POETAS ROMÁNTICOS LATINOAMERICANOS
ARGENTINA: La crítica literaria
considera unánimemente a Esteban Echeverría (1805-1851) como la figura clave
del romanticismo argentino, movimiento con el que toma contacto en Francia, en
Inglaterra y en Alemania adonde hubo de partir en obligado destierro debido a
sus diferencias políticas con Juan Manuel de Rosas. Sus obras Elvira o la novia del
Plata, Los consuelos y, sobre todo, La cautiva, introducen en la
Argentina por vía directa, las esencias románticas de genios tan señalados como
Víctor Hugo, Lamartine o Musset, conocidos personalmente por Echeverría. Pero
éste, con ser buen poeta, era también mejor prosista, como lo demuestra en su
obra El matadero, en la que fustiga
implacablemente a la tiranía.
Otro gran romántico, igualmente víctima de la dictadura de Rosas en la
Argentina, es José Mármol (1817-1871), cuyas primicias poéticas son fruto de
la prisión a que le tuvo sometido el dictador. Naturalmente, su tema es la
tiranía, figurando entre los mejores títulos de su producción literaria Cantos del peregrino,
Armonías y dos tragedias poéticas El poeta y El cruzado. Mármol,
lo mismo que Echeverría, tiene también su obra en prosa contra la tiranía de
Rosas. Es Amalia, su única novela, llena de intensidad dramática, que le
conquistó a su autor sólida fama de novelista en toda América.
Poeta romántico y argentino como los anteriores
es Olegario Andrade (1839-1882), más épico que lírico, que contempla el mundo
con cristales de aumentado optimismo y obtiene visiones tan estupendas de la
realidad exterior como sus poemas El niño de cóndores, El arpa perdida, San
Martín, Víctor Hugo, Atlántida y Prometeo.
URUGUAY: El romanticismo
penetra en Uruguay con los emigrados de la dictadura argentina de Rosas, por
contacto con Echeverría, Mármol y otros. Uno de estos primeros poetas
románticos uruguayos es Juan Carlos Gómez (1820-1884), así como su contemporáneo
Alejandro Magariños Cervantes (1825-1893) con su poema dramático Cellar y
un relato novelesco titulado Caramurú, los dos de tema gauchesco.
Pero el mayor de los románticos uruguayos es Juan
Zorrilla de San Martín (1855-1931) con su poema épico o novela versificada Tabaré.
A pesar del dramatismo que vibra en la preciosa leyenda heroica de Tabaré,
el poema que ha elevado a Zorrilla de San Martín a la altura eximia de
poeta nacional es el que lleva por título La leyenda patria, especie de
símbolo de la grandeza de la nación, aparte de otros poemas menores no menos
ricos de inspiración.
CHILE: En Chile, la vía de
introducción del romanticismo es la misma que en Uruguay, por contacto con los
emigrados de la dictadura de Rosas, siendo uno de los primeros en la tarea el
antes citado Juan Carlos Gómez, durante su destierro en la nación chilena. Pero
hay un acontecimiento literario decisivo en torno a esta penetración romántica
el año 1842: la controversia entre las dos grandes personalidades de Andrés
Bello y Domingo Faustino Sarmiento. Bello, que había ido a Londres por mandato
de la Junta Revolucionaria de Caracas, para trabajar por la independencia
americana, obsesionado por la reconstrucción del continente, a su regreso de
Europa se estableció en Chile, trabajando intensamente en la transformación
cultural de la nación. Sarmiento, por su
parte, era un desterrado forzoso del régimen de Rosas y un defensor entusiasta de la libertad en todos
los campos, incluso en el de la expresión, entendida al modo
romántico. En cambio,
Bello, de educación clásica y sensato por temperamentó, abogaba por la
mesura y por el respeto a los
modelos consagrados, rindiendo culto al más puro casticismo en el lenguaje.
En esta lucha entre estos dos titanes literarios,
tomaron el partido de Sarmiento los chilenos Sanfuentes, Lillo, Blest y De la
Barra.
Salvador Sanfuentes (1817-1860), aunque es discípulo
de Bello y adopta en sus versos las formas clásicas, empapa el relato de sus
leyendas en ambientes pasionales tan violentos y en idealismo del indio a tanta
altura que, a través de todo ello, se barruntan
los comienzos del romanticismo literario en Chile.
Eusebio Lillo (1826-1910) vierte sus esencias románticas
en los encendidos acentos patrióticos
del Himno Nacional de Chile Guillermo Blest Gana (1829-1904) no disimula el interés
romántico de su inspiración en ningún momento de la misma. Es romántico auténtico,
enamorado y lacrimoso, a lo largo de toda su obra poética, entre cuyas Poesías sobresalen
El primer beso, No, no todo perece, junto con un drama histórico
chileno, La conjuración de Almagro, de genuina impronta romántica.
Por último, Eduardo de
la Barra (1839-1900) es el postrer representante chileno de la poesía romántica,
pero por cauces y formas netamente becquerianas.
BOLIVIA: Bolivia tiene también su corte de poetas
románticos que se inicia en el tiempo con María Josefa Mujía (1813-1888),
poetisa de inspiración lacrimosa como la de Blest. Tras ella vienen tres
poetas con liras de distinta vibración: Néstor Galindo (1830-1865) que, por lo
melancólico de su entonación, se acerca a los matices quejumbrosos de Blest y
de María Josefa; Ricardo José Bustamante (1821-1886), cantor de tonos
patrióticos, y Manuel José Tovar (1831-1869), de propósitos más audaces, que
arremete, como nuevo Milton, con el tema bíblico del Génesis en su poema La
Creación.
PERÚ: De los románticos peruanos, el más
destacado de todos es Carlos Augusto Salaverry (1830-1891), autor de veinte
dramas en verso, escritos más como poeta
que como dramaturgo y en los que su lirismo deja sentir la nota quejumbrosa
entonces tan en boga.
ECUADOR: En Ecuador, la máxima figura del romanticismo es Juan León de Mera
(1832-1894), autor de Melodías indígenas y de una leyenda indígena que
lleva por título La virgen del sol. Sin embargo, donde más resalta su
vena poética y su sentimentalismo romántico es en su novela en prosa Cumandá,
considerada como una de las obras maestras de la novelística americana, de
tema indianista.
COLOMBIA: En cuanto al romanticismo en Colombia, no deja de ser notable que,
siendo esta nación la cuna del clasicismo hispanoamericano, un lírico neoclásico
como José María Salazar (1785-1828) venga a componer una oda romántica A la
muerte de Lord Byron. Es también romántico, procedente de la cantera
neoclásica, el poeta José Joaquín Ortiz (1814-1892), autor de odas patrióticas
de inspiración y corte neoclásicos, pero de expresión en tonos de un romántico
subido. Lo mismo ocurre con Julio Arboleda (1817-1861), que debe su fama al
poema épico-legendario de asunto colonial que lleva por título Gonzalo de
Oyón, del que sólo se conserva una versión incompleta.
El romántico de más reconocido valor, un poco al estilo de Espronceda,
es Rafael Pombo (1833-1912), cantor de la mujer y del amor, en poemas llenos desentimiento como La
copa de vino, Elvira Tracy, Edda y Avisag. Pero también es un poeta
de la naturaleza y del paisaje en su Preludio de primavera y En el
Niágara "museo de cataratas, fábrica de nubes y mar desfondado al peso
de sus ondas". Conoce al hombre, "injerto atroz de ángel y de
diablo". Es un blasfemo petulante y juvenil en su poema La hora de las
tinieblas, escrito cuando tenía veintitrés años, pero sabe rectificar y
retractarse de sus audacias insensatas cuando, en su ancianidad provecta, la
nieve de sus cabellos tiñe sus sienes con tintes plateados. Y hay que
perdonarle sus caídas en gracia a los muchos aciertos de su musa.
Son también románticos
de valía los colombianos Diego Fallón (1834-1905), autor de un inspirado
canto A la luna y, sobre todo, Jorge Isaacs (1837-1895), cuya producción
poética abunda en recuerdos infantiles, en reflexiones morales y en himnos
patrióticos, que dan cauce libre al lirismo de su espíritu. Sin embargo, lo
mejor de su producción literaria es su novela en prosa María, en la que
sigue las sendas de Pablo y Virginia y de Atala, pero con la
enorme ventaja de que Isaacs canta a América, como a su propia tierra, con todo
el cariño de un hijo amante y sin sombra del exotismo local que se advierte en
la obra de Chateaubriand. El gran mérito de Isaacs reside en hacer de una
simple historia de amor, la mejor novela americana, la más comprendida y leída
en todo el continente americano.
No obstante, el gran
romántico de Colombia es José Asunción Silva (1865-1896), que nace en Bogotá y
que, incómodo ante el rígido ambiente social de su patria, se dedica a viajar y
recorre Norteamérica y el Viejo Continente, regresando de su expedición,
eminentemente literaria, con un rico bagaje de libros de otros vates
inspirados: Bécquer, Campoamor, Verlaine, Edgar Poe, Baudelaire, etc. Su obra
es profundamente romántica, pero algo desfasada. Se le considera como precursor
del movimiento modernista de Rubén Darío, pero le molestan aquellos
amaneramientos de la forma y reacciona contra ellos en su Sinfonía color de
fresa con leche, que publicó ocultando su nombre auténtico bajo el
seudónimo de Benjamín Bibelot Ramírez. De su extensa producción citaremos Crisálidas,
Gotas amargas, Notas perdidas y unas páginas en prosa ¿Poeta yo?, en
las que manifiesta una gran afinidad con Edgar Poe y el mundo de sus sombras y
misterios. Tal vez en ello se encuentre la razón de sus Nocturnos, en
los que da rienda suelta a su dolor y al pesimismo de su espíritu y a los que
debe su fama inmortal como poeta, a pesar de la desaparición de toda su obra
inédita en el desgraciado naufragio del 'Amengüe".
VENEZUELA: De los románticos de
Venezuela, citaremos a uno solo para no alargar excesivamente esta reseña. A
nuestro juicio, el poeta más interesante es Juan Antonio Pérez Bonalde
(1846-1892), poeta de fina sensibilidad, con más de un punto de contacto con
José Asunción Silva. Es curioso que Juan Antonio tradujera en forma magistral El
cuervo de Edgar Poe. También vierte al castellano el Cancionero de
Heine, y se nota en su romanticismo un cariz neblinoso y unas preferencias
nada disimuladas por lo misterioso y lo legendario. Su Vuelta a la patria es
un poema nostálgico, lleno de evocación romántica de su pueblo, y nos queda lo mejor
de su poesía en sus libros Estrofas y Ritmos, cuya expresión
parece un preludio anticipado del modernismo de Darío.
MÉXICO: En México, las luchas políticas
convirtieron toda la nación en campo abonado para el mejor de los
romanticismos, y es nutrida la floración de vates que escogen los temas de
libertad e indigenistas como vena
fecunda para
su inspiración. Entre ellos, uno de los más señalados es Ignacio Manuel
Altamirano (1834-1893) con sus Rimas de sabor geórgico, seguido de
Manuel María Flores (1840-1885), con sus Pasionarias, y de Manuel Acuña
(1849-1873), romántico a la española, con su Nocturno a Rosario y su
curiosa creación Ante un cadáver. Cierra la lista Justo Sierra
(1848-1912) con sus Playeras y su Funeral bucólico y sus Cuentos
románticos, anticipando algo de los tonos modernistas de Rubén.
CARIBE: En las islas del Caribe prendió muy bien
la llama de la inspiración romántica, donde, después de la figura indiscutible
de Heredia, surge un Jacinto Milanés (1814-1863) con su drama en verso El
Conde de Atareos, tomado de un romance del siglo XVI, y que luego aspira a
ser un poeta popular, pero la inspiración le sorbe el seso y enloquece sin
remedio. Y henos enfrentados con la figura de "Plácido",
contemporáneo de Heredia, cuyo seudónimo oculta el nombre del escritor Diego
Gabriel de la Concepción Valdés (1809-1844). Fue un poeta de excepcionales
cualidades naturales, y su falta de preparación queda compensada por la
espontaneidad del verso y la fácil concepción del motivo. Los mejores poemas de
su producción son Adiós a mi lira, Despedida a mi madre y la célebre Plegaria a Dios.
Citemos también a
Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873), nacida en Camagüey, pero que pasa
casi toda su vida en España, salvo una corta estancia en la isla durante los
años 1859 a 1863, que cosecha sus mayores éxitos en el teatro con dramas de
tema histórico o bíblico como Alfonso Munio, Recaredo, Saúl y Baltasar. Cultiva asimismo el tema del amor en un
movimiento pendular que va desde lo humano hasta lo divino, en poemas de gran
musicalidad como Amor y orgullo, A él, La Cruz y La plegaria de la
Virgen.
CUBA: figura del romanticismo cubano es Juan
Clemente de Zenea (1832-1871), cuya
musa vibra al unísono de acentos patrióticos y de libertad en el poema Fidelio,
alusivo al triste estado en que se hallaba sumida su patria en los últimos
días de la colonia, por más que la situación no haya variado sensiblemente en
las fechas posteriores en lo que respecta al disfrute de una auténtica
libertad.
En Santo Domingo, la más antigua
colonia hispana, resuenan los cálidos acentos de Salomé Ure-ña Henríquez (1850-1897) y de José Joaquín Pérez (1845-1900), autor de Fantasías
indígenas, a cuyo coro se suman los portorriqueños José Gautier Benítez (1850-1880) y Lola Rodríguez de Tío (1863-1924).
Cierran la lista de poetas románticos los
centroamericanos Vicente Acosta (El Salvador, 1867-1908), José
Antonio Domínguez (Honduras) y Aquileo J. Echevarría (Costa Rica, 1886-1909),
este último con sus poemas en metros cortos y tonos románticos que llevan por
título Concherías y Romances.
De buena gana citaríamos también a Rubén Darío, por sus contactos
iniciales con Víctor Hugo y por el influjo que sobre él pudo ejercer su maestro
salvadoreño Francisco Gavidia (1864-1955), de entonación netamente romántica,
tanto en sus poesías como en sus dramas en verso. Pero el genio de Nicaragua
elegirá nuevas sendas literarias y abrirá un capítulo inédito en las letras
españolas e hispanoamericanas:
el modernismo.
FUENTE: La literatura
a través de los tiempos- Tomo I
Ed.Hispano-americana,
México,1980
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