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8 de enero de 2009

La literatura como hecho artístico

La literatura como hecho artístico
¿Qué es el arte?
Se caracteriza al arte como producto de una actividad humana consciente, opuesto a los productos de la naturaleza, aunque muchas veces, una obra artística no proviene de una intención artística. Así, los antiguos egipcios construyeron magníficas obras de arte pero su intención era albergar el cuerpo del faraón y ayudarlo a pasar a la inmortalidad.
En cualquier caso, la estética se ocupa de una clase de objetos mucho más limitada que el conjunto de cosas hechas por el hombre. La estética se ocupa de las cosas hechas por el hombre sólo en cuanto pueden ser contempladas estéticamente. Si bien todos los objetos pueden ser susceptibles de tal contemplación, también es cierto que hay muchas formas de mirar los objetos hechos por el hombre.
La característica primordial del arte es cómo actúa en nuestra experiencia. ¿Para qué puede servir la música, además de para oírla y disfrutarla? Los objetos artísticos pueden ser, entonces, en primera instancia, aquellos objetos hechos por el hombre que actúan estéticamente sobre los sentidos y la experiencia humana.
Para algunos estudiosos del arte, como Benedetto Croce, las obras de arte expresan los sentimientos humanos. Es decir, el creador expresa en ellas sus sentimientos, ya sean de alegría, tristeza, melancolía, sufrimiento, felicidad, angustia. Sin embargo, lo importante para esta corriente no es lo que sintió el artista sino lo que expresan sus obras.
Arte y política
El arte muchas veces tiende a reflejar las ideas políticas y los prejuicios de la época en que fue concebido. Así, en la novela La bolsa (1891) de Julián Martel, se culpaba de la crisis económica argentina de 1889-1890 a los judíos. Se suponía que conspiraban para quedarse con toda la riqueza y dominar al mundo. Los judíos eran descriptos en la novela como seres enfermos, raquíticos y anémicos, “pálidos, rubios, linfáticos, de cara antipática y afeminada” y con “expresión de buitre”.
Gran parte de esas ideas fueron compartidas por los nazis que, en la década de 1930 a 1940, sometieron a millones de judíos a persecuciones, torturas, encierro en campos de concentración y asesinatos masivos.
Así también, la película El acorazado Potemkim (1925), del director Serguei Eisenstein (1898- 1948), constituye una obra de arte del cine mudo, estrechamente relacionada con la política. La película es una metáfora de las injusticias sociales que se producían en Rusia durante el zarismo y, a la vez, puede leerse como propaganda de la revolución bolchevique de 1917.
También hay un arte que denuncia situaciones políticas de dictaduras contemporáneas. Así por ejemplo, en la película argentina Tiempo de revancha (1982) de Adolfo Aristarain, hay una escena en la que el personaje interpretado por Federico Luppi se corta la lengua. Mientras se filmaba la película, la Argentina estaba gobernada por una junta militar, un gobierno de facto no elegido por el pueblo. Esa junta militar ejercía el terrorismo de Estado y la censura: miles de personas eran secuestradas, torturadas y muertas. Y estaba prohibido cualquier discurso que criticara a la dictadura militar. Es posible que con la escena de la automutilación, Aristarain denunciara la censura, el horror y la muerte llevadas a cabo por el gobierno dictatorial.
Hay una larga discusión respecto del papel que deben cumplir las obras artísticas y si deben o no comprometerse con la política. Para algunos autores todo arte es político, ya que, de una u otra manera, reproduce, critica o avala lo que sostiene el poder de turno.
La responsabilidad social del arte
Para algunos filósofos y cientistas sociales, el arte es primariamente una fuerza social y no tiene un fin en sí mismo como pensaba Oscar Wilde. Muchos sociólogos, como Pierre Joseph Proudhon (1809-1865) o Karl Marx (1818-1883), imaginaron futuros en los que las sociedades no padecían violencias ni explotación, donde la belleza de la vida podía
verse reflejada en el arte. Para Marx especialmente, tal como hemos explicado, el capitalismo convierte al obrero en un robot; el ser humano se confunde con la máquina al tener que repetir horas y horas el mismo movimiento, encerrado y privado de la luz del sol, para producir las mercancías. No pone en su trabajo ni en la mayor parte de las horas de su vida, creatividad, imaginación ni amor. El hombre, para Marx, está alienado, es decir, despojado y separado de su condición de hombre.
Este “mundo sin corazón”, tal como lo describía Marx, fue criticado en el plano estético por los ingleses John Ruskin (1819-1900) y William Morris (1834-1896). Ellos denunciaron la fealdad de las máquinas de las fábricas, que, creadas por el hombre, convertían a otros hombres en autómatas y los explotaban. Asimismo, las máquinas les parecían estéticamente horribles, y denunciaron la manera en que la tecnología destruye la belleza natural.
Según Morris, sólo la justicia social y la igualdad entre los hombres convierte al arte en lo que debe ser: “la expresión de la felicidad del hombre en su trabajo..., hecho por el pueblo y para el pueblo, como algo causante de felicidad en el realizador y en el usuario”.
Muchos artistas creyeron que tenían una responsabilidad social. En La cabaña del tío Tom la autora Harriet Beecher Stowe denunció los abusos y las inhumanidades que se cometían contra los esclavos en los Estados Unidos. Ellos habían sido “cazados” en África como animales, transportados encadenados en barcos a América, vendidos en subastas públicas como mercaderías y obligados a trabajar gratuitamente, en condiciones inhóspitas, en las plantaciones sureñas de azúcar. Stowe cuenta la historia de varios de ellos, principalmente del esclavo Tom que es muerto a golpes por uno de sus amos.
En cine, tendencias como el neorrealismo italiano de la segunda posguerra denunciaron las consecuencias de la guerra en la vida cotidiana de las clases más pobres. En la película Ladrón de bicicletas (1949), de Vittorio de Sica, para citar un ejemplo, se muestra la desesperación de un hombre y su hijo cuando le roban la bicicleta que usaba para trabajar.
Arte y moral
La teoría estética del escritor Oscar Wilde es la del arte por el arte. Para él, la obra de arte no puede ser juzgada desde el punto de vista moral. El ámbito del artista es todo lo existente, es decir, también los vicios, los pecados, las maldades y las perversiones, y no puede ser juzgado por escribir sobre ellos en un libro, pintarlos o esculpirlos.
En el prólogo de su novela El retrato de Dorian Gray, Wilde expresa su postura: “El artista es el creador de cosas bellas. […] Un libro no es, en modo alguno, moral o inmoral. Los libros están bien o mal escritos. Eso es todo. […] Ningún artista es nunca morboso. El artista puede expresarlo todo”.
En cambio, en su ensayo ¿Qué es el arte? (1878), el novelista León Tolstoi (1828- 1910) señalaba que el arte debe contribuir a unir a los hombres, a comunicarse entre sí y debe además, acordar con los criterios morales de su época.
En su novela Anna Karenina, Tolstoi cuenta la historia de una mujer casada que deja a su esposo y se ve obligada a abandonar a su hijo, porque está enamorada de otro hombre. Sin embargo, la felicidad es imposible para Anna. El remordimiento por haber dejado a un
hombre bueno y la añoranza de su hijo le impiden ser feliz con su amante Wronsky y con la hija que tuvo con él. Además siente celos y teme ser abandonada por su nuevo amor.
Para Tolstoi, la pasión de Anna era condenable porque violaba el deber y la moral de su época. Por eso hace que su personaje muera trágicamente: Anna se suicida arrojándose a los rieles de un ferrocarril. Sin embargo, la manera en que son presentadas las pasiones de
la heroína suscitan la piedad y la comprensión del lector.
La idea del arte por el arte mismo es consecuencia, en cierta forma, de la teoría kantiana. Para Kant, la experiencia estética era la de un individuo aislado que contemplaba una obra plasmada de manera individual por otro artista. Así, el arte no tenía ninguna función moral o social. Los movimientos artísticos denominados “de vanguardia” —término que procede del francés avant-garde que era usado en el ámbito militar para referirse a los soldados que luchaban en la primera línea de combate— de finales del siglo XIX y comienzos del XX, pretendían restablecer la función social del arte.
Durante la Antigüedad y el Medioevo el arte cumplió con la función social de apoyar a los poderes políticos y religiosos. Pero las vanguardias pretendían unir al arte, los sueños individuales y los sueños sociales con el cambio social.

Publicación de la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires / Argentina- Dirección Provincial de Planeamiento - Programa Provincial Textos Escolares para Todos - ISBN 978-987-1417-04-9 • 1º Edición Julio 2007. Autores: Marcelo Raffin, Cecilia Caputo, Adrián Melo y Andrea Beatriz Pac.
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