad, incuestionable, de que es lo único que puede hacer.

 

Además de la falta de resistencia, el tratamiento del tiempo y de ciertos detalles también hace pensar en los sueños. Se da, como ya hemos dicho, la hora precisa en que se realizan todas las tareas cotidianas, la hora en que los hermanos se levantan y aquella en que van a la cama, pero no hay un solo indicio que permita saber cuánto tiempo transcurre desde el comienzo hasta el final del cuento, ni si pasan días, semanas o meses entre la primera y la segunda invasión. La abundancia de detalles triviales sobre las bufandas o los suéteres tejidos por la hermana se contrapone con la falta absoluta de información sobre ese acontecimiento crucial que es la ocupación de la casa. Esto ocurre constantemente en las experiencias oníricas: aparece Fulano, cuya presencia en tal lugar o en determinada situación sería completamente absurda en la vida real, y el soñador ni tiene ni pide la explicación; puede ver, en cambio, hasta los más mínimos detalles del atuendo de su personaje, el color de su camisa o si ha cambiado de peinado, etcétera.

No quiero decir con esto que el ambiente de “Casa tomada” sea onírico, sino que creo que el procedimiento narrativo que utiliza Cortázar está muy directamente relacionado con la forma de algunos sueños. La mezcla “irracional” de precisión e imprecisión, la falta absoluta de lo que sería una reacción normal en la vida consciente, la ausencia de protesta o de resistencia por parte de dos personas que con toda seguridad jamás permitirían que el tendero les cobrara cinco centavos más por una botella de leche, me parecen reflejos, conscientes o no, de una experiencia onírica.

 Lo insólito se presenta aquí como un elemento disruptor, como una agresión al orden, a la rutina diaria. La continuación de esta rutina aun después de la primera invasión podría entenderse, me parece, como un esfuerzo por asimilar el desorden, por absorberlo y volverlo parte del orden general. Esta, aunque parece ser involuntaria, es la única resistencia que oponen los personajes. Ellos, aunque en medio de una invasión, se niegan a darse por enterados, y quieren continuar como si nada.

Existe la tentación de dar a este texto una interpretación alegórica, de hablar de la enajenación del mundo moderno, de la invasión del hombre latinoamericano por el sistema opresor, y sin duda serían lecturas legítimas. Pero, en cuanto a los textos de Cortázar en general, me parece que vale lo que dice Todorov a propósito de Kafka:

Ciertamente se pueden proponer varias interpretaciones alegóricas del texto, pero éste no ofrece ninguna indicación explícita que pudiera confirmar una u otra.

[...] sus relatos se deben leer ante todo como relatos, en el nivel literal.

 

Fuente: FLORA BOTTON BURLÁ, LOS JUEGOS FANTÁSTICOS, FACULTAD DE FILOSOFÍA y LETRAS, UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MEXICO, 2003.

 

Para otro análisis de casa tomada pulsar aquí:

http://elblogdemara5.blogspot.com/2009/04/analisis-de-casa-tomada-de-julio.html

 

Para actividades didácticas y guía de lectura pulsar aquí:

 

http://elblogdemara5.blogspot.com/search?q=casa+tomada

Si necesita descargar el cuento pulsar aquí:

Biblioteca Casa tomada de Julio Cortázar (1)

 

 

26 de octubre de 2021

La identidad como construcción

 

EN BUSCA DE LA ARGENTINIDAD

 

La identidad como construcción

 

La identidad de un país o de un pueblo es una construcción en el tiempo. En su carácter de proceso histórico, cambia con las épocas y aparece en constante redefinición. Está relacionada con la forma en que nos vemos a nosotros mismos, con el hecho de reconocernos como integrantes de una comunidad y no de otra. En tal sentido, el arte y la literatura tienen un lugar fundamental en la elaboración de las representaciones y los símbolos.

que los integrantes de una comunidad identificarán como propios. Un cuadro, una canción o una novela pueden ser mucho más eficaces que una ley, un discurso o una frontera para generar un sentimiento de pertenencia a un grupo y sentirse parte de una tradición.

Por otro lado, la identidad es dinámica y cambiante. Una definición muy rigurosa de "lo argentino", por ejemplo, correría el riesgo de segregar a todo aquello que no se ajustara a su normativa.

 

Mitos argentinos

Los mitos fundadores de una identidad, muchas veces, tienen que ver con episodios cruciales de la vida de un país: la gesta de la independencia, una guerra civil, el diseño de una nación. Otras veces, los hechos que se graban en el sentimiento colectivo tienen un origen recóndito y pueden ser encarnados por un cantor, una música o un gran deportista.

La literatura argentina ha sido un terreno fértil para reflexionar sobre la naturaleza nacional, postular identidades y proponer tradiciones.

En ese sentido, la figura y la obra de Domingo Faustino Sarmiento resultan ineludibles ya que, como se hace evidente en Facundo, no solo se propuso pensar el país, sino también hacerlo. Como intelectual y escritor, fundó una interpretación binaria de la realidad basada en los conceptos antagónicos de civilización y barbarie-, que guio su vocación política.

Tanto en su actividad periodística como desde la presidencia, Sarmiento intentó influir en la esfera pública de la recién creada nación argentina para modernizar al país e integrarlo a lo que, en la época, se entendía como progreso.

Para alcanzar ese objetivo, Sarmiento aspiraba a reproducir, en la Argentina, las innovaciones tecnológicas, educativas y sociales vigentes en

la Europa industrializada del siglo XIX y, en especial, en los Estados Unidos.

A partir de la dicotomía civilización y barbarie, propuso una lectura de la sociedad argentina que fue aceptada y empleada por muchos y, también, discutida por otros a causa de su maniqueísmo. En cualquier caso, desde mediados del siglo XIX, constituye una idea omnipresente en el pensamiento argentino.

La obra de Sarmiento influyó, a su vez, en la conformación de dos mitos relacionados con la identidad de los argentinos: la pampa y el gaucho.

Es notable apreciar mo la visión de los viajeros europeos de la época influyó en la mirada del autor de Facundo sobre el paisaje y los habitantes. Ese hecho lleva a reflexionar, por otra parte, acerca de la importancia que tiene la mirada de los otros en la idea que nos formamos de nosotros mismos.

Nosotros y los otros

Otro mito relacionado con la identidad lo constituye la idea de la Argentina como "crisol de razas": el país concebido como una suerte de espacio mágico en el que las tradiciones de los pueblos originarios y las de los criollos se funden con las de los inmigrantes de todo el mundo para generar una identidad nueva, homogénea e integradora.

Adán Buenosayres, novela que el escritor argentino Leopoldo Marechal publien 1948, suscribe de algún modo esa propuesta amable e idealizadora. Allí se describe una Buenos Aires transfigurada, babélica, en la que se está forjando la futura argentinidad.

Sin embargo, la integración de los inmigrantes no siempre fue reflejada como un proceso carente de conflictos. Las novelas de Eugenio Cambaceres, en las últimas décadas del siglo XIX, evidencian la crispación que provocó en las élites porteñas la presencia de los recién llegados. Si en el relato de Marechal se vislumbra un porvenir armónico, en los textos de Cambaceres, en cambio, la idealización se proyecta hacia el pasado. Ese tiempo es considerado como la edad de la pureza y la virtud, en la que ni la ciudad ni la familia se veían amenazadas por presencias indeseables.

 En ese sentido, novelas como Sin rumbo o En la sangre proponen una versión restringida de lo nacional al identificarlo con el imaginario de una clase social. Algo similar ocurrió medio siglo s tarde al producirse la irrupción del peronismo en la escena nacional. La migración interna y el cambio demográfico de las ciudades provocó una reacción por parte de las clases media y alta. Sentían que el peronismo había perturbado la vida cotidiana al posibilitar que se generaran prácticas sociales y costumbres en las que los antiguos habitantes ya no se reconocían.

 Los cuentos "Casa tomada'', de Julio Cortázar, y "Cabecita negra'', de Germán Rozenmacher, permiten reflexionar sobre ese momento histórico. Ambos relatos ponen de manifiesto la presencia de identidades de clase -recortadas dentro de una identidad nacional más amplia-, que presentan una versión restrictiva de la noción que nos ocupa.

En un sentido contrario, tanto el americanismo como la identificación con el universo de la lengua española demuestran, en otros textos de la literatura de nuestro continente, que el sentimiento de pertenencia no siempre se reduce a los límites y las fronteras de los países.

 

Fuente: Literatura V, Ed. Estrada, Buenos Aires, 2012

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