La
crítica del arte
La estética se interesa
por el hecho artístico prescindiendo completamente del factor técnico y no
expresa juicios sobre la obra particular del artista. Pero aparece claro que si
es importante especular sobre la esencia y el valor del arte, no es menos
necesario juzgarlo en sus realizaciones concretas.
Cuando manifestamos
nuestra preferencia por esta o aquella obra, cuando decimos, por ejemplo, que
Picasso no nos agrada, ¿nos comportamos de un modo crítico? Reconozcamos
honradamente que, en la mayoría de las ocasiones, nos limitamos a expresar un
juicio personal, o lo que es lo mismo, a dejarnos llevar exclusivamente por
nuestro gusto. Y el gusto es algo transitorio, individual y contingente, en
tanto que la crítica es una ciencia, al propio tiempo que una forma especial de
arte, cuya creación u obra es el juicio crítico. Como ciencia, se apoya en el
conocimiento y en el análisis de las diferentes producciones, de las variadas
técnicas, de su evolución y de sus influencias recíprocas; como arte, requiere
un temperamento especial, una aguda sensibilidad.
Un mérito de los
griegos fue precisamente haberse ocupado del arte y de los artistas con
criterios a menudo distintos de los nuestros, pero que ya pueden llamarse
científicos, en la medida en que se basaron en el conocimiento de los distintos
elementos -técnicos y estilísticos- relativos al hecho creativo. En primer
lugar, a partir
del siglo IV, surge un vivo interés por la historia del arte, a
cargo principalmente de Aristóteles y sus continuadores. Algunos de éstos
establecen cuadros «genealógicos», fijando la sucesión y derivación de las
distintas escuelas e indicando a los autores más importantes, junto con sus
seguidores, con un criterio todavía vigente. Otros escritores, como Duris de
Samos se ocuparon, en calidad de biógrafos, de los artistas y llegaron a veces
a expresar juicios bastante certeros. En la época helenística se fue acentuando este
interés y surgieron los críticos puros. El juicio de algunos de ellos, como
Senócrates de Sición, escultor de la escuela de Lisipo, y Antígono de Caristia,
ambos del siglo II a.C, nos ha sido transmitido por Plinio el Viejo (m. el 79
d. de C.) en su colosal y erudita Naturalis Historia.
Senócrates, basándose
en el análisis de la técnica de un determinado artista, logra definirnos su
estilo y, consecuentemente, su personalidad artística. Sus conclusiones, como
es natural, no siempre son válidas para nosotros y así, por ejemplo, concede
menos valor a Fidias que a Lisipo y acusa a Policleto de haber dotado a sus
estatuas atléticas de toscas proporciones, errores de apreciación que tal vez
deban achacarse al gusto de su tiempo y que son excusables por gozar de
vigencia en todas las épocas. Lo importante era plantear por primera vez el
problema de la crítica de arte, y esto fue lo que hicieron los griegos de un
modo muy vivo y desembarazado e, incluso, a veces, con una sensibilidad
sorprendentemente moderna.
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