En la mitología griega, Sueño y Muerte, Hypnos y Thanatos, son dos hermanos gemelos. Recordemos que también para los judíos, al menos a partir de los tiempos posteriores al exilio, la muerte era comparable al sueño. Sueño en la tumba (Job, III, 13-15; III, 17), en el Sheol (Ecles., IX, 3; IX, 10) o en los dos lugares a la vez (Salmo LXXXVIII, 87). Los cristianos han aceptado y elaborado la equiparación muerte-sueño: in pace bene dormit, dormit in somno pacis, in pace somni, in pace Domini dormias, figuran entre las fórmulas más populares de la epigrafía funeraria .
Desde el momento que Hypnos es el hermano de Thanatos, se comprende por qué, tanto en Grecia como en la India y en el gnosticismo, la acción de «despertarse» tenía una significación «soteriológica» (en el sentido amplio del término). Sócrates despierta a sus interlocutores a veces mal de su grado. «¡Qué violento eres, Sócrates!», exclama Calicles (Gorgias, 508 d). Pero Sócrates está perfectamente consciente de que su misión de despertar a las gentes es de origen divino. No deja de recordar que está «al servicio» de Dios (Apología, 23, c; cf. también 30 e; 31 a; 33 c). «Uno semejante a mí, atenienses, no le encontraréis fácilmente, como gentes adormiladas a las que se despierta; quizá me golpearéis, dando oídos a Anyto, y me condenaréis a muerte irreflexivamente; y a continuación dormiréis toda la vida, a menos que Dios no os envíe a otro, por amor a vosotros» (Apol., 30 e).
Anotemos esta idea de que es Dios el que, por amor a los hombres, les envía un Maestro para «despertarlos» de su sueño, que es a la vez ignorancia, olvido y «muerte». Se encuentra este motivo en el gnosticismo, pero, bien entendido, considerablemente elaborado y reinterpretado. El mito gnóstico central, tal como nos lo presenta el Himno de la Perla conservado en las Actas de Tomás, se articula en torno del tema de la amnesia y la anamnesis. Un príncipe llega al Oriente para buscar en Egipto «la perla única que se encuentra en medio del mar rodeada por la serpiente del silbido sonoro». En Egipto fue capturado por los hombres del país. Le dieron a comer de sus comidas y el príncipe olvidó su identidad. «Olvidé que era hijo de rey y servía a su rey y olvidé la perla por la cual mis parientes me habían enviado, y por el peso de su comida caí en un profundo sueño.» Pero los parientes se enteraron de lo que le había sucedido y le escribieron una carta. «De tu padre, el rey de reyes, y de tu madre, soberana del Oriente, y de tu hermano, nuestro segundo hijo, ¡salud! Despiértate y levántate de tu sueño, y escucha las palabras de nuestra carta. Recuerda que eres hijo de rey. Considera en qué esclavitud has caído. Acuérdate de la perla por la cual fuiste enviado a Egipto.» La carta voló como un águila, descendió sobre él y se hizo palabra. «Con su voz y su zumbido me desperté y salí de mi sueño. La recogí, la besé, rompí el sello, la leí y las palabras de la carta concordaban con lo que estaba grabado en mi corazón. Me acordé de que era hijo de padres reales y de que mi alta alcurnia afirmaba su naturaleza. Me acordé de la perla por la que había sido yo enviado a Egipto y me puse a encantar a la serpiente del silbido sonoro. La dormí con encantamientos, después pronuncié sobre ella el nombre de mi padre, me traje la perla y me impuse el deber de volver a la casa de mi padre».
El Himno de la Perla tiene una continuación (el «vestido luminoso de que el Príncipe se despojó antes de su marcha, y que encuentra al volver») que no concierne directamente a nuestro propósito. Añadamos que los temas del exilio, la cautividad en un país extranjero, el mensajero que despierta al prisionero y le invita a ponerse en camino, se vuelven a encontrar en un opúsculo de Sohrawardî, Relato del exilio occidental .
Cualquiera que sea el origen del mito, probablemente iranio, el mérito del Himno de la Perla es el de presentar bajo una forma dramática algunos de los motivos gnósticos más populares. Analizando, en un libro reciente, los símbolos y las imágenes específicamente gnósticas, Hans Jonas ha insistido sobre la importancia de los motivos de «caída, captura, abandono, enfermedad del país, adormecimiento, sueño, embriaguez»1 . No es éste el momento de considerar de nuevo este considerable acervo de símbolos. Sin embargo, citemos algunos ejemplos particularmente sugestivos.
Al volverse hacia la Materia, «quemando el deseo de conocer el cuerpo», el alma olvida su propia identidad. «Olvidó su morada original, su verdadero centro, su ser eterno.» Con estos términos El Châtîbî presenta la creencia central de los Harranitas . Según los gnósticos, los hombres no sólo duermen, sino que les gusta dormir. «¿Por qué os gusta siempre el sueño y tropezáis con los que tropiezan?», pregunta Gînza. «Que aquel que oiga se despierte de su pesado sueño», se escribe en el Apócrifo de Juan .
El mismo motivo se vuelve a encontrar en la cosmogonía maniquea, tal como nos la conserva Teodoro Bar Chonai: «Jesús el Luminoso descendió hasta el inocente Adán y le despertó de un sueño de muerte para que fuera liberado...». La ignorancia y el sueño se expresan asimismo en términos de «embriaguez». El Evangelio de Verdad comparaba aquel «que posee la Gnosis» con «una persona que, después de haberse embriagado, recupera la sobriedad y, vuelta en sí misma, afirma de nuevo lo que es esencialmente suyo» . Y Gînza cuenta cómo Adán «se despertó de su sueño y levantó los ojos hacia el lugar de la luz» .
A justo título, Jonas observa que, por una parte, la existencia terrestre se define como «abandono», «temor», «enfermedad del país», y por otra, se la describe como «sueño», «embriaguez» y «olvido»: «es decir, ha revestido (si exceptuamos a la embriaguez) todos los caracteres que en una época anterior se atribuían a la condición de los muertos en el mundo subterráneo» .
El «mensajero» que «despierta» al hombre de su sueño trae a la vez la «Vida» y la «salvación». «Soy la voz que despierta del sueño en el Eón de la noche», así empieza un fragmento gnóstico conservado por Hipólito (Refut., V, 14, 1).
El «despertar» implica la anamnesis, el reconocimiento de la verdadera identidad del alma, es decir, el reconocimiento de su origen celeste. Sólo después de haberle despertado revela el «mensajero» al hombre la promesa de la redención y finalmente le enseña cómo debe comportarse en el Mundo . «Sacude la embriaguez en la que te has dormido, ¡despiértate y contémplame!», está escrito en un texto maniqueo de Turfan . Y en otro: «Despiértate, alma de esplendor, del sueño de embriaguez en que estás sumido (...), sígueme al lugar elevado donde morabas en el comienzo» .
Un texto mandeo cuenta cómo el Mensajero celeste despertó a Adán, y continúa en estos términos: «He venido para instruirte, Adán, y liberarte de este mundo de aquí. Presta oídos, escucha e instrúyete, y elévate victorioso al lugar de la luz» . La instrucción comprende asimismo la prescripción de no dejarse ya más vencer por el sueño. «No te adormiles ni te duermas, no te olvides de lo que te ha encargado el Señor»
Ciertamente, estas fórmulas no son un monopolio de los gnósticos. La Epístola a los Efesios, V, 14, contiene esta cita anónima: «Despiértate, tú que duermes, levántate de entre los muertos y sobre ti brillará Cristo.»
El motivo del sueño y del despertar se vuelve a encontrar en la literatura hermética. Se lee en el Poimandres: «Oh vosotros, nacidos de la tierra, que os habéis abandonado a la embriaguez y al sueño y a la ignorancia de Dios, ¡retornad a la sobriedad!, renunciad a vuestra embriaguez, al encanto de vuestro sueño insensato» .
Recordemos que la victoria sobre el sueño y la vigilia prolongada constituyen una prueba iniciática bastante extendida. Se encuentra ya en los estadios arcaicos de cultura. Entre ciertas tribus australianas, los novicios en vías de iniciación no deben dormir en tres días, o incluso se les prohibe acostarse antes del alba. Habiendo marchado en búsqueda de la inmortalidad, el héroe mesopotamio Gilgamest llega a la isla del Antepasado mítico Ut-napishtin. Allí debe velar seis días y seis noches, pero no logra pasar esta prueba iniciática y pierde la oportunidad de adquirir la inmortalidad. En un mito norteamericano del tipo de Orfeo y Eurídice, un hombre que acaba de perder a su mujer logra descender a los infiernos y volverla a encontrar. El Señor del Infierno le promete que podrá llevarse a su mujer a la Tierra si es capaz de velar toda la noche. Pero el hombre se duerme precisamente antes del alba. El Señor del Infierno le da una nueva oportunidad, y para no estar cansado la noche siguiente, el hombre duerme durante el día. Con todo, no logra velar hasta el alba, y se ve obligado a retornar sólo a la Tierra.
Se ve, pues, que no dormir no es únicamente triunfar de la fatiga física, sino, ante todo, dar prueba de fuerza espiritual. Permanecer «despierto», estar plenamente consciente, estar presente en el mundo del espíritu. Jesús no cesaba de exhortar a sus discípulos para que velasen (cf., por ejemplo, Mat., XXIV, 42). Y la noche de Getsemaní se hizo particularmente trágica por la incapacidad de sus discípulos de velar con Jesús. «Mi alma está triste hasta morir, permaneced aquí y velad conmigo» (Mateo, XXVI, 38). Pero cuando volvió, los encontró durmiendo. Dijo a Pedro: «Así, no habéis tenido fuerzas para velar una hora conmigo» (XXVI, 40). «Velad y rezad», les recomienda de nuevo. Todo en vano; al volver los «encontró de nuevo durmiendo, pues sus ojos estaban pesados» (XXVI, 41-43; cf. Marcos, XIV, 34 ss.; Lucas, XXII, 46). También esta vez se comprobó que la «vigilia iniciática» era superior a las fuerzas humanas.
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