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21 de agosto de 2013

POETAS ROMÁNTICOS LATINOAMERICANOS

 POETAS ROMÁNTICOS LATINOAMERICANOS


ARGENTINA: La crítica literaria considera unánimemente a Esteban Echeverría (1805-1851) como la figura clave del romanticismo argentino, movimiento con el que toma contacto en Francia, en Inglaterra y en Alemania adonde hubo de partir en obligado destierro debido a sus diferencias políticas con Juan Manuel de Rosas. Sus obras Elvira o la novia del Plata, Los consuelos y, sobre todo, La cautiva, introducen en la Argentina por vía directa, las esencias románticas de genios tan señalados como Víctor Hugo, Lamartine o Musset, conoci­dos personalmente por Echeverría. Pero éste, con ser buen poeta, era también mejor prosista, como lo demuestra en su obra El matadero, en la que fustiga implacablemente a la tiranía.
Otro gran romántico, igualmente víctima de la dictadura de Rosas en la Argentina, es José Már­mol (1817-1871), cuyas primicias poéticas son fru­to de la prisión a que le tuvo sometido el dictador. Naturalmente, su tema es la tiranía, figurando entre los mejores títulos de su producción literaria Cantos del peregrino, Armonías y dos tragedias poéticas El poeta y El cruzado. Mármol, lo mismo que Echeverría, tiene también su obra en prosa contra la tiranía de Rosas. Es Amalia, su única novela, llena de intensidad dramática, que le con­quistó a su autor sólida fama de novelista en toda América.
Poeta romántico y argentino como los anterio­res es Olegario Andrade (1839-1882), más épico que lírico, que contempla el mundo con cristales de aumentado optimismo y obtiene visiones tan es­tupendas de la realidad exterior como sus poemas El niño de cóndores, El arpa perdida, San Martín, Víctor Hugo, Atlántida y Prometeo.

URUGUAY: El romanticismo penetra en Uruguay con los emigrados de la dictadura argentina de Rosas, por contacto con Echeverría, Mármol y otros. Uno de estos primeros poetas románticos uruguayos es Juan Carlos Gómez (1820-1884), así como su contemporáneo Alejandro Magariños Cervantes (1825-1893) con su poema dramático Cellar y un relato novelesco titulado Caramurú, los dos de tema gauchesco.
Pero el mayor de los románticos uruguayos es Juan Zorrilla de San Martín (1855-1931) con su poema épico o novela versificada Tabaré. A pe­sar del dramatismo que vibra en la preciosa leyen­da heroica de Tabaré, el poema que ha elevado a Zorrilla de San Martín a la altura eximia de poeta nacional es el que lleva por título La leyenda pa­tria, especie de símbolo de la grandeza de la na­ción, aparte de otros poemas menores no menos ricos de inspiración.

CHILE: En Chile, la vía de introducción del romanticis­mo es la misma que en Uruguay, por contacto con los emigrados de la dictadura de Rosas, sien­do uno de los primeros en la tarea el antes citado Juan Carlos Gómez, durante su destierro en la nación chilena. Pero hay un acontecimiento lite­rario decisivo en torno a esta penetración román­tica el año 1842: la controversia entre las dos grandes personalidades de Andrés Bello y Domin­go Faustino Sarmiento. Bello, que había ido a Londres por mandato de la Junta Revolucionaria de Caracas, para trabajar por la independencia americana, obsesionado por la reconstrucción del continente, a su regreso de Europa se estableció en Chile, trabajando intensamente en la transfor­mación cultural de la nación. Sarmiento, por su           parte, era un desterrado forzoso del régimen de  Rosas y un defensor entusiasta de la libertad en     todos los campos, incluso en el de la expresión, entendida  al  modo  romántico.  En  cambio,       Bello, de educación clásica y sensato por temperamentó, abogaba por la mesura y por el respeto          a los modelos consagrados, rindiendo culto al más puro casticismo en el lenguaje.         
En esta lucha entre estos dos titanes literarios, tomaron el partido de Sarmiento los chilenos Sanfuentes, Lillo, Blest y De la Barra.  
Salvador Sanfuentes (1817-1860), aunque es discípulo de Bello y adopta en sus versos las formas clásicas, empapa el relato de sus leyendas en ambientes pasionales tan violentos y en idealismo del indio a tanta altura que, a través de todo ello, se    barruntan los comienzos del romanticismo literario en Chile.        
Eusebio Lillo (1826-1910) vierte sus esencias románticas en los encendidos acentos patrióticos      del Himno Nacional de Chile Guillermo Blest Gana (1829-1904) no disimula el interés romántico de su inspiración en ningún momento de la misma. Es romántico auténtico, enamorado y lacrimoso, a lo largo de toda su obra poética, entre cuyas Poesías sobresalen El primer beso, No, no todo perece, junto con un drama histórico chileno, La conjuración de Almagro, de genuina impronta romántica.
Por último, Eduardo de la Barra (1839-1900) es el postrer representante chileno de la poesía ro­mántica, pero por cauces y formas netamente becquerianas.

BOLIVIA: Bolivia tiene también su corte de poetas román­ticos que se inicia en el tiempo con María Josefa Mujía (1813-1888), poetisa de inspiración lacrimo­sa como la de Blest. Tras ella vienen tres poetas con liras de distinta vibración: Néstor Galindo (1830-1865) que, por lo melancólico de su ento­nación, se acerca a los matices quejumbrosos de Blest y de María Josefa; Ricardo José Bustamante (1821-1886), cantor de tonos patrióticos, y Manuel José Tovar (1831-1869), de propósitos más audaces, que arremete, como nuevo Milton, con el tema bíblico del Génesis en su poema La Creación.

PERÚ: De los románticos peruanos, el más destacado de todos es Carlos Augusto Salaverry (1830-1891), autor de veinte dramas en verso, escritos más como poeta que como dramaturgo y en los que su lirismo deja sentir la nota quejumbrosa entonces tan en boga.

ECUADOR: En Ecuador, la máxima figura del romanticismo es Juan León de Mera (1832-1894), autor de Me­lodías indígenas y de una leyenda indígena que lleva por título La virgen del sol. Sin embargo, donde más resalta su vena poética y su sentimenta­lismo romántico es en su novela en prosa Cumandá, considerada como una de las obras maestras de la novelística americana, de tema indianista.

COLOMBIA: En cuanto al romanticismo en Colombia, no de­ja de ser notable que, siendo esta nación la cuna del clasicismo hispanoamericano, un lírico neoclá­sico como José María Salazar (1785-1828) venga a componer una oda romántica A la muerte de Lord Byron. Es también romántico, procedente de la cantera neoclásica, el poeta José Joaquín Ortiz (1814-1892), autor de odas patrióticas de inspi­ración y corte neoclásicos, pero de expresión en tonos de un romántico subido. Lo mismo ocurre con Julio Arboleda (1817-1861), que debe su fama al poema épico-legendario de asunto colonial que lleva por título Gonzalo de Oyón, del que sólo se conserva una versión incompleta.
El romántico de más reconocido valor, un poco al estilo de Espronceda, es Rafael Pombo (1833-1912), cantor de la mujer y del amor, en poemas llenos desentimiento como La copa de vino, Elvira Tracy, Edda y Avisag. Pero también es un poeta de la naturaleza y del paisaje en su Preludio de primavera y En el Niágara "museo de cataratas, fábrica de nubes y mar desfondado al peso de sus ondas". Conoce al hombre, "injerto atroz de ángel y de diablo". Es un blasfemo petulante y juvenil en su poema La hora de las tinieblas, escrito cuando tenía veintitrés años, pero sabe rectificar y retractarse de sus audacias insensatas cuando, en su ancianidad provecta, la nieve de sus cabellos tiñe sus sienes con tintes plateados. Y hay que perdonarle sus caídas en gracia a los muchos aciertos de su musa.
Son también románticos de valía los colombia­nos Diego Fallón (1834-1905), autor de un inspi­rado canto A la luna y, sobre todo, Jorge Isaacs (1837-1895), cuya producción poética abunda en recuerdos infantiles, en reflexiones morales y en himnos patrióticos, que dan cauce libre al lirismo de su espíritu. Sin embargo, lo mejor de su producción literaria es su novela en prosa María, en la que sigue las sendas de Pablo y Vir­ginia y de Atala, pero con la enorme ventaja de que Isaacs canta a América, como a su propia tierra, con todo el cariño de un hijo amante y sin sombra del exotismo local que se advierte en la obra de Chateaubriand. El gran mérito de Isaacs reside en hacer de una simple historia de amor, la mejor novela americana, la más comprendida y leída en todo el continente americano.
No obstante, el gran romántico de Colombia es José Asunción Silva (1865-1896), que nace en Bogotá y que, incómodo ante el rígido ambiente social de su patria, se dedica a viajar y recorre Nor­teamérica y el Viejo Continente, regresando de su expedición, eminentemente literaria, con un rico bagaje de libros de otros vates inspirados: Bécquer, Campoamor, Verlaine, Edgar Poe, Baudelaire, etc. Su obra es profundamente romántica, pero algo desfasada. Se le considera como precur­sor del movimiento modernista de Rubén Darío, pero le molestan aquellos amaneramientos de la forma y reacciona contra ellos en su Sinfonía color de fresa con leche, que publicó ocultando su nom­bre auténtico bajo el seudónimo de Benjamín Bibelot Ramírez. De su extensa producción ci­taremos Crisálidas, Gotas amargas, Notas perdi­das y unas páginas en prosa ¿Poeta yo?, en las que manifiesta una gran afinidad con Edgar Poe y el mundo de sus sombras y misterios. Tal vez en ello se encuentre la razón de sus Nocturnos, en los que da rienda suelta a su dolor y al pesimismo de su espíritu y a los que debe su fama inmortal como poeta, a pesar de la desaparición de toda su obra inédita en el desgraciado naufragio del 'Ame­ngüe".

VENEZUELA: De los románticos de Venezuela, citaremos a uno solo para no alargar excesivamente esta rese­ña. A nuestro juicio, el poeta más interesante es Juan Antonio Pérez Bonalde (1846-1892), poeta de fina sensibilidad, con más de un punto de con­tacto con José Asunción Silva. Es curioso que Juan Antonio tradujera en forma magistral El cuervo de Edgar Poe. También vierte al castellano el Cancionero de Heine, y se nota en su romanti­cismo un cariz neblinoso y unas preferencias nada disimuladas por lo misterioso y lo legendario. Su Vuelta a la patria es un poema nostálgico, lleno de evocación romántica de su pueblo, y nos queda lo mejor de su poesía en sus libros Estrofas y Ritmos, cuya expresión parece un preludio anti­cipado del modernismo de Darío.

MÉXICO: En México, las luchas políticas convirtieron toda la nación en campo abonado para el mejor de los romanticismos, y es nutrida la floración de vates que escogen los temas de libertad e indi­genistas como vena fecunda para su inspiración. Entre ellos, uno de los más señalados es Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893) con sus Rimas de sabor geórgico, seguido de Manuel María Flo­res (1840-1885), con sus Pasionarias, y de Manuel Acuña (1849-1873), romántico a la española, con su Nocturno a Rosario y su curiosa creación Ante un cadáver. Cierra la lista Justo Sierra (1848-1912) con sus Playeras y su Funeral bucólico y sus Cuentos románticos, anticipando algo de los tonos modernistas de Rubén.

CARIBE: En las islas del Caribe prendió muy bien la lla­ma de la inspiración romántica, donde, después de la figura indiscutible de Heredia, surge un Ja­cinto Milanés (1814-1863) con su drama en verso El Conde de Atareos, tomado de un romance del siglo XVI, y que luego aspira a ser un poeta po­pular, pero la inspiración le sorbe el seso y enlo­quece sin remedio. Y henos enfrentados con la fi­gura de "Plácido", contemporáneo de Heredia, cuyo seudónimo oculta el nombre del escritor Diego Gabriel de la Concepción Valdés (1809-1844). Fue un poeta de excepcionales cualidades naturales, y su falta de preparación queda com­pensada por la espontaneidad del verso y la fácil concepción del motivo. Los mejores poemas de su producción son Adiós a mi lira, Despedida a mi madre y la célebre Plegaria a Dios.
Citemos también a Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873), nacida en Camagüey, pero que pasa casi toda su vida en España, salvo una corta estancia en la isla durante los años 1859 a 1863, que cosecha sus mayores éxitos en el teatro con dramas de tema histórico o bíblico como Alfonso Munio, Recaredo, Saúl y Baltasar. Cultiva asimismo el tema del amor en un movimiento pendular que va desde lo hu­mano hasta lo divino, en poemas de gran musica­lidad como Amor y orgullo, A él, La Cruz y La plegaria de la Virgen.

CUBA:  figura del romanticismo cubano es Juan Clemente de Zenea (1832-1871), cuya musa vibra al unísono de acentos patrióticos y de libertad en el poema Fidelio, alusivo al triste estado en que se hallaba sumida su patria en los últimos días de la colonia, por más que la situación no haya variado sensiblemente en las fechas posteriores en lo que respecta al disfrute de una auténtica libertad.

En Santo Domingo, la más antigua colonia his­pana, resuenan los cálidos acentos de Salomé Ure-ña Henríquez (1850-1897) y de José Joaquín Pérez (1845-1900), autor de Fantasías indígenas, a cuyo coro se suman los portorriqueños José Gautier Benítez (1850-1880) y Lola Rodríguez de Tío (1863-1924).

Cierran la lista de poetas románticos los cen­troamericanos Vicente Acosta (El Salvador, 1867-1908), José Antonio Domínguez (Honduras) y Aquileo J. Echevarría (Costa Rica, 1886-1909), este último con sus poemas en metros cortos y to­nos románticos que llevan por título Concherías y Romances.
De buena gana citaríamos también a Rubén Darío, por sus contactos iniciales con Víctor Hugo y por el influjo que sobre él pudo ejercer su maestro salvadoreño Francisco Gavidia (1864-1955), de en­tonación netamente romántica, tanto en sus poe­sías como en sus dramas en verso. Pero el genio de Nicaragua elegirá nuevas sendas literarias y abrirá un capítulo inédito en las letras españolas e hispa­noamericanas: 
el modernismo.

FUENTE: La literatura a través de los tiempos- Tomo I
Ed.Hispano-americana, México,1980




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